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Sábado, 12 de agosto, 13.51 h
Noah notó un calor terrible al salir de su edificio de Beacon Hill y adentrarse en el bochorno estival. Como era típico a mediados de verano en Boston, la humedad había ascendido a la par que la temperatura. Mientras subía las pocas escaleras que llevaban a la esquina donde confluían Revere Street y Grove Street, notaba que el sudor le caía por la espalda a pesar de que vestía ropa veraniega: camiseta, pantalones cortos y chanclas. El calor que irradiaban los adoquines de la acera era igual de intenso que el calor que desprendía el sol allá en lo alto.
Una vez en la esquina, Noah se detuvo y de pronto se dio la vuelta para mirar hacia atrás. Como esperaba, había un hombre que subía fatigosamente por Revere Street en dirección hacia él. Iba vestido con camisa y corbata y llevaba al hombro una chaqueta de verano. Hacía tanto calor que se había desabrochado el cuello de la camisa y se había aflojado la corbata floja. Era un afroamericano con el pelo rapado y una constitución atlética y esbelta.
Noah creía haber visto antes a este individuo. Había sido un jueves, cuando había salido de su piso alrededor de la misma hora con el mismo destino en mente: Whole Foods, en Cambridge Street. Desde la catastrófica reunión del martes en el despacho del doctor Hernandez, Noah se había refugiado en su minúsculo piso, paralizado por una mezcla de depresión y ansiedad, convencido de que su vida pendía de un hilo. Desde el miércoles, lo único que lo había sacado de su casa era la certeza de que necesitaba comer, a pesar de que no se sentía demasiado hambriento. Cada día hacía una visita a la sección de comida preparada del Whole Foods para llevarse a su casa un surtido de alimentos que le sirvieran tanto de almuerzo como de cena. Se sentía del todo incapaz de preparar nada, y la idea de ir a un restaurante, donde estaría rodeado de gente normal y feliz, ni siquiera se le pasaba por la cabeza. El desayuno se lo saltaba sin más.
El miércoles, cuando había salido de camino a Cambridge Street, había tenido enseguida la sensación de que lo estaban siguiendo. Lo más curioso de todo era que tenía la impresión de que se trataba de la misma persona que lo había seguido hasta su casa dos noches, aunque no estaba muy seguro porque estaba demasiado oscuro y no había podido echar un buen vistazo a aquel hombre. Lo que le inducía a pensar que se trataba de la misma persona era el traje, pues era idéntico al que le había llamado la atención aquella noche, así como la constitución particularmente esbelta del hombre, similar a la de ese afroamericano.
Aunque en un principio pensó que todo eso de que le seguían era una paranoia suya, el miércoles se había desviado de su ruta habitual para ir por otra más enrevesada, y aquel hombre había reaparecido en cada esquina, sin fallar nunca. Noah llegó hasta el extremo de trazar a pie un círculo completo, por lo que se vio obligado a reconocer que no estaba paranoico. Sí, lo estaban siguiendo, en efecto. Aun así, a aquel hombre no parecía importarle llamar la atención, lo cual no tenía ningún sentido. Si alguien quería seguirlo, ¿no debería intentar ocultarse? Pero ¿por qué querría seguirlo alguien? La única posibilidad que se le ocurrió fue que el hospital quisiera asegurarse de que se mantenía alejado de él, como le habían pedido. Noah tuvo que reconocer que, en varias ocasiones, se había sentido muy tentado de entrar en el hospital a hurtadillas para ver cómo estaban sus pacientes ingresados.
El jueves, Noah había creído que lo había seguido el mismo hombre que ahora subía por Revere Street. El viernes, su sombra había sido un individuo caucásico. Al parecer eran un equipo y se iban turnando, un día uno y otro día otro.
Empujado en la misma medida tanto por la curiosidad como por el enfado, Noah decidió quedarse quieto de repente. Suponía que el hombre se detendría y fingiría estar ocupado examinando algo, como había hecho el tipo caucásico en varias ocasiones, pero no fue así, y la figura siguió acercándose, sin pausa pero sin prisa. Por lo visto, el hecho de que Noah estuviera quieto no le molestaba lo más mínimo.
Cuando el hombre lo alcanzó e hizo ademán de girar, Noah extendió un brazo y lo detuvo agarrándolo ligeramente de su musculoso antebrazo. Se miraron el uno al otro. Noah calculó que tendría unos treinta y pico años. De cerca, saltaba a la vista que era apuesto, iba bien afeitado y tenía una excelente forma física. El hombre se limitó a mover los ojos hasta posar la mirada en la mano con la que Noah lo tenía agarrado del brazo. Noah notó que el tipo estaba tan tenso como un muelle encogido a punto de estirarse, y lo soltó en el acto.
—¿Por qué me estás siguiendo? —preguntó Noah como si nada, a pesar de que de pronto ese tipo le daba miedo.
—Yo no te estoy siguiendo, tío —contestó el individuo con calma—. Solo estoy dando una vuelta por Boston, disfrutando de las vistas. Ahora, si me perdonas, voy a seguir mi camino.
Noah se apartó a un lado. Tras asentir levemente con la cabeza, el hombre continuó por Revere Street. Noah, que lo observó hasta que se halló a media manzana de distancia, se desvió entonces hacia Grove Street, más confuso que nunca. Caminaba deprisa, mirando de vez en cuando para atrás, esperando en todo momento ver a ese hombre reaparecer.
Habían sido tres días muy difíciles para Noah. Se había aislado en su deprimente piso y estar mano sobre mano había sido una tortura. Como estaba acostumbrado a trabajar quince horas al día los siete días a la semana y siempre con retraso, el cambio le había resultado insoportable. No podía recordar si antes había estado tan ocioso, pensó, incapaz de dejar de darle vueltas a lo que le estaba pasando. Y lo que era aún más perturbador, el miércoles por la tarde se había enterado de que todavía le quedaban muchos días de aburrimiento por delante. Había recibido una llamada del despacho del doctor Edward Cantor. Para mayor humillación, no lo había llamado el director del programa de residencia quirúrgica, sino su secretaria, para informarle con un tono desinteresado y monótono de que se iba a celebrar una reunión ad hoc de la Junta Asesora de Residentes Quirúrgicos para decidir su destino el miércoles, 23 de agosto, a las 16.00 h. También le dio el nombre y el número de teléfono de un abogado que el hospital le había contratado, en cumplimiento de las leyes laborales en vigor.
El hecho de necesitar un abogado, una idea que hasta entonces ni se le había pasado por la cabeza, no ayudó a rebajar el pánico que sentía ante esa futura reunión. Para Noah, la participación de los abogados hacía que toda la situación fuera mucho más seria e inquietante. Había confiado en que el problema se resolvería solo cuando la gente se diera cuenta de que no se había inventado los datos, sino que, simplemente, para cumplir con la fecha de entrega, había presentado una estimación conservadora de los resultados, que había modificado en cuanto los datos reales estuvieron disponibles.
El otro problema que lo estaba machacando mentalmente era la incertidumbre, pues no sabía cuánto tiempo iba a pasar hasta que se decidiera su futuro. En un principio, cuando había salido del despacho del doctor Hernandez, había dado por sentado que la reunión se celebraría en uno o dos días a lo sumo. ¡No se esperaba que fueran a tardar dos semanas! Para él, alargarlo era un tormento añadido.
Al llegar a la ajetreada Cambridge Street, echó un vistazo atrás. Aunque no vio a su sombra, sí tuvo la sensación de que aquel hombre iba a reaparecer como hizo en su día su compañero. Si bien Noah seguía sin entender por qué razón el hospital lo tenía bajo vigilancia, había aceptado que tenía que convivir con eso, por muy absurdo que fuera.
En cuanto se metió en el supermercado, fue directo a la sección de comida preparada. Como no tenía nada de hambre, le llevó un rato escoger unos pocos platos del vasto surtido disponible. Al menos se estaba fresquito en el súper. Después de haber pagado la compra, regresó a Beacon Hill. Aunque buscó con la mirada al afroamericano, no lo vio. De hecho le daba igual, puesto que ya no lo consideraba una amenaza.
A Noah le pesaban mucho las piernas mientras subía fatigosamente por Grove Street, que parecía haberse vuelto más empinada de lo que recordaba. Temía regresar a su solitario y espartano piso. A última hora de la tarde del miércoles, Noah por fin se había tragado su orgullo y había intentado contactar de nuevo con Ava, con la esperanza de despertar su compasión. Había esperado que fuera ella la que contactase con él en cuanto corriera la voz por los quirófanos de que lo habían suspendido, cosa que debió de haber ocurrido casi inmediatamente después de acabar la reunión con el doctor Hernandez el martes por la tarde. Sí, había esperado que lo llamara o que al menos le enviara algún mensaje entre una operación u otra, teniendo en cuenta la gravedad de la situación. Como eso no había sucedido, a las cuatro de la tarde del miércoles Noah intentó llamarla, primero al teléfono fijo, pues pensaba que estaría en casa. Como no había cogido la llamada, probó luego a llamarla al móvil. Tampoco tuvo éxito, así que le envió un mensaje y esperó una media hora. Por último, probó a enviarle mensajes por correo electrónico y Facebook. Pero no sirvió de nada.
Durante todo el jueves y todo el viernes, estuvo esperando que contactara con él, y al ver que no lo hacía, Noah fue sumiéndose en una depresión cada vez más profunda. Esa actitud no era propia de Ava para nada. Ella habría sabido de inmediato lo desesperado que estaba, puesto que conocía de primera mano hasta qué punto estaba comprometido con la cirugía, al igual que ella con la anestesia. Teniendo en cuenta que habían intimado físicamente, ¿cómo era posible que no sintiera la irresistible necesidad de contactar con él, solo para asegurarse de que estaba bien? Noah sabía que si se cambiaran las tornas, él sería el primero en cerciorarse de que ella se encontraba bien, por muy enfadado que estuviera con ella por algún otro tema.
El viernes por la noche sus emociones habían tocado fondo. ¿De verdad seguía enfadada por haber traicionado su confianza? Daba esa impresión, a pesar de que a Noah le parecía imposible, sobre todo tras haberse disculpado con total sinceridad. Una vez más, el deseo de oír su voz se transformó en ira por su aparente falta de empatía. Sumido en ese estado mental, Noah cayó en la cuenta de que existía otra posibilidad aún más perturbadora. Varias semanas antes había estado respondiendo a ciertas preguntas que Ava le había hecho sobre su tesis doctoral y había admitido que había hecho alguna que otra trampa, recordó. Ava era la única persona con la que había hablado de su tesis en los últimos años, así que ¿tendría ella algo que ver con que el departamento de cirugía hubiese sacado el tema a colación?
De lo que Noah no dudaba lo más mínimo era de que el doctor Mason había desempeñado un papel clave en el asunto. Su sonrisa de satisfacción durante esa fatídica reunión en el despacho del jefe de cirugía lo había dejado muy claro. Noah estaba seguro de que había sido el doctor Mason quien había conseguido del MIT esa copia encuadernada de su tesis doctoral, que al parecer, como probaban las notas de los pósits, había estudiado hasta descubrir las diferencias entre las copias físicas enviadas en su día y la versión electrónica, y había dado la voz de alarma. ¿Acaso Ava podía haber sido tan rastrera como para decirle al doctor Mason que debía buscar ciertas discrepancias en la tesis?
En cuanto este pensamiento cruzó su mente el viernes por la noche, lo descartó de golpe, tal como había hecho con otras sospechas. Noah estaba absolutamente seguro de que Ava detestaba al doctor Mason, así que la idea de que hubiera podido ayudarlo era ridícula. Sin embargo, ¿cómo se había enterado de ese asunto el doctor Mason? Noah no tenía ni idea.
Al llegar a la esquina donde confluían Grove y Revere Street, justo antes de girar a la derecha, Noah miro hacia atrás, colina abajo. Se sobresaltó. El afroamericano se encontraba a apenas una manzana de distancia. Caminaba hacia él, una vez más con la chaqueta al hombro y tan campante.
—Disfrutando de las vistas, sí, y una mierda —susurró Noah. Su enfado con Ava había hallado un nuevo blanco, a pesar de que se había resignado a hallarse bajo vigilancia.
Bajó deprisa por Revere Street hasta llegar a la puerta principal de su edificio y entró rápidamente. Un instante después, ya en su piso, corrió hacia la ventana delantera. Estaba seguro de que el hombre iba a aparecer y, cuando lo hiciera, pensaba abrir la ventana para avergonzar a grito pelado a aquel tipo. Incluso se le pasó por la cabeza la idea de llamar al 091 para denunciar que lo estaban acosando.
Después de diez minutos de espera, Noah se rindió. Llevó la bolsa con la comida preparada a la cocina y la metió en el frigorífico sin ni siquiera abrirla. Ahora tenía menos hambre incluso que cuando había estado en el súper, a pesar de que no había comido nada desde la noche anterior. Eran poco más de las tres de la tarde.
Volvió a la sala de estar y miró de nuevo por la ventana. Había unos pocos transeúntes caminando en ambas direcciones, como antes, pero ahí no había ningún afroamericano de constitución atlética con camisa blanca y corbata, y una chaqueta al hombro. Al igual que había ocurrido el miércoles, jueves y viernes, la persona que creía que lo había estado siguiendo había desaparecido, lo cual le hizo cuestionarse su cordura.
Se sentó en el sofá y contempló esas paredes desnudas, y entonces se sintió terriblemente solo y perdido. Era como si el peso del mundo entero lo estuviera aplastando. Necesitaba un poco de calor humano pero, por desgracia, Ava no estaba ahí para consolarlo. La única persona que le vino a la cabeza fue Leslie Brooks. Volvió a mirar su reloj, como si se le hubiera olvidado que acababa de echarle un vistazo. Eran casi las cuatro. Se preguntó si Leslie tendría un rato para hablar con él. Durante los dos años y pico que habían pasado desde su separación, había sido siempre Leslie la que llamaba, y siempre lo había hecho los sábados por la tarde. A lo mejor sí tenía un hueco para él. Después de todo, era sábado por la tarde.
A Noah le costaba mucho tomar decisiones, deprimido como estaba. ¿Debería llamar? Y si lo hacía, ¿debería usar FaceTime o no? Como médico siempre era muy resolutivo, pero en el terreno social no lo era, sobre todo en aquel momento, dadas las circunstancias. Tras balancearse adelante y atrás varias veces, se puso en pie y fue al cuarto de baño para mirarse en el espejo del botiquín. No le gustó lo que vio. No se había afeitado desde el martes, no había dormido bien y, claro está, tenía un aspecto lamentable. No, si la llamaba, no usaría FaceTime. No quería asustar a Leslie, por mucho que ansiara su compasión.
Dudando todavía entre si debía llamarla o no, marcó de manera impulsiva su número. Sintió un enorme alivio cuando ella contestó al tercer tono. Noah los había estado contando.
—Oh, pero ¿qué maravilla es esta? —dijo Leslie, levemente sin aliento—. Es la primera vez que me llamas desde ya no recuerdo cuándo. ¿Qué pasa?
—¿Puedes hablar o te pillo en mal momento?
—Estoy en la calle, de vuelta a mi piso —contestó Leslie—. Llegaré a casa en cinco minutos. ¿Te llamo desde allí cuando llegue?
—Vale, supongo —respondió Noah. Ahora que había logrado contactar con ella, no quería colgar.
—Por tu tono de voz, me parece que no estás bien. ¿Algo va mal?
—Llámame cuando llegues a casa —le dijo Noah—. Pero no uses FaceTime. No quiero asustarte. —Colgó sin esperar una respuesta.
Mientras Noah esperaba impaciente, se imaginó cómo sería el piso de Leslie. Sin lugar a dudas, sería lo opuesto al suyo, con toda clase de objetos decorativos y detalles femeninos, incluidas unas cortinas coloridas y unas alfombras muy suaves. Cuando había vivido en un entorno de ese estilo, nunca lo había apreciado. Ahora lo añoraba.
Leslie cumplió su palabra y le devolvió la llamada. Aunque más bien tardó diez minutos en vez de cinco, Noah se alegró de oír su voz.
—Vale —dijo Leslie en un tono serio—. ¿Qué ocurre? ¿Has roto con tu nueva novia?
—Es aún peor —contestó Noah—. Me han suspendido, ya no soy residente. En una semana y media tengo que presentarme ante la Junta Asesora de Residentes Quirúrgicos para saber si la suspensión va a ser permanente o no. Lo más irónico de todo es que yo formo parte de la junta, así que tengo que recusarme.
—¡Santo Dios! —exclamó Leslie—. ¿Cómo? ¿Por qué? Tiene que tratarse de un malentendido.
Noah le contó toda la historia. Fue un desahogo para él, sobre todo, poder explayarse con alguien que lo conocía y en cuya opinión confiaba. Leslie sabía perfectamente quién era el doctor Mason, ya que aún salía con Noah durante el fiasco de la doctora Meg Green y la bronca posterior. Noah le comentó que Ava, a la que ahora se refería por su nombre, ni siquiera le había mandado un triste mensaje desde su suspensión, a pesar de que ella se debía de haber enterado seguro. Admitió que Ava tenía razones para estar enfadada con él y le contó a Leslie por qué. Como punto final, mencionó que Ava había sido la única persona en años con la que había hablado sobre su tesis doctoral.
—Primero, deja que te diga que lamento mucho lo que ha pasado —dijo Leslie cuando Noah se calló—. Conociéndote, comprendo que estés tan destrozado. Estoy segura de que todo se arreglará en la reunión de la junta. Por lo que me has contado, está claro que nadie se ha esforzado tanto como tú para llegar a ser un residente de cirugía.
—Ojalá pudiera estar yo tan seguro —señaló Noah con voz temblorosa.
—Con tu expediente y tu grado de compromiso, les faltan razones para expulsarte. Estoy segura de eso. Darán marcha atrás. Creo que lo que pretenden es seguirle la corriente al doctor Mason y dejar bien clara su posición desde el punto de vista ético.
—Espero que tengas razón —dijo Noah—. Es posible que actuaran así para seguirle la corriente al doctor Mason. El doctor Hernandez me confesó hace una semana que el doctor Mason era alguien muy a tener en cuenta. Bueno, ya veremos lo que pasa. De todas formas, gracias por tu comprensión y tu opinión.
—En cuanto al resto de mi respuesta… porque supongo que quieres oírla, ya que para eso has hecho el esfuerzo de llamar. ¿Hasta qué punto quieres que sea sincera? Sé que en nuestra última conversación no te hizo mucha gracia lo que te tenía que decir.
—Necesito que seas sincera —admitió Noah—. Quizá no me guste tu opinión, pero tengo que escucharla.
—Creo que hay muchas posibilidades de que la señorita Ava sea la responsable de que el tema de la tesis te haya estallado en la cara; sobre todo, después de que me hayas contado lo enfadada que estaba porque te había pillado fisgoneando en su ordenador.
—Pero si me deshice en disculpas —replicó Noah—. Es absurdo que ella haya hecho algo así, aunque se tomara lo mío como una traición. El castigo no es proporcional al delito; además, ella odia al doctor Mason y creo que de verdad le importo. Y sabe que la cirugía lo es todo para mí porque creo que ella está comprometida con la anestesia en el mismo grado.
—Una vez más, me estás pidiendo mi opinión y te la voy a dar —dijo Leslie con mucho tacto—. Si escucharas con atención lo que me has estado contando sobre esa mujer, te darías cuenta de que hay algo que no encaja. Pero si hasta has llegado a plantearte si era una manipuladora; además, esa estrategia de dar la callada por respuesta ya la ha utilizado antes. A mi modo de ver, no creo que haya la menor duda sobre lo que está pasando. Pero vayamos al grano, ¿te has preguntado por qué le jorobó tanto lo del ordenador? O sea, has dicho que te disculpaste.
—Bien pensado —admitió Noah—. Me he hecho esa misma pregunta. Creo que reaccionó así porque trabaja para el lobby de la industria de los suplementos nutricionales, que es la que permite que pueda llevar ese tren de vida. Cuando me pilló en su ordenador, me sorprendió leyendo una carta que ella le estaba escribiendo a su jefe. Era un asunto muy serio, ya que proponía jugar sucio para apuntalar la ley que impide que la Agencia de Alimentos y Medicamentos controle a la industria. Estamos hablando de que hay miles de millones de dólares en juego.
»Y hay otra razón por la que le molestó tanto que espiara su ordenador. Por increíble que parezca, se relaciona socialmente en gran parte a través de las redes sociales y ese mundo es muy importante para ella.
—Estás de coña —dijo Leslie.
—No, no lo estoy —repuso Noah—. Está activa en las redes sociales a diario, en Facebook, Twitter, Snapchat, sitios de citas. Si hasta tiene una página de fans con más de cien mil seguidores. —De manera deliberada, Noah omitió decir que Ava usaba identidades falsas, salvo en LinkedIn.
—¡Noah! —exclamó Leslie—. Me estás describiendo a una preadolescente, a una pirada de las redes sociales que habita en un cuerpo de mujer. ¿Estás seguro de que mantienes una relación sana con ella?
—Hay razones que justifican su interés por las redes sociales —contestó Noah. No quería oír lo que Leslie estaba a punto de decir, ya que coincidía con las sospechas que él mismo había tenido sobre Ava y que había intentado ignorar—. Se muestra reticente a socializar con los colegas del hospital, un poco como yo. Y su trabajo para el lobby le ocupa casi todos los fines de semana, así que las redes sociales llenan ese vacío. Aunque vive en Boston, no parece conocer a nadie.
—No sé qué pensar —dijo Leslie con resignación—. Ojalá pudiera tener una opinión más positiva sobre esa mujer, ya que es obvio que te importa. Pero creo que deberías tener cuidado.
—También tiene un pasado complicado en el plano emocional, ya que le hicieron mucho daño —le explicó Noah—. Su marido, un cirujano residente de Serbia que necesitaba la tarjeta de residencia para quedarse en el país, la abandonó al poco de casarse. Nunca he estado casado, pero creo que la comprendo en este sentido.
La conversación cesó, y el tema del abandono quedó flotando en el aire.
—¿Puedes hacer algo para prepararte para la audiencia con la junta asesora? —preguntó Leslie para cambiar de tema.
—El hospital me ha asignado un abogado —respondió Noah—. Aún no lo he llamado. Lo haré el lunes. Supongo que será interesante escuchar lo que tenga que decir al respecto. Pero me asusta que el hospital haya creído que voy a necesitar un abogado. Sin duda, eso indica que se toman este asunto muy en serio. Si hasta me tienen vigilado.
—¿Qué quieres decir?
—Siempre que salgo, me sigue un tío con traje. Son dos y se turnan.
—¿Estás seguro de que te siguen?
—Bastante seguro —contestó Noah.
—¿Crees que trabajan para el hospital?
—Sí. ¿Para quién si no? La única pega es que creo que la vigilancia a lo mejor empezó antes de mi suspensión.
—Eso no tiene sentido.
—Dime algo que no sepa.
—Pero ¿por qué te vigilan?
—Yo sé lo mismo que tú —respondió Noah—. Supongo que quieren vigilarme de cerca para asegurarse de que no vuelvo a hurtadillas al hospital. Es cierto que esa idea se me ha pasado por la cabeza. No me puedo ni imaginar qué deben de estar pensando mis pacientes. A saber qué les habrán contado. A lo mejor están en juego aspectos legales muy serios que no comprendo.
—Siento mucho que te esté pasando todo esto —le aseguró Leslie—. No te lo mereces. Sigo pensando que todo se solucionará, al menos el tema del hospital, pero me temo que lo de tu novia… Eso es harina de otro costal.
—Te agradezco que me hayas escuchado.
—Llámame cuando quieras —dijo Leslie—. Y buena suerte. Espero que todo salga bien. De veras.
Tras despedirse como era debido, Noah colgó. Durante un momento se quedó sentado, con la vista clavada en la pared desnuda. Su llamada a Leslie había tenido su cara y cruz en sentido emocional. Aunque le agradecía su apoyo y compasión, había agravado sus sospechas de que Ava había tenido algo que ver con su suspensión.
Al pensar en su tesis, se levantó del sofá y se metió en el armario, de increíbles dimensiones, donde guardaba varias cajas de cartón muy pesadas. Hurgó en ellas hasta que dio con un portafolio grande con cierre elástico que contenía todo el material relacionado con su tesis: sus notas y las copias de los diversos borradores. Se lo llevó a la sala de estar y se dispuso a repasarlo todo para refrescar la memoria. No había abierto ese archivo en más de diez años.