CAPÍTULO X

Sus pesimistas palabras no indicaban que Hunter se resignara a la derrota ni a la muerte. Por ello se dedicó a recorrer la plaza conquistada, comprobando que los controles de la nave no podían ser manejados sino por seres humanos que, además, necesitaban luz normal para ver; únicamente los arachnes no evolucionados eran seres amantes de la oscuridad.

En el lugar donde se había enfrentado con los arachnes de figura humana encontró los cuerpos de sus cuatro víctimas, todos muertos. Tres de ellos eran increíblemente viejos a juzgar por su apariencia... y no eran humanos a pesar de que su aspecto exterior les diferenciaba bien poco de éstos. Probablemente pertenecían a alguna raza desconocida cuya evolución siguió cauces paralelos a los de los hijos de la Tierra. El otro tenía un aspecto externo idéntico al suyo propio.

No le asombró mucho que su último puñetazo hubiera matado a un hombre tan anciano como el que se le enfrentó. Dudaba que sus fuerzas hubieran sido bastantes para sostener un arma.

Luego se enfrentó con los tableros de control.

Eran, desde luego, distintos a los de cualquier astronave que él hubiera visto hasta entonces. Pero los principios en que se basaban eran semejantes y no le costó gran cosa localizar una emisora subespacial. Esto era lo más importante, de momento.

Le costó más de una hora de enviar llamadas para convencerse de que algo no marchaba bien. Probablemente una avería por algún lado, supuso. Sus tenues esperanzas disminuyeron todavía más, y la precipitada llegada del sargento O’Leary acabó de hundirlas al anunciar:

—¡Se acerca un buen número de renegados, y no parecen llevar demasiado buenas intenciones! ¿Qué hacemos?

—¡Darles una calurosa bienvenida, naturalmente! —replicó.

Pero la situación no podía ser más desesperada, según comprobó al primer vistazo. Tenía quince hombres, y armas para apenas la mitad de ellos. ¡Y esta pobre fuerza había de enfrentarse a un número ignorado de enemigos, pero que, sin duda, ascendía a varios centenares por lo menos!

—La oscuridad que hay aquí dentro puede darnos alguna ventaja, pues ellos no nos ven a nosotros. Distribuiros de forma que podáis batir todos los ángulos y ¡abrasad a todo el que se os ponga a tiro! —dispuso Hunter—. De este encuentro depende nuestra posibilidad de sobrevivir.

Y dando el ejemplo, hizo el primer disparo desde las sombras. Un oficial que avanzaba en vanguardia se desplomó a la entrada de la rotonda de acceso a la cámara en que estaban ellos.

—¿Y si cerráramos la puerta? —sugirió Moore.

—¡Nada de eso! —replicó Barney—. Así podemos verlos y hacer más difícil su llegada hasta aquí. En el otro caso se amontonarían ahí fuera y entrarían en avalancha: recuerda que no sabemos cómo se cierra desde dentro... ni hay tiempo de averiguarlo ahora.

—Acabarán por cazarnos de uno en uno...

—... mientras nosotros lo hacemos con ellos de tres en tres. Tenemos ventaja. Son ellos los que nos atacan.

—¿Y no podemos hacer otra cosa que tirar al blanco hasta que uno de los bandos quede aniquilado? —insistió Moore—, No me gusta este papel de limitarnos a una defensa...

—¡Ya lo creo que si! —contestó Hunter—. ¡Búscame un par de hombres que entiendan algo del manejo de una astronave! Que dejen sus armas, si las tienen, y se metan ahí detrás para ver si pueden sacar algo en limpio de los controles. Yo no he podido identificar más que algo que parecía una radio..., pero que no funciona. ¡Si al menos pudiéramos cambiar de sitio este trasto...! Siempre nos quedaría la posibilidad, si no encontrábamos otra, de sumergirnos en Canopus y acabar de una vez con todo.

Moore palideció en las sombras. Tragó saliva un par de veces, hizo ademán de decir algo y, finalmente, se calló. Dando media vuelta se dispuso a cumplir la orden recibida.

El tiroteo comenzaba a crecer en intensidad según los adversarios iban encontrando posiciones relativamente guarnecidas. Un hombre lanzó un grito al lado de Hunter y se derrumbó con un tremendo boquete en el pecho. El repugnante hedor a carne quemada se extendió por todo el recinto.

Barney Hunter apretó los dientes e hizo fuego a su vez. Otro enemigo dejó de constituir una amenaza, pero docenas de ellos iban ocupando el lugar de los caídos...

* * *

—¿Han logrado averiguar algo esos de ahí dentro, Moore? —Hunter se apartó un poco de la línea de fuego para conversar con algo de tranquilidad.

—Nada —repuso el aludido, torvamente—. Aquello es un verdadero galimatías, y lo único que han sacado en limpio es la emisora. Está instalada desde hace poco y funciona con independencia del resto de la maquinaria. Es un modelo semejante a los nuestros, que no parece estar averiada; pero no hay forma de obtener una contestación con ella.

—¿Y dices que no está conectada a las líneas generales de energía? —inquirió Hunter, acometido de una súbita idea.

—Eso parece.

—¡Guarda mi puesto! ¡Voy a ver qué puede hacerse!

Precipitadamente se metió en el otro departamento. Los hombres que investigaban allí alzaron la vista hacia él.

—¿Cómo van las cosas por ahí fuera? —preguntó uno.

—Igual. Estamos en tablas por el momento, pero no creo que la situación pueda aguantarse mucho. ¿Habéis encontrado algo nuevo?

—Nada. Cierre la puerta y tendremos luz.

En efecto, la iluminación del recinto estaba conmutada con la puerta. Hunter cerró y se encontraron bañados en una clara luz blanca. Luego se acercó a los aparatos cuyo uso era una incógnita para todos ellos.

—¿Qué creéis que pasará sí empezamos a cortar conexiones, muchachos?

—Que algo comenzará a ir mal —fue la respuesta unánime.

—Tenemos una posibilidad. ¿Sabéis por qué no funciona la emisora? Porque la pantalla que impide la salida de radiaciones del sistema planetario está conectada. Con un poco de suerte podemos dejarla fuera de uso.

—¡Pero eso supondrá también el riesgo de interrumpir los sistemas de calefacción y ventilación, entre otros! —protestó uno—. ¡Moriremos todos!

—A eso estamos ya resignados, muchacho —fue la fría respuesta de Hunter—. Sin embargo, podremos resistir unas horas... y tal vez en ese tiempo pueda llegarnos ayuda... si consigo establecer contacto por radio.

No se discutió más. Con todo entusiasmo se aplicaron a bajar palancas, cortar cables, cerrar conductos... Poco a poco se iban extinguiendo las luces indicadoras de los tableros de control; y, de pronto, se hizo la más absoluta oscuridad.

—Creo que ya está. Vamos a probar ahora.

La emisora funcionaba a la perfección. Hunter estableció contacto con el Cuartel General de Leahy, en Gawain.

—El general Leahy no se encuentra aquí —le informó un ayudante.

—¡Pues búscalo, aunque sea en el mismísimo infierno! —ordenó Hunter—. ¡Necesito hablar con él antes de un minuto!

—Va a ser difícil,.. —vaciló el otro—. Está en...

—¡Pues conéctame allí, por todos los diablos! ¿Habré de decirte con todas las palabras que es tu pellejo el que te estás jugando, idiota?

Él hombre quedó atemorizado, y antes del minuto que le concediera Hunter aparecía en la pantalla el rostro del general.

—¿Quién infiernos es usted? —aulló al ver una cara desconocida—. ¡Se está exponiendo a un serio disgusto como...!

—Escucha, Harry —habló Barney con voz apaciguadora—. Si es de esa forma como tratas a todos los amigos a quienes has metido en un apuro y luego te...

—¡Barney! —chilló Leahy—. ¿Dónde demonios estás?

—En el infierno, donde me corresponde. ¿Puedes presentarte aquí en cosa de... digamos veinte segundos?

—Depende. ¿Cuál de todos los infiernos es ése?

—El tercero, a mano izquierda: Canopus. A lo mejor no lo encuentras de momento, pero sigue adelante: está en el mismo lugar de siempre.

—Nos hallamos a... —consultó con alguien que estaba próximo— unos setenta años—luz de ahí. ¿Está todo solucionado?

—Lo estará en cuanto vengas tú con un par de centenares de cruceros. Pero si no te das prisa, dudo que llegues a enterarte de lo pasa. Me encuentro a bordo de una astronave sin energía. Ya sabes lo que pasa cuando el frío del espacio comienza a hacer de las suyas... si antes no me han frito unos individuos con uniforme de la Armada Espacial Galáctica.

—Estaré ahí en cuanto haya reunido ese par de cientos de naves...

Dejando a uno de los hombres para que siguiera informando al general, Hunter regresó al lugar del combate. Aquello iba de mal en peor, y el más claro indicio de ello era que todos sus hombres estaban armados ahora... sin que hubiera aumentado su arsenal. El enemigo estaba agrupándose para iniciar un ataque masivo.

Apuntó con sumo cuidado a un fulano que llevaba un uniforme más llamativo que los demás, teniendo la satisfacción de comprobar que le abría un formidable agujero entre los hombros.

Al mismo tiempo estalló una vivísima llamarada delante suyo. Algo le empujó rudamente, y al caer se golpeó fuertemente en la cabeza con algún objeto duro.

La danzante luz de las linternas, única de que se disponía en la nave, estalló en una cascada de colores que giraban vertiginosamente. Luego se hizo una absoluta oscuridad.

* * *

—Y eso es todo, hijos —concluyó Hunter, palpándose el enorme chichón que llevaba en la cabeza—. Luego de hacerme esto, no recuerdo nada más.

El coronel Spruce inclinó la cabeza con simpatía.

—Alguien a quien conoces, según creo, te lo podrá decir.

Se apartó un poco. Un joven teniente de las fuerzas del espacio pasó a ocupar el primer término.

Hunter paseó la mirada de su rostro al de Leahy, que estaba al otro lado,

—A no ser que el golpe me haya causado amnesia, no le he visto en mi vida.

El teniente sonrió. Sus finos dedos se introdujeron bajo el del uniforme, hurgó allí unos instantes y si momento reaparecieron tirando de algo hacia arriba. La máscara de plástico que le cubría el rostro salió, dejando al descubierto unas facciones de mujer.

—Sigo sin conocerte, preciosa —murmuró Hunter—. Pero juraría que en el lugar que ocupa esa cara de muñeca he visto en algún tiempo la de Fay Williams.

Ella asintió con una encantadora sonrisa.

—Acertaste, Barney Hunter... Y que conste que tus amigos no me han soplado tu verdadero nombre. En toda la Galaxia no podía haber otro capaz de lo que tú has hecho desde el principio. No tardé ni una hora en identificarte.

—Tú tampoco lo haces mal para principiante —reconoció él—. Harry, te presento a la señorita Fay Williams, una aficionada que...

—Creo que andas equivocado, Barney —le interrumpió Spruce—. Tu amiga es una colega: Morgan es su apellido, no Williams.

—¡Morgan! ¡Morgan le Fay! —se asombró—. No he tenido ocasión de conocerte hasta ahora, compañera, pero he de reconocer que tu fama no exagera.

—El Hada Morgana, como se la conoce —intervino Leahy—, te ha salvado la vida. Hizo prisionero a un teniente de los arachnes, y con un suero de la verdad le arrancó los informes necesarios para hacerse pasar por él. Cuando todo el mundo estaba ocupado en atacaros a ti y a tus hombres, ella, que se encontraba también a bordo, liberó a los restantes prisioneros y acometieron por la espalda a los demás, creando una diversión que bastó para entretenerlos hasta nuestra llegada. Os encontramos a todos ya medio congelados... pero muchos con vida.

—Creo que, juntos, vamos a hacer cosas grandes —dijo Hunter—. Jamás he querido asociarme con nadie, pero sospecho que mis días de lobo solitario se terminan...

Hablaba en tono ensoñador y, aunque la muchacha no pronunció palabra, vio en ella algo que le dijo que no le desagradaba la propuesta.

Leahy vino a interrumpir sus agradables cavilaciones.

—Te has ganado el cheque prometido al averiguar lo que ocurría en el sector de Sol; pero supongo que no habrá inconveniente en que nos lo expliques a los que somos cortos de entendimiento y no poseemos el don de la adivinación.

—Con mucho gusto. Empieza a preguntar.

—Bien. ¿Quiénes son los arachnes?

—Comprenderás que muchas de las cosas que voy a decirte no las sé con seguridad, pero creo que no ando muy descaminado. Los arachnes son una raza de seres parásitos, que viven en comunidades muy semejantes a las de las abejas terrestres. En general son asexuados, y únicamente unos pocos de ellos hacen el papel de reina y zánganos. La reina ocupa una colmena, la puebla y gobierna en ella de un modo absoluto. Los verdaderos arachnes apenas poseen inteligencia, que únicamente es patrimonio de la reina, quien, careciendo de habla, tiene que suplirla con unos formidables poderes telepáticos. Cuando los arachnes alcanzan su desarrollo, mueren a no ser que sufran una metamorfosis muy complicada. Los insectos, normalmente, en el estado de larva suelen poseer lo que se llama discos imaginales, una especie de planos que guían la transformación hasta convertirse en el imago o insecto adulto. Los arachnes carecen de ellos y necesitan un espejo en forma de otro ser, a cuya semejanza se transforman, matándolo en el proceso...

Se interrumpió al recordar aquella visita que hizo cierta noche a las cavernas del Palacio Gubernamental, cuando salvó la vida a Fay Morgan.

—Sigue... —le apremió Spruce.

—Poco más queda. Por lo visto, esos seres agotaron la provisión de espejos en sus mundos de origen. Al llegar aquí apenas les quedaban los hombres suficientes para el manejo de las naves: yo maté a los tres últimos en la cámara de control. Si os fijáis, se ve enseguida que no son humanos, aunque lo parecen; además, son viejísimos.

Hizo una pausa para tomar aliento.

—Como decía —continuó—. Se desparramaron por todos los mundos de esta vecindad, e iniciaron la conquista sustituyendo a los jefes militares y civiles por arachnes transformados. No queda mucho más por contar. A vuestra disposición queda la astronave en que vinieron, y todos sus secretos. Los arachnes que quedan con vida están desorganizados como abejas sin reina, ya que yo maté a la suya. Interrogadlos... con suavidad. Son muy poco resistentes a las drogas y fáciles de identificar si se les busca, pese a su parecido con los humanos. En la nave apenas se ha destrozado cosa alguna que vuestros técnicos no sean capaces de reconstruir. En ella está el secreto de sus dos principales armas: la pantalla que impide el paso a las radiaciones y la que paraliza el funcionamiento de los motores de las naves. Conocidas éstas, no será difícil crear algo que las contrarreste para emprender la reconquista de los mundos que aún quedan en su poder... Es simple cuestión de fuerza física, de la que la Federación posee mayores cantidades que los arachnes.

Se puso en pie. La cámara oscilaba a su alrededor, pero dominó el vértigo. Fay Morgan acudió a su lado.

—Gracias, pequeña —sonrió él. Luego, volviéndose hacia Leahy—: ¿Puedes poner a nuestra disposición algo que nos lleve a Canopus IV?

—Sí, desde luego —asintió el general—. Pero yo había creído que regresabais con nosotros...

—Imposible, hijo mío —Hunter hizo una mueca de dolor, aunque su intención había sido dibujar una alegre sonrisa—. Los criminales como nosotros tenemos cierto reparo a disfrutar de la compañía de los polizontes más de lo imprescindible. ¡Hasta la vista!

Transcurrió un rato. Desde el aposento en que cambiaban impresiones, Leahy y Spruce percibieron el leve temblor originado al separarse del crucero una pequeña navecilla.

—¡Allá van! —suspiró el coronel—. Son admirables ambos. ¡Qué lastima que a veces se tuerzan un poco sus caminos! El ansia desmedida de riquezas...

—No creo que ése sea el caso de Hunter —repuso Leahy—. Se ha marchado sin acordarse del cheque. Y recuerde, coronel, que a partir de hoy nuestro amigo inicia una vida nueva, aunque no cambie de rumbo. Se le prometió un olvido de todo lo pasado...

—Olvido que habrá que extender a la chica —supuso Spruce—. En adelante nos resultará más fácil vigilarlos, pues actuarán juntos.

—... O más difícil —aclaró el general—. De uno en uno eran formidables: juntos, resultarán invencibles.

* * *

La vieja Alden abandonó el astropuerto de Canopus IV. Sentados ante sus mandos, el capitán Duncan y su nuevo socio veían desplegarse en la pantalla la inmensa forma ovalada de la Galaxia.

—Ese hermoso imperio lo pongo a tus pies, Fay —murmuró Hunter con cierta torpeza.

—Recuerda que la mitad de él lo tengo yo conquistado —ironizó ella.

En aquel momento se acordó Hunter del famoso cheque.

—¡Canastos! ¡Se me ha olvidado cobrar la recompensa! Bueno, que de todas formas está segura... creo yo.

—¡Eso les pasa a los que pierden la cabeza por una mujer! —chilló Lionel, que no podía ocultar cierto resentimiento hacia la muchacha que le relegaba a segundo término—. ¡Acaban por olvidar hasta los intereses más elementales! ¡No, Barney, no me tires eso!

Pero eso, un objeto de bastante masa para poderle aplastar, surcaba ya los aires.

—¡Cállate, pajarraco!

El pajarraco era pequeño y la posición de su agresor mala para hacer puntería. Gracias a ello, siguió viviendo Lionel.

FIN