CAPÍTULO VI

Fay estaba allí, desde luego... lo mismo que dos hombres a quienes Hunter no conocía en absoluto: Y con ellos había tres de aquellos repugnantes arachnes.

Hunter se entretuvo únicamente un segundo en dar un vistazo a los seres que se habían adueñado de una parte de los dominios del Hombre. Vio aquellas cabezas que ya conocía, pegadas sin solución de continuidad a un cuerpo oval, semiaplastado, cubierto de un corto y áspero vello, lo mismo que los cuatro pares de patas. Eran verdaderas arañas de un color blanco sucio... pero enormes. Su peso, a juzgar por el volumen, no sería inferior al de un hombre corriente.

Estos tres estaban iniciando la primera fase de su metamorfosis para convertirse en imagos. Hunter no tenía la menor idea de la forma y proporciones que alcanzaban con ello, pero sí estaba seguro de una cosa: si dependía de él, los que tenía ante sí no pasarían del estado de larva conocido por arachne.

Cada uno de ellos tenía abrazado a un ser humano con sus ocho patas. Unos y otros estaban completamente inmóviles, como muertos, y alrededor de cada grupo comenzaba a tenderse una especie de velo formado por finísimos hilos. Todavía eran visibles por completo, pero a Hunter no le quedaba la menor duda de que más adelante aquel velo acabaría por convertirse en el saco que viera poco antes en el nicho donde la luz de su linterna había matado a un arachne que también tenía como compañero a un hombre... muerto al mismo tiempo que la larva.

Por ello, Hunter sabía que, tanto Fay como los demás, conservaban, pese a su apariencia, un resto de vida. El problema estaba en averiguar la forma de matar a los arachnes, o al menos separarlos de sus víctimas, sin perjudicar a éstas.

La luz de su linterna se concentró en la ninfa que retenía a Fay. Los ojos de aquel ser no reflejaban la luz de la misma forma que el que muriera en el nicho, pero tampoco estaban lo bastante apagados para temer que estuviera muerto; los quelíceros estaban inmóviles en absoluto. Ello le hizo suponer que le ocurría algo anormal.

Una vez más esgrimió el escalpelo, cortando la tenue red que envolvía al arachne y su víctima. El monstruo de otros mundos no hizo movimiento alguno, ni tampoco Fay; pero el pecho de la muchacha y el abdomen del arachne se movían rítmica, aunque lentamente, demostrando que respiraban. De un empujón, Hunter volcó a la bestia, preparado a aniquilarla con un desintegrador a la menor señal de amenaza.

Nada todavía. El arachne permaneció rígido, como si se hubiera convertido en una estatua de piedra; en cambio Fay, perdido el contacto con la repugnante larva, lanzó un profundo suspiro, y sus ojos aletearon levemente como intentando abrirse.

Hunter respiró aliviado y descargó el desintegrador sobre la bestia octópoda. A continuación liberó a los dos desconocidos, mientras Lionel le apremiaba para que se apresurase; la avería en el suministro eléctrico debía haber causado ya la correspondiente alarma y, sin duda, a no tardar aparecerían más de aquellos arachnes que tal vez no fueran tan inofensivos como los que habían tratado hasta ahora,

—¡Cállate, ave de mal agüero! —rezongó Hunter—. Vigila para que no nos pillen desprevenidos, y deja lo demás de mi cuenta.

Lionel obedeció, ofendido; Hunter reintegró su atención a la muchacha, tratando por todos los medios de reanimarla, pero no consiguió en cinco minutos otra cosa que aquel torpe movimiento de párpados. ¡Y el tiempo apremiaba!

—¡Fay! —llamó, desesperado—. ¡Abre los ojos! ¡Mírame!

Y, con gran sorpresa por su parte, la chica obedeció, clavando en él la mirada.

—¿Puedes oírme?

—Sí —repuso ella con voz inexpresiva.

—¿Eres capaz de levantarte ahora?

—Sí —repitió, pero sin hacer el menor movimiento.

—¡Ponte en pie! —ordenó él secamente, algo exasperado.

Su asombro fue mayúsculo al ver que Fay se levantaba con lentos pero seguros movimientos, quedando con los brazos caídos y el rostro completamente rígido.

—Sufre una especie de hipnosis —medió Lionel, como persona práctica en tales cuestiones—. Obedecerá todo lo que le ordenes, pero sin darse cuenta de lo que hace.

—¡Pues no podemos esperar aquí hasta que despierte! ¡Tendremos que llevárnosla en ese estado!

En breves segundos había formado en línea a las tres rígidas figuras que eran Fay y sus dos compañeros; una breve orden los puso en movimiento, siguiéndole a él.

Hunter, cumplido su objetivo de liberar a la muchacha, no tenía el menor deseo de entretenerse en buscar pelea con los arachnes o sus acólitos. Además, los tres autómatas humanos que llevaba poco menos que a remolque, no serían de gran ayuda en caso de un encuentro, y tal vez en el estado en que se encontraban, pudieran resultar un estorbo.

No tropezaron con obstáculo alguno. Hunter, aprovechando la oportunidad, dejó caer unas cuantas trampas explosivas mientras buscaba la salida. Alguien tropezaría con ellas. Como final conectó una con la formidable puerta acorazada que daba acceso al departamento de los arachnes, preparándola de forma que hiciera explosión al intentar abrirla.

Fuera reinaba una confusión espantosa. Todo el cuerpo de guardia del Palacio Gubernamental estaba en pie, y cada hombre actuaba por su cuenta, yendo de un lado a otro sin rumbo fijo al parecer. Su situación no le permitía a Hunter hacer preguntas, pero viendo que nadie parecía fijarse demasiado en él y sus acompañantes, perdió algo de la prudencia para buscar la salida más rápida.

Inopinadamente se le cruzó por delante el sargento Guffrey.

—¿De dónde sales, Spencer? —inquirió. Spencer empuñó disimuladamente el paralizador, preparado a utilizarlo—. Te hemos estado buscando por todas partes. ¿Quiénes son ésos?

—Tres amigos que trato de poner en seguridad —repuso, ignorando si hacía bien o mal—. ¿Qué es todo este bullicio?

—Nadie lo sabe. De pronto nos hemos encontrado haciendo cosas que no recordábamos haber empezado. Yo estaba de guardia en las celdas, y lo único que recuerdo es que se había anunciado la presencia de naves extrañas en el sistema... ¡Pero si tú lo sabes tan bien como yo! Nos encontramos en estado de alarma.

—Sí, bien, de acuerdo. Sin embargo no creo que eso sea motivo para andar como gallinas asustadas, ¿Qué órdenes ha dado el mando?

—¡Ésa es la cuestión! ¡De teniente para arriba no logramos encontrar a ninguno! Pero... ¿de dónde vienes que pareces no saber nada?

—Sé más de lo que te figuras, compañero. Ven con nosotros y enterarás de muchas cosas.

—Pero... —vaciló el otro. Acababa de decidirse a abandonar lo que consideraba su puesto de combate.

—¡No seas idiota! Esto está todo desorganizado, y la única posibilidad que tenemos de hacer algo positivo es unir nuestros esfuerzos. Ven conmigo. Sólo es cuestión de una hora, y luego puedes volver si se te antoja.

Acababa de ocurrírsele algo fantástico, una idea de que las circunstancias estaban cambiando... y tal vez pudiera aprovecharlas en su beneficio.

Guffrey vacilaba todavía. Por fin, con un encogimiento de hombros, cedió.

—De acuerdo. Vamos allá.

—Vigílame a estos tres —recomendó Hunter—. No se encuentran demasiado bien, y podrían perdérsenos. Con una voz lograrás que hagan lo que quieras.

Sin más tropiezos ya, salieron al aire libre. Las calles, pese a lo avanzado de la hora, estaban atiborradas de gente excitada sin motivo aparente. Hunter, tal vez la única persona con una idea clara de sus objetivos, condujo a Guffrey y los demás sin la menor vacilación.

Cinco minutos después hubiera sido imposible encontrarlos en medio de la desorganización general.

* * *

—¡Pe.,. pero...! —el sargento Guffrey hacía saltar sus desorbitados ojos desde el dormido Spencer, que reposaba sobre la cama, al otro Spencer, absolutamente idéntico, que le miraba con una sarcástica sonrisa jugueteándole en los labios—. ¿Qué significa esto?

—¡Cálmese, sargento Guffrey —dijo éste por fin—. No ha bebido usted demasiado, ni ve visiones. El verdadero Spencer, el que usted ha conocido siempre, es ese de ahí.

—Entonces, ¿quién es usted?

—Lamento no poder decirle sino que soy un enviado del planeta Gawain para tratar de averiguar lo que ocurre por estos barrios.

—¿Viene usted de Gawain... de la capital galáctica?

—Poco más o menos.

—Pues ya puede empezar a explicarse, porque yo tampoco tengo la menor idea de lo que está pasando.

—Tenga un poco de paciencia —Hunter se inclinó sobre el dormido Spencer, llevando una jeringuilla hipodérmica en la mano. Con diestros movimientos le aplicó una inyección—. Dentro de unos momentos despertará. Entonces les explicaré todo a los dos, pues sería perder inútilmente el tiempo si tuviera que repetir el relato. Siéntese, y considérese como en su casa.

Miró preocupadamente a Fay Williams y los otros dos hombres que había liberado de los arachnes: seguían en la misma situación de pasividad que al principio. Dando media vuelta se introdujo en una habitación vecina.

El hombre que reapareció cinco minutos más tarde no tenía parecido alguno con el sargento Spencer, que comenzaba a dar señales de vida. Guffrey se quedó mirándole a la espera de que aquel absoluto desconocido revelara los motivos de su, hasta ahora, ignorada presencia.

—Bien, sargento. Estoy a sus órdenes.

—¿Usted? —se asombró el otro—. ¿Cómo ha logrado transformarse así? A no ser por la voz, no le reconocería en forma alguna.

—Se trata de una cuestión sin importancia, amigo mío. Ahora hay asuntos de mucho más interés... más urgentes. Dígame lo que sepa, y yo le supliré el resto... si está a mi alcance.

Spencer estaba casi por completo repuesto de la anestesia. Ahora medió en la conversación, dirigiéndose a la única persona que conocía: su amigo Guffrey.

—¿Qué pasa, Guffrey? ¿Qué hacemos aquí... y qué sitio es éste?

—Eso quisiera saber yo —fue la contestación que obtuvo—.Si esperas un poco, tal vez logremos aclarar algo.

»Bien, señor —continuó, dirigiéndose ahora a Hunter—. ¿Qué nombre es el suyo? Usted sabe los nuestros, y es lógico...

—Eso no tiene gran importancia, ni les servirá de nada el saberlo: llámenme Higgins.

Guffrey pareció a punto de objetar algo a aquel seudónimo que le dejaba tan a oscuras como antes. Pero finalmente alzó los hombros con ademán resignado.

—Dé acuerdo... Higgins. Empiece a explicarse.

—No puedo garantizarles que lo que voy a decir sea la estricta verdad. Tengo una teoría basada en observaciones y deducciones, pero ninguna base sólida que la confirme. A mi entender, lo ocurrido es lo siguiente:

»Una raza inteligente, cuya existencia nos era desconocida hasta ahora, apareció de pronto en las vecindades de Sol. A causa de su peculiar constitución se ha dado en llamarles los arachnes... A propósito, Guffrey, ¿en qué fecha cree que estamos?

—¿Eh? —se asombró el sargento ante la, para él, pregunta sin sentido—. Pues... en el 10 de marzo del año 243.

—¿Tiempo local, o galáctico?

—¡Local, naturalmente! Comprenderá que ni los días, ni los años son iguales aquí, en la Tierra o Gawain... que tampoco utilizan el calendario galáctico...

—Lo sé, lo sé... —le interrumpió Hunter con gran paciencia—. Sin embargo, este último sirve para poner de acuerdo esas diferencias. Y eso es lo que quiero que me diga, para enterarme exactamente de lo que le pregunto.

—Bien, pues... —Guffrey hizo un breve cálculo mental—. Eso es, sí; debe ser, aproximadamente, por la primera quincena de octubre del 314. Canopus se colonizó mucho después de establecerse la capital galáctica en Gawain, en la región del Hub —aclaró, para explicar la diferencia en años.

—Ya... —Hunter quedó un momento pensativo. Había acertado—. Lamento decirle que está usted en un error, amigo mío.

—¿Error? ¿Quiere decir...? Bueno, puedo haber fallado en un día o dos, pero no lo creo.

—A mí me parece que el que se equivoca es usted, Higgins —medió Spencer, saliendo del mutismo que había guardado hasta ahora.

—¿Lo dice porque sus cálculos concuerdan con los de su colega? No es así la realidad: nos encontramos a finales de enero del 315, tiempo galáctico, desde luego.

—¡Imposible! —saltaron los dos sargentos al unísono.

—No, si me dejan que les explique: los arachnes son poseedores de una tecnología bastante respetable, quizá más avanzada que la muestra. Al presentarse en todos los sistemas estelares habitados dentro de un radio de cien años—luz en torno al Sol, lo hicieron simultáneamente; y su primera medida, antes de que pudiera darse la alarma al resto de la Galaxia, fue tender un campo energético de alguna clase más allá de la órbita de los planetas más exteriores, impidiendo la salida de toda clase de radiaciones. Tan efectiva es esta pantalla que ni siquiera la luz puede atravesarla. Con respecto al Universo que les rodea, Sol, Canopus, Aldebarán, Castor, Pólux, Denébola, Achernar, Procyon y un montón de estrellas más, han desaparecido por completo desde hace cosa de cuatro meses: la única luz visible es la que emitieron antes de la llegada de los arachnes, pero a menos de cuatro meses—luz son invisibles hasta el borde de sus respectivos sistemas planetarios.

»Ignoro los medios que utilizaron a continuación, pero supongo que poseen un arma capaz de paralizar a voluntad los propulsores de las astronaves dentro de una esfera de un diámetro colosal, o algo por el estilo; también deben poseer un medio de causar una especie de hipnosis colectiva en gran escala... En fin, algo casi increíble, pero ustedes han estado estos cuatro meses sometidos a los arachnes, y el ejército se ha comportado para con ellos con una lealtad digna de encomio... hasta esta noche, en que yo creo que he destruido la máquina de dominar voluntades. No acabo de comprender muy bien cómo actuaba más eficazmente sobre ciertas personas: quizá fuera que a algunos los sometían a un tratamiento especial, pues a los paisanos se les veía abúlicos, pero relativamente normales; en cambio ustedes eran voluntariosos hasta la exageración en servirles.

»Pero, en fin, ya aclararemos eso... si podemos. La situación no está despejada ni mucho menos.

Guffrey y Spencer le miraban boquiabiertos. Recapacitando, se percataban de las lagunas existentes en sus recuerdos... de un vacío que eran incapaces de llenar por más que se esforzaran...

Hunter esperó unos momentos, pero ambos estaban completamente anonadados ante la enorme impresión sufrida con sus revelaciones. Necesitaban recapacitar, y decidió dejarles a solas con sus pensamientos.

—Dentro de una hora volveré con ustedes. Ahora voy a ver qué puedo hacer por estos pobres: son una muestra muy débil de la capacidad para el mal que poseen los arachnes —se volvió hacia Fay y los otros dos—. ¡Seguidme!

Mudamente, como autómatas, fueron tras él.

* * *

Al cabo de la hora concedida a Spencer y Guffrey para recapacitar, Barney Hunter estaba al borde de la desesperación: había conseguido, tras formidables esfuerzos, saber los nombres de los compañeros de Fay Williams. Se llamaban Carl Tatiev y Samuel Galloy, y eran ciudadanos sin relieve alguno, al parecer. Por lo demás, nada pudo sacar de interés a ninguno de ellos.

Finalmente se decidió por realizar un profundo examen físico a uno de los hombres, descubriendo que presentaba en la base del cuello dos diminutas punciones, una a cada lado, en las que se observaba una pequeña hinchazón. Sabiendo donde buscar, encontró en el otro y en Fay idénticas heridas en el mismo sitio. Por tanto aquello podía ser la causa del estado de estupefacción en que se encontraban: una especie de anestesia provocada por inyecciones de alguna materia desconocida.

—¿Qué opinas tú, Lionel? —preguntó a su socio, que había asistido al examen—. ¿Crees que si les sometemos a una pequeña sesión de hipnosis se les puede perjudicar?

—Probablemente no obtengamos nada de ellos —fue la respuesta—. Quizá sea mejor esperar un poco, para ver si sus cuerpos absorben o eliminan lo que llevan en ellos.

—Voy a ultimar con esos de ahí fuera... No te dejes ver por ellos ni por estos de aquí, pues quizá nos convenga que desaparezca el capitán Duncan.

Salió a donde aguardaban ambos sargentos: seguían tan confusos como antes, pero las expresiones de incredulidad habían amainado en sus rostros luego de una hora de acaloradas discusiones. Spencer, necesitando desahogar su irritación sobre algo o alguien, encontró una excusa en el hecho de que Hunter hubiera suplantado su personalidad.

Apenas lo vio entrar, se dirigió hacia él con ostentosos ademanes de indignación.

—¡Oiga! Me ha dicho Guffrey que usted se ha estado haciendo pasar por mí... ¡No me gusta en absoluto! ¿Me oye?

Barney se limitó a sonreírle amistosamente.

—Cuando recapacite un poco, comprenderá que, gracias a esa pequeña treta mía, se encuentran ustedes en mejor situación que antes. ¿Vamos a hablar en serio, y hacer planes para desembarazarnos de los arachnes, o me busco colaboradores por otro lado?

Ambos sargentos convinieron en que lo mejor era ponerse bajo su dirección. Era, tal vez, la única persona en Canopus IV que sabía poco más o menos cómo estaban las circunstancias.