Capítulo 16
El hombre que atendió el teléfono en la oficina del sheriff del condado de Coconino en Flagstaff dijo que aguardara un minuto y lo comprobaría. El minuto se transformó en tres o cuatro. Luego el hombre le informó de que el sheriff adjunto Albert Dashee se había ido a Moenkopi, lo cual fue una buena noticia para Jim Chee pues Moenkopi se encontraba apenas a tres kilómetros de la cabina desde la que él telefoneaba, en la estación de servicio de Chevron en Tuba City. Chee subió a su furgoneta y bajó por la carretera 160 hasta el cruce con la navajo 3. Se apartó al llegar a un lugar desde el que podía contemplar los maizales de los hopi a lo largo del lecho seco del Moenkopi, las pequeñas aldeas de piedra roja y todos los posibles caminos que Vaquero Dashee hubiera podido tomar para dirigirse a Moenkopi. Chee apagó el motor y esperó. Mientras tanto, ensayó lo que le diría a Vaquero y cómo se lo diría.
El coche patrulla blanco de Vaquero pasó por su lado, se detuvo, y volvió marcha atrás hasta la furgoneta.
- Hola, hombre -dijo Vaquero-. Creía que estabas de vacaciones.
- Eso fue ayer -dijo Chee-. Hoy me pregunto si ya habéis atrapado al gamberro del molino.
- Un Gishi -contestó Vaquero-. Yo lo sé. Tú lo sabes. Lo sabe todo el mundo. Lo malo es que todos los navajos se parecen y no sabemos a quién detener.
- En otras palabras, no ha habido suerte. No se ha hecho ningún progreso -dijo Chee.
Vaquero apagó el motor, encendió un cigarrillo y se relajó.
- Te diré la verdad -dijo-. No me lo he tomado demasiado en serio. Quería ver cómo te las arreglabas sin demasiada ayuda.
- ¿O tal vez sin ninguna ayuda?
Vaquero se echó a reír, sacudiendo la cabeza.
- Nadie atrapará jamás a ese bastardo. ¿Cómo quieres atraparle? No hay manera.
- ¿Y qué tal el asunto de la droga? -preguntó Chee-. ¿Habéis sacado algo en claro?
- Nada -contestó Vaquero-. Por lo menos, que yo sepa. Pero ése es un asunto muy importante. El sheriff y el subsheriff se encargan personalmente del caso. Es una cuestión muy delicada para un simple adjunto.
- ¿Te han apartado del caso?
- Oh, no -contestó Vaquero-. Precisamente ayer el sheriff me pidió que le dijera dónde estaba escondido el cargamento. Piensa que, puesto que soy hopi y el hecho ocurrió en la Reserva Hopi, tengo que saberlo.
- Si hubiera ocurrido en Alaska, se lo preguntaría a un esquimal -dijo Chee.
- Sí. Le dije que probablemente tú lo sabías. Le recordé que estabas allí cuando ocurrió, con tu furgoneta y todo. Tendrían que echar un vistazo a tu furgoneta.
La conversación estaba tomando aproximadamente el sesgo que Chee esperaba.
- Creo que ya lo han hecho -dijo, encauzándola ligeramente-. No te he comentado que los de la DEA también hablaron conmigo. A ellos también se les ocurrió esta posibilidad.
Vaquero le miró, sorprendido.
- Vamos, anda. ¿En serio?
- Parecía que hablaban en serio -dijo Chee-. Lo suficiente como para que Largo me recordara que la Policía Navajo no tiene jurisdicción en el caso, y me ordenara mantenerme completamente al margen.
- No quiere que te distraigas de nuestro molino de viento -dijo Vaquero-. El delito del siglo.
- Sin embargo, creo saber dónde tienen escondido el vehículo que buscan los federales.
- Ah, ¿sí?
- Está en uno de aquellos arroyos. Si está en algún sitio, es allí.
- No -dijo Vaquero-. El sheriff me lo comentó. A la DEA y el FBI también se les ocurrió esa posibilidad. Los examinaron uno por uno.
Chee se rió.
- Ya sé a que viene la risa -dijo Vaquero-. Pero creo que esta vez hicieron un buen trabajo. Examinaron el terreno e incluso lo sobrevolaron varias veces.
- Si tuvieras que esconder un vehículo, lo harías en un sitio que no se pudiera ver desde un avión. Debajo de un saliente, o de un árbol. Cubriéndolo con arbustos.
- Claro -convino Vaquero, mirando a Chee con el codo apoyado en el borde inferior de la ventanilla de su automóvil y la barbilla en el dorso de la mano.
- ¿Qué te hace suponer que podrías encontrarlo?
- Echa un vistazo a esto -contestó Chee, indicándole por señas que se acercara mientras él sacaba el libro de mapas topográficos.
Vaquero descendió del coche patrulla y subió a la furgoneta de Chee.-Me hace falta un libro así -dijo-. Pero el tacaño del sheriff no me lo querrá comprar.
- Quieres ocultar un vehículo -dijo Chee-. Muy bien. Sabe Dios por qué, pero lo quieres ocultar. Y sabes que la policía lo buscará. Ellos disponen de aviones, helicópteros y demás. Por consiguiente, tienes que buscar un sitio que no se vea desde el aire.
Vaquero asintió con la cabeza.
- ¿Qué puedes hacer? -Chee deslizó el dedo por la serpeante línea azul que marcaba el lecho del Wepo en el mapa-. Bajó por este lecho. No hay huellas de subida. Personalmente, apuesto a que bajó por aquí hasta donde el lecho pasa por debajo del puente de la autopista, y se largó a Los Angeles. Pero los federales no lo creen y los federales tienen medios para averiguar cosas que a nosotros los indios no nos cuentan. Así pues, tal vez, escondió el vehículo. ¿Dónde lo escondió? En el lecho no está. Yo lo hubiera visto. Puede que tú también lo hubieras visto -dijo Chee con expresión dubitativa-. Y puede que incluso lo hubieran visto los federales. Por consiguiente, no está en el lecho. Y se encuentra en algún lugar entre el escenario del accidente y la autopista. Una distancia de unos cuarenta y tantos kilómetros. Hay tres arroyos que se adentran en un territorio lleno de árboles y maleza en el que se podría esconder un vehículo.
Chee los indicó en el mapa y miró a Vaquero. Este se inclinó sobre el mapa y lo estudió detenidamente.
- ¿Estás de acuerdo?
- Sí -contestó lentamente Vaquero-. Los otros no conducen a ningún sitio.
- Estos dos llevan a Big Mountain Mesa -explicó Chee-. Éste conduce a Mesa Negra. De hecho, sube hasta el manantial Kisigi. Hasta el lugar donde encontramos el cuerpo del desconocido.
- Sí -dijo Vaquero, estudiando el mapa.
- Por consiguiente, si Largo no me hubiera amenazado con romperme el brazo y expulsarme si no me mantenía al margen del caso, ahí es donde yo buscaría.
- Lo malo es que ya han buscado -dijo Vaquero, aunque no muy convencido.
- Ya lo veo. Recorren el lecho y, cuando llegan a la desembocadura de un arroyo, alguien desciende del vehículo y rastrea huellas de neumáticos. No encuentra ninguna, vuelve a subir y pasan al siguiente. ¿De acuerdo?
- Sí.
- Por tanto, si quieres enconder un vehículo, ¿qué haces? Piensas que, si dejas huellas, las seguirán y te encontrarán. Te adentras por el arroyo, bajas y tomas los faldones de la camisa o lo que sea y vas borrando poco a poco las huellas.
Vaquero miró a Chee.
- No sé con cuánta minuciosidad examinaron el terreno los federales -dijo-. A veces, esos bastardos no son demasiado listos que digamos.
- Mira -dijo Chee-. Si por casualidad resultara que el vehículo está escondido en uno de estos arroyos, más vale que no digas nada. Largo me expulsaría. Estaba furioso. Dijo que no me lo advertiría dos veces.
- No creo que te expulsara -dijo Vaquero.
- Hablo en serio. No me incluyas en esto.
- Qué demonios -dijo Vaquero-, yo soy como tú. A estas horas, el vehículo está muy lejos de aquí.
Había llegado el momento de cambiar de tema.
- ¿Se te ocurre alguna idea sobre el molino de viento? -preguntó Chee.
- Ninguna -contestó Vaquero-. Lo que tienes que hacer es convencer a Largo de que no hay forma de proteger el molino como no sea estableciendo tres turnos de guardia diarios. O eso, o pedir de nuevo el traslado a Crownpoint -añadió, soltando una carcajada.
Chee giró la llave de encendido.
- Bueno, será mejor que me vaya.
Vaquero abrió la portezuela y fue a salir, pero se detuvo.
- Jim -dijo-, tú no has encontrado el vehículo, ¿verdad?
Chee se rió.
- Ya has oído lo que he dicho. Largo me ordenó que no me metiera en el caso.
Vaquero descendió de la furgoneta y cerró la portezuela. Luego se inclinó hacia la ventanilla, mirando a Chee.
- Y tú serías incapaz de hacer algo que el capitán te hubiera prohibido, ¿verdad?
- Hablo en serio, Vaquero. La DEA pasó por encima de Largo. Creen que yo estuve allí aquella noche para recibir el avión. Creen que sé dónde está el cargamento de droga. No te engaño. No es asunto de mi incumbencia. Estoy al margen de todo.
Vaquero subió al coche patrulla y puso en marcha el motor.
- ¿Qué número de botas calzas? -preguntó, mirando a Chee.
- El cuarenta -contestó Chee, frunciendo el ceño.
- Verás lo que haré -dijo Vaquero-. Si veo en aquel arroyo alguna huella de botas del cuarenta, ¡las borraré!
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