9 - Adiós, hermano; adiós, mundo

ERA UN CUCHILLO de adorno; el mango con un par de serpientes en inverosímiles posiciones y la hoja en una vaina de bronce opaco adornada con dragones entallados, pero era un cuchillo.

Nick se acercó aprisa al escaparate arrastrando los pies y depositó la varilla en el suelo, mientras trataba de coger lo que era su única esperanza de salvación. La hoja del cuchillo salió con dificultad. Estaba sin brillo por el desuso, pero el filo era cortante. Nick se agachó y cortó rápidamente las cuerdecillas que ataban sus desnudos tobillos. El último cabo se desprendió segundos después, y Nick movió los tobillos agradecidamente. Ahora las manillas. No se podía ir corriendo por Moscú de noche, descalzo y con las manos maniatadas.

Pero no pudo encontrar nada que le soltara el cierre. Tenía que dejar de andar por ahí haciendo el payaso y salir del local.

Mantuvo el cuchillo entre los dientes y continuó torciendo y forzando las manillas mientras inspeccionaba la puerta exterior y el escaparate para ver por dónde podía salir. Su corazón empezó a debilitarse casi enseguida y continuó decayendo rápidamente mientras hacía una diligente inspección. La puerta estaba provista de una complicada cerradura como nunca había visto otra semejante, y la llave había sido quitada. El escaparate era un sandwich de grueso vidrio y revoltijo de hilo metálico. ¡Dios! Esto era desesperante. Quizá la otra puerta de la sala en la que lo habían tenido sería más prometedora. Valía la pena probarlo, aun cuando estaba casi seguro que le introduciría en un pasillo conducente a otras salas y finalmente a una puerta posterior tan firmemente afianzada como ésta.

Con el cuchillo fuertemente asegurado entre los dientes, recogió la varilla eléctrica y trotó hacia el fondo de la pequeña tienda. Allí se detuvo. Con ojos ya acostumbrados a la oscuridad pudo ver el pequeño mostrador del servicio y su contenido. En la vitrina no había nada que pudiese usar. La caja registradora no sugería ninguna posibilidad inmediata, pero había un teléfono.

Percibió movimiento en alguna parte de la casa.

«¡Aprisa! ¡Llama a Sonya!».

Maldiciendo sus torpes dedos, marcó el número de Sonya y oyó el distante timbre al otro lado de la línea. Continuó sonando angustiosamente, como un grito de socorro en una sala a prueba de sonidos. ¡Buen Dios! Sonya quizás estaría en su casa, esperándole, preguntándose qué se había hecho de él… y en su habitación no había teléfono.

«¿La Embajada de Estados Unidos? No. Había recibido estrictas instrucciones, y no le harían caso, seguramente alegando no conocerle. De cualquier modo, llevaría demasiado tiempo ponerse en comunicación con una persona de fiar».

Colgó finalmente y se devanó los sesos para recordar el único otro número que le habían dado mientras estaba en Moscú. ¡El número le esquivaba obstinadamente!

Los distantes ruidos devinieron en un lento y cauto rumor, como de alguien que bajase al piso inferior sin prisa.

¡Ah! Las cifras acudían a su memoria e hizo girar el disco rápidamente, poniendo el teléfono de través entre la cabeza y el hombro y sintiéndose un poco como un manco, sólo una parte de un hombre.

El teléfono sonaba distante. Los sordos golpes se acercaron y de repente se hicieron sonoros. Oyó gritos, seguidos del rumor de rápidos pasos.

Un ruido más fuerte resonó en sus oídos con golpe Seco.

Una tremenda voz, semejante al retumbar del trueno, traspasó de parte a parte su doliente cabeza.

—¡Diga! ¿Quién es? —rugió la voz.

—Camarada Valentina, te habla el agente Stepanovich —mintió rápidamente Nick en el micrófono del teléfono—. Con relación al espionaje en la oficina principal, hay una compañía china llamada…

El rumor estuvo de repente encima de él, y una figura pasó de prisa por entre las crujientes cortinas y arrancó con violencia el auricular de su mano. Un pie enfundado en una bota coceó sus rodillas, y Nick salió volando. Mientras ochenta kilos de peso se posaban sobre su pecho, oyó el distante y metálico rugido de una voz que decía:

—¿Qué es esto? ¡Hola! ¿Quién es?

Vio la decisiva embestida mientras el segundo hombre rompía fieramente el cordón, arrancándolo de cuajó. Nick lanzó furiosos tajos al rostro que asomaba sobre él, el del hermano Andrei, y empujó la cadena de las manillas reciamente contra la espabilada nariz. Se movía a bruscos tirones y con toda la fuerza de que podía disponer en su incómoda postura. El hermano Andrei gruñó y se echó atrás, retrocediendo y chocando contra el hermano que estaba junto al teléfono. Nick se revolvió convulsivamente y pateó la saliente mandíbula de Andrei. El hermano número dos, al cual Nick no había sido formalmente presentado, saltó hacia delante por encima de su caído camarada; con las manos extendidas.

Nick desprendió el cuchillo de su boca, dejándolo caer en sus manos atadas y lanzó tajos en dirección al cuello del hombre, ensartándolo como una brocheta a través de un trozo de recocida carne. La sangre goteó sobre sus manos mientras lo arrancaba. El hombre dio un ronco grito y cayó encima de Nick con piernas y brazos extendidos, todavía arañando salvajemente. Nick hirió otra vez. Mientras se ponía de pie en un brinco oyó un grito de rabia y los rápidos pasos de detrás de la cortina, y comprendió que no tenía ninguna probabilidad de salir de allí con vida. ¡Pero al menos iba a dejar este mundo luchando y llevándose por delante a algunos de esos bastardos consigo!

Un airado mosquito procedente de la entrada guarnecida con cortinas pasó cerca de su mejilla, zumbando. Nick se agazapó junto al mostrador, preparado para saltar en el momento oportuno. El hombre de la pistola se metió en la sala gritando coléricamente y blandiendo la maciza arma como un detector de metal.

—¡Salga de ahí, necio! —gruñó—. ¡Lo tengo copado!

Nick saltó de lado y lanzó el cuchillo sobre él cuerpo que se destacaba a la luz del farol. El hombre aulló chillonamente, y una bala de la silenciosa pistola pasó por encima de la cabeza de Nick. El cuchillo cayó al suelo con estrépito y el hombre se agarró el hombro, pero la pistola disparó otra vez y su mensaje pasó rasando el rostro de Nick y penetró en la pared a su espalda.

«¡Maldita sea! Ahora hasta el cuchillo había perdido y no tenía nada…».

Se acordó de la varilla y saltó en su busca como un gato que huyera de una caliente estufa. La pistola le siguió y ladró otra vez, pero su acción fue retardada por el silenciador y el lesionado hombro del hombre influyó notablemente en su puntería. Nick cogió la varilla con sus maniatadas manos, dio un ágil y sesgante salto en el aire que habría hecho honor a la bailarina Dubinsky, y aterrizó a pocos pasos del pistolero, con el cuerpo ladeado hacia la alargada mano que sostenía la pistola. El hombre Vacilaba como un boxeador de edad madura que se enfrentase con un joven retozón, y esa vacilación bastó. Nick apretó el diminuto conmutador de la varilla y la blandió vigorosamente. La varilla hendió el aire y golpeó la cara del hombre; se separó de repente con violencia mientras Nick saltaba otra vez y hacía finta, avanzó de nuevo con rápido movimiento y pinchó vivamente la mano que sostenía la pistola, se alejó con un amplio vuelo y volvió para picar el cuello inexorablemente.

El hombre chilló e hizo un desatinado disparo al aire; Nick brincaba de nuevo con la varilla y la blandía como una duela de barril, haciendo saltar la pistola de la mano del hombre a golpes y enviándola volando a través de la sala. Pinchó otra vez, fuerte en el cuello, y su enemigo retrocedió tambaleándose como un toro herido, rugiendo suficientemente alto como para resucitar a los muertos. Nick movió la varilla eléctrica a tirones de nuevo, tomó fuerzas, y golpeó al hombre en una sien con todo su decayente vigor.

Podía oír al resto de la chusma tronando mientras soltaba la varilla y trataba de recoger la pistola. El hombre había cesado de gritar, pero estaba todavía completando su torpe caída al suelo cuando ya Nick tenía la pistola en sus maniatadas manos y la estaba apuntando a la puerta. El cierre parecía imposible de hacerlo saltar, pero era la única esperanza. Cuanto quedara dentro de la pistola no iba a cuidar de todo aquel puñado de maníacos. Arrimó la maciza arma a la cerradura y apretó el gatillo tres veces en rápida sucesión, alborozándose ante el deterioro que columbraba. Al tercer disparo el percutor resonó con golpe seco en una cámara vacía, pero una gruesa pieza de metal se desprendió de la puerta. Nick forzó el tirador. Permanecía firme. ¡Oh, Dios, oh Dios! Lo batió con ruido, de un modo febril De repente, mientras unos pasos atravesaban el pequeño almacén con vivo martilleo y las cortinas crujían airadamente, la puerta se abrió de golpe.

Nick se lanzó a la calle y penetró en la fresca noche. Y corrió, sus pies batiendo el pavimento y su corazón próximo a estallar, con la exuberancia de la libertad.

Hubo rápidos pasos y gritos detrás de él, pero nada podía detenerlo, porque había luces y gente enfrente… Corrió hacia ellas, y…

El «Pobeda» negro pasó por su lado y paró más allá con una sacudida. Dos hombres salieron apresuradamente y avanzaron hacia él. Nick vaciló, hurtó el cuerpo, y sintió un repentino peso en las rodillas que lo hizo caer sobre la acera, donde su cabeza dio contra la fría y firme piedra. Medio aturdido, batió con los brazos y las piernas, y enseguida su cabeza estalló, desintegrándose en un millón de estrellas fugaces, mientras el mundo entero se desplomaba sobre él con estruendo.

Nick temblaba. La helada agua goteaba por su desnudo cuerpo. Gimió y abrió los ojos.

«Aquí estamos otra vez», —le dijo amargamente la voz de su conciencia.

La sala era la misma de antes. Su vista no era del todo la que había sido y las figuras eran borrosas, pero estaban allí. Él estaba atado, de nuevo, a las barras paralelas, y el cuerpo le dolía terriblemente.

La escena se deslizó lenta y suavemente hasta situarse en foco. Estaba el hermano Sergei, que parecía muy colérico; el chino de la túnica, con su aire inescrutable; y otro hermano atareado en el fondo, con las mangas enrolladas. Pero había un nuevo anfitrión. Un pulcro hombrecillo estaba delante de él con una sonrisa en los labios y un centelleo en sus oscuros ojos parecidos a abalorios.

—¡Qué agradable! —decía el hombrecillo—. ¡Qué agradable verle! ¡Y qué hombre tan extraordinario es usted! ¡Qué representación!

La admiración irradiaba de su suave rostro.

—Al mismísimo borde de la muerte, levantándose y matando a los poderosos. —Se rio entre dientes—. Es infortunado, por supuesto, que ya no podamos llamarnos los Doce Hermanos. Algunos, gracias a usted, ya no están con nosotros. Pero no importa. Nuestras filas serán reforzadas. La pérdida vale el placer de Conocerle…

Su delgado y pequeño dedo índice se adelantó y acarició el interior del codo derecho de Nick.

—Durante largo tiempo —dijo la agradable voz—, he estado esperando conocer a un miembro de la AXE. Veo que Usted lleva la marca de tatuaje de esa casi legendaria organización. Me honra estar en compañía tan distinguida. Siento mucho que mis colegas no le reconociesen y por consiguiente lo trataran tan rudamente. Por otra parte, no se les puede culpar, porque el significado del símbolo de la AXE sólo lo saben, al presente, lo que yo llamaría unos «Pocos Elegidos».

La delicada manecita subió para frotar suavemente el pequeño y redondo mentón.

—Usted, supongo, ¿no se dignará hablar con nosotros? —preguntó.

Nick cerró los ojos fatigadamente.

—¡Al diablo!

—No, por supuesto —el hombrecillo rio de nuevo—. Pero, no hay necesidad de que lo haga. Sabemos que la AXE le envió aquí, y usted descubrió algo que le interesó y que sin duda interesaría a sus superiores. Pero lo que fuese no es de verdadera importancia para nosotros. Sabemos mucho más sobre nosotros mismos de lo que saben ustedes —de nuevo la risita, ahora un poquito más sabrosa—. Y tengo entendido, por lo que dicen mis colegas, qué es sumamente difícil sacarle confidencias. En otras circunstancias, creo que valdría la pena probar otros procedimientos, los cuales estoy seguro tendrían buen éxito. Sensiblemente, sin embargo, ahora no es ocasión.

La voz se hizo cortante como el filo de una navaja.

—Tenemos otro empleo para usted. No requerirá nada de usted. Ni declaraciones, ni cooperación de ninguna clase; o cooperación espontánea, claro —el tono del hombrecillo descendió a una afabilidad que era casi almibarada—. Naturalmente, usted cierra los ojos. Pero no puede cerrar los oídos. Y quizá le divierta saber que yo no podría haber deseado un espécimen más ideal que usted. ¡Oh, sí; servirá admirablemente para el caso!

Nick oyó el ruido de manecitas que se frotaban. Mientras escuchaba, comprobó su energía quietamente.

«Y esta vez», —tenía que confesárselo—, «estaba casi agotada».

Su cuerpo estaba inactivo de los hombros para arriba y ardiente de dolor de los hombros para abajo. El cerebro se rehusaba a pensar claramente, a concentrarse, o siquiera a hacer caso…

«¿Espécimen?», —pensó con desgana—. «¿Terminaré en un tarro de salmuera o en un pote de té? Quizás en una pequeña botella. Hawk no me reconocerá. Sonya no volverá a pasar sus largos y delicados dedos por el teñido cabello de Ivan Kokoschka…».

—¡Admirablemente! —repitió el hombrecillo—. Con su ayuda, nuestros amigos rusos no podrán menos de creer lo que ya tienen motivo para sospechar. ¡Un agente de la AXE! ¡Maravilloso! La mejor cosa para escarchar nuestro cuidadosamente cocido pastel.

De nuevo hubo frotamiento de manos. Nick le miró de soslayo por entre las pestañas. El hombre menudo y aseado parecía estar enormemente satisfecho.

—¡Qué triquiñuela! ¡Qué triquiñuela! —dijo regocijadamente el hombrecillo—. Pero hemos de asegurarnos de que usted esté en bastante buen estado cuando lo encuentren. Vivo o muerto, siempre es bueno tener el mejor aspecto posible, ¿no es verdad, amigo mío?

«Vivo o muerto. ¡Cuán siniestras hacía parecer sus palabras este melodramático personaje!».

«Pero ahora déjame examinar mi situación», —se dijo confusamente a sí mismo Nick. «El pisaverde lo había reconocido como a un agente de la AXE y estaba satisfecho. No iba, sin embargo, a sacar información de su apresado espécimen por medio de torturas pero iba a entregarlo, a él, a Carter, a… ¿a ellos? ¿A los rusos? ¡Disparatado! ¡Insensato! Y en buen estado, además, aun cuando posiblemente muerto».

Le dio vuelta a la idea en su mente, vagamente consciente de que el pequeñajo se había alejado de él andando de puntillas y estaba ahora discutiendo con Sergei y el hombre de paso ligero y silencioso que parecía un brujo curandero, Chiang-Soo; alguien había llamado así al hombre de ropaje de seda. Gradualmente llegó la comprensión a la confusa mente de Nick, La cosa no tenía sentido para él, pero igualmente nada de nada había tenido sentido desde el principio. Anderson, el hombre de la C.I.A., había acabado muerto en los Almacenes GUM. Él, Carter, estaba destinado a ser otro Anderson.

«Pero, por Dios, si esta gente tenía acceso a la clase de información que los rusos afirmaban que alguien estaba hurtando, ¿por qué habrían de arriesgarse y complicar su proyecto echando cuerpos americanos en los regazos rusos? ¡Por supuesto, algo había salido mal! Fedorenko, el espía ruso que había encontrado el microfilm chino. Se habían preparado para tal eventualidad arreglando las cosas de modo que pareciera como si los secretos hubiesen sido originalmente hurtados por los americanos. Pero en tal caso, ¿cómo podían…?».

Desistió. Era demasiado, y estaba fatigado hasta lo indecible.

El hombrecillo retrocedió hacia él, frotándose las manos con satisfacción.

—¡Bien, bien! —dijo jubilosamente—. Ya está todo arreglado, y tan diestramente que casi siento que no pueda explicárselo para que usted aprecie todas las sutilezas. Pero uno no puede aventurarse, ¿no es cierto?

Apareció una nubecilla entre sus encogidos ojos.

—Pero usted está incómodo aquí, amigo mío, y veo que sufre. Debemos bajarlo enseguida y dejarle reposar. ¡Chiang-Soo! —batió sus pequeñas manos vivamente y el chino se adelantó—. La primera inyección, si me hace el favor. Luego lo soltaremos. No lo retendremos mucho, amigo mío —agregó benignamente—. Sólo el tiempo necesario para completar nuestros preparativos. Luego estará libre, ¿comprende? ¡Sí, libre!

Rio copiosamente, y su reducido cuerpo bamboleó de gozo por la estupenda chanza.

Chiang-Soo extendió sus largos y ataviados brazos hacia arriba. Nick captó un fugaz destello de la luciente aguja posada entre los ágiles dedos del hombre, y enseguida sintió que la incisiva y fría extensión se hundía en su brazo.

—¿Qué… qué es? —musitó roncamente. Sus ojos se nublaron de repente y sus sentidos vacilaron.

—No se alarme —oyó decir aún—. No es más que un sedante, un narcótico, para prepararlo para el inmediato paso de nuestro plan. Más tarde habrá otra medicación, y se le dirá lo que se exige de usted. Le proveeremos de ropa más adecuada y…

Las palabras se extinguieron gradualmente, convirtiéndose en un confuso murmullo. Después hubo silencio y un bendito reposo.

Era mucho más de medianoche en Moscú, y sin embargo en toda la ciudad los teléfonos sonaban incesantemente y una cantidad insólitamente grande de gente atendía a sus asuntos de un modo singularmente reservado.

Llegó la mañana. Los teléfonos sonaban con menor frecuencia pero no obstante a intervalos regulares, y los hombres que habían sido despertados para un servicio extraordinario continuaban con la tarea hasta ser relevados por otros igualmente persistentes y vigilantes.

La «Tienda de Objetos para Regalos Orientales» abrió para el comercio como de ordinario.

Sonya Dubinsky se despertó en el lecho de su amiga Natasha, preguntándose por segunda vez dónde estaba, y de repente recordó. Se restregó los ojos para ahuyentar el sueño, y se dirigió inmediatamente al teléfono para averiguar si había habido alguna noticia acerca de los dos hombres del «Pobeda» negro y el ausente Ivan.

Marcó el número privado. Una suave voz contestó la llamada.

Nada todavía.

Se sentó sobre el apañuscado lecho con la cabeza apoyada en sus negligentes manos.

El día pasaba lentamente.

En alguna parte de la ciudad estaban afeitando y vistiendo a un hombre, y hablándole en un tono bajo y apremiante. Sus venas rebosaban de sustancias no conocidas y su cerebro estaba lleno de pesadillas.

Llegó la larde. Sonaban más teléfonos, se daban más avisos. Uno de ellos era tan urgente e importante que se pedía que el propio Dmitri Borisovich Smirnov se ocupase de él. Era una explosiva y sensacional noticia de la Embajada China. Habían cogido a un espía; y lo habían perdido.

La noche otra vez. Nick estaba en la calle y corriendo, si bien no tenía idea del por qué lo hacía o de adonde lo estaban llevando los pies. Recordaba vagamente haber sido sacado de un coche y empujado rudamente haciéndolo avanzar y doblar una esquina hacia el centro de una ancha avenida. Ni siquiera era consciente de que se llamase Carter, o Kokoschka, o de que ya no llevaba el bigote y el traje ruso en forma de saco.

Pero iba vestido. Percibía eso sin pensar en ello, y mientras corría se dio cuenta de que llevaba una pistola enfundada bajó la axila. Le sorprendió por algún motivo, aun cuando sabía que no era la primera vez en su vida que había llevado una pistola. De lo único de que era verdaderamente consciente era de la necesidad de correr… para esconderse.

De repente, supo a dónde iba. Era un ciudadano americano, se hallaba en un apuro, y aquel achaparrado edificio era la Embajada de Estados Unidos. Tenía que llegar hasta él. Tenía que meterse dentro, para su seguridad. Habría rusos vigilando por allí, alguien le había provechosamente informado de eso, e iba a tener que ser más listo que ellos. Ya podía percibir oscuras figuras en varios puntos. Estarían armados, además; sabía eso. Bien, si tenía que pelearse a balazos, lo haría.

Estaba muy cerca de ellos. Y muy cerca del refugio sagrado. Metió la mano bajo la chaqueta y sacó la pistola. Uno de los hombres estaba avanzando hacia él, y ese hombre iba a recibir el balazo de lleno en el…

¡Un momento! ¿Cuándo había disparado él contra los rusos? Nick vacilaba. Algo le estaba diciendo que tenía que matar. Y alguna otra cosa estaba susurrándole urgentemente que no lo hiciese. ¡Pues bien! Usaría la pistola como una señal; haría un par de rápidos disparos al aire, y era seguro que enseguida alguien saldría corriendo de la Embajada para averiguar qué estaba pasando. Acaso fuera Sam.

Se asombró brevemente, y vio a un hombre destacarse de la oscuridad e ir resueltamente hacia él.

—¡Alto! —oyó gritar—. Sabemos quién es usted. ¡Entréguese enseguida o…!

Nick disparó rápidamente al aire. Eso debiera hacer que algo se pusiese en marcha, pensó con esperanza. Así fue. Una detonación hendió el aire por encima de su cabeza. Una bala chocó con la pared a su lado y echó trozos de cementó por su rostro. Nick blasfemó, se agachó, se escabulló, y oyó el cantante sonido de una silenciosa pistola que enviaba su mensaje más allá de sus orejas.

«¡Es inútil!», —pensó desesperadamente—. «Hay demasiados. No podré llegar hasta allí».

Dio media vuelta y empezó a retroceder a lo largo del camino por el que había venido.

«¡Dios todopoderoso, la calle estaba llena de agentes!».

Un cordón de hombres cerraba el extremo de la manzana, y la luz de los faroles brillaba en los cañones de sus pistolas. Una bala pasó por encima de su cabeza. Otra dio Contra la pared, a su lado.

«¿Qué está pasando?», —pensó frenéticamente—. «¡Todo el maldito ejército está aquí para cazarme!».

Se echó hacia atrás contra la pared y disparó salvajemente, primero al cordón y después en dirección a los fogonazos de las puertas de la Embajada. De repente una cortina de fuego lo envolvió. Saltaban fragmentos de la pared. Las balas pasaban volando chillaban y cantaban y hacían muescas en su carne y a pesar de ello permanecía allí disparando en la oscuridad.

«¡Invencible!», —pensó alborozadamente—. «¡Las balas lloviendo sobre mí desde todos lados, pero no pueden tumbarme! ¡Bastardos!».

Una bala lo alcanzó en el cuello y le hizo una seria lesión. Nick se volvió coléricamente, apretó el gatillo de su vacía pistola, y sintió que algo parecido a un yunque golpeaba su sien. Cayó de hinojos, vaciló por un momento, y enseguida se sintió como una piedra mientras otra bala daba contra su cráneo. Unas formas humanas salieron de la oscuridad y corrieron hacia la inerte masa que era el cuerpo de Nick Carter.