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a manera como los miembros individuales de un grupo experimentan todo lo que afecta a sus sentidos, el significado que atribuyen a sus percepciones sensoriales, depende de la forma estándar del saber —y, con este, también de la capacidad de formular conceptos— que la sociedad a la que pertenecen ha alcanzado a lo largo de su evolución. Si bien en sociedades como la nuestra el grado de distanciamiento en la percepción y manipulación de contextos naturales no humanos puede variar según el individuo y las circunstancias, los conceptos generales utilizados por todas las personas para comunicarse entre sí —conceptos como «rayo», «árbol» y «lobo», o como «electricidad», «organismo», «causa» y «naturaleza»— contienen un grado relativamente muy elevado de distanciamiento, que es compartido por los miembros adultos de esta sociedad. Lo mismo puede decirse de la experiencia, inducida socialmente, de ver la naturaleza como «paisaje» o como «bella». En otras palabras, el margen de las variaciones individuales del distanciamiento está supeditado a los patrones sociales del distanciamiento. Son estos patrones sociales los que encuentran expresión en formas determinadas de hablar y pensar sobre la naturaleza y el aprovechamiento, ampliamente institucionalizado, de la naturaleza para fines humanos[2]. Si se compara con épocas pasadas, el dominio de los sentimientos en la experiencia de la naturaleza, así como el dominio de la naturaleza misma, han aumentado. El compromiso se ha debilitado, aunque no ha desaparecido por completo. Ni siquiera la aproximación científica a la naturaleza exige la total disolución de formas de aproximación más comprometidas y emocionales. Lo que diferencia el criterio científico de otros precientíficos —es decir, menos distanciados— es la forma y las proporciones en que se combinan y equilibran las tendencias hacia el distanciamiento y hada el compromiso.
Al igual que otras personas, también los científicos dedicados al estudio de la naturaleza permiten que sus deseos e inclinaciones personales desempeñen algún papel en su trabajo; con bastante frecuencia se ven influidos por determinados intereses de grupos a los que pertenecen. Pueden tener in mente el deseo de promover sus propias carreras. Pueden albergar la esperanza de que los resultados de sus investigaciones concuerden con teorías que ya antes sostenían o con los postulados e ideales de grupos con los cuales se identifican. Sin embargo, en las ciencias naturales estas tendencias hada el compromiso sólo desempeñan un papel importante en la orientación general del trabajo de investigación, en la elección del objeto a investigar; en la mayoría de los casos están sujetas a procedimientos institucionalizados que ejercen una fuerte presión sobre los científicos, propiciando que estas tendencias bada el compromiso queden subordinadas a la búsqueda de (como solemos decir) «la cosa en sí», esto es, a una aproximación distanciada a su tarea. Los problemas inmediatos de tipo personal o social suscitan en esos casos la investigación de problemas de otra índole, de problemas científicos que ya no están directamente relacionados con personas o grupos concretos. Así, muchas veces los problemas iniciales, íntimamente arraigados en el aquí y ahora, sirven únicamente como fuerza impulsora; los problemas posteriores, los problemas científicos surgidos de los primeros, adquieren su forma y su significado en el desarrollo continuo, menos arraigado en el aquí y ahora y con mayor autonomía, de las teorías científicas y las observaciones de tal o cual ámbito de estudio, elaboradas por generaciones de especialistas.
Como otras actividades humanas, también el estudio científico de la naturaleza está determinado por un conjunto de valores. Cuando se dice que los científicos «no hacen valoraciones» o que están «exentos de valores» se están empleando los términos de manera confusa. Entre las principales características básicas de la corriente más importante de la investigación científica se encuentra su paulatina emancipación de ciertos conjuntos específicos de valores, de ciertos tipos específicos de valoraciones; así, por ejemplo, de las valoraciones políticas partidistas y las religiosas, o, en un sentido más amplio, de aquellas valoraciones que tienen como marco de referencia el bienestar o los padecimientos de la propia persona o los intereses de comunidades con las que uno se siente ligado. La investigación ha ido abandonando poco a poco esa valoración para reemplazarla por otra de distinto signo. El acento recae ahora sobre el descubrimiento del orden inherente de conjuntos de acontecimientos en una tarea cuyo desarrollo es fundamental para el valor de la búsqueda de conocimiento. Ciertamente, el planteamiento y desarrollo de esta tarea no es independiente del ser humano, pero si de este o aquel individuo particular.
Dicho de otra manera: al estudiar la naturaleza, los seres humanos y, en particular, los científicos, han aprendido que toda intromisión directa en su trabajo de intereses a corto plazo y necesidades de personas o grupos determinados, así como toda intervención en los resultados de la investigación del punto de vista egocentrista de los propios científicos, menoscaban el valor cognitivo de su labor y arruinan la utilidad final que esta podría tener para los investigadores o el grupo al que pertenecen. En otras palabras, los problemas que los científicos plantean e intentan resolver mediante sus teorías poseen un grado relativamente elevado de autonomía frente a las cuestiones cotidianas personales o sociales[3]; lo mismo cabe afirmar de los valores que intervienen en sus proyectos de investigación. Su trabajo no está absolutamente «exento de valores», pero, a diferencia de lo que sucede en la labor de muchos estudiosos de las ciencias sociales, existen patrones profesionales establecidos, y otras garantías institucionales que lo protegen en buena medida de la intromisión de valoraciones heterónomas[4]. Aquí el impulso primario del ser humano de recorrer los caminos más cortos para satisfacer tan pronto como sea posible una necesidad apremiante se ve subordinado a normas de procedimiento relativamente estrictas, que exigen un recorrido más largo[5]. Los científicos que estudian la naturaleza buscan medios para satisfacer las necesidades humanas sirviéndose de un rodeo, rodeo que pasa por el distanciamiento. Persiguen el objetivo de encontrar soluciones a problemas potencialmente importantes para personas de todas las sociedades. La pregunta típica del pensamiento comprometido, «¿Qué representa eso para mí o para nosotros?», se encuentra ahora subordinada a preguntas como «¿Qué es eso?», o «¿Cómo están relacionados esos fenómenos entre sí?». De esta manera, el nivel de distanciamiento, representado por la labor de físicos o biólogos, en cierta medida se ha institucionalizado como parte de la tradición científica. Este nivel de distanciamiento se mantiene con ayuda de una preparación altamente especializada y mediante diversas formas de controles sociales y mecanismos de represión de emociones inducidos socialmente. En una palabra, el nivel de distanciamiento se manifiesta tanto en las herramientas conceptuales y premisas básicas de los científicos, como en sus modos de pensar y proceder.
Aparte de esto, los conceptos y modos de proceder de este tipo han pasado de los lugares de trabajo de los especialistas científicos a toda la sociedad. En la mayor parte de las sociedades industrializadas se tienen como evidentes muchas formas impersonales de explicación de fenómenos naturales y otros conceptos basados en la idea de un orden relativamente autónomo, de una sucesión de acontecimientos independiente de cualquier grupo de observadores humanos, a pesar de que probablemente son muy pocos los miembros de esas sociedades que conocen mínimamente las largas batallas libradas para elaborar y difundir estos modos de pensar.
Pero también aquí, en el conjunto de la sociedad, estas formas distanciadas del pensamiento constituyen únicamente una de las varias capas de la aproximación del ser humano a la naturaleza no humana. No se puede decir en modo alguno que hayan dejado de existir otras formas de percibir la naturaleza, más comprometidas y cargadas de sentimientos. Así, en caso de enfermedad los pensamientos pueden divagar una y otra vez en tomo a la pregunta: «¿Quién tiene la culpa de esto?». Esta manera infantil de percibir el dolor puede considerar un ataque proveniente del exterior, lo cual es posible que provoque un afán de venganza, o, bajo la presión de una conciencia hipertrófica, el ataque puede parecer al individuo algo merecido, de modo que, equivocadamente o no, piense que él mismo es el culpable de estar padeciendo la enfermedad. Y, sin embargo, cabe que uno acepte al mismo tiempo el diagnóstico, más distanciado, del médico, quien dirá que la enfermedad es, antes que nada, el resultado de una sucesión completamente ciega de fenómenos biológicos y no una consecuencia del actuar, consciente o inconsciente, de personas, dioses o espíritus.
En resumen, incluso en sociedades como la nuestra las formas de pensamiento que tienden más hacia el compromiso siguen siendo parte integral de nuestra experiencia de la naturaleza. Pero en este ámbito del conocimiento están siendo cubiertas cada vez más por otras formas de pensamiento y percepción que exigen más de la capacidad del ser humano de ver las cosas desde fuera y, al mismo tiempo, percibir aquello que llama «mío» o «nuestro» como sistema parcial incluido dentro de un sistema más amplio. Su experiencia de la naturaleza ha llevado al ser humano, en el transcurso del tiempo, a idear y sobrellevar una imagen del universo físico muy insatisfactoria desde el punto de vista emocional y que, si bien es evidente que parece hacerse aún más insatisfactoria a medida que avanza la ciencia, concuerda cada vez más con los resultados acumulativos de las observaciones sistemáticas. El ser humano ha aprendido a imponerse a sí mismo una mayor reserva en su aproximación a los fenómenos naturales y, a cambio de tas satisfacciones a corto plazo a las que ha tenido que renunciar, ha obtenido un poder mayor para controlar y manipular las fuerzas de la naturaleza en beneficio propio y, así, en este ámbito ha ganado una mayor seguridad y nuevas satisfacciones a largo plazo.