11. Roma no cede: la lucha continúa y se extiende
Poco a poco, y en la medida en que el esperado asedio púnico de Roma no se produce, va retornando la calma y la normalidad a la ciudad. Una vez superado el inmenso golpe que supone la catástrofe de Cannas, la actividad política vuelve a sus cauces rutinarios. Profundamente conmocionados por los efectos de una estrategia equivocada, los romanos forman una piña en torno a la elite senatorial y se proponen actuar en el futuro con mucha más cautela y energía. Aumenta el grado de cooperación entre los diferentes estamentos sociales y también se entierran las múltiples rencillas persistentes que tanto habían dificultado en el pasado la acción común. Los candidatos a los distintos cargos político-militares que a partir de ahora propone el senado son aprobados sin rechistar por la asamblea del pueblo. Para su selección imperan criterios prácticos, ante todo su aptitud militar, y no políticos, como había sucedido en alguna ocasión anterior con los consabidos catastróficos resultados. Este nuevo planteamiento es fundamental para profesionalizar la actuación del estado mayor romano y poner a las tropas, que han sobrevivido a las pesadillas pasadas, bajo el mando de generales más cautelosos y hábiles. Experimentados senadores con fama de prudentes y reflexivos, como Quinto Fabio Máximo o Marco Livio Salinátor, vuelven a ser reactivados. Otros de los que se esperaba actuasen comedidamente obtienen la oportunidad de demostrar su valía. Marco Claudio Marcelo, Quinto Fulvio Flaco, Cayo Claudio Nerón o los hermanos Escipiones, por citar sólo a algunos ejemplos, serán los depositarios de las esperanzas romanas en la lucha contra Aníbal y Cartago que Roma se obstina en proseguir a toda costa.
Paralelamente al reclutamiento de un nuevo alto mando, se movilizan todos los recursos terrestres y marítimos disponibles y se reclama la colaboración de los aliados itálicos fieles a la causa de Roma; incluso se llega al extremo de reclutar un contingente de 8.000 esclavos para paliar la falta de combatientes. En un tiempo récord se consigue rehabilitar a más de una docena de legiones, de las que desde luego sólo algunas contaban con su total potencial ofensivo. Después de una breve fase de entrenamiento, son trasladadas rápidamente a los distintos comandos regionales que se están creando (Roma, Apulia, Campania, Tarento). Mediante tal alarde de efectividad, se pretende ante todo afianzar la presencia militar romana en Italia y evitar así nuevas deserciones de los aliados itálicos.
Nadie quiere enfrentarse otra vez a Aníbal, que sigue operando en Campania, donde su aliada Capua le sirve de cuartel general. Su próximo objetivo es la conquista de Nola, cosa que no consigue. Como se acerca el mal tiempo, se ve obligado de retirarse a Arpi para invernar. La misión de las fuerzas romanas es intimidarle, cercarle sin combatir y, al mismo tiempo, hostigar a los aliados itálicos de Cartago. Por estas fechas la prioridad estratégica romana puede ser reducida a la fórmula de impedir que el nuevo aparato militar, tan penosamente reclutado, vuelva a ser guiado por oficiales inexpertos o ineptos. Se impone el criterio de retornar a la táctica que en el pasado ya había puesto en vigor Quinto Fabio Máximo: minimizar el riesgo propio y hacer una guerra de desgaste contra Aníbal.

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La importancia numérica del nuevo potencial bélico posibilita una presencia activa de legiones romanas en diferentes puntos del escenario militar itálico, así como en ultramar. El mayor núcleo de tropas se dedica a observar de cerca los pasos de Aníbal y de sus generales (Hannón, Bomílcar, Amílcar, etcétera) en el sur de Italia. No pueden evitar que los emisarios púnicos consigan el concurso de nuevos partidarios en tierras de los brutios y locrios, a los que se suman algunas ciudades griegas de la zona.
En el otro bando, el victorioso ejército cartaginés, sensiblemente debilitado después del desgaste sufrido en Cannas, precisa urgentemente refuerzos para seguir manteniéndose invicto en suelo itálico. Éstos sólo podían venir de Cartago o de Hispania. Roma, muy consciente de la situación, activa su flota en el Mediterráneo central para impedir los suministros que desde Cartago pudieran alcanzar Italia por vía marítima. Para imposibilitar la llegada de tropas frescas procedentes de Hispania, los romanos potencian allí sus actividades bélicas y someten a las unidades púnicas que guarnecen la Bética a un constante acecho.
Desde el verano del año 218 a.C. un ejército romano se desenvuelve a sus anchas al sur de los Pirineos. Después de concluir felizmente una serie de combates, los romanos logran establecerse en suelo hispano, ya que los cartagineses se ven impotentes para poder expulsarlos. Como podemos constatar, los romanos responden a la ofensiva itálica de Aníbal con los mismos métodos que emplea el general cartaginés. Al igual que Aníbal, cuya presencia en Italia pretende socavar los cimientos de la federación romano-itálica, las legiones de los hermanos Escipiones quieren incitar a los pueblos hispanos a que abandonen la causa de Cartago.
Sus actividades se dirigen a las comunidades ibéricas de Cataluña, las cuales llevan muy poco tiempo, concretamente desde el verano del año 218 a.C., perteneciendo al dominio bárquida y por eso parecían susceptibles de pasarse al bando romano. Debido a la política de captación y también al estacionamiento permanente de importantes contingentes militares en la zona, Roma consigue adhesiones y con ello consolida su presencia en el norte de Hispania. Desde el inicio de la guerra, los hermanos Escipiones, Publio al mando de la flota y Gneo en cabeza del ejército de tierra, operan con éxito al sur de los Pirineos y logran, tras expulsar a las tropas púnicas estacionadas allí por Aníbal, entorpecer las líneas de suministro que enlazan el ejército cartaginés en Italia con sus bases de intendencia hispanas. La incursión que llevará a la flota romana hasta Ibiza y la derrota que infligen las legiones romanas a las tropas púnicas, superiores en número, cerca de Iliturgi, son las gestas más destacadas.
Los dos primeros años de guerra presentan características inversas en lo referente a los parámetros de actuación de ambos contrincantes. Es decir-, lo que sucede en el teatro de guerra itálico está en contradicción y es compensado por lo que pasa simultáneamente en Hispania. Mientras que Aníbal derrota a los romanos una y otra vez en su propio terreno, se ve impotente para impedir que los hermanos Escipiones exhiban triunfalmente las armas romanas por la Península Ibérica.
Si contemplamos ambos escenarios, fuera de la comparación del balance político-militar en los dos frentes, salta a la vista un hecho digno de ser retenido. Análogamente a la actuación del clan bárquida, responsable de la expansión ultramarina de Cartago, la familia romana de los Escipiones está adquiriendo un protagonismo político-militar comparable al de sus homólogos púnicos que le permitirá sobresalir del colectivo aristocrático romano. El auge de los Escipiones aparece desde el principio estrechamente ligado a Hispania. Será este país, cuna de sus primeros laureles, la plataforma de su futura carrera. Si nos adelantamos aquí en el relato de los acontecimientos y los enjuiciamos a través de la óptica romana, el gran mérito de los Escipiones consistirá en neutralizar la base logística de Aníbal y luego, en el transcurso de la guerra y después de sufrir enormes reveses, conseguir bajo los auspicios del joven Publio Cornelio Escipión expulsar a los cartagineses de Hispania. Durante largos años, los hilos de la política hispana de Roma serán movidos por los Escipiones, quienes de manera decisiva influirán en el proceso de conquista y romanización del país.
Con la inclusión de Hispania en la guerra de Aníbal contra Roma se activa un nuevo escenario bélico de trascendental importancia para el futuro curso de la contienda. La extensión del conflicto a vastas zonas del litoral mediterráneo implica un sustancial aumento de los recursos empleados y prolonga con ello su duración. Esta situación es registrada atentamente por Aníbal, cuyo interés es garantizar el aprovisionamiento de un ejército que al operar en territorio enemigo depende altamente de un sistema de comunicaciones intacto. Mientras se pueda mover libremente por Italia y recibir periódicamente suministros de Cartago e Hispania, Aníbal no ve motivo para intranquilizarse. El precio de la guerra lo seguían pagando los romanos, quienes todavía no habían conseguido resarcirse de las derrotas encajadas. Además, se ven obligados a soportar que los cartagineses campen a su antojo por Italia. Aníbal aprovecha la situación para emprender expediciones de pillaje y devastación que le posibiliten obtener botines y desmoralizar a los pueblos adeptos a Roma. Algunas regiones tardarán decenios en recuperarse de los daños sufridos.
Más problemático que los estragos que padece el medio ambiente es para Roma el asunto de la consistencia de la federación romano-itálica, que corre el riesgo de desmembrarse de modo irreparable si Roma vuelve a encajar otro revés comparable al de Cannas. Semejante amenaza se abate como espada de Damocles sobre el alto mando romano. Perfectamente al corriente de esta debilidad, Aníbal no cesa de ejercer una constante presión contra el aparato militar romano sin desperdiciar ninguna oportunidad. Le vemos, por ejemplo, en pleno invierno hostigando la ciudad campana de Casilino, que al final conquistará.
Aníbal quiere agobiar a su enemigo en todos los terrenos para impedir que éste pueda llevar la iniciativa de la guerra. En el centro de esta estrategia se inserta la búsqueda de nuevos aliados fuera de Italia para estrechar el cerco de Roma y obligarla a batirse en más frentes.
Uno de los potenciales enemigos de Roma, posiblemente el más poderoso de todos, es Filipo V de Macedonia. Hacía tiempo que estaba enojado con los romanos porque éstos no desperdiciaban ninguna ocasión de intervenir en la región ilírica-dálmata. Filipo V valora negativamente esta actitud, que considera como una intromisión en la tradicional zona de influencia de la monarquía macedónica. Por eso, en el cenit de los éxitos cartagineses en Italia, se llega a la conclusión de un tratado de amistad y cooperación entre Aníbal y el rey de Macedonia, ratificado por los miembros del consejo de Cartago presentes en la ceremonia de juramento en el campamento cartaginés de Capua. La cláusula más importante del acuerdo es la promesa de apoyo mutuo en la guerra contra Roma. Mediante esta nueva alianza, un gran estado territorial griego del Mediterráneo oriental entra a formar parte de la coalición antirromana que Aníbal siempre había anhelado confeccionar. Al mismo tiempo se cumplen las aspiraciones cartaginesas de abrir un nuevo frente contra Roma en la ribera adriática que sirva para fraccionar el potencial militar romano. Aunque Filipo V no ejerce una beligerancia activa, la hostilidad de Macedonia obligará a Roma a distraer fuerzas que de lo contrario habrían podido ser empleadas directamente contra Aníbal o en Hispania o contra Cartago.
A través de Polibio (VII 9) nos enteramos del contenido del tratado, cuyos párrafos nos dan cuenta de la siguiente situación: «Los cartagineses serán enemigos de los que hagan la guerra al rey Filipo, a excepción de los reyes, las ciudades y los linajes con los cuales tengamos juramento de amistad. Vosotros, los macedonios, seréis también aliados en esta guerra contra los romanos, hasta que los dioses nos cedan a todos la victoria. Nos ayudaréis como convenga, en la forma que acordemos. Y si los dioses hacen que esta guerra que hacemos todos contra Roma y sus aliados la acabemos con buen éxito y ellos buscan nuestra amistad, accederemos, pero de manera que esta amistad valga también para vosotros, y así no les sea nunca lícito declararos la guerra, ni dominar Corcira, ni Apolonia, ni Epidauro, ni Faros, ni Dimale, ni Partino, ni Atintania. Restituirán a Demetrio de Faros sus amigos que ahora se encuentran en poder de los romanos. Y si éstos os declaran la guerra, o nos la declaran a nosotros, nos ayudaremos mutuamente, según precisemos unos y otros. Y también si la declaran a terceros, a excepción de aquellos reyes, ciudades o linajes con los cuales tengamos juramento de amistad. Y si nos parece necesario añadir o suprimir algo de este juramento, lo suprimiremos o añadiremos, según parezca bien a las dos partes».
El acuerdo estipulado entre Cartago y Filipo V de Macedonia en el momento de máximo apogeo de las armas cartaginesas (215 a.C.) es el único documento contemporáneo del que tenemos constancia que nos permite sacar conclusiones sobre las metas políticas de Aníbal. Como el texto del tratado demuestra, Aníbal no pretende borrar a Roma del mapa político, ni siquiera parece querer romper su hegemonía sobre una parte del territorio itálico. Tampoco se opone a la evidente existencia de un poderoso estado romano. Lo que Aníbal sí quiere evitar a toda costa es la preponderancia romana sobre el Mediterráneo occidental, de la que tan mal sabor de boca tenían los cartagineses, al recordar por ejemplo la incautación de Sicilia y el rapto de Cerdeña. Los planteamientos de Aníbal no están encaminados a la construcción de un todopoderoso imperio cartaginés que anulara la existencia política de sus rivales. En la propuesta de Aníbal salta a relucir la idea de un sistema de soberanía compartida entre estados más o menos comparables. Observamos un intento de adaptación del sistema político helenístico que desde hace un siglo impera en los países de la cuenca del Mediterráneo oriental. Las monarquías recortadas de la extensa y por ello ingobernable masa del imperio de Alejandro Magno (Macedonia, Siria, Egipto) se contrarrestan entre sí e impiden la formación de un estado hegemónico que las pueda subyugar.
Tal y como apreciamos, las concepciones políticas de Aníbal, impregnadas de pragmatismo, distan mucho de estar enturbiadas por el embriagador efecto de sus recientes triunfos. Su nota predominante la constituye una visión clara del futuro, así como un análisis realista de los propios recursos y de los del enemigo.
Si bien la alianza entre Cartago y Macedonia incrementa notablemente el prestigio de Aníbal en el mundo griego, mucho más espectacular aún es el giro que se produce en Siracusa, la secular enemiga de Cartago, al pasarse al bando de Aníbal. En verano del año 215 a.C. fallece Hierón de Siracusa, quien desde comienzos de la primera guerra púnica (264 a.C.) había abrazado la causa de Roma, permaneciendo fiel a ella durante el transcurso de su largo reinado. A raíz de las luchas internas que estallan para llenar el vacío de poder ocasionado por la desaparición del longevo monarca, Jerónimo logra ocupar el trono siracusano. El nuevo rey de Siracusa no esconde su simpatía por Aníbal. Éste, siempre bien informado de lo que sucede en Siracusa, manda a la metrópoli griega de Sicilia a dos próceres siracusanos que sirven en su ejército y que poseen la ciudadanía cartaginesa para intensificar las negociaciones en favor de una alianza antirromana y procurar atraerse a los enemigos de Roma hacia la causa de Cartago. Al cabo de una serie de convulsiones internas y peleas ciudadanas en el transcurso de las cuales cae el joven rey (verano del año 214 a.C.), Hipócrates y Epicides, los agentes de Aníbal, logran adquirir una influencia decisiva y merced a ella movilizar el potencial militar siracusano contra Roma.
Sicilia, la plataforma natural del desembarco romano en el litoral africano, queda seriamente amenazada por la defección de Siracusa. Además, la ciudad puede brindar a la flota púnica el disfrute de un excelente puerto-escala, valiosísimo baluarte de apoyo para las operaciones del ejército de Aníbal concentrado por aquel entonces en la Italia meridional. Sin demora alguna, Roma se apresura a estacionar nuevas legiones en Sicilia y redobla los esfuerzos para limitar las consecuencias negativas que conlleva la pérdida de una ciudad tan importante estratégicamente. Nace un nuevo frente y Roma se ve obligada a recuperar Siracusa para conservar el control de la isla, tan vital por la cantidad de cereales que suministra a Italia.
Las alianzas con Macedonia y Siracusa dan prestigio al ataque cartaginés a Roma, que a partir de ahora se convierte en una empresa global respaldada por potencias de gran renombre. Los vínculos entre los nuevos aliados no se estrechan en primera línea para consumar un proyecto claramente definido, sino más bien por los análogos sentimientos de animadversión contra Roma.
A partir del año 215 a.C. los campos de batalla proliferan por doquier y se extienden por medio mundo mediterráneo. En su extremo más occidental, son los Escipiones quienes pugnan con Asdrúbal Barca, disputándole la posesión de las zonas mineras de Hispania, fuente de financiación de la guerra. En su centro, donde se ubica el principal teatro de operaciones, el ejército de Aníbal controla el sur de Italia, y las legiones de Quinto Fabio Máximo y Tiberio Sempronio Graco lo acosan con la pretensión de cortar su radio de acción. Paralelamente, flotas romanas y púnicas surcan las aguas del Mediterráneo occidental intentando neutralizarse. Cartago despacha un cuerpo expedicionario a Cerdeña para recuperar la isla, donde sin embargo encuentra una fuerte resistencia que frustrará la acción. En Sicilia las tropas de Marco Claudio Marcelo y Apio Claudio Pulcro combaten contra mercenarios cartagineses y se preparan a sitiar Siracusa. En el Adriático aparece una flota romana al mando de Marco Valerio Levino con la misión de disuadir a Filipo V de Macedonia de invadir Italia.
Un inmenso frente que abarca de oeste a este la zona que va del valle del Guadalquivir al mar Jónico y, desde el norte al sur, la región delimitada por los Alpes y el desierto del Sahara marca la pauta de los acontecimientos interrelacionándolos y condicionando su mutua dependencia. Pero la guerra no sólo cambia respecto a la extensión de su campo de acción, sino que también adquiere otro ritmo muy diferente del que hasta ahora había imperado. El factor sorpresa, la velocidad y los intrépidos movimientos de tropas a través de grandes espacios geográficos, elementos todos ellos que caracterizan la fase inicial de la contienda, dan paso a una regionalización de los escenarios bélicos. Su nuevo curso lo determinan la guerra de trincheras, los asedios de ciudades, la defensa de las líneas propias y una encarnizada pelea por controlar las bases de aprovisionamiento del adversario. Observamos una lucha de desgaste que cuanto más tiempo dura, más estragos causa a quien tiene mayores dificultades para lograr recomponerse. Al ir apagándose el dinamismo inicial, se reducen sensiblemente las posibilidades de Aníbal de concluir con éxito sus objetivos. Aníbal tiene que emplear todas sus energías y recursos para mantener el statu quo. Sólo así podrá evitar que su ejército, acostumbrado a llevar la iniciativa, pase a ser hostigado y obligado a reaccionar ante las acciones de su rival. Cada año que transcurre sin que sus enemigos encajen una derrota es perjudicial para Aníbal y favorable a los intereses de Roma.
Este cambio de situación, que a partir del año 214 a.C. empieza a percibirse con claridad, se ve contrastado por los vaivenes de la guerra, los cuales deparan victorias), descalabros de forma alternativa a ambos contrincantes. Al cabo de una racha de relativa inactividad, Aníbal consigue en el año 213 a.C. anotarse un importante tanto a su favor. Tarento, la ciudad griega más importante en suelo itálico, abandona la alianza contraída con Roma y se pasa a Aníbal. Después de Capua y Siracusa, ya son tres grandes ciudades las que abrazan la causa de Cartago. Sin embargo, la inicial alegría de Aníbal pronto se verá empañada, pues la ciudadela de Tarento, sólidamente fortificada y emplazada en un montículo desde donde se controla fácilmente la actividad portuaria, permanece ocupada por una guarnición romana. Casi cuatro años resistirá a toda clase de asedios sentando con ello un precedente de tenacidad. Este gesto ilustra, como ya sucediera después de la derrota de Cannas, la inquebrantable voluntad de victoria por parte de Roma. Esquivando a Aníbal, haciendo de la defensa una virtud, un modelo de irreductibilidad, Roma va recuperando paulatinamente su capacidad militar y la fe en su propia fuerza. Sólo le faltaba ahora adjudicarse alguna victoria para procurar cambiar la suerte de la guerra.
¿Cómo funciona la cooperación entre Aníbal y Cartago después de estallar el conflicto armado? A pesar del impedimento que representa la distancia que media entre ambos, desde el primer momento la metrópoli púnica no deja de apoyar todas las actividades que Aníbal emprende. El ataque frontal lanzado al corazón de Italia hace desistir a los romanos, plenamente ocupados en defenderse, de llevar la guerra al norte de África. Libre de la terrible presión que habría supuesto tener a las legiones romanas ante sus murallas, Cartago se dedica a coordinar las operaciones de los ejércitos púnicos que se baten en los diferentes frentes. Acapara en sus almacenes víveres y armas. Recluta y entrena a contingentes de mercenarios. Manda regularmente naves que transportan avituallamiento y soldados a Hispania e Italia. Instiga golpes de mano a través de su armada para apoyar las operaciones terrestres de Aníbal y las de sus lugartenientes. Cumplir estas misiones supone un gran esfuerzo que sólo es posible realizar mientras funcionen las redes comerciales, sigan sucediéndose las importaciones de metales preciosos de Andalucía y África y entren en las arcas de Cartago los tributos recaudados en Libia. Desde luego, cuanto más se prolonga el conflicto, más difícil es mantener intactos todos los canales comerciales y económicos. Nada nos dicen nuestras fuentes sobre las posibles actividades críticas de la oposición antibárquida, seguramente preocupada por la duración de la guerra. Es de esperar que ésta fuese acallada gracias a las sensacionales hazañas de Aníbal. La consecución de una imponente serie de victorias sobre Roma debió de halagar a los conciudadanos de Aníbal humillados en el pasado por la prepotencia romana. Podemos imaginar que se genera un proceso de identificación entre la ciudadanía y el prodigioso estratega, artífice de la gloria de las armas púnicas y símbolo de la energía y del temple de Cartago.
En el año 213 a.C. sale a instancias de Aníbal una flota de Cartago. Su comandante, Himilcón, traslada a una columna de 25.000 hombres al litoral siciliano. Logra conquistar Acragante. Sin embargo no consigue cumplir el objetivo prioritario de la expedición: romper el cerco romano de Siracusa. A continuación, otra armada compuesta de 50 embarcaciones es derrotada por la marina romana, con lo que también fracasa un segundo intento de liberar a Siracusa de la tenaza de las tropas de Marco Claudio Marcelo.
A pesar de todos estos reveses, Siracusa sigue firme en su propósito de independizarse de Roma y permanece por ello fiel a la causa de Cartago. Su espíritu de resistencia está siendo avivado por un ciudadano siracusano portentoso, extraordinario prodigio de la física, de las matemáticas, de la hidráulica, de la mecánica, etcétera, ya considerado por sus contemporáneos como uno de los más grandes talentos universales: Arquímedes. Merced a los artefactos construidos según sus instrucciones, así como a un ingenioso sistema de defensa diseñado por él, las tropas romanas se ven, una y otra vez, repelidas en sus intentos de tomar la ciudad (Polibio VIII 5-9). ¿Puede considerarse mera casualidad que Aníbal, el inspirado estratega, se encuentre alineado al lado del genial científico Arquímedes en la lucha contra Roma? Posiblemente esta conjunción de energía y espíritu, de política y erudición, de poder y sabiduría refleje de manera paradigmática la unidad de acción de todos aquellos que se sienten profundamente escépticos ante los proyectos hegemónicos de Roma.
En la primavera del año 211 a.C. las tropas de Marco Claudio Marcelo logran por fin, gracias a la negligencia de los defensores y a la traición, ocupar el perímetro amurallado (epipolae) de la ciudad, considerado como inexpugnable. Por última vez, los cartagineses hacen todo lo posible para socorrer a sus aliados siracusanos. Al volver a fracasar en este empeño, la caída de Siracusa en manos del ejército romano es inevitable. Marco Claudio Marcelo rompe la abnegada resistencia y penetra en el interior de la ciudad. El siguiente saqueo se cobra una infinidad de víctimas. Arquímedes será una de ellas. Según los relatos que poseemos sobre el fin del genial científico, éste aconteció en medio de una situación paradigmática, fiel reflejo de su vida: enfrascado en la resolución de un problema de geometría, Arquímedes no presta atención al soldado romano que le quiere apresar y le ejecuta al desoír su requerimiento. Marco Claudio Marcelo, profundamente afectado por el percance, hace castigar al instigador de la muerte del insigne erudito, gloria de Siracusa (Plutarco, Vida de Marcelo 19).
El botín que los romanos obtienen de Siracusa es de una variedad sensacional. Además de una multitud de prisioneros que pasarán a la esclavitud, de metales preciosos y mercancías de toda clase, los romanos se apoderan de innumerables obras de arte griego de una calidad suprema y de incalculable valor. Una gran parte de ellas (esculturas, pinturas, columnas, etcétera) servirá para adornar Roma y alentar el interés de sus clases dirigentes por la cultura griega, sinónimo de refinamiento y prestigio (Plutarco, Vida de Marcelo 21).
Sin embargo, mucha más importancia que las riquezas incautadas tiene esta victoria para el estado de ánimo y la moral del ejército romano. Después de tantas derrotas sufridas, parece perfilarse un cambio en el curso de la contienda. La conquista de Siracusa es el primer y más espectacular éxito de las armas romanas, conseguido al cabo de seis penosísimos años de guerra. El ferviente deseo de vencer a Aníbal cobra nuevas esperanzas.
Éstas se ven alentadas de modo muy especial por lo que está sucediendo en Italia. La defección de Capua como consecuencia de la catástrofe de Cannas (216 a.C.) supuso un durísimo golpe para Roma, en buena parte agravado por los grandes recursos de la ciudad, así como por el precedente que el abandono de la causa romana pudiera sentar. Para enderezar tan inoportuno percance, el senado romano toma medidas drásticas. Convoca a un numerosísimo ejército compuesto por seis legiones al mando de los cónsules Quinto Fulvio Flaco y Apio Claudio Pulcro y lo estaciona en los alrededores de Capua. El férreo cerco al que será sometida la ciudad impide cualquier contacto entre los sitiados y las regiones periféricas dominadas por el ejército de Aníbal. El alto mando romano quiere sumar la reconquista de Capua a la recientemente conseguida recuperación de Siracusa.
No menos que para Roma, Capua también está revestida para Aníbal de un significado muy especial. Fue la primera gran ciudad itálica que abrazó la causa de Cartago. Aníbal aún no había abandonado la idea de jugar la carta de Capua como alternativa itálica a Roma. Formaba parte de sus planes concebir una federación púnico-itálica en competencia con la capitaneada por Roma, con Capua como potencia hegemónica.
Ávido de impedir la caída en manos del enemigo de una ciudad tan crucial para sus planes, Aníbal debe actuar sin demora. Como no dispone de fuerzas suficientes para quebrar el cerco de su aliada campana, proyecta ejecutar una treta que haga desistir a los romanos en su empeño. Ordena a su ejército marchar hacia Roma. Con ello pretende acaparar la atención de las legiones de Quinto Fulvio Flaco y Apio Claudio Pulcro e incitarles a perseguirle y de este modo lograr levantar el cerco de Capua. Pero los romanos no se dejan engañar. Saben que Aníbal no puede causar serios daños a Roma y se mantienen imperturbables, aumentando la presión sobre Capua. Es la primera vez que el ejército púnico deambula por las inmediaciones de Roma. Fuera del factor psicológico que supone la presencia de Aníbal ante las murallas romanas (Hannibal ante portas), los efectos prácticos de este despliegue de fuerzas son más bien contraproducentes. La maniobra fracasa al no poder evitar que Capua sea liberada del agobiante asedio. Totalmente extenuada por el largo y severo bloqueo, Capua se rinde incondicionalmente (211 a.C.). Los romanos sacan un gran provecho propagandístico de su imperturbable tenacidad. A partir de ahora, pueden justificar su estrategia de desgaste ante la opinión pública de Italia aduciendo la recuperación de Capua como primer gran fruto de ella. Al mismo tiempo, el éxito romano evidencia las deficiencias de la estrategia de Aníbal, quien se muestra impotente para proteger a sus aliados.
La reconquista de Siracusa y ante todo la de Capua son los mayores éxitos romanos y también las más amargas derrotas encajadas por Aníbal en lo que va de la guerra. Sin embargo, estos sensibles reveses pronto se verán compensados por las victorias de las armas púnicas en Hispania.
Desde la aparición de las primeras legiones en la Península Ibérica las tropas cartaginesas se retiran al sur del Ebro dejando con ello un vasto campo de acción a los romanos. Entre los años 218 a.C. y 211 a.C. los contingentes al mando de los hermanos Escipiones consolidan, por mediación de tratados de amistad concertados con comunidades ibéricas, la presencia romana en el norte de Hispania. Intentan luego, de forma esporádica, penetrar hacia el sur y controlar el litoral mediterráneo, de suma importancia para las operaciones marítimas de ambos bandos. Dado el reducido núcleo de tropas romanas del que disponen, que no supera dos legiones, demasiado exiguas para operar en un marco territorial tan extenso, los Escipiones precisan aportaciones militares de sus aliados. En el año 211 a.C., y posiblemente estimulados por la buena marcha de la guerra en Sicilia e Italia, los Escipiones deciden atacar al ejército púnico en el sur de Hispania. Cuentan con la promesa de cooperación de una serie de tribus celtíberas. El ambicioso proyecto, no exento de riesgo, pretende disputar a los cartagineses el control de las zonas mineras de Andalucía. La campaña fracasa porque, a punto de estallar el combate, se produce una defección de los celtíberos. Las fuerzas cartaginesas cercan y vencen al fragmentado ejército romano, que sufre una derrota total. Publio Cornelio Escipión y su hermano Gneo perecen en el curso de sendas batallas que tienen que librar por separado. Los supervivientes del contingente romano que escapan de la matanza se refugian en los confines más septentrionales de la península. A finales del año 211 a.C. el cuerpo expedicionario romano destacado en suelo hispano ha dejado de existir.
Semejante sucesión de victorias y derrotas consecutivas, que por muy espectaculares que sean no producen alteraciones sustanciales en la balanza militar, provoca que se extienda el cansancio y la resignación en ambos bandos. Decrece la actividad bélica. Roma disminuye el número de legiones que combaten en suelo itálico y Aníbal por su parte se contenta con conservar la integridad y la capacidad operativa de su ejército. También la Hispania bárquida y Cartago se incorporan a esta línea de actuación.
Sin embargo, el factor tiempo opera a favor de Roma. A pesar de haber sido los romanos quienes han encajado más y mayores descalabros, su espíritu de combatividad se conserva intacto, sobre todo a raíz de los recientes éxitos obtenidos en Siracusa y Capua. Los cartagineses han acusado serios reveses en Cerdeña y Sicilia, pero consiguen mantener sus posesiones hispanas. No escapa a su atención que la posición de Aníbal en Italia se está haciendo más difícil cada año que pasa.
La meta de Roma es aislar a Aníbal y obligarle a abandonar Italia. Para su materialización, los romanos se plantean la necesidad de interrumpir los suministros que siguen llegando desde Cartago y, ante todo, cortarle las aportaciones de su base hispana, esencial reserva logística, humana y financiera, imprescindible para la continuación de la guerra.
En oposición a los anhelos romanos, la meta de Aníbal es acumular todos los recursos disponibles y aglutinarlos en el teatro de operaciones itálico para decidir allí la suerte del conflicto. Un punto crítico de su balance es la relativa pasividad de las tribus celtas del norte de Italia, así como la consistencia de la federación romano-itálica, que hasta el momento soporta todas las duras pruebas a la que es sometida. La conservación de su imperio hispano es un gran tanto a su favor, así como el disfrute de una relativa libertad de movimiento en Italia. Pero lo que más positivamente valora Aníbal es, sin duda, haber impedido hasta la fecha un desembarco romano en el norte de África.
Al sopesar los elementos favorables y contrarrestarlos con los factores adversos, Aníbal analiza y planifica las pautas de su futura actuación. Había un factor en su balance que con toda seguridad le debió de pasar inadvertido. En el año 211 a.C. emerge de repente en la escena política romana un personaje clave, que por sus aptitudes se convertirá en el más serio rival de Aníbal: Publio Cornelio Escipión, quien pasará a la historia con el epíteto que hará referencia a su mayor triunfo, «el Africano».
Su padre, Publio Cornelio Escipión, ex cónsul y general del recientemente derrotado ejército romano de Hispania, acaba de fallecer en campaña. Escipión hijo empieza su carrera política muy pronto, a los 25 años. A una edad prematura, comparable a la que tenía Aníbal cuando asumió el mando de las tropas púnicas en suelo hispano, Escipión es nombrado comandante en jefe de las legiones cuya misión es restablecer la autoridad romana en Hispania. Que un joven que aún no ha desempeñado ninguna alta magistratura obtenga un comando militar es un hecho insólito, sin precedentes constitucionales, y sólo explicable por la crisis en la que queda inmersa Roma al recibir la noticia de la aniquilación de las legiones hispanas. En este caso, la intercesión de los aliados políticos de la familia, así como la presión de la opinión pública, favorable a Escipión, pueden romper la resistencia del senado, poco propicio a esta clase de experimentos.
La guerra que se desarrolla en Hispania es para Publio Cornelio Escipión una cuestión personal en la que convergen los intereses del estado con su deseo privado de vengar la muerte de su padre y de su tío paterno. El afán de restablecer el prestigio de la familia y el honor de las armas romanas impulsa a Roma y a Escipión a redoblar los esfuerzos en este escenario bélico, de momento bajo el control de Cartago, que los romanos precisan dominar a toda costa para poder quebrar la principal base logística del ejército de Aníbal en Italia.
Sobre Publio Cornelio Escipión pronto se forjan leyendas. No obstante, es posible entrever algunos rasgos de su personalidad. Destaca entre sus compañeros por su laboriosidad y capacidad emprendedora. Su devoción religiosa es proverbial. Propaga la imagen de estar investido de fuerzas descomunales; algunos ven en él a un favorito de la fortuna. Este último aspecto le acredita como depositario de una energía sobrenatural capaz de otorgarle la victoria contra sus terribles adversarios. Prestemos atención a la imagen que transmite Tito Livio (XXVI 19) de la personalidad del nuevo comandante en jefe del ejército romano en Hispania y futuro gran rival de Aníbal:
«Escipión, en efecto, fue admirable no sólo por sus verdaderas cualidades, sino también por cierta habilidad en hacer ostentación de ellas, en la que se había aleccionado desde su adolescencia; ante la multitud, procedía en la mayoría de acciones como si su espíritu hubiera sido aconsejado por medio de apariciones nocturnas o por inspiración divina […] Preparando los ánimos para esto ya desde el principio, no hubo un día desde que vistió la toga viril, que, antes de realizar algún acto social o privado, no fuera al Capitolio y, entrando en el templo, permaneciera sentado y allí, en lugar aparte, pasara un rato casi siempre a solas. Esta costumbre que observó durante toda su vida, afianzó en algunos la creencia, que se divulgó intencionada o casualmente, de que este hombre era de estirpe divina, y reprodujo una leyenda, difundida antes acerca de Alejandro Magno […] La ciudadanía, confiando en estas cosas, encomendó a una edad en absoluto madura el peso de tan enorme responsabilidad y un poder tan inmenso».