LOS PROSCRITOS Y PRIMO PERCY

Los Proscritos siempre sentían un gran interés por los parientes que visitaban a sus respectivas familias durante las Navidades. Claro que la mayoría acudían año tras año y eran aceptados como acompañamiento inevitable de las fiestas, igual que el acebo, el muérdago y las ceremonias religiosas. Algunos, naturalmente, no les eran simpáticos, pero estaban tan bien repartidos que cada uno de los Proscritos se veía como ante una casa de cristal y sin poder arrojar piedras. Quiero decir con eso, que era inútil que Guillermo se burlara de la tía de Pelirrojo, quien les llamaba «picaruelos» y les regalaba máquinas de juguete, porque el propio Guillermo tenía una tía que les hablaba de las hadas e intentaba leerles la serie «Niños Ejemplares» en voz alta. Era inútil también que Enrique se metiera con Douglas a causa de una tía que llevaba todo un jardín en su sombrero, puesto que el propio Douglas tenía igualmente una tía, que seguía usando dos metros y medio de boa de pluma como si aún se estilase.

Los tíos eran todos iguales. Guillermo tenía uno que se reía estrepitosa y tontamente a cada comentario que hacían los Proscritos; Pelirrojo, otro que repetía sin cesar chistes sin gracia de su invención; Enrique uno que les hacía siempre preguntas de historia y geografía, y el de Douglas era tan malhumorado, que si le hacían la «petaca» en su cama se convertía en un loco furioso.

Tan familiares les eran estos parientes que sus idas y venidas navideñas despertaban poca curiosidad e interés entre los Proscritos. Eran meramente personas a las que debía prestarse la atención suficiente para asegurar un aguinaldo antes de que se marcharan, pero a quienes, aparte de esto, había que evitar a toda costa.

Los Proscritos, después de mucha práctica, habían adquirido gran habilidad para dedicar la cantidad exacta de atención que requería cada caso para conseguir el aguinaldo, pues consideraban que el prodigarse más era un atentado contra su dignidad y respeto propio.

Sin embargo, aquel año apareció en escena un nuevo elemento. Un primo de la madre de Pelirrojo, a quien ninguno de ellos había visto hasta entonces, y que se llamaba Percy Penshurst, había escrito invitándose para pasar las Navidades en casa de Pelirrojo. La madre de este quedó favorablemente impresionada con sus cartas.

—Está deseando conocer a Pelirrojo y sus amigos —dijo—. Le gustan mucho los niños.

Y fue Guillermo, quien al enterarse, comentó:

—Bueno, tal vez le gusten, pero el caso es: ¿Gusta él a los niños?

El interés fue aumentando a medida que se acercaba su llegada. Hacía mucho tiempo que no iba ningún pariente nuevo a pasar las Navidades a sus casas. Por supuesto que Pelirrojo estaba bastante intranquilo. Sentíase más responsable de lo que se hubiera sentido por la mera presencia de un invitado navideño, ya que iba a dar una fiesta la Nochebuena, y la presencia de primo Percy podría animarla o echarla a perder. Pues sus «fiestas» no consistían en una reunión de amigos íntimos que aceptan a los parientes estrafalarios de uno con regocijo y simpatía, sino en una reunión de conocidos y enemigos en potencia que esperaban descubrir cualquier punto débil en la armadura de la casa. Un pariente ridículo que pudiera ser imitado públicamente era una excelente arma ofensiva para los meses venideros.

De ahí la ansiedad con que Pelirrojo aguardaba la llegada de primo Percy. Los informes que llegaban hasta ellos eran tranquilizadores.

—Es una maravilla con los niños —decía la madre de Pelirrojo después de leer una carta en la que anunciaba la hora de llegada de su tren—. Y siempre se ha llevado muy bien con ellos.

También esta vez fue Guillermo quien observó que dicha fuente informativa provenía del propio primo Percy. Pelirrojo quiso ser optimista.

—De todas formas ha estado en el extranjero —dijo—. Así que es probable que haya cazado animales salvajes.

La imagen mental que Pelirrojo tenía del «Extranjero» era una vasta selva en la que intrépidos cazadores y fieras bestias de presa luchaban a través de la espesa maleza.

—Bueno, si ha cazado animales salvajes —prosiguió Pelirrojo con el aire triunfante de quien ha ganado un pleito—, seguro que será una persona decente.

Y por lo menos en eso, los Proscritos estuvieron de acuerdo.

La madre de Pelirrojo le había dado permiso para que invitara a merendar a Guillermo, Enrique y Douglas el día de la llegada de primo Percy, puesto que tanto le gustaban los niños. Sin embargo, cuando llegó aún no estaban en casa, sino en el bosque siguiendo rastros, según ellos de elefantes, que luego resultaron ser las huellas de una de las esposas de los colonos que había ido a llevar la comida a su marido, y que tenía los pies muy grandes y llevaba chanclos.

La madre de Pelirrojo esperaba en la puerta su regreso, y al verles sonrió aliviada.

—Ya ha llegado, y estoy segura de que os gustará —susurró—, es simpatiquísimo.

Los Proscritos penetraron en el salón donde les esperaba primo Percy. En el rostro de Pelirrojo brillaba un rayo de esperanza que se desvaneció en cuanto sus ávidos ojos se posaron en su invitado navideño, que era un joven corpulento, de aspecto cordial y amplia sonrisa. Al verles entrar se levantó de una butaca que había junto a la ventana con las manos extendidas en un gran gesto de bienvenida. En realidad su sonrisa era tal, tan exagerada, que daba la impresión de que tenía doble cantidad de dientes que las demás personas.

—Bueno, muchachos —les dijo estrechándoles enérgicamente las manos—, ¿cómo estáis? ¿Cómo estáis? No sabéis cómo he esperado este momento. Vamos a ser grandes amigos cuando nos conozcamos, y podemos empezar ahora mismo.

Y entonces comenzó el proceso de «conocerse». Era muy campechano y se las daba de jovial. Sus familiaridades y jovialidad helaban la sangre de los Proscritos. Y la madre de Pelirrojo, con la deplorable torpeza de toda mujer les observaba con orgullo, pensando lo encantador que era primo Percy y lo bien que se llevaban con él.

Después de merendar, primo Percy sugirió la idea de dar un paseo, y sin dejar de hablar jovialmente, y riendo y tratándoles con insoportable familiaridad, emprendió el camino acompañado de los cuatro niños desilusionados.

Les condujo a través del bosque, y con la ofensiva locuacidad de quien se cree va instruyendo tan sutilmente que los demás no se dan cuenta de que aprenden… cosa que los Proscritos detestaban por encima de todo… fue enseñándoles cómo distinguir los árboles por sus formas y ramas, aunque no tuvieran hojas. A sus ojos los árboles se dividían tan solo en robles, hayas y olmos. En árboles a los que se podía trepar, y árboles intrepables; árboles que servían para hacer de tienda, y árboles que servían de barco, y árboles que eran sencillamente árboles y nada más. No deseaban extender sus conocimientos de botánica más allá de estos límites, pero primo Percy no cesó de instruirles con su labia afectuosa y jovial, sin importarle su mutismo, que confundió con timidez y admiración. («Estoy acostumbrado a ser el héroe adorado por los niños —le había dicho a la madre de Pelirrojo—. Yo no les desilusiono porque eso no les hace ningún daño, sino un bien. Les da una meta a la que aspirar, no sé si sabes lo que quiero decir»).

Luego, cuando salieron del bosque, primo Percy pasó a instruirles acerca de los vientos y a contarles historias de su niñez. Nunca había habido un niño tan valiente, tan inocentemente travieso, tan popular, y tan varonil como primo Percy. Su vida estaba llena de osadas hazañas siempre hechas en beneficio del prójimo (el salvar niños que se ahogaban fue un trabajo cotidiano en la vida de primo Percy) y de victorias sensacionales en aquel juego que primo Percy llamaba «Campos». Al parecer, algunas veces primo Percy había pasado sus apuros como los niños corrientes, pero siempre por respaldar al verdadero culpable. («Yo siempre aceptaba el castigo antes que hacer de soplón, muchachos»), y con frecuencia se interponía entre un niño muy corpulento y otro pequeño del que aquel se mofaba, a pesar de las dolorosos consecuencias. («Debéis proteger siempre a los que son más débiles que vosotros, hijos míos.»).

Al regresar a casa primo Percy iba acompañado de un grupo de niños aburridos y decepcionados.

—Son encantadores —dijo primo Percy a la madre de Pelirrojo—, pero de momento bastante tímidos.

A la madre de Pelirrojo le sorprendió oír aquello.

—Pues por lo general no son nada tímidos —repuso.

Primo Percy se echó a reír.

—Creo que será por la sorpresa de encontrar a una persona mayor tan distinta de los demás, como soy yo. Comprende, yo entiendo muy bien a los niños. Oh, conmigo no les durará la timidez mucho tiempo.

La madre de Pelirrojo no podía dar crédito a sus oídos cuando se enteró de que a su hijo no le agradaba primo Percy, y por eso dijo a su esposo:

—Y me preocupa, querido, porque Percy es maravilloso con los niños. Y yo creo que un niño como es debido debiera adorarle. Siento tanto que no le agrade a Pelirrojo… Espero que llegue a gustarle cuando le conozca un poco mejor.

Pero Pelirrojo no llegó a simpatizar con él a pesar de conocerle mejor. En realidad cuanto más le conocía, mayor era su disgusto, pues a primo Percy le encantaba «luchar» con él cada mañana arrojándole las almohadas, le ponía esponjas empapadas encima de la puerta para que cayeran sobre él al abrirla, le cosía el pijama…

—En realidad no he dejado de ser un niño —explicaba a la madre de Pelirrojo; por eso les comprendo tan bien.

Por supuesto que los otros Proscritos hubieran podido evitarle, pero no iban a abandonar a Pelirrojo en la desgracia, y se unían a los largos paseos de primo Percy, y escuchaban sus baladronadas y pesadas enseñanzas.

—Las lecciones que uno aprende sin darse cuenta son las que quedan —decía primo Percy a la madre de Pelirrojo—. Un niño aprende mejor una lección contándole una divertida historia que con un pesado sermón.

Así que los Proscritos escuchaban sus «divertidas historias» acerca de su niñez hasta que, como Guillermo dijo: «Solo deseo ir a acusar a alguno o a burlarme de él.»

Pelirrojo procuró desviar el curso de la conversación haciéndole preguntas acerca de sus viajes por el extranjero, pero por lo visto, primo Percy desconocía el «extranjero» producto de la imaginación de Pelirrojo. El «extranjero» de primo Percy consistía únicamente en museos y galerías de arte, y tomando la pregunta de Pelirrojo como un deseo de que le instruyera sobre estos temas, puso manos a la obra. («Todos los niños tienen sed de cultura —había dicho a la madre de Pelirrojo—, solo es preciso que encuentren a la persona adecuada para que les despierte esa sed»).

Les gastaba pequeñas bromas y les reprendía amablemente por su falta de entusiasmo.

—Un niño varonil —decía—, es el primero en saber celebrar una broma y el primero en contarla a los demás.

* * *

Los Proscritos creían haber alcanzado ya el máximo de su paciencia con primo Percy, pero descubrieron que estaban equivocados. Primo Percy había traído consigo una caja de juegos de manos y un día, después de merendar, les dio una representación. Ahora los Proscritos merendaban siempre en casa de Pelirrojo, pues primo Percy había dicho a su madre:

—Deja que se queden. Es tan triste para los pobrecitos tener que marcharse y dejar que Pelirrojo disfrute solo de la diversión…

Y al tercer día de estancia, primo Percy sacó sus juegos de manos. Eran en extremo pueriles, y los adornaba con palabrería insulsa y pedante, que hacía enrojecer de vergüenza a los Proscritos, que sentados en fila contaban los minutos hasta que terminara la exhibición. Lo consideraban un tormento especialmente creado para ellos por el maldito primo Percy, pero no fue hasta que él hubo terminado y estaba recogiendo sus cosas, cuando comprendieron el grado de humillación que les esperaba todavía, puesto que primo Percy, recogiendo la última tira de papel de colores (que había hecho salir de una caja vacía, pero como había estado asomando por su manga durante todo el tiempo, el truco no resultó muy emocionante), se volvió hacia ellos para decirles con su sonrisa llena de dientes:


Al tercer día de su estancia, primo Percy sacó sus juegos de manos.


Los Proscritos, sentados en fila, contaban los minutos hasta que terminase la exhibición.

—Y ahora voy a deciros algo que os tengo preparado. Voy a hacer todos estos juegos de manos y algunos más en la fiesta que dará Pelirrojo la Nochebuena. He estado pensando en esa fiesta y voy a deciros lo que haremos. Primero, mi exhibición de juegos de manos, luego la merienda, y después hablaré de mis viajes por Italia. ¿Recuerdas lo mucho que te interesaban, Pelirrojo, viejo camarada? Traje algunas fotografías, alquilaremos un proyector y veréis como resulta muy divertido.

A la madre de Pelirrojo le entusiasmó la idea, pues estaba temiendo la fiesta de Pelirrojo. Sus recuerdos de fiestas anteriores eran como pesadillas en su memoria, y consideró excelente la sugerencia dé primo Percy. Por eso no comprendía la actitud de Pelirrojo.

—Pero, Pelirrojo —le reconvino—, no veo qué más puedes desear. Juegos de manos y proyecciones en colores. A mí me parece ideal.

—¡Sí, pero por «él»! —gimió Pelirrojo—. ¡Y a eso le llama juegos de manos! Si podemos ver cómo mete todas las cosas que luego saca. ¡Y las tonterías que dice! ¡Y las proyecciones de las cosas que él ha visto en Italia! Es suficiente para marear a cualquiera.

—No te comprendo, Pelirrojo —le dijo su madre—. Es tan amable y encantador con los niños. Estoy segura de que a todos los niños que vengan a la fiesta les gustará en seguida.

Pero Pelirrojo sabía que la verdad era otra, y los Proscritos también. De ser una espina clavada en su carne, primo Percy iba a convertirse en una humillación pública. Su sonrisa, su voz, su locuacidad, era tan fáciles de imitar… Todos sus conocidos y enemigos en potencia que asistieran a la fiesta de Pelirrojo tendrían buenas armas con que ofenderles durante los años venideros. Los Proscritos vislumbraban un porvenir perseguidos por todo el pueblo y cercanías, por sus enemigos caricaturizando la sonrisa y charlatanería inaguantable de primo Percy.

—Y ahora, muchachos, voy a contaros algo que me ocurrió cuando tenía vuestra edad. Y ahora, muchachos, no tenéis idea de lo que voy a sacar de este sombrero…

Y la indiferencia de Guillermo desapareció. Aquella calamidad no podía soportarse impasiblemente. Había que evitarla a toda costa…

A primo Percy le agradó ver un nuevo interés en Guillermo cuando emprendieron el acostumbrado paseo diario. Nuestro héroe le contemplaba atentamente, observándole con fervor, y aquella noche primo Percy decía a la madre de Pelirrojo:

—Siempre he observado que los niños se espabilan cuando llevan cierto tiempo conmigo.

Claro que él no sabía que si Guillermo le observaba con tanta atención era para descubrir algún punto flaco para utilizarlo como arma contra él, pero al parecer, primo Percy tenía muy pocos puntos flacos.

Faltaban tan solo tres días para la fiesta, de manera que Guillermo casi había perdido toda esperanza. No obstante, siendo Guillermo, no desesperó por completo, y mientras caminaban por la carretera y primo Percy discurseaba fanfarronamente sobre el sistema solar, le iba observando de cerca y escuchándole con suma atención. Claro que, primo Percy, pensó que le interesaba el sistema solar y redobló su locuacidad.

—Sí, hijo mío, es maravilloso pensar que esos puntos que nos parecen cabezas de alfiler y que brillan en el cielo, son en realidad mundos tan grandes como el nuestro. Es maravilloso pensar que…

Acababan de penetrar en el sendero que conducía a la casa de Pelirrojo, y de pronto primo Percy se detuvo.

—Hace una tarde espléndida, muchachos, ¿y si regresásemos por el camino más largo? Si nos damos prisa no llegaremos tarde a merendar.

De mala gana los Proscritos dieron media vuelta para tomar el camino más largo. Sin embargo, Guillermo, parecía menos abatido que momentos antes.

A lo lejos y en el centro del camino corto que primo Percy no quiso tomar, Guillermo había visto un rebaño de vacas bloqueando el paso, y Guillermo comprendió que él también las había visto.

A la mañana siguiente primo Percy fue a pasear por el bosque con los Proscritos para discutir los últimos preparativos de la fiesta.

—Espero que no habréis dicho nada a vuestros amigos. Pelirrojo subirá de categoría cuando descubran que tiene un primo que sabe hacer juegos de manos, ¿verdad, camaradas? Recuerdo muy bien que cuando tenía vuestra edad un hombre que supiese hacer juegos de manos me parecía un dios. Bueno, claro, que todo el mundo no puede hacerlos. Se necesita…

—Perdóneme —le interrumpió Guillermo—. Creo que ese pastor quiere hablarme —y salió corriendo en dirección a un pastor que pasaba a cierta distancia, y que al parecer no tenía el menor deseo de hablar con Guillermo.

Regresó en seguida.

—Quería advertirnos de que se ha escapado un toro furioso de la granja de Jenks y ha penetrado en el bosque. Dice que hemos de tener mucho cuidado porque viene en esta dirección…

Cerca de donde estaban había un pequeño cobertizo, no mucho mayor que una perrera, que utilizaban los guardabosques para almacenar la comida de los faisanes. Tenía puerta y un cerrojo para protegerla contra los maleantes, pero ahora estaba vacío y la puerta abierta. Primo Percy corrió a refugiarse en su interior lanzando un grito de terror y cerró la puerta tras sí. Apenas cabía, pero consiguió encerrarse por dentro.


Primo Percy corrió a refugiarse en su interior, lanzando un grito de terror, y cerró la puerta tras sí.

No obstante, a los pocos minutos oyó la voz tranquilizadora de Guillermo.

—Escuche. No ocurre nada. Estaba confundido. Él no me dijo que fuese un toro furioso, sino que no nos apartásemos del camino. Me he equivocado.

Lentamente primo Percy salió de su pequeño refugio, y lenta y pensativamente les acompañó hasta la casa de Pelirrojo sin hacer ninguna referencia al incidente, y cuando llegaron ya había recobrado algo de su anterior seguridad. A la hora de merendar volvía a ser el mismo de siempre, pero entonces Guillermo alzó su voz penetrante para dirigirse a la madre de su amigo:

—Hoy he cometido una equivocación estúpida. Estábamos en el bosque y vi a un guarda y creí que me decía que había un toro furioso en el camino y se lo dije al señor Penshurst, que se metió en un pequeño cobertizo para resguardarse. Nosotros no pudimos entrar también porque solo había sitio para el señor Penshurst. Y luego me di cuenta de que me había equivocado. Lo que me había dicho el guarda era que no nos apartásemos del camino. ¿Verdad que fui muy tonto al cometer una equivocación como esa?

La madre de Pelirrojo miró a primo Percy. Primo Percy se atragantó y luego tragó saliva, poniéndose en seguida a discutir los preparativos de la fiesta. Mientras los discutían, llegó la madre de Enrique para recogerle, y Guillermo le contó la historia también, resistiendo todas las tentativas de primo Percy por llevar la conversación por otros derroteros.

—¿Verdad que fue una equivocación muy tonta? —dijo—. Debo estar quedándome sordo. Comprenda, yo entendí que había un toro furioso en el bosque, y por eso el señor Penshurst se refugió en un pequeño cobertizo en que no había sitio más que para él y claro, nosotros nos quedamos fuera porque no había sitio más que para el señor Penshurst, y luego volví a preguntar al guarda, y me dijo que él solo me había dicho que no nos apartásemos del camino. Qué tontería equivocarme de esta manera.

Primo Percy, con una sonrisa forzada, dijo que, él, naturalmente, sabía lo que había dicho el guarda en realidad, y que entró en el cobertizo para divertir a los niños. Pero no convenció a nadie, y cuando la madre de Guillermo fue a pedir a la de Pelirrojo la receta para hacer tortas de sartén y a llevarse a Guillermo a casa, y este repitió la historia, ya ni siquiera intentó justificarse, limitándose a sonreír forzadamente.

—Es una buena anécdota contra mí —dijo de pronto el voluble Guillermo—, y el señor Penshurst dijo que un niño varonil debe ser el primero en contar cualquier chiste contra sí mismo a todo el mundo. Imagínense qué tonto fui al pensar que él dijo que había un toro furioso en el bosque cuando todo lo que dijo fue que no nos saliéramos de los senderos. Y el pobre señor Penshurst, que se tomó la molestia de entrar en un cobertizo, tan pequeño que no cabía nadie más, y todo por una equivocación tan tonta. Merezco que todos se rían de mí.

La sonrisa de primo Percy se hizo todavía más forzada al comenzar a describir su actuación en un partido de «cricket» muy importante en el que consiguió la victoria para su equipo en «los campos de juego» de su escuela.

Pero incluso primo Percy pudo darse cuenta de que su auditorio estaba distraído. Escuchaban el relato de su actuación, que convirtió una derrota en victoria para sus colores en «los campos de juego» de su escuela, pero pensaban en primo Percy, apresurándose a refugiarse en el pequeño cobertizo dejando fuera a Guillermo, Pelirrojo, Enrique y Douglas…

El día siguiente era el anterior a la fiesta. Guillermo, Enrique y Douglas fueron como de costumbre a buscar a Pelirrojo y a primo Percy y salieron todos de paseo.

Primo Percy estaba más locuaz y dicharachero que nunca. Por lo visto deseaba comenzar de nuevo y hacer que olvidaran por completo el recuerdo del desdichado incidente del día anterior, pero Guillermo no lo olvidaba, y contó la historia a todos los que encontraron en el pueblo, para dar humildemente una prueba de su propia tontería.

—No olvido lo que usted dijo: «un niño varonil debe ser el primero en celebrar una anécdota que le perjudique» —observó de nuevo dirigiéndose a primo Percy—, por eso lo cuento a todo el mundo.

Y aunque primo Percy le hizo observar con bastante acritud que no era preciso exagerar las cosas, continuó contando todo lo ocurrido a cuantos encontraron.

Primo Percy lo soportó hasta la hora de merendar, cuando Guillermo lanzó la bomba final.

—Apuesto a que mañana en la fiesta todos los niños se reirán de mí —dijo—, cuando les cuente la equivocación tan tonta que cometí ayer.

Fue entonces cuando primo Percy le dijo a la madre de Pelirrojo que sentía no poder pasar todas las Navidades en su casa, ya que un negocio urgente le obligaba a regresar a su casa a primera hora del día siguiente, agregando que sentía perderse la fiesta de Pelirrojo.

La madre de Pelirrojo, a pesar de todo, seguía manteniendo una confianza ciega en él. Y como la diversión en la fiesta de su hijo resultó furiosa y devastadora, y un grupo de niños persiguió a otro grupo por la escalera, principal y la posterior, lanzando gritos de guerra, que destrozaban los tímpanos, la pobre señora, retorciéndose las manos, dijo lamentándose a la madre de Guillermo:

—Si primo Percy no hubiera tenido que marcharse, ¡no se hubieran portado así! Es maravilloso con los niños.