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¿Inspiración o apertura?
Con la intuición creadora se relaciona frecuentemente el consabido estado de la inspiración. O bien se ha abusado de ella o bien se la ha negado a lo largo de la historia. Muchos poetas y escritores, desde Platón y Aristóteles, creían en la corazonada, el rapto o la iluminación súbita. Alfred de Musset afirmó: «No se trabaja: se escucha. Es como un desconocido que nos habla al oído».
En realidad, existe un período de concentración, que cada cual resuelve a su manera, y en el que hay una preparación para recibir al germen que uno mismo provoca.
La actitud de apertura
Cada individuo tiene una actitud diferente frente al mundo. Cada ser humano posee su propia perspectiva que le induce a una visión particular de la realidad. Lo mismo sucede con la perspectiva que adopta durante el acto creativo, en ese tiempo que se puede denominar anterior al texto.
Ser conscientes de dicha actitud puede ser beneficioso a la hora de prepararse para escribir. Obsérvate y toma nota de las fases y los estados que atraviesas en el proceso de creación. Será otra herramienta de trabajo.
Plantéate:
¿Cómo inicias tu proceso de creación?
Se puede hablar de una gama de posibilidades, que ha esquematizado el crítico alemán Julius Petersen y que puedes considerar:
1. La inspiración inmediata, fulminante irrupción de la idea artística en el sujeto, «la expresión inmediata de la vivencia».
2. La inspiración febril y dolorosa, o caótica, por la que el artista se siente presa de un proceso nervioso que le produce angustia y excitabilidad.
3. La concentración consciente intuitiva, o constructiva: un esfuerzo coordinado del artista que funde diversas representaciones (vividas, literarias, plásticas) hasta crear la obra.
4. La reflexiva, donde una idea previa atrae a una serie de ideas secundarias aportadas por la observación o el recuerdo.
5. La crítica productiva, según la cual las obras surgen por reacción (así, por ejemplo, el Quijote frente al Amadís y otros libros de caballerías).
En general, la creación literaria comprende dos etapas principales: la intuitiva y la de configuración.
La invención corresponde a la primera etapa. Es el hallazgo del germen que conduce al tema.
Después, un tema aparentemente definido, que te convence y te atrapa. Sin embargo, al disponerte a llevarlo al papel no lo inicias tal como lo «ves» mentalmente, sino que en el camino de la mente a la pluma y de la pluma a la página o a la pantalla otros hilos se enredan y espesan la futura trama.
Luego, durante la escritura propiamente dicha, otros gérmenes se multiplican y te desvían hacia otras direcciones que no habías previsto. Es el momento de detenerte y elegir.
Se suele insistir con «la idea que ha querido encarnar un autor» al hablar de una obra. A este respecto, le decía Goethe a un amigo: «Me preguntaban cuál es la idea que quise encarnar en Fausto, ¡como si yo mismo lo supiera y pudiese explicarlo!». Contrastaba su modo de crear con el de Schiller, del cual él mismo decía que se dejaba dominar demasiado por la idea.
No depender de la «inspiración»
Lo que sueles llamar inspiración, ese súbito ramalazo, no es un ramalazo sino el resultado de algo que estabas rondando. Acumulas fragmentos y llega un momento en que asoma una punta del puzzle. A ese instante se lo llama inspiración, pero la idea ha estado trabajando en la mente. Henry Miller dice que la mayor parte de la creación literaria se hace mientras uno pasea, conversa con alguien, juega. La mente trabaja sin parar y el escritor tiene antenas especiales, entonces, la «iluminación» es una consecuencia normal y no una excepción.
No esperes la repentina aparición de un torrente de ideas. Esperar la inspiración conduce a un estado de pasividad (no haces nada, sino esperarla), durante este tiempo no actúas de manera positiva o constructiva: en lugar de ver la escritura como una actividad (generar ideas, organización de los pensamientos, esquematizar, crear planes, proponer tesis o ideas principales, ensayar párrafos, etc.), esperar la inspiración conduce al bloqueo. Superarlo es establecer una relación de colaboración entre las nociones conscientes y las habilidades creativas.
Pero el ambiente más adecuado a tus gustos (un jardín, un escritorio y con una taza de café, un ambiente con música tranquila) no es un lugar para sentarte a esperar la inspiración o la musa.
El imperio de las ideas originales está en el «inconsciente». La inspiración llega después.
Solo se encuentra lo que se busca
Un primer estímulo podría ser una emoción fuerte, tanto placentera como negativa, como un cartel de la calle, un fragmento musical, una escena casera, o cualquier otra cosa. Luego, el estímulo es la escritura misma, escribir.
Se llega a la inspiración después de un trabajo. Es sentir que vas a resolver algo, es una sensación de tranquilidad.
Inventar no es sacar algo de la nada: inventar es encontrar, hallar. Y solo se encuentra lo que se busca. Los hallazgos fortuitos son muy raros en literatura. La invención, pues, supone un esfuerzo para encontrar un tema y todos los detalles con él relacionados. Es una búsqueda de las ideas necesarias para producir una impresión determinada; es la elección, entre el cúmulo de impresiones primeras, de aquellos conceptos o hechos base de nuestro pensamiento en un momento específico.
Entonces, la inspiración aparece después de ese proceso previo emocional que acomete al escritor o que este persigue.
Se escribe bien lo que se vive a fondo. Si no acuden las ideas es porque el asunto no está suficientemente maduro.
Cuando el bichito se esconde
Ese bichito de la inspiración, o que atribuyes a la inspiración, a veces se esconde en los recovecos más ocultos y crees que no tienes tema.
Pero debes saber que si tu deseo es potente, se trata solo de averiguar dónde está el escondite, qué otras capas lo ocultan. Freud lo aclara diciendo:
La prohibición debe ser concebida como el resultado de una ambivalencia afectiva. En todos los casos en que hay prohibición, esta debe haber sido motivada por un deseo, por una codicia inconfesada e inconsciente.
La meta es quitar los velos. Precisamente, esa es la función del arte, expresar a cualquier precio lo que se oculta tras un denso muro.
Entonces, bucear hasta llegar a él en su máximo esplendor, no a medias, respetando las siguientes operaciones:
- Decide qué tema te interesa. No lo hagas solo porque te gusta o porque es tu obsesión, sino porque intuyes que tienes suficiente material acumulado en tu inconsciente y en tu conciencia como para poder desarrollarlo.
- Pasa el tema que te interesa por el filtro de tus sentimientos.
- Piensa constantemente en ese tema, hasta que te desborde y experimentes la necesidad de desembarazarte de él.
- Lánzate. «Escribir es poner en marcha el azar. Solo el azar ofrece una salida», dice Jorge Luis Borges.
Escribe lo que te pasa por la mente, llévalo en el acto a la página o a la pantalla del ordenador. Para empezar, todo vale, en el texto tienen cabida tanto las palabras ambiguas como las malditas, las románticas, las atrevidas, las disfrazadas, las directas, las seductoras y las impuras. Déjate llevar por ellas, ve de palabra en palabra. Tejer una red sin limitaciones de ningún tipo te brinda estimulantes resultados.
La ansiedad no es buena consejera; para encontrar las ideas hay que tener las antenas preparadas y saber esperar.
El ser creativo
¿Qué hay antes del texto? Hay un mundo interno, exclusivo de cada individuo, conformado como consecuencia de su historia personal, y un mundo externo que rodea al individuo.
El mundo interno y el mundo externo confluyen en el texto gracias a dos factores básicos del ser creativo: fluidez y flexibilidad.
Los factores que obstaculizan o facilitan la creatividad pasan por el mundo interno. Se trata de romper las resistencias y los miedos, y aprender a convertirlos en material literario.
Al escribir se pone en movimiento toda la experiencia personal. Hay que conectar con uno mismo sin interferencias para que la mente active la mano y la mano active el utensilio elegido.
Toda persona es naturalmente imaginativa y potencialmente creativa. La diferencia entre los que no son considerados creativos y los que lo son, es que estos últimos son capaces de expresar una respuesta nueva ante un problema, o numerosas ideas en un breve lapso de tiempo.
Registra las características del ser creativo y trata de sincerarte contigo mismo. ¿Cuáles te corresponden y cuáles deberías adquirir?
Tal vez, en este análisis encuentras un camino más productivo. Ten en cuenta esas características del ser creativo:
- Siente gran curiosidad.
- Es capaz de aceptar críticas.
- Es capaz de soportar las presiones.
- Es capaz de trabajar en cualquier lugar y en más de una cosa a la vez.
- Sabe captar las cosas desde puntos de vista peculiares. Ve los problemas desde múltiples ángulos.
- No procesa las ideas siempre del mismo modo.
- Suelta ideas sin juzgarlas, sin callárselas pensando qué dirá el interlocutor.
- No se adapta a las ideas de los demás.
- Es versátil. Tiene flexibilidad para emprender cambios.
- Está motivado desde dentro, pues los factores externos siempre boicotean la creatividad.
- Es original. Tiene un íntimo deseo de ser diferente.
- Elabora con serenidad. Se centra más en el proceso que en el producto.
- Sabe percibir el momento justo en el que el producto (el manuscrito) está terminado para ser expuesto a un mercado (publicado).
El ser creativo encuentra soluciones novedosas diferentes a las habituales. Hay que saber movilizar los recursos en el momento justo.
Etapas del proceso creativo
El proceso creativo pasa por cuatro etapas principales. Conectar con tu mundo interno implica respetarlas:
1) Preparación
Juntar datos: Liberar imágenes, visualizar.
2) Incubación
«Tengo varios temas dándome vueltas en la cabeza» es una frase que suelen expresar los escritores.
Llegado a este punto, puedes dejar reposar la mente. Esperar. El tema más fuerte será el que asome después del período de incubación. E ir apuntando a medida que surgen puntas.
Pero nunca debes meter a presión distintas ideas en un mismo texto, sino hacer crecer cada una sacándole el máximo de provecho.
3) Descubrimiento
Surge la chispa, la iluminación. Se relacionan aspectos hasta ese momento aislados. Aparece la punta del hilo. Tirando de él tendrás el texto literario.
4) Escritura
Se organiza y desarrolla el material existente.
Nota: La etapa de corrección o reescritura es posterior. Corresponde a cómo se escribe.
Las etapas a tener en cuenta abarcan:
- Ser consciente de cómo te predispones: cómo creas.
- Desarrollar el material recopilado cuando llegue el momento: cómo organizas el material.
- Conseguir un efecto expresivo y de sentido: cómo escribes.
Luego:
- Saber cómo creas te conduce a detenerte antes de iniciar un texto para enfocar desde una mirada singular.
- Saber cómo escribes te permite escoger entre diferentes variantes.
No hay que ser un elegido para lanzarse a escribir.
La única condición para zambullirse en el papel es hacerlo a menudo, sin que interfiera la idea de que un escritor es un elegido del destino.
La facultad fabuladora
En Cuba, don Nepomuceno Carlos de Cárdenas era un amo que había decidido alimentar la capacidad fabuladora de sus esclavos. Con mucha razón, decía que fabular es una capacidad propia del hombre y que solo es necesario apretar un disparador para que llegue la primera idea fantástica a partir de la cual desarrollar una historia completa. Así cuenta lo que pasó una vez como consecuencia de sus enseñanzas:
Todas las noches acostumbro a tomar una copa de oporto antes de irme a dormir, sentado en el balcón que da a poniente. Así me encontraba una noche cuando oí gran griterío en el poblado de mis criados, que no dista más de doscientos metros de la casa principal. Cogí las dos pistolas que siempre tengo a punto en mi escritorio y salí para indagar lo que sucedía. En la plazuela que se abre en medio de las cabañas encontré a hombres y mujeres en estado de gran excitación y con grande susto. Estaban sentados alrededor de un fuego donde preparaban la cena, cuando uno de los criados, sin duda siguiendo mis consejos, dijo que la hoguera parecía la lengua de un animal y que estaban todos dentro de su boca. La noche era oscura y, tanto afán puso el narrador en convencerlos de su idea, que acabaron por sentirse en las fauces de un ser desconocido. Quiso el azar que una ráfaga de viento, de las que aquí se levantan con frecuencia, agitara las copas de los árboles y tronchara alguna rama. Una mujer gritó: «¡Que se cierra la boca!» y la desbocada imaginación de los demás hizo el resto.
Hay que procurar ver todas las cosas como el principio de una historia.