PRIMERA PARTE:
De las pasiones en general y accidentalmente de toda la naturaleza del hombre

Art. 1. Lo que es la pasión respecto a un sujeto es siempre acción en algún otro aspecto.

Nada pone tan bien de manifiesto cuán defectuosas son las ciencias que recibimos de los antiguos como lo que éstos han escrito de las pasiones; pues, por más que se trate de una materia que siempre se puso gran empeño en conocer y que no parece ser de las más difíciles, ya que, sintiéndolas cada cual en sí mismo, no es menester recurrir a ninguna observación ajena para descubrir su naturaleza, lo que los antiguos han enseñado de ellas es tan poco, y tan poco creíble en general, que sólo alejándome de los caminos seguidos por ellos puedo abrigar alguna esperanza de aproximarme a la verdad. Por esta razón me veré obligado a escribir aquí como si se tratara de una materia que nadie, antes que yo, hubiera tocado; y para comenzar, considero que todo lo que se hace u ocurre de nuevo es generalmente llamado por los filósofos una pasión respecto al sujeto a quien ello ocurre, y una acción respecto a aquel que hace que ocurra; de suerte que, aunque el agente y el paciente sean con frecuencia muy diferentes, la acción y la pasión no dejan de ser siempre una misma cosa que tiene estos dos nombres, por causa de los dos diversos sujetos a los cuales puede referirse.

Art. 2. Para conocer las pasiones del alma es preciso distinguir sus funciones de las del cuerpo.

Considero, además, que no reparamos en que ningún sujeto obra más inmediatamente contra nuestra alma que el cuerpo al que está unida, y que por consiguiente debemos censar que lo que en ella es una pasión es generalmente en él una acción; de suerte que no hay mejor camino para llegar al conocimiento de nuestras pasiones que examinar la diferencia existente entre el alma y el cuerpo, a fin de conocer a cuál de los dos se debe atribuir cada una de las funciones que hay en nosotros.

Art. 3. Qué regla se debe seguir para este fin.

Lo cual no resulta muy difícil si se tiene en cuenta que todo aquello cuya existencia experimentamos en nosotros y que vemos que puede también existir en cuerpos completamente inanimados, no debe ser atribuido más que a nuestro cuerpo; y, por el contrario, todo lo que hay en nosotros y que no concebimos en modo alguno pueda pertenecer a un cuerpo, debe ser atribuido a nuestra alma.

Art. 4. El calor y el movimiento de los miembros proceden del cuerpo; los pensamientos, del alma.

Así pues, como no concebimos que el cuerpo piense de ninguna manera, debemos creer que toda suerte de pensamientos que existen en nosotros pertenecen al alma; y como no dudamos que hay cuerpos inanimados que pueden moverse de tantas o más diversas maneras que los nuestros, y que tienen tanto o más calor (lo que la experiencia muestra en la llama, que tiene en sí misma mucho más calor y movimiento que ninguno de nuestros miembros), debemos creer que todo el calor y todos los movimientos que hay en nosotros, en tanto no dependen del pensamiento, no pertenecen sino al cuerpo.

Art. 5. Es erróneo creer que el alma da movimiento y calor al cuerpo.

Con lo cual evitaremos un error muy considerable en el que han caído algunos, de suerte que, a mi juicio, es ésta la primera causa de que no se hayan podido hasta ahora explicar bien las pasiones y las demás cosas pertenecientes al alma. Ello consiste en que, viendo que todos los cuerpos muertos quedan privados de calor y luego de movimientos, se ha imaginado que era la ausencia del alma lo que hacía cesar esos movimientos y ese calor; y, en consecuencia, se ha creído sin razón que nuestro calor natural y todos los movimientos de nuestros cuerpos dependen del alma, mientras que se debía pensar, al contrario, que el alma se ausenta, cuando el individuo muere, a causa de que cesa ese calor y de que se corrompen los órganos que sirven para mover el cuerpo.

Art. 6. Qué diferencia existe entre un cuerpo vivo y un cuerpo muerto.

Consideremos, pues, para evitar este error, que la muerte no ocurre nunca por ausencia del alma, sino porque alguna de las principales partes del cuerpo se corrompe; y pensemos que el cuerpo de un hombre vivo difiere del de un hombre muerto como difiere un reloj u otro autómata (es decir, otra máquina que se mueve por sí misma), cuando está montado y tiene en sí el principio corporal de los movimientos para los cuales fue creado, con todo lo necesario para su funcionamiento, del mismo reloj, u otra máquina, cuando se ha roto y deja de actuar el principio de su movimiento.

Art. 7. Breve explicación de las partes del cuerpo y de alguna de sus funciones.

Para hacer esto más inteligible, explicaré aquí en pocas palabras la manera como está compuesta la máquina de nuestro cuerpo. No hay nadie ya que no sepa que hay en nosotros un corazón, un cerebro, un estómago, músculos, nervios, arterias, venas y cosas semejantes; se sabe también que los alimentos que comemos descienden al estómago y a las tripas, donde su jugo, yendo al hígado y a todas las venas, se mezcla con la sangre que éstas contienen, aumentando así la cantidad de la misma. Los que han oído hablar de medicina, por poco que sea, saben además cómo está constituido el corazón y cómo toda la sangre de las venas puede fácilmente circular de la vena cava al lado derecho del corazón, y de aquí pasar al pulmón por el vaso que se llama vena arterial, tornar luego del pulmón al lado izquierdo del corazón por el vaso llamado arteria venosa, y pasar finalmente de aquí a la gran arteria, cuyas ramificaciones se extienden por todo el cuerpo. Y todos los que no están enteramente ciegos por la autoridad de los antiguos y que han querido abrir los ojos para examinar la opinión de Hervaeus sobre la circulación de la sangre, están convencidos de que todas las venas y las arterias del cuerpo son como arroyos por donde corre la sangre continua y rápidamente, saliendo de la cavidad derecha del corazón por la vena arterial, cuyas ramificaciones se distribuyen por todo el pulmón y se unen a las de la arteria venosa, por la cual pasa del pulmón al lado izquierdo del corazón; de aquí va luego a la gran arteria, cuyas ramificaciones, esparcidas por todo el resto del cuerpo, se unen a las ramificaciones de la vena que llevan la misma sangre a la cavidad derecha del corazón; de suerte que estas dos cavidades son como esclusas por cada una de las cuales pasa toda la sangre a cada vuelta que ésta da en el cuerpo. Se sabe también que todos los movimientos de los miembros dependen de los músculos, y que éstos músculos están opuestos unos a otros, de tal suerte que cuando uno de ellos se contrae, tira hacia sí la parte del cuerpo a que va unido, lo cual hace distenderse al mismo tiempo el músculo opuesto; luego, si este último se contrae, hace que el otro se distienda y atraiga hacia sí la parte a que ambos están unidos. Se sabe, asimismo, que todos estos movimientos de los músculos, lo mismo que todos los sentidos, dependen de los nervios, que son como unas cuerdecitas o como unos tubitos que salen, todos, del cerebro, y contienen, como éste, cierto aire o viento muy sutil que se llama los espíritus animales.

Art. 8. Cuál es el principio de todas estas funciones.

Pero no es corriente saber de qué manera contribuyen estos espíritus animales y estos nervios a los movimientos y a los sentidos; por eso, aunque ya me he referido un poco a esta cuestión en otros escritos he de decir aquí sucintamente que, mientras vivimos, hay un calor continuo en nuestro corazón, que es una especie de fuego mantenido en él por la sangre de las venas, y que este fuego es el principio corporal de todos los movimientos de nuestros miembros.

Art. 9. Cómo se produce el movimiento del corazón.

Su primer efecto es que dilata la sangre de que están llenas las cavidades del corazón, y esto determina que, impelida por la necesidad de buscar mayor espacio, pase con impetuosidad de la cavidad derecha a la vena arterial, y de la izquierda a la gran arteria; luego, al cesar esa dilatación, entra inmediatamente nueva sangre de la vena cava, a la cavidad derecha del corazón, y de la arteria venosa a la izquierda; pues hay a la entrada de estos cuatro vasos unas membranitas dispuestas de tal modo que la sangre no puede entrar en el corazón sino por las dos últimas, ni salir más que por las otras dos. La sangre nueva entra en el corazón y se rarifica inmediatamente, de la misma manera que la precedente; y sólo en esto consiste el pulso o latido del corazón y de las arterias; de suerte que este latido se reitera tantas veces como entra sangre nueva en el corazón. Ésta es también la única causa que da a la sangre su movimiento y hace que circule sin cesar muy rápidamente por todas las arterias y las venas, llevando así el calor que adquiere en el corazón a todas las demás partes del cuerpo, y les sirve de alimento.

Art. 10. Cómo se producen en el cerebro los espíritus animales.

Pero lo más considerable que hay en esto es que todas las partes más vivas y más sutiles de la sangre que el calor ha rarificado en el corazón entran continuamente en gran cantidad en las cavidades del cerebro. Y la razón por la cual van a parar a él antes que a ningún otro lugar es que toda la sangre que sale del corazón por la gran arteria se dirige en línea recta hacia el cerebro, y que, no pudiendo entrar toda en él, debido a que no hay más que unos pasos muy estrechos, entran sólo las partes más agitadas y más sutiles, mientras que el resto va a todos los demás lugares del cuerpo. Ahora bien, estas partes muy sutiles de la sangre componen los espíritus animales, y para ello no necesitan recibir ningún otro cambio en el cerebro, sino que en él quedan separadas de las demás partes de la sangre menos sutiles; pues lo que aquí llamo espíritu no son sino cuerpos, y no tienen otra propiedad que la de ser cuerpos muy pequeños y que se mueven muy rápidamente, como las partes de la llama que sale de una antorcha; de suerte que no se detienen en ningún sitio y, a medida que algunos de ellos entran en la cavidad del cerebro, salen también algunos otros por los poros que hay en su sustancia, los cuales los conducen a los nervios, y de aquí a los músculos, lo que les permite mover el cuerpo de todas las diversas maneras como puede ser movido.

Art. 11. Cómo se producen los movimientos de los músculos.

Pues la única causa de todos los movimientos de los miembros es que algunos músculos se contraen y que sus opuestos se dilatan, como hemos dicho ya; y la única causa que hace que un músculo se contraiga antes que su opuesto es que van hacia el primero más espíritus del cerebro que hacia el otro. No es que los espíritus que proceden inmediatamente del cerebro basten para mover ellos solos estos músculos, sino que determinan a los otros espíritus que están ya en los músculos a salir con gran rapidez de uno de ellos y a pasar al otro, con lo cual aquel de donde salen se estira y se afloja, y aquel otro en el que entran, rápidamente inflado por ellos, se contrae y tira del miembro al que va unido. Lo cual es fácil de concebir, con tal de saber que hay muy pocos espíritus animales que vayan continuamente del cerebro a cada músculo, pero que hay siempre otros muchos encerrados en el mismo músculo que se mueven en él muy rápidamente, a veces girando sólo en el lugar donde están, a saber, cuando no encuentran pasos abiertos para salir, y a veces pasando al músculo opuesto, pues en cada uno de estos músculos hay pequeños orificios por donde los espíritus pueden pasar de uno a otro, y están dispuestos de tal modo que, cuando los espíritus que van del cerebro hacia uno de esos músculos tienen más fuerza que los que van al otro, por pequeña que sea la diferencia, abren todas las entradas por donde los espíritus del otro músculo pueden pasar a éste, y cierran al mismo tiempo todas aquellas por donde los espíritus de éste pueden pasar al otro; mediante lo cual, todos los espíritus antes contenidos en estos dos músculos se juntan en uno de ellos muy rápidamente, y de este modo lo inflan y lo contraen mientras que el otro se estira y se afloja.

Art. 12. Cómo actúan los objetos exteriores sobre los órganos de los sentidos.

Falta saber aquí las causas por las cuales los espíritus no siempre van del cerebro a los músculos de la misma manera y van a veces más hacia unos que hacia otros. Pues, además de la acción del alma, que es verdaderamente en nosotros una de esas causas, como explicaré luego, hay además otras dos que dependen sólo del cuerpo, causas que es necesario señalar. La primera consiste en la diversidad de los movimientos que son provocados en los órganos de los sentidos por sus objetos, causa que ya he explicado con bastante amplitud en la Dióptrica; más para que los que lean este escrito no tengan necesidad de haber leído otros, repetiré aquí que en los nervios hay que considerar tres cosas, a saber: su médula, o sustancia interior, que se extiende en forma de hilitos desde el cerebro, donde nace, hasta los extremos de los otros miembros a que están unidos esos hilos; luego las membranas que los rodean y que, siendo contiguas a las que envuelven el cerebro, forman unos tubitos dentro de los cuales están esos hilitos; por último, los espíritus animales, que, conducidos por esos mismos tubos desde el cerebro hasta los músculos, hacen que esos hilos permanezcan en ellos enteramente libres y extendidos de tal suerte que la menor cosa que mueva la parte del cuerpo a la que va unido el extremo de alguno de ellos hace mover por el mismo medio la parte del cerebro de donde procede, de igual manera que cuando se tira de uno de los cabos de una cuerda se mueve el otro.

Art. 13. Esta acción de los objetos exteriores puede conducir de diversa manera los espíritus a los músculos.

Ya he explicado en la Dióptrica cómo todos los objetos de la vista no se comunican a nosotros de otro modo que moviendo localmente, por medio de los cuerpos transparentes que hay entre ellos y nuestros ojos, y luego los lugares del cerebro donde nacen esos nervios; que los mueven, digo, de tantas maneras diferentes como diversidades en las cosas nos hacen ver, y que no son los movimientos que se producen en el ojo, sino los que se producen en el cerebro los que representan al alma esos objetos. Por este ejemplo es fácil concebir que los sonidos, los olores, los sabores, el calor, el dolor, el hambre, la sed y en general todos los objetos, tanto de nuestros otros sentidos exteriores como de nuestros apetitos interiores, provocan también en nuestros nervios algún movimiento, que pasa por este medio al cerebro; y estos diversos movimientos del cerebro, además de hacer ver a nuestra alma diversos sentimientos, pueden también hacer sin ella que los espíritus se dirijan a ciertos músculos más bien que a otros, y que muevan así nuestros miembros, lo que probaré aquí solamente con un ejemplo. Si alguien dispara rápidamente su mano contra nuestros ojos, como para pegarnos, aunque sepamos que es nuestro amigo, que sólo hace eso en broma y que se guardará muy bien de causarnos mal alguno, nos es sin embargo muy difícil no cerrarlos; lo que demuestra que no se cierran por intervención de nuestra alma, puesto que ello ocurre contra nuestra voluntad, la cual es su única o al menos su principal acción; sino que se cierran porque la máquina de nuestro cuerpo está constituida de tal modo que el movimiento de esa mano hacia nuestros ojos provoca otro movimiento en nuestro cerebro, que conduce los espíritus animales a los músculos que hacen bajar los párpados.

Art. 14. La diversidad que existe entre los espíritus puede también diversificar su curso.

La otra causa por la que los espíritus animales siguen diferente curso en los músculos es la desigual agitación de estos espíritus y la diversidad de sus partes. Pues cuando algunas de sus partes son más grandes y más movibles que las otras, pasan antes en línea recta a las cavidades y a los poros del cerebro, y por este medio son conducidas a otros músculos adonde no lo serían si tuvieran menos fuerza.

Art. 15. Cuáles son las causas de su diversidad.

Y esta desigualdad puede proceder de las diversas materias de que están constituidas, como se ve en los que han bebido mucho vino, que los vapores de este vino, entrando rápidamente en la sangre, suben del corazón al cerebro, donde se convierten en espíritus, los cuales, más fuertes y más abundantes que los que en él se encuentran de ordinario, son capaces de mover el cuerpo de varias extrañas maneras. Esta desigualdad de los espíritus puede también proceder de las diversas posiciones del corazón, del hígado, del estómago, del bazo y de todas las demás partes que contribuyen a su producción; pues hay que tener en cuenta principalmente aquí ciertos pequeños nervios insertos en la base del corazón que sirven para dilatar y contraer los orificios de estas concavidades, mediante lo cual la sangre, dilatándose en ellas más o menos, produce espíritus diversamente dispuestos.

Hay que observar también que, aunque la sangre que entra en el corazón proviene de todos los demás lugares del cuerpo, ocurre sin embargo muchas veces que es impulsada hacia él con más fuerza de unas partes que de otras, porque los nervios y los músculos que responden a las primeras la presionan o la agitan más, y porque, según la diversidad de las partes de las que acude más sangre, se dilata de diferente modo en el corazón, y luego produce espíritus que tienen cualidades diferentes. Así, por ejemplo, la sangre que proviene de la parte inferior del hígado, donde está la bilis, se dilata en el corazón de modo diferente que la que procede del bazo, y ésta de manera distinta que la que proviene de las venas del brazo o de las piernas, y, por último, ésta muy diferentemente que el jugo de los alimentos cuando, al salir nuevamente del estómago y de los intestinos, pasa rápidamente por el hígado hasta el corazón.

Art. 16. Cómo todos los miembros pueden ser movidos por los objetos de los sentidos y por los espíritus sin ayuda del alma.

Por último, es preciso observar que la máquina de nuestro cuerpo está compuesta de tal modo que todos los cambios que ocurren en el movimiento de los espíritus pueden determinar que abran algunos poros del cerebro más que los otros, y recíprocamente que, cuando alguno de estos poros está más o menos abierto que de costumbre, aunque sea poco, por la acción de los nervios que sirven a los sentidos, esto cambia algo el movimiento de los espíritus, y hace que sean conducidos a los músculos que sirven para mover el cuerpo como se mueve ordinariamente en circunstancia tal; de suerte que todos los movimientos que realizamos sin que nuestra voluntad intervenga en ello (como ocurre a menudo cuando respiramos, cuando andamos, cuando comemos y, en fin, cuando ejecutamos todos los actos que nos son comunes con los animales) no dependen más que de la conformación de nuestros miembros y del curso que los espíritus, excitados por el calor del cuerpo, siguen naturalmente en el cerebro, en los nervios y en los músculos, de la misma manera que el movimiento de un reloj es producido únicamente por la fuerza de su resorte y la forma de sus ruedas.

Art. 17. Cuáles son las funciones del alma.

Una vez consideradas todas las funciones que pertenecen únicamente al cuerpo, fácil es conocer que no queda en nosotros nada que debamos atribuir a nuestra alma, aparte nuestros pensamientos, los cuales son principalmente de dos géneros, a saber: unos son las acciones del alma, otros son sus pasiones. Las que llamo sus acciones son todas nuestras voluntades, porque experimentamos que provienen directamente de nuestra alma, y parecen no depender sino de ella; como, por el contrario, se puede generalmente llamar sus pasiones a todas las clases de percepciones o conocimientos que se encuentran en nosotros, porque muchas veces no es nuestra alma la que las hace tales como son, y porque siempre las recibe de las cosas que son representadas por ellas.

Art. 18. De la voluntad.

Nuestras voluntades son también de dos clases; pues unas son acciones del alma que terminan en el alma misma, como cuando queremos amar a Dios o generalmente aplicar nuestro pensamiento a algún objeto que no es material; otras son acciones que terminan en nuestro cuerpo, como, por el simple hecho de que tenemos la voluntad de pasearnos, nuestras piernas se mueven y andamos.

Art. 19. De las percepciones.

Nuestras percepciones son también de dos clases, y unas tienen por causa el alma, otras el cuerpo. Las que tienen por causa el alma son las percepciones de nuestras voluntades y de todas las imaginaciones u otros pensamientos que de ella dependen; pues es indudable que no podríamos querer ninguna cosa que no percibiéramos por el mismo medio que la queremos; y aunque, con respecto a nuestra alma, querer algo sea una acción, puede decirse que, en ella, percibir que quiere es también una pasión; no obstante, como esta percepción y esta voluntad no son en realidad más que una misma cosa, la denominación se hace siempre por lo que es más noble, y por eso no se acostumbra llamarla una pasión, sino sólo una acción.

Art. 20. De las imaginaciones y otros pensamientos que son formados por el alma.

Cuando nuestra alma se pone a imaginar algo que no existe, como al figurarse un palacio encantado o una quimera, y también cuando se pone a considerar algo que es solamente inteligible y no imaginable, por ejemplo, a considerar su propia naturaleza, las percepciones que tiene de estas cosas dependen principalmente de la voluntad que hace que las perciba; por eso se acostumbra considerarlas como acciones más bien que como pasiones.

Art. 21. De las imaginaciones causadas solamente por el cuerpo.

Entre las percepciones causadas por el cuerpo, la mayor parte dependen de los nervios; pero hay también algunas que no dependen de ellos, y que se llaman imaginaciones, como aquellas de que acabo de hablar, de las cuales difieren, sin embargo, en que nuestra voluntad no interviene en su formación, por lo cual no pueden ser incluidas entre las acciones del alma, y proceden únicamente de que, diversamente agitados los espíritus y encontrando las huellas de diversas impresiones que han precedido en el cerebro, toman curso fortuitamente por ciertos poros más bien que por otros. Tales son las ilusiones de nuestros sueños y también las divagaciones que solemos tener estando despiertos, cuando nuestro pensamiento deambula despreocupado sin fijarse determinadamente en nada. Ahora bien, aunque algunas de estas imaginaciones sean pasiones del alma, tomando esta palabra en su más propio y más perfecto significado, y aunque todas puedan ser así llamadas si se toman en un sentido más general, no obstante, como no tienen una causa tan notable y tan determinada como las percepciones que el alma recibe por medio de los nervios, y parecen no ser sino la sombra y la pintura de aquellas, para poder distinguirlas bien hay que considerar la diferencia que existe entre estas otras.

Art. 22. De la diferencia que existe entre las percepciones.

Todas las percepciones que no he explicado aún van al alma por medio de los nervios, y entre ellas hay la diferencia de que unas las referimos a objetos exteriores, que impresionan nuestros sentidos, y otras a nuestra alma.

Art. 23. De las percepciones que se refieren a los objetos exteriores a nosotros.

Las que se refieren a cosas que están fuera de nosotros, o sea a los objetos de nuestros sentidos, son producidas, al menos cuando nuestra opinión no es falsa, por esos objetos que, provocando algunos movimientos en los órganos de los sentidos exteriores, los provocan también por medio de los nervios en el cerebro, los cuales hacen que el alma los sienta. Así, cuando vemos la luz de una antorcha y oímos el sonido de una campana, este sonido y esta luz son dos diferentes acciones que, por el simple hecho de suscitar dos diferentes movimientos en algunos de nuestros nervios, y por este medio en el cerebro, dan al alma dos sentimientos distintos, sentimientos que referimos de tal modo a los sujetos que suponemos son sus causas, que creemos ver la antorcha misma y oír la campana, no solamente sentir unos movimientos que provienen de ellas.

Art. 24. De las percepciones que se refieren a nuestro cuerpo.

Las percepciones que se refieren a nuestro cuerpo o a algunas de sus partes son las que tenemos del hambre, de la sed y de nuestros demás apetitos naturales, a las cuales se puede añadir el dolor, el calor y las otras afecciones que sentimos como en nuestros miembros, y no como en los objetos exteriores a nosotros: así podemos sentir al mismo tiempo, y por medio de nuestros nervios, la frialdad de nuestra mano y el calor de la llama a que se acerca, o bien al contrario, el calor de la mano y el frío del aire a que está expuesta, sin que haya ninguna diferencia entre las acciones que nos hacen sentir el calor o el frío de nuestra mano y las que nos hacen sentir el exterior a nosotros, sino que, como una de estas acciones sobreviene a la otra, nos parece que la primera está ya en nosotros, y que la que sobreviene no lo está aún, sino en el objeto que la causa.

Art. 25. De las percepciones que se refieren a nuestra alma.

Las percepciones que se refieren solamente al alma son aquellas cuyos efectos se sienten como en el alma misma, y de las cuales no se suele conocer ninguna causa primera a la que se puedan atribuir; tales son los sentimientos de alegría, de cólera y otros semejantes, que son a veces provocados en nosotros por los objetos que mueven nuestros nervios, y a veces también por otras causas. Ahora bien, aunque todas nuestras percepciones, tanto las que se refieren a los objetos exteriores a nosotros como las que se refieren a las diferentes afecciones de nuestro cuerpo, sean verdaderamente pasiones con respecto a nuestra alma tomando esta palabra en su significado más general, se acostumbra no obstante limitarlas a las que se refieren al alma misma, y son solamente estas últimas las que yo me he propuesto explicar con el nombre de pasiones del alma.

Art. 26. Las imaginaciones que dependen únicamente del movimiento fortuito de los espíritus pueden ser tan verdaderas pasiones como las percepciones que dependen de los nervios.

Hay que señalar aquí que las mismas cosas que el alma percibe por medio de los nervios pueden, todas ellas, ser también representadas por el curso fortuito de los espíritus, sin más diferencia que las impresiones que van del cerebro por los nervios son generalmente más vivas y más expresas que las que en él provocan los espíritus: lo que me ha hecho decir en el artículo 21 que estas son como la sombra y la pintura de las otras. Hay que observar también que, a veces, esta pintura es tan parecida a la cosa que representa, que nos podemos engañar en cuanto a las percepciones que se refieren a los objetos exteriores a nosotros o a las que se refieren a algunas partes de nuestro cuerpo, pero no nos podemos engañar en cuanto a las pasiones, sobre todo porque están tan próximas y tan dentro de nuestra alma que es imposible que ésta las sienta sin que sean verdaderamente tales como las siente. Así, a menudo cuando dormimos, y hasta a veces estando despiertos, imaginamos tan fuertemente ciertas cosas que nos parece que las estamos viendo ante nosotros o sintiéndolas en nuestro cuerpo, aunque no están en él en modo alguno; pero, aun dormidos y soñando, no podríamos sentirnos tristes o emocionados por alguna otra pasión sin que sea muy cierto que el alma tiene en sí esta pasión.

Art. 27. Definición de las pasiones del alma.

Después de haber considerado en qué difieren las pasiones del alma de todos los demás pensamientos de la misma, creo que se puede en general definirlas como percepciones, o los sentimientos, o las emociones del alma, que se refieren particularmente a ella, y que son causadas, sostenidas y fortificadas por algún movimiento de los espíritus.

Art. 28. Explicación de la primera parte de esta definición.

Podemos llamarlas percepciones cuando empleamos en general esta palabra para designar todos los pensamientos que no son acciones del alma o voluntades, pero no cuando la usamos solamente para designar conocimientos evidentes; pues la experiencia demuestra que no son los más agitados por sus pasiones los que mejor las conocen, y que éstas figuran entre las percepciones que la estrecha alianza que existe entre el alma y el cuerpo hace confusas y oscuras. Podemos también llamarlas sentimientos, porque son recibidas en el alma de la misma manera que los objetos de los sentidos exteriores, y el alma no las conoce de otro modo; pero podemos mejor aún llamarlas emociones del alma, no sólo porque este nombre puede ser dado a todos los cambios que ocurren en ella, o sea a todos los diversos pensamientos que le llegan, sino particularmente porque, de todas las clases de pensamientos que el alma puede tener, ninguna la agita y la conmueve tan fuertemente como estas pasiones.

Art. 29. Explicación de la otra parte.

Añado que se refieren particularmente al alma, para distinguirlas de los otros sentimientos que se refieren, unos a los objetos exteriores, como los olores, los sonidos, los colores; otros a nuestro cuerpo, como el hambre, la sed, el dolor. Añado también que son causadas, sostenidas y reforzadas por algún movimiento de los espíritus, a fin de distinguirlas de nuestras voluntades, que podemos llamar emociones del alma que se refieren a ella, pero que son causadas por ella misma, y también a fin de explicar su última y más próxima causa, que las distingue también de los otros sentimientos.

Art. 30. El alma está unida a todas las partes del cuerpo conjuntamente.

Pero para entender más perfectamente todas estas cosas, hay que saber que el alma está verdaderamente unida a todo el cuerpo, y que no se puede decir que esté en alguna de sus partes con exclusión de las demás, porque es uno y en cierto modo indivisible, en razón de la disposición de todos sus órganos, de tal modo relacionados entre sí que, cuando uno de ellos es suprimido, ello hace defectuoso todo el cuerpo, porque el alma es de una naturaleza que no tiene relación alguna con la extensión ni con las dimensiones o con las propiedades de la materia de que el cuerpo se compone, sino solamente con todo el conjunto de sus órganos, como resulta del hecho de que no se podría en modo alguno concebir la mitad, o la tercera parte de un alma ni qué extensión ocupa, y de que no deviene más pequeña si se mutila alguna parte del cuerpo, sino que se separa enteramente de él cuando se disuelve el conjunto de sus órganos.

Art. 31. Hay en el cerebro una pequeña glándula en la que el alma ejerce sus funciones más particularmente que en las demás partes.

Es preciso saber también que, aunque el alma esté unida a todo el cuerpo, hay sin embargo en él alguna parte en la cual ejerce sus funciones más particularmente que en todas las demás; y se cree generalmente que esta parte es el cerebro, o acaso el corazón: el cerebro, porque con él se relacionan los órganos de los sentidos, y el corazón porque parece como si en él se sintieran las pasiones. Mas, examinando la cosa con cuidado, paréceme haber reconocido evidentemente que la parte del cuerpo en la que el alma ejerce inmediatamente sus funciones no es en modo alguno el corazón, ni tampoco todo el cerebro, sino solamente la más interior de sus partes, que es cierta glándula muy pequeña, situada en el centro de su sustancia y de tal modo suspendida sobre el conducto por el cual se comunican los espíritus, de sus cavidades anteriores con los de la posterior, que los menores movimientos que se producen en ésta tienen un gran poder para cambiar el curso de estos espíritus, y recíprocamente, los menores cambios que se producen en el curso de los espíritus lo tienen igualmente para variar los movimientos de esta glándula.

Art. 32. Cómo se conoce que esta glándula es la principal sede del alma.

La razón que me convence de que el alma no puede tener en todo el cuerpo ningún otro lugar que esta glándula donde ejerce inmediatamente sus funciones, es que considero que las otras partes de nuestro cerebro son todas dobles, de la misma manera que tenemos dos ojos, dos manos, dos oídos, y todos los órganos de nuestros sentidos son dobles; y que, puesto que no tenemos más que un único y simple pensamiento de una misma cosa al mismo tiempo, por fuerza ha de haber algún lugar donde las dos imágenes que vienen por los dos ojos, o las otras dos impresiones que vienen de un solo objeto por los dobles órganos de los otros sentidos se puedan juntar en una antes de llegar al alma, a fin de que no le representen dos objetos en lugar de uno; y se puede concebir fácilmente que estas imágenes u otras impresiones se juntan en esta glándula por medio de los espíritus que llenan las cavidades del cerebro, pero no hay en el cuerpo ningún otro lugar donde puedan unirse así, sino después de haberse unido en esta glándula.

Art. 33. Las pasiones no residen en el corazón.

En cuanto a la opinión de los que piensan que el alma recibe sus pasiones en el corazón, no es nada consistente, pues se funda sólo en que las pasiones hacen sentir en él alguna alteración; y es fácil observar que esta alteración únicamente se siente como en el corazón por medio de un pequeño nervio que baja del cerebro a él, así como el dolor se siente como en el pie por medio de los nervios del pie, y los astros los percibimos como en el cielo por medio de su luz y de los nervios ópticos: de suerte que no es necesario que nuestra alma ejerza inmediatamente sus funciones en el corazón para sentir en él sus pasiones, como no lo es que el alma está en el cielo para ver en él los astros.

Art. 34. Cómo obran una contra el otro el alma y el cuerpo.

Concebimos, pues, que el alma tiene su sede principal en la pequeña glándula que está en medio del cerebro, de donde irradia a todo el resto del cuerpo por medio de los espíritus de los nervios y hasta de la sangre, que, participando de las impresiones de los espíritus, las puede llevar por las arterias a todos los miembros; y recordando lo dicho antes sobre la máquina de nuestro cuerpo, es decir, que los hilillos de nuestros nervios están de tal modo distribuidos en todas sus partes que, en los diversos movimientos que en ellos provocan los objetos sensibles, abren diversamente los poros del cerebro, y esto hace que los espíritus animales contenidos en esas cavidades entren diversamente en los músculos, mediante lo cual pueden mover los miembros de todas las diferentes maneras como estos pueden ser movidos, y también que todas las demás causas que pueden de diversas maneras mover los espíritus bastan para conducirlos a diversos músculos, añadamos aquí que la pequeña glándula que es la sede principal del alma está de tal modo suspendida entre las cavidades que contienen estos espíritus que puede ser movida por ellos de tantas maneras diferentes como diferencias sensibles hay en los objetos; pero que puede también ser diversamente movida por el alma, la cual es de tal naturaleza que recibe tantas diferentes percepciones como diversos movimientos se producen en esta glándula; y recíprocamente, la máquina del cuerpo está constituida de tal modo que, por el simple hecho de que esta glándula es diversamente movida por el alma o por cualquier otra causa que pueda serlo, impulsa los espíritus que la rodean hacia los poros del cerebro, que los conducen por los nervios a los músculos, mediante lo cual les hace mover los miembros.

Art. 35. Ejemplo de la manera como las impresiones de los objetos se unen en la glándula que está en medio del cerebro.

Así, por ejemplo, si vemos un animal venir hacia nosotros, la luz refleja de su cuerpo pinta dos imágenes del mismo, una en cada uno de nuestros ojos, y estas dos imágenes forman otras dos, por medio de los nervios ópticos, en la superficie interior del cerebro correspondiente a esas cavidades; luego, de aquí, por medio de los espíritus que llenan esas cavidades, las imágenes irradian de tal suerte hacia la pequeña glándula rodeada por esos espíritus, que el movimiento que compone cada punto de una de las imágenes tiende hacia el mismo punto de la glándula hacia el cual tiende el movimiento que forma el punto de la otra imagen, la cual representa la misma parte del animal, y así, las dos imágenes que están en el cerebro componen una sola en la glándula, que, actuando inmediatamente contra el alma, le hace ver la figura del animal.

Art. 36. Ejemplo de cómo se producen las pasiones en el alma.

Y, además de esto, si esta figura es muy extraña y muy espantosa, es decir, si tiene mucha relación con las cosas que han sido antes nocivas al cuerpo, ello provoca en el alma la pasión del temor, y luego la del valor, o bien la del miedo y del terror, según los diferentes temperamentos del cuerpo o la fuerza del alma, y según que antes nos hayamos preservado mediante la huida o mediante la defensa contra las cosas nocivas con las que tiene relación la impresión presente; pues esto dispone de tal modo el cerebro en algunos hombres, que los espíritus reflejos de la imagen así formada en la glándula van de ésta a manifestarse, parte en los nervios que sirven para volver la espalda o mover las piernas para huir, y parte en los que dilatan o contraen de tal modo los orificios del corazón, o bien que agitan de tal suerte las otras partes de donde le llega la sangre, que, rarificada esta sangre de modo inhabitual, envía al cerebro espíritus propios para mantener e intensificar la pasión del miedo, es decir, propios para mantener abiertos o abrir de nuevo los poros del cerebro que los conducen a los mismos nervios; pues estos espíritus, sólo con entrar en dichos poros, provocan un movimiento particular en esa glándula, la cual está creada por la naturaleza para hacer sentir al alma tal pasión; y como estos poros se relacionan principalmente con los pequeños nervios que sirven para achicar o agrandar los orificios del corazón, esto hace que el alma la sienta principalmente como en el corazón.

Art. 37. Cómo parece que todas ellas son causadas por algún movimiento del espíritu.

Y como lo mismo ocurre en todas las demás pasiones, es decir, que son principalmente producidas por los espíritus contenidos en las cavidades del cerebro cuando aquellos van a los nervios que sirven para dilatar o contraer los orificios del corazón, o para impulsar diversamente hacia él la sangre que está en las demás partes, o, de cualquier modo, para mantener la misma pasión, se puede comprender claramente por qué he escrito arriba, en su definición, que son causadas por algún movimiento particular de los espíritus.

Art. 38. Ejemplo de los movimientos del cuerpo que acompañan a las pasiones y no dependen del alma.

Por otra parte, de la misma manera que el paso de estos espíritus a los nervios del corazón basta para dar movimiento a la glándula que pone el miedo en el alma, así también, por el simple hecho de que algunos espíritus van al mismo tiempo a los nervios que sirven para mover las piernas para huir, causan otro movimiento en la misma glándula por medio del cual el alma siente y percibe esta huida, la cual puede de este modo ser provocada en el cuerpo por la simple disposición de los órganos y sin que el alma contribuya a ello.

Art. 39. Cómo una misma causa puede provocar diversas pasiones en diversos hombres.

La misma impresión que produce sobre la glándula la presencia de un objeto espantable, y que causa el miedo en algunos hombres, puede provocar en otros el valor y el atrevimiento, y ello se debe a que no todos los cerebros están dispuestos de la misma manera, y el mismo movimiento de la glándula, que en algunos provoca el miedo hace que en otros espíritus entren en los poros del cerebro que los conducen, parte a los nervios que sirven para mover las manos a fin de defenderse, parte a los que mueven e impulsan la sangre hacia el corazón, para producir espíritus que continúen esta defensa y mantengan la voluntad misma.

Art. 40. Cuál es el principal efecto de las pasiones.

Pues es preciso observar que el principal efecto de todas las pasiones en los hombres es que incitan y disponen su alma a querer las cosas para las cuales preparan sus cuerpos; de suerte que el sentimiento del miedo incita a huir, el del valor a luchar, y así en otros casos.

Art. 41. Qué poder tiene el alma en relación con el cuerpo.

Pero la voluntad es tan libre por naturaleza, que no puede jamás ser constreñida; y de las dos clases de pensamientos que he distinguido en el alma, por una parte sus acciones, o sea sus voluntades, por otra sus pasiones, tomando esta palabra en su más amplio significado, que comprende toda clase de percepciones, las primeras le pertenecen absolutamente, y sólo indirectamente pueden ser modificadas por el cuerpo, mientras que las últimas dependen absolutamente de las acciones que las conducen, y sólo indirectamente pueden ser modificadas por el alma, excepto cuando ésta misma es su causa. Y toda la acción del alma consiste en que, sólo con querer algo, hace que la pequeña glándula a la que el alma va estrechamente unida se mueva de la manera necesaria para producir el efecto que esa voluntad quiere.

Art. 42. Cómo encontramos en nuestra memoria las cosas que queremos recordar.

Así, cuando el alma quiere recordar algo, esta voluntad hace que la glándula, inclinándose sucesivamente hacia diversos lados, impulse los espíritus hacia diversos lugares del cerebro, hasta que encuentran aquel donde están las huellas que ha dejado el objeto que se quiere recordar; pues estas huellas no son otra cosa sino que los poros del cerebro por donde los espíritus salieron antes a causa de la presencia de dicho objeto adquirieron por esto más facilidad que los otros para que los espíritus que llegan a ellos los abran nuevamente de la misma manera; de suerte que, al llegar los espíritus a estos poros, entran en ellos más fácilmente que en los otros, suscitando así un movimiento que representa al alma el mismo objeto y hace a ésta conocer que es aquel que quería recordar.

Art. 43. Cómo el alma puede imaginar, estar atenta y mover el cuerpo.

Cuando el alma quiere imaginar alguna cosa no vista antes, esta volición tiene la fuerza de hacer que la glándula se mueva de la manera requerida para empujar los espíritus hacia los poros del cerebro, por cuya abertura puede ser representada esa cosa; cuando fija su atención para considerar algún tiempo un mismo objeto, esta volición mantiene a la glándula inclinada, durante ese tiempo, hacia un mismo lado; por último, cuando se quiere andar, o mover el cuerpo de algún modo, esta volición hace que la glándula impulse los espíritus hacia los músculos que sirven para este efecto.

Art. 44. De cómo cada volición está naturalmente unida a algún movimiento de la glándula; pero, por industria o por hábito, se la puede unir a otros.

Sin embargo, no siempre la voluntad de ejercer en nosotros algún movimiento o algún otro efecto es la que puede hacer que lo excitemos; pero esto cambia según la naturaleza o el hábito han unido de diverso modo cada movimiento de la glándula a cada pensamiento. Así, por ejemplo: si queremos que nuestros ojos se dispongan a mirar un objeto muy alejado, esta volición hace que se dilaten las pupilas; y si queremos disponerlos para mirar un objeto muy próximo, esta volición hace que se contraigan; pero si sólo se piensa en dilatarlas, por más que se tenga voluntad en hacerlo, no se dilatan por eso, pues la naturaleza no ha unido el movimiento de la glándula, el cual sirve para impulsar los espíritus hacia el nervio óptico en la manera requerida para dilatarla o contraerla, sino más bien con la de mirar objetos distantes o próximos. Y, como cuando se habla, no pensamos más que en el sentido de lo que queremos decir, esto hace que movamos la lengua y los labios mucho más rápidamente y mejor que si pensamos en moverlos de todas las maneras que se requieren para proferir las mismas palabras, porque el hábito que hemos adquirido al aprender a hablar ha hecho que juntemos la acción del alma, que, por mediación de la glándula, puede mover la lengua y los labios, con la significación de las palabras que siguen a estos movimientos, mejor que con los movimientos mismos.

Art. 45. Cuál es el poder del alma respecto a sus pasiones.

Nuestras pasiones no pueden tampoco ser excitadas directamente ni suprimidas por la acción de nuestra voluntad, pero pueden serlo indirectamente mediante la representación de las cosas que tienen costumbre de ser unidas a las pasiones que queremos tener, y que son contrarias a las que queremos rechazar. De manera que, para excitar en sí mismo el atrevimiento y desterrar el miedo, no basta tener voluntad de ello, sino que hay que dedicarse a examinar las razones, los objetos o los ejemplos que persuaden de que el peligro no es grande; de que hay siempre más seguridad en la defensa que en la huida; de que se tendrá la gloria y la alegría de haber vencido, mientras que no se puede esperar más que pesar y vergüenza de haber huido, y cosas semejantes.

Art. 46. Cuál es la razón que impide que el alma pueda disponer enteramente de sus pasiones.

Existe una razón particular por la que el alma no puede rápidamente cambiar o detener sus pasiones, razón que me ha permitido escribir antes, en la definición de las pasiones, que son no solamente causadas, sino también sostenidas y fortalecidas por algún movimiento particular de los espíritus. Esta razón es que casi todas las pasiones van acompañadas de alguna emoción que se produce en el corazón, y por consiguiente, también en toda la sangre y los espíritus, de suerte que, hasta que ha cesado esta emoción, permanecen presentes en nuestro pensamiento del mismo modo que persisten en él los objetos sensibles mientras actúan sobre los órganos de nuestros sentidos. Y así como el alma, al atender intensamente a alguna cosa, puede dejar de oír un pequeño ruido o de sentir un pequeño dolor, más no puede dejar igualmente de oír el trueno o de sentir el fuego que quema la mano, de la misma manera puede fácilmente superar las pequeñas pasiones, pero no puede dominar las más violentas y más fuertes mientras no se calma la emoción de la sangre y de los espíritus. Lo más que puede hacer la voluntad mientras esta emoción está en vigor, es no consentir en sus efectos y contener varios de los movimientos a que el cuerpo está dispuesto. Por ejemplo, si la cólera hace levantar la mano para pegar, la voluntad puede generalmente contenerla; si el miedo incita a las gentes a huir, la voluntad puede detenerlas, y así en otros casos.

Art. 47. En qué consisten los combates que acostumbramos imaginar entre la parte inferior y la superior del alma.

Y sólo en la repugnancia que existe entre los movimientos que el cuerpo mediante sus espíritus y el alma mediante su voluntad tiendan al mismo tiempo a excitar en la glándula, consisten todos los combates que acostumbramos imaginar entre la parte inferior del alma que llamamos sensitiva y la superior, que es la razonable, o bien entre los apetitos naturales y la voluntad; pues no hay en nosotros nada más que un alma, y esta alma no tiene en sí ninguna diversidad de partes: la misma que es a la vez sensitiva y razonable, y todos sus apetitos son voluntades. El error que se ha cometido haciéndole representar diversos personajes generalmente contrarios unos a otros procede únicamente de que no han sido bien diferenciadas sus funciones de las del cuerpo, únicamente al cual debe ser atribuido todo lo que puede observarse en nosotros que repugne a nuestra razón; de suerte que el combate consiste únicamente en que, pudiendo la pequeña glándula situada en medio del cerebro ser presionada de un lado por el alma y del otro por los espíritus animales, que no son sino cuerpos, como he dicho antes, suele ocurrir que ambas presiones sean contrarias, y la más fuerte impida el efecto de la otra. Ahora bien, se pueden distinguir dos clases de movimientos suscitados por los espíritus en la glándula: unos representan al alma los objetos que mueven los sentidos, o las impresiones que se encuentran en el cerebro y no ejercen ninguna presión sobre su voluntad; otros ejercen alguna, y son los que causan las pasiones y los movimientos del cuerpo que las acompañan; y, en cuanto a los primeros, aunque suelen impedir las acciones del alma o bien son impedidos por éstas, no obstante, como no son directamente contrarios no se observan combates entre ellos. Sólo se han observado entre los últimos y las voluntades que los rechazan: por ejemplo, entre el esfuerzo con que los espíritus impulsan a la glándula para producir en el alma el deseo de algo, y el esfuerzo con que el alma la rechaza por la voluntad que tiene de evitar la misma cosa; y la causa principal de esta lucha es que, como la voluntad no puede provocar directamente las pasiones, como hemos dicho ya, se ve obligada a acudir a la industria y a ponerse a considerar sucesivamente diversas cosas, y si ocurre que una puede cambiar por un momento el curso de los espíritus, puede ocurrir que la que sigue no tenga ese poder y que los espíritus reanuden su curso después, debido a que la disposición que ha precedido en los nervios, en el corazón y en la sangre no ha cambiado, por lo cual el alma se siente impulsada casi simultáneamente a desear y no desear una misma cosa; y por esto se han imaginado en ella dos potencias que se combaten. No obstante, se puede concebir también alguna lucha por el hecho de que, muchas veces, la misma causa que suscita en el alma alguna pasión suscita también ciertos movimientos en el cuerpo a los que el alma no contribuye y que detiene o procura detener tan pronto como los advierte, como se ve cuando lo que provoca el miedo hace también que los espíritus entren en los músculos que sirven para mover las piernas para huir, y la voluntad de ser valiente los detiene.

Art. 48. En qué se conoce la fuerza o la debilidad de las almas y cuál es el mal de las más débiles.

Por el éxito de estos combates puede cada cual conocer la fuerza o la debilidad de su alma; pues aquellos en quienes la voluntad puede por propio impulso vencer más fácilmente las pasiones y detener los movimientos del cuerpo que las acompañan tienen sin duda las almas más fuertes; pero algunos no pueden probar su fuerza, porque no hacen nunca combatir su voluntad con las propias armas de ésta, sino solamente con las que le proporcionan algunas pasiones para combatir a otras. Lo que yo llamo sus propias armas son juicios firmes y determinados referentes al conocimiento del bien y del mal con arreglo a los cuales la voluntad ha decidido conducir las acciones de su vida; y las almas más débiles de todas son aquellas cuya voluntad no se determina así a seguir ciertos juicios, sino que se deja siempre llevar a las pasiones presentes, que, como son con frecuencia contrarias unas a otras, la arrastran sucesivamente a su partido y, empleándola en combatir contra ella misma, ponen el alma en el estado más deplorable que darse pueda. Así, cuando el miedo presenta la muerte como un mal máximo y que sólo mediante la huida puede ser evitado, la ambición, por otra parte, presenta la infamia de esta huida como un mal peor que la muerte; estas dos pasiones agitan de manera dispar la voluntad, la cual, obedeciendo ya a una, ya a otra, se opone continuamente a sí misma, y de este modo hace al alma esclava y desventurada.

Art. 49. La fuerza del alma no basta sin el conocimiento de la verdad.

Verdad es que hay muy pocos hombres tan débiles e irresolutos que no quieran nada más que lo que su pasión les dicta. La mayor parte tienen juicios determinados, por los cuales regulan una parte de sus actos; y aunque a veces estos juicios sean falsos, y hasta fundados en algunas pasiones por las que la voluntad se ha dejado antes vencer o seducir, sin embargo, como persiste en seguirlos cuando la pasión que los produjo esté ausente, pueden ser considerados como sus propias armas, y pensar que las almas son más fuertes o más débiles según puedan más o menos seguir esos juicios y resistir a las pasiones presentes que les son contrarias. Pero hay, sin embargo, una gran diferencia entre las resoluciones que proceden de alguna falsa opinión y las que se apoyan únicamente en el conocimiento de la verdad; si seguimos estas últimas estamos seguros de no sentir nunca pesar ni arrepentimiento, mientras que siempre lo sentimos de haber seguido las primeras cuando descubrimos el error.

Art. 50. No hay alma tan débil que no pueda, bien conducida, adquirir un poder absoluto sobre sus pasiones.

Y conviene aquí saber que, como queda dicho antes, aunque cada movimiento de la glándula parece haber sido unido por la naturaleza de cada uno de nuestros pensamientos desde el comienzo de nuestra vida, se pueden, sin embargo, unir a otros por hábito, como lo prueba la experiencia en las palabras que suscitan movimientos en la glándula, las cuales, según lo establecido por la naturaleza, no presentan al alma más que su sonido cuando son proferidas por la voz, o la figura de sus letras cuando están escritas, y que, sin embargo, por el hábito adquirido al pensar en lo que significan cuando se ha oído su sonido o visto sus letras, hacen concebir este significado más bien que la figura de sus letras o el sonido de sus sílabas. Conviene saber también que, aunque los movimientos, tanto de la glándula como de los espíritus del cerebro, que presentan al alma ciertos objetos, vayan naturalmente unidos a los que suscitan en ella ciertas pasiones, pueden no obstante, por hábito, separarse de éstos y unirse a otros muy diferentes, e incluso este hábito puede adquirirse por una sola acción y no requiere un largo uso. Así, cuando se encuentra inesperadamente algo muy sucio en un manjar que se come con apetito, la sorpresa de este encuentro puede cambiar de tal modo la disposición del cerebro que, en lo sucesivo, la vista de este manjar nos cause siempre horror, aunque antes lo comiéramos con sumo gusto. Y lo mismo se puede observar en los animales; pues aunque carezcan de razón y acaso de todo pensamiento, hay en ellos todos los movimientos de los espíritus y de la glándula que suscitan en nosotros las pasiones, y en ellos sirven para mantener y fortalecer, o no, como en nosotros, las pasiones, sino los movimientos de los nervios y de los músculos que habitualmente las acompañan. Así, cuando un perro quiere una perdiz, tiende naturalmente a correr hacia ella; y cuando oye disparar una escopeta, este ruido le incita naturalmente a huir; sin embargo, se adiestra a los perros de caza de tal suerte que el ver una perdiz les hace detenerse, mientras que el ruido que oyen después, cuando se dispara a la perdiz, les hace correr a buscarla. Ahora bien, es conveniente saber estas cosas para que cada cual adquiera el valor de estudiar y vigilar sus pasiones; pues, si se puede, con un poco de industria, cambiar los movimientos del cerebro en los animales desprovistos de razón, es evidente que mejor se puede conseguirlo en los hombres y que incluso los que tienen las almas más débiles podrían adquirir un dominio muy absoluto sobre todas sus pasiones sabiendo adiestrarlas y conducirlas.