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no de los conceptos claves necesarios para dominar este problema es el de síntesis progresiva. En este contexto, tal concepto es necesario en dos planos interdependientes. Con su ayuda es posible comprender más correctamente que nunca antes un determinado modo de relación de los objetos. Cuando se intenta tener presente la dirección del largo proceso en cuyo transcurso —bajo determinadas condiciones— de las moléculas simples surgen las moléculas complejas, de las moléculas complejas surgen unidades de integración más organizadas y, finalmente, los organismos unicelulares, luego organismos con órganos cada vez más especializados y sintetizadores y así sucesivamente, hasta llegar a la configuración más compleja, el ser humano, se ve qué es lo que permite conseguir el concepto de la síntesis progresiva en el plano de las relaciones entre objetos.
Pero este concepto también remite al desarrollo que el ser humano tiene del mundo que habita y del que forma parte. En otro lugar[27] he intentado mostrar como ejemplo aquella síntesis que actualmente es representada simbólicamente mediante el concepto de tiempo. El ámbito de todas aquellas cosas que hoy en día pueden ser relacionadas entre si mediante este concepto es extraordinariamente grande. Se puede aplicar en todos los niveles de integración, en el fisicoquímico, el biológico, el humanosocial. El mismo concepto de tiempo es expresión de una síntesis entre dos o más continuos de cambio, uno de los cuales suele estar marcado, de tal manera que con su ayuda es posible, en cierto modo, levantar piedras miliares en el incesante río del cambio, para así poder determinar el tamaño, no concebible directamente, de los intervalos entre lo ocurrido antes y lo ocurrido después. No obstante, en el estado actual del saber las diferentes ciencias poseen diferentes tipos de tiempo, como el tiempo físico, el tiempo biológico o el tiempo social, desligados unos de otros como lo están las mismas ciencias. Falta un modelo que los relacione. Nos encontramos aquí en el frente de batalla del saber actual, donde abren brecha los problemas pendientes. Pero precisamente la investigación del desarrollo de aquello que hoy cubrimos mediante el concepto de tiempo muestra cuán grande debió de ser el esfuerzo que el ser humano realizó durante milenios para elaborar símbolos conceptuales que representaran esas síntesis de enorme alcance de las que el actual concepto de tiempo es un ejemplo y que, a su vez, hacían aparecer brechas específicas en su frente de batalla, esto es, inconexas islas de saber en el mar de la ignorancia humana.
La amplitud del alcance de la síntesis que hoy representa el concepto de tiempo sólo se aprecia con claridad cuando se compara con el alcance de la síntesis que subyace a los precursores de nuestras expresiones temporales en los usos de los pueblos menos complejos. Allí, trátese de pueblos de antepasados o de contemporáneos, nos topamos con niveles del desarrollo conceptual en el que aún eran inaccesibles al hombre las amplias síntesis que encuentran expresión en términos como «año» o «estación». Hubo (y hay) niveles del desarrollo del saber en los que el ser humano, utilizando principalmente signos para designar acontecimientos discontinuos ocurridos aquí y ahora, podía comunicar aquello que hoy intentamos simbolizar con expresiones temporales. Así, para ellos la luna nueva podía significar un importante acontecimiento social, sin que estuvieran en condiciones de crear un símbolo conceptual para designar el lapso de tiempo entre una y otra aparición de la luna nueva, una representación simbólica de la relación entre las dos percepciones estáticas de la luna nueva. En pocas palabras, el caudal de sus conocimientos y su modo de pensar no Ies permitía todavía una representación simbólica de una síntesis relativamente impersonal como la que hoy encuentra expresión en conceptos al parecer tan sencillos como son «semana» o «mes».
El actual concepto de las ciencias es ciertamente el representante de un nivel de formación de conceptos en el que el ser humano es capaz de lograr una síntesis mucho más amplia que en el nivel en el que se decía «cosecha» por «año» y quizá «luna nueva» por «mes», o en el que el flujo y reflujo de las mareas servía como medio para determinar aquello que hoy llamamos «tiempo». Pero en el largo proceso de la síntesis progresiva, realizado paralelamente a la creciente adquisición de conocimientos de la humanidad, se presentan una y otra vez figuras familiares. Una y otra vez el ser humano se encuentra, en el límite del caudal de los conocimientos del momento, con fenómenos que no puede relacionar entre sí, bastante a menudo sin que los seres humanos implicados adviertan esta falta de relación, este problema que se abre ante ellos. No se percatan de su ignorancia; no se percatan de que podrían relacionar entre sí aquellas cosas que para ellos aún aparecen inconexas. Luego, en el siguiente nivel, el problema es resuelto; se encuentra la respuesta a la cuestión de qué relación guardan entre sí fenómenos antes imposibles de conectar unos con otros, y los seres humanos desarrollan en su trato mutuo un término que simboliza esta relación, término con cuya ayuda pueden hablar sobre ella y que, al mismo tiempo, marca de tal modo su experiencia de las cosas que perciben acontecimientos de acuerdo con la relación simbolizada por un término común. En tiempos remotos ocurrió esto con la percepción de la luna nueva. Cuando, digamos, un rey de Babilonia hacía comunicar al país que la luna nueva había sido avistada, todavía no era posible comprender la relación periódica entre una luna nueva y la siguiente como un intervalo de tiempo susceptible de ser calculado con antelación, o en todo caso, esto sólo estaba en vías de ser entendido.
Algo semejante ocurre con la relación que las ciencias guardan unas con otras. Hoy en día aún continúa un tanto oscura la cuestión de por qué no existe sólo una ciencia, sino varias, lo mismo que el problema de la relación entre estas diversas ciencias. Cuando se emprende el intento de relacionar entre sí las diferentes ciencias, suele ir dirigido hacia una tipología al estilo de la de Linneo. Las diferentes ciencias se sitúan unas al lado de otras, como una vez se hiciera con las especies vegetales, y se comparan. Sus diferencias son descritas como las diferencias de tipos estáticos, como antes se hiciera con las diferencias de los tipos de animales y vegetales, pero aún no se describen ni se explican con ayuda de un marco de referencia evolutivo que permita reconocer sus esferas de acción, primero, y las mismas ciencias, después, como etapas de un proceso, en lugar de como tipos inconexos. La habitual concepción de las relaciones de las ciencias fisicoquímicas con las biológicas, y de estas con las humanas, despierta fácilmente la impresión de que todas estas ciencias se encuentran una al lado de la otra, en un mismo plano. Nuestra tradición, podría pensarse, nos ha acostumbrado a un modelo unidimensional de las ciencias, tanto si este tiene la forma de un sistema donde las ciencias están la una al lado de la otra, como si tiene la forma de una reducción de diferentes ciencias a sólo una de ellas. No es difícil observar que la organización social de las ciencias, que —sean cuales sean las diferencias (no oficiales) de status y poder de estas— coloca una disciplina especializada al lado de otra, favorece esta concepción. Pero una observación más minuciosa muestra que hace falta un modelo multidimensional de las ciencias para comprender correctamente la naturaleza de las relaciones entre las ciencias y para representar simbólicamente estas relaciones de manera adecuada. Tal modelo puede también corregir la idea de que los ámbitos de estudio de las diferentes disciplinas especializadas pueden existir tan separados unos de otros como las mismas disciplinas, las cuales se excluyen unas a otras mediante altas murallas defensivas. La dificultad estriba en que esos campos de estudio están muy entrelazados unos con otros. Aquí nos topamos con uno de los obstáculos que se interponen en el camino de la cooperación interdisciplinaria.
En una observación desapasionada el carácter escalonado de las relaciones entre las ciencias resulta bastante razonable. Pero es evidente que para advertir este carácter escalonado es preciso ascender a un nivel de distanciamiento que boy en día aún es difícil de alcanzar en el trato social. Así, pues, el trabajo en la elaboración de un modelo más adecuado de las ciencias, en lo referente a sus relaciones mutuas —es decir, de un modelo de modelos—, constituye al mismo tiempo una contribución al problema de las actitudes que desempeñan un papel central en la labor científica del ser humano: una contribución al problema del compromiso y el distanciamiento.
No es difícil advertir que el campo de estudio de los biólogos está compuesto por formas de organización de orden superior al de los físicos y químicos. Tampoco es difícil comprobar que aquel nivel fenomenológico que constituye el campo de estudio de físicos y químicos no se encuentra fuera del nivel de integración que constituye el campo de estudio de los biólogos, sino dentro de este. De hecho, en este mundo no existe ningún ámbito de estudio científico que no contenga en uno de sus niveles de integración series de fenómenos propios de aquel tipo de orden al que llamamos fisicoquímico. En otras palabras, los fisicoquímicos trabajan con una capa del conjunto del universo. En varias esferas, como en la de los cuerpos celestes, es, hasta donde sabemos, la única capa. Dentro de esta capa, como ya se ha dicho y con pocas excepciones, las partes componentes están integradas en las unidades de orden inmediatamente superior de manera reversible y no funcional. En los ámbitos de estudio de otras ciencias, por el contrario, la capa de los fenómenos fisicoquímicos es sólo una de varias capas. Ya se ha dicho que una integración de orden cada vez más elevado dentro de un creciente número de planos de integración da forma a propiedades estructurales y procesuales que no pueden explicarse partiendo únicamente de las propiedades estructurales de las partes constituyentes del nivel fisicoquímico. Pero todavía se carece de una formación de conceptos que tome esto en consideración. Es, evidentemente, algo arduo de lograr, y se debería reflexionar sobre los motivos de esta dificultad.
Que una célula es una forma de integración de tipo distinto y superior, que las células y, sobre todo, los organismos multicelulares, representan un nivel posterior en el orden de sucesión de la evolución terrestre que las partículas moleculares que las componen, es algo que puede considerarse, en cierta medida, seguro. Lo que aún no parece estar claro para el canon del pensamiento actual es el hecho de que el dogma fundamental atomístico no puede ser aplicado como idea directriz en el estudio de unidades de un orden de integración superior. Podría decirse que allí el dogma se invierte. Cuanto más se sube por la escala evolutiva, cuanto mayor es la especialización funcional y más amplias y múltiples son las formas de los centros de integración ordenados jerárquicamente, más necesario se hace ir de las unidades compuestas de orden superior a las unidades constituyentes de orden inmediatamente inferior, en lugar de ir de las unidades constituyentes a la unidad compuesta de orden superior. Es decir, también para el estudio de una unidad de integración extremadamente compleja —de un mono, por ejemplo— es absolutamente necesario y oportuno dejar a la vista todas las cadenas particulares de fenómenos fisicoquímicos que puedan hallarse. Pero todos los fenómenos del plano fisicoquímico poseen lugares específicos y funciones específicas dentro de la estructura global de tal organismo. Los estudios aislados dentro del plano fisicoquímico, por numerosos que sean, serán infructuosos mientras no pueda comprenderse, con ayuda de un modelo de la estructura de integración de orden superior, la posición y función de esos fenómenos de orden inferior en relación con esta estructura de integración de orden superior. En la praxis del trabajo científico esta inversión del dogma fundamental atomístico aparece por doquier. En el estudio de organismos y, no en último término, también en el estudio de problemas del ser humano ya se ha introducido, en muchos casos como un procedimiento bien entendido, la idea de que para estudiar estructuras de integración de orden superior se debe ir de estas a sus partes de orden relativamente inferior.
Pero aún no se ha reconocido en su justa medida la importancia que posee para la teoría de la ciencia esta diferencia entre la investigación de las capas fisicoquímicas y la investigación de las unidades de integración de orden superior. Los representantes de aquellas ciencias que se ocupan de ámbitos de estudio de elevado grado de organización desarrollan muchas veces representaciones conceptuales de formas de relación que a menudo se diferencian de manera inequívoca de las formas conceptuales desarrolladas en la investigación de niveles de organización menos complejos. Pero generalmente estas diferencias surgen en el plano de la praxis científica y se quedan en este. Rara vez se reflexiona sistemáticamente sobre ellas, y la praxis misma se queda a medio camino. Carece de un modelo de las ciencias con cuya ayuda sea posible cimentar teóricamente las diferencias en la praxis de tos diferentes campos científicos y, a partir de estas, hacer más comprensibles las relaciones entre estos campos.
En primer lugar se trata de señalar limites dentro de los cuales puedan ser útiles los modelos físicos del trabajo científico, y explicar por qué dentro de estos límites esos modelos sólo son aplicables en determinada medida. A este respecto la concepción de niveles de integración ordenados jerárquicamente es de especial utilidad como directriz. Pues, si bien es cierto que en este mundo no existe ningún campo de estudio que pueda ser comprendido por completo sin un estudio de las relaciones de los fenómenos físicos; dicho en otras palabras, sí bien es cierto que no existe ningún ámbito de estudio en el que las investigaciones fisicoquímicas no contribuyan a la comprensión de dicho ámbito, no posibiliten la comprensión de los modos de funcionamiento y comportamiento de una unidad compuesta perteneciente a dicho ámbito, también es verdad que esta contribución disminuye a medida que aumenta la distancia entre el nivel de integración físico y el nivel de integración de orden más elevado de una unidad compuesta. Lo mismo es válido para lo afirmado antes sobre la inversión del dogma fundamental atomístico, esto es, que los fenómenos del plano de orden inferior pueden y deben ser explicados a partir del plano de organización de orden superior. Pues a lo largo del cambio evolutivo la capacidad de autodirigirse de las unidades de integración aumenta y se hace más variada; de acuerdo con esto, también aumenta la tendencia de todos los fenómenos fisicoquímicas a ir en el mismo sentido que la unidad de integración de orden superior. Y así como en tales casos poco puede comprenderse el funcionamiento de fenómenos fisicoquímicos si no se conocen sus regularidades como tales, tampoco podrán comprenderse sus funciones dentro del conjunto de una unidad de orden superior —como, digamos, un ser vivo complejo— partiendo únicamente de sus regularidades fisicoquímicas.
A medida que se va subiendo por la escala evolutiva hacia unidades cada vez más diferenciadas e integradas, más pronunciada se hace la diferencia entre las propiedades estructurales de los procesos que uno va encontrando y las propiedades estructurales de los fenómenos del plano fisicoquímico. Ya antes se ha mostrado que, debido a la falta de un modelo evolutivo escalonado, los aparatos conceptuales ordenados que la humanidad desarrolla en su esfuerzo por proyectar luz sobre características especificas de representantes de niveles de integración elevados, y del más elevado que conocemos, a menudo están envueltos por el aura de algo misterioso. Involuntariamente, tanto materialistas como antimaterialistas dan por supuesto que el nivel fisicoquímico de la existencia, la materia, es el verdaderamente real, el que no oculta ningún misterio. Las propiedades estructurales específicas de representantes de niveles más elevados, y en especial las propiedades específicas del nivel más elevado de todos, el del ser humano, aparecen —frente a la realidad de la materia— como algo misterioso y a menudo como síntoma de una existencia inmaterial que «es», por así decirlo, fuera y al lado de la existencia fisicoquímica, pero que con bastante frecuencia se representa con un aparato mental y conceptual que guarda armonía con el fisicoquímico…