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Miércoles, 26 de julio, 8.44 h
—Vale —dijo Noah—. Pasemos al último caso. Se trata de una mujer de treinta y dos años que fue atropellada por un coche en la esquina donde confluyen State Street y Congress Street y que sufrió una fractura abierta en la tibia y el peroné derechos. Si son tan amables de ir a la última página del impreso, comenzaré.
Noah volvía a estar en el anfiteatro Fagan enfrentándose a otra sesión clínica atestada de gente. Aunque no era tan multitudinaria como la anterior, a la que había asistido mucha gente de pie, gran parte de los asientos estaban ocupados. Al igual que había ocurrido dos semanas antes, en las dos primeras filas de la parte central se encontraban los pesos pesados del departamento, entre los que se hallaban el doctor Hernandez, el doctor Mason y el doctor Cantor. Desde el punto de vista de Noah, eran los tres peces más gordos.
El día anterior, a media tarde, le habían ordenado otra vez que acudiera al despacho del doctor Hernandez, lo cual había provocado que se le acelerara el pulso, como le pasaba siempre que tenía que sufrir ese calvario. Después de la discusión que había tenido con el doctor Mason la tarde anterior, no resultaba difícil adivinar por qué quería verlo el doctor Hernandez. Cuando llegó a su despacho, se llevó una leve sorpresa al ver que el doctor Cantor también estaba allí. Aunque había esperado lo peor, la reunión no fue tan mal como podía haber ido. Había sido el doctor Hernandez quien había llevado la voz cantante, mientras que el doctor Cantor se había limitado a asentir en ciertos puntos clave. El mensaje que le habían dado era muy sencillo, y habían ido al grano: el doctor Mason quería que lo echaran.
—Puedo decirle con toda franqueza que no entiendo del todo las razones que llevan al doctor Mason a pensar lo que piensa —había dicho el doctor Hernandez con Noah literalmente de pie en la alfombra, ante el escritorio de aquel hombre—. Sin embargo, está convencido de que la doctora London es una incompetente y de que usted la protege y, por tanto, es su cómplice y tiene alguna responsabilidad en las tres muertes. En cualquier caso, he hablado en privado con el doctor Kumar para comentarle lo que opina el doctor Mason y le he preguntado sin rodeos si la doctora London tiene el nivel necesario para trabajar como anestesista, y me ha contestado que él la ha supervisado en persona y que confía por completo en su capacidad. Lo cual nos lleva ahora a usted…
Como se esperaba lo peor, Noah recordó que en ese momento se había encogido de miedo, pero no debería haberlo hecho, ya que el doctor Hernandez prosiguió y señaló que, gracias al meritorio expediente de Noah como residente, tanto él como el doctor Cantor podían imponer su criterio sobre el del doctor Mason, lo que significaba que no iban a echarle. Aun así, le advirtió que fuera con mucho cuidado y no causara problemas, sobre todo con el doctor Mason. Luego añadió que el cirujano no era una persona de trato fácil, pero que, como tenía talento y una gran reputación, era alguien de peso muy a tener en cuenta.
—El doctor Cantor y yo queremos asegurarnos de que en la inminente sesión clínica de mañana va a hablar usted sobre la labor de la doctora London con imparcialidad y sinceridad —había concluido el doctor Hernandez.
—Por supuesto —había dicho Noah sin titubear. De ninguna manera estaba preparado para mentir.
Cuando salió del despacho del doctor Hernandez se sintió muy afortunado porque no le habían interrogado sobre si mantenía una relación con Ava. Si se lo hubieran preguntado, habría sido sincero, aunque no tenía ni idea de lo que habría hecho o dicho si le hubieran ordenado que pusiera fin a esa relación.
—¿Alguien tiene alguna pregunta que hacer? —dijo Noah tras una pausa cuando ya llevaba unos minutos de presentación. Alzó la vista de sus notas y recorrió el público con la mirada. Intercambió una mirada fugaz con Ava. Hasta entonces se había limitado a exponer el historial médico completo de Helen Gibson, en el que constaban cuatro embarazos normales y un accidente grave de bicicleta en el que había sufrido una fractura cervical. Tal y como había hecho cuando presentó el caso Vincent, estaba intentando agotar el tiempo, a pesar de que solo quedaba poco más de quince minutos para que la sesión tuviera que concluir.
Como no había preguntas, Noah procedió a explicar el resto del caso, desde la llegada a urgencias de Helen Gibson hasta su prematura muerte. Contó todo lo que había pasado sin adornos, tal y como le había prometido al doctor Hernandez, y no omitió dos hechos destacados: que el cirujano que la había atendido había presionado a la anestesista residente de primer año a iniciar la anestesia antes de que su supervisor estuviera en el quirófano y que se habían generado dos expedientes clínicos electrónicos sin que nadie se diera cuenta, con leves variaciones en el nombre y una información ligeramente distinta, por lo cual la anestesista residente no conocía los problemas cervicales de la paciente. Señaló que, de acuerdo con cierto sistema de clasificación internacional, la paciente presentaba el peor escenario posible a la hora de colocar un tubo endotraqueal por culpa de su trauma cervical anterior y su obesidad moderada.
Justo cuando Noah iba a ceder la palabra a la representante de la sección de informática que iba a explicar cómo se habían podido crear dos expedientes distintos, Mason exigió que se le permitiera hablar a voz en grito. De mala gana, Noah accedió.
—Discúlpeme, doctor Rothauser —dijo el doctor Mason con su resonante voz—. Sé que ha guardado este caso particularmente trágico para el final con el fin de que no hubiera apenas tiempo para debatir sobre él. Lo sé yo y estoy seguro de que otros miembros de la facultad también. Y sabemos por qué.
A continuación, criticó con ferocidad la actuación de Ava, mandando así a paseo el decoro académico habitual al denigrarla y desacreditarla a nivel personal y al acusar en público a Noah de protegerla y de tener quizá una aventura amorosa con ella en secreto.
Hubo un grito ahogado colectivo por parte de la audiencia, por lo demás, pasiva. Todo el mundo estaba estupefacto, y Noah más que nadie. Aunque se esperaba que el doctor Mason le pusiera en un brete, aquello era ridículo. En cuanto Mason continuó con su ataque ad hominem, algunas personas le silbaron, ya que casi todos los ahí presentes conocían a Ava en mayor o menor grado; les caía bien y consideraban que era una médico de lo más competente. Hasta las dos últimas sesiones clínicas, su nombre nunca había aparecido en ni un solo caso que hubiera terminado con un resultado adverso.
Cuando el doctor Mason por fin se calló, Noah sabía muy bien qué decir. Por suerte, el doctor Kumar se levantó y se abrió paso por el pasillo hasta bajar al foso. Era un hombre alto, apuesto y con un frondoso bigote, que había crecido en la región india de Punyab. Noah se alegró de poder hacerse a un lado para que el jefe anestesista ocupara el atril.
Al contrario que el doctor Mason, que la había atacado ferozmente aireando todos los trapos sucios posibles, el doctor Kumar colmó de halagos a Ava e hizo referencia a sus increíbles resultados en los exámenes de anestesia, lo cual era una prueba de su sólida formación. También mencionó que había observado en persona cómo anestesiaba a los pacientes en numerosas ocasiones cuando empezó a trabajar con ellos y había llegado a la conclusión de que su trabajo era ejemplar. Dijo que, según su opinión profesional, la forma en que había afrontado tanto el caso que se estaba debatiendo como el caso Vincent era encomiable. Entonces, para sorpresa de todo el mundo, alabó de igual modo al doctor Mason, afirmando que era un cirujano brillante y un orgullo para el hospital, y se ofreció a reunirse con él para hablar sobre cualquier problema que tuviera con la doctora London o cualquier otro miembro del grupo de anestesia.
En ese instante, casi toda la audiencia aplaudió.
—Esa mujer estuvo involucrada en otra muerte hace solo dos días —le espetó Mason—. Son tres muertes en tres semanas. Eso me parece inaceptable.
Hubo más silbidos.
—Ya he analizado el caso del lunes —dijo con calma el doctor Kumar—. Fue un episodio de hipertermia maligna fulminante. Una vez más, creo que la doctora London actuó de manera admirable y que el protocolo de HM se aplicó de forma impecable.
El doctor Kumar pasó a explicar pormenorizadamente cómo el departamento de anestesia supervisaba a los residentes y a los anestesistas. Lo hizo para explicar por qué Ava no estaba en el quirófano en el momento en que se empezó a anestesiar a Helen Gibson: porque se encontraba en otro quirófano supervisando a otro residente. Era normal que los anestesistas de plantilla supervisaran hasta a dos residentes y cuatro anestesistas de forma simultánea.
Mientras Noah escuchaba las explicaciones sobre el personal del doctor Kumar, recordó el instante en que entró en el quirófano. Helen Gibson ya estaba agonizando y Noah tuvo la impresión pasajera de que Ava manejaba con torpeza el avanzado videolaringoscopio, y eso le reconcomía por dentro. ¿Debería tal vez haberlo mencionado a alguien como el doctor Kumar, o acaso la torpeza se debía a que la cabeza de la paciente no paraba de moverse por culpa del masaje cardíaco externo que estaba recibiendo? ¿Y por qué Ava no había ordenado realizar una traqueotomía de emergencia o usado una aguja de gran calibre con ventilación asistida?
—Gracias por dejarme hablar —le dijo el doctor Kumar a Noah, a la vez que se alejaba del atril e interrumpía los pensamientos del joven.
—Ha sido todo un placer, señor —respondió Noah presuroso. Regresó al atril y contempló a la nerviosa audiencia, que había prorrumpido en diferentes discusiones individuales entre susurros aunque de lo más animadas.
—Me gustaría decir algo —se oyó gritar a alguien.
Noah miró en la dirección de donde procedía la petición. Se trataba del doctor Jackson. Noah le señaló y le cedió la palabra.
—Sé que por lo general el cirujano del caso en cuestión no debe hablar en una sesión clínica a menos que se le haga una pregunta en concreto, pero tengo la sensación de que debería hacerlo en este caso. Nunca llegué a operar a la fallecida, a pesar de que soy el cirujano que aparece en el expediente. Lo que me gustaría decir es que cometí un error al apremiar a la anestesista residente a iniciar la anestesia antes de que su supervisora estuviera presente. En mi defensa, he de alegar que debíamos tratar una fractura abierta. En tales circunstancias, las posibilidades de infección aumentan cuanto más se retrasa la cirugía. No obstante, no debería haberla presionado tanto.
Se oyeron algunos aplausos apagados, puesto que la gente valoraba el mea culpa que acababa de entonar el doctor Jackson, un hecho tan inesperado como los comentarios fuera de tono del doctor Mason. Durante un segundo, Noah y Ava se miraron a los ojos. Ella era una de las personas que aplaudían con timidez. Noah se preguntó si aplaudía al doctor Jackson o al doctor Kumar. Ambos habían ayudado a exonerarla.
Tras echar un vistazo a su reloj y ver que ya eran las nueve pasadas, Noah dio por terminada la sesión. El público se puso en pie de inmediato. Casi todo el mundo tenía que llevar a cabo alguna operación, y ya llegaban tarde a las previstas para las nueve.
Noah se alejó del atril y se volvió hacia la representante del departamento de informática, que había estado sentada en esa butaca solitaria del foso del anfiteatro durante toda la conferencia, esperando a poder exponer lo que tenía que decir sobre el caso de Helen Gibson.
—Lo siento muchísimo —se disculpó Noah—. No esperaba que se nos agotara el tiempo.
—No importa —respondió la mujer con educación—. La verdad es que ha sido un placer escucharlo. Nunca había estado en una sesión clínica. Como lega en la materia, me alegra saber que estas tragedias no son ignoradas.
—Intentamos aprender lo máximo posible de cada una de ellas —le aseguró Noah—. Gracias por venir y por concedernos su tiempo. Lamento que no hayamos podido escuchar su exposición.
Noah se dio la vuelta con la esperanza de encontrarse con la mirada de Ava. Estaba seguro de que se sentiría muy satisfecha. Sin embargo, se topó con un doctor Mason rojo de ira, que estaba fuera de sí y apenas podía contener su furia. Daba la espalda al resto de los peces gordos, que ya habían descendido al foso y charlaban en pequeños grupos.
—Se cree que es listo de cojones —se le mofó el doctor Mason acercando su rostro a escasos centímetros del de Noah—. Quizá haya logrado que la mosquita muerta de su novia se vaya de rositas porque está en un departamento distinto, pero le aseguro que aún no he acabado con usted, joder. Ni por asomo. ¡Haré todo lo posible para que le pongan de patitas en la calle!
Como intuía que lo mejor que podía hacer era darle la callada por respuesta, Noah se limitó a mirarlo con cara de póquer. El doctor Mason entornó los ojos y lo fulminó con la mirada. Entonces, de un modo más ostentoso y melodramático que en la anterior sesión clínica, salió de la sala hecho una furia.
Por puro acto reflejo, Noah se atrevió a mirar hacia el grupo de cirujanos más cercano, y advirtió que ponían los ojos en blanco. Al parecer, habían oído al doctor Mason y le mostraban así que no estaban de acuerdo con él. Aunque saber que los demás miembros de la plantilla eran conscientes de que el doctor Mason tenía ciertos defectos como persona dio a Noah una pizca de confianza, seguía muy nervioso. Tal y como había dicho el doctor Hernandez el día anterior, el doctor Mason era alguien de peso muy a tener en cuenta. Por desgracia, Noah no tenía ni idea de cómo iba a salir de esa, ya que estaba atrapado en la telaraña del ego narcisista del doctor Mason.