COLOQUIO
Jorge Wagensberg: Sé muy bien que un acuerdo no es tan fértil como un desacuerdo a la hora de estimular el diálogo, pero quiero dejar constancia de mi simpatía por dos ideas insinuadas por el profesor Margalef. En primer lugar: una ley natural es más una prohibición a cierto conjunto de sucesos que la obligación determinante de uno de ellos. Firmo con fuerza esta idea. En el lenguaje utilizado ayer por el profesor Thom, yo diría que una ley de la naturaleza es la expresión de que cierto dominio de las trayectorias virtuales no se proyecten en el espacio de la realidad. Con esta idea, el sentido de la evolución no es menos reconfortante para mí: evolucionar es recorrer un laberinto respetando ciertas señales de prohibido el paso. Las leyes ni se obedecen ni se violan; en todo caso, se burlan. Me siento a gusto con esta visión del mundo y hay que destacar lo bien que esta concepción de la ley se generaliza incluso para otras formas o áreas de conocimiento. No hablemos, pues, de la física (donde la célebre segunda ley de la termodinámica, por ejemplo, es también perfectamente formulable como un principio de imposibilidad), sino de ética o de derecho. En tales disciplinas se recomienda lo que no debe hacerse, no lo que debe hacerse. Lo imprescindible para jugar al ajedrez es conocer los movimientos prohibidos, jugar bien es ya cuestión de elegir entre los permitidos. Ley y libertad son así perfectamente compatibles. Otra cuestión sobre la que había reflexionado largamente y que me ha alegrado oír mencionar es la concepción del arte como una forma de conocimiento basada en lo que el Dr. Margalef ha llamado el pattern matching y que prefiero nombrar como «el principio de comunicabilidad de las complejidades inteligibles».
Rolf Tarrach: Permítame hacer la pregunta en una forma especial. Consideremos el día en que el Dr. Wagensberg fue a proponerle venir a esta reunión. En aquel momento, su cerebro estaba en un estado bien definido (que podemos imaginar descrito con la máxima precisión de nuestra ciencia actual). La propuesta le llegó en forma de onda electromagnética y su respuesta fue afirmativa. Mi pregunta es la siguiente: dado el estado de su cerebro y la pregunta de Jorge, ¿cree usted que podría haber contestado negativamente?
Ramón Margalef: No me interesa la cuestión. Entre otras cosas, no puedo concebir que mi cerebro estuviera en un estado prácticamente definible en «nuestra ciencia actual».
Josep Mª Parra: He disfrutado mucho con esta conferencia del Dr. Margalef. En particular, me ha interesado la concepción de la libertad como la capacidad de elegir el pattern de decisión. En nuestro caso, esto se concreta en la elección de los valores que han de inspirar el crecimiento y desarrollo de la sociedad humana. Ayer ya quedó claro que nuestra contribución en la elección del pattern será tanto mayor cuanto mejor informados estemos sobre nuestro entorno. Ahora bien, pensemos en primer lugar en el sistema democrático (el menos malo para decidir el futuro de la humanidad). Veo, con un poco de inquietud, que este sistema no suele ofrecer esta posibilidad de conocimiento a todas las individualidades, por lo que los individuos no pueden tener la correspondiente capacidad de decisión. La mayoría de las decisiones importantes se sustraen a la decisión colectiva y se toman incluso de forma unipersonal. La declaración de un estado de guerra en los EE.UU., por ejemplo, corresponde sobre todo al Presidente, en menor medida al Congreso y mucho menos, evidentemente, a los ciudadanos. Y en segundo lugar, estoy de acuerdo en que la selección natural opera de una manera brutal en los sistemas de alta energía. La especie humana está precisamente en un estado de altísima energía acumulada. La responsabilidad (compartida, claro) de los científicos en este aspecto es evidente porque los poderes máximos de decisión se ejercen precisamente en virtud de esta energía. Me inquieta también, pues, el carácter irreversible de esta evolución, la imposibilidad que ha mencionado de una vuelta atrás…
Ramón Margalef: Son dos cuestiones muy distintas, sí. Empecemos con la libertad dentro de la organización de la sociedad. Es evidente que la sociedad nos suministra mucha información, pero se trata, muchas veces, de una información ficticia. El número de diarios que consume un individuo, incluso el de libros que se leen, no es un dato significativo para precisar la racionalidad de su funcionamiento. Incluso los universitarios sabemos lo difícil que es moverse por la cantidad de papeles que hay que rellenar cada dos por tres; ante cualquier decisión nos asalta la duda: ¿seguro que no hay una comisión que debería reunirse antes? La excesiva complicación acaba por paralizar las cosas. En los ecosistemas naturales ocurre exactamente lo mismo. Los muy complejos, aquéllos que tienen demasiados organismos, apenas pueden pasar a situaciones realmente nuevas. Quizás haya escrito esta conferencia en un momento de asqueo burocrático, pero creo que el equilibrio debe establecerse entre la información real disponible en el sistema y la complejidad de su entorno. En la tabla a dos columnas que presentó ayer el Dr. Thom, yo propondría también dos conceptos enfrentados. En la columna de la izquierda (conceptos positivos) figuraría «La creación de un servicio» y en la de la derecha (conceptos negativos) aparecería «el desarrollo de una burocracia». Un servicio engendra una burocracia, pero la burocracia engendrada acaba por no hacer más que mantenerse a sí misma. Es un proceso natural. Pero para mí es muy importante ser consciente de ello, porque conocer este problema me permitirá superarlo. En otras palabras, creo que podemos encontrar procedimientos y organizaciones que ofrezcan garantías de supervivencia para la sociedad, que no limiten el número de opciones individuales y que no representen un esquema de ligaduras tan extenso.
La segunda cuestión es distinta, pero entra también en un esquema ecológico. La irreversibilidad o la posibilidad creciente de utilizar esa energía que llamamos exometabólica, esto es, energía que no fluye a través de los alimentos. Está claro que el hombre utiliza cada vez más esta forma de energía y el riesgo está en los «multiplicadores de energía» que se ha construido. Un tractor es un ejemplo sencillo de multiplicador: la energía muscular pone en funcionamiento un flujo de energía fósil (el gasoil) para mover y remover la tierra, con lo que, a su vez, construye un canal o una presa, lo cual, también a su vez, supone la desviación de otra energía externa (la lluvia), etc. Con la misma construcción fundamental llegamos, con cuatro o cinco pasos, a la temida bomba atómica, un problema que subyacía, creo, en su pregunta. El cálculo del poder multiplicador de cada paso es un tema interesante para los físicos.
Jesús Mosterín: He encontrado muchos puntos estimulantes en la exposición del Dr. Margalef, al que tengo por un verdadero filósofo de la naturaleza. Me concentraré en uno de ellos. Nos ha dicho, por un lado, que cada vez que ocurre una transacción de energía (creo que éste ha sido el término empleado) de algún modo ocurre un incremento del orden, de la estructuración, de la complejidad, y que tal cambio de energía es una especie de precio que se paga para que aumente la información. Pero, por otro lado, todo cambio significa un aumento de entropía, el estado después del cambio energético es más probable que el anterior cambio. Ya sé que el Dr. Margalef no lleva demasiado lejos la idea de la información expresada como el logaritmo de la inversa de la probabilidad, pero, según esto, los estados finales, más entrópicos, contendrían una menor información global. Yo le preguntaría al Dr. Margalef: ¿cómo casar estas dos intuiciones: la que usted tiene (evidentemente muy apoyada en un sinfín de hechos) y la que ofrecen los termodinámicos (aquí hay muchos) en el sentido opuesto?
Ramón Margalef: Bien, no voy a contestar esta pregunta en términos formales porque el biólogo (o el ecólogo) se mueve solicitado por las imágenes y por el contacto directo con el entorno. La degradación de la energía en sistemas naturales acompaña a un enriquecimiento de estructuras indiferentes, pero que puede considerarse que encierran mucha información. El problema es si un nuevo pulso de energía puede borrar esta información. Creo que sólo parcialmente y que siempre se proyecta alguna información, un vestigio de lo ocurrido, a través del sistema de perturbaciones y hacia el futuro. En otras palabras, creo que no se puede borrar totalmente la historia.
Puedo proponer una ilustración que corresponde a un caso muy típico. Es el de todos aquellos sistemas que son comparables al Juego de la Oca, es decir, aquellos sistemas que siguen un desarrollo determinado hasta que caen en un agujero y tienen que volver a empezar. Ya sabemos, por ejemplo, que el bosque se quema de vez en cuando, tras lo cual vuelve a empezar. La evolución de las especies de un sistema de bosques que se queman ora aquí, ora allá, depende de unos mecanismos de selección que, creo, pueden generalizarse a otros niveles más amplios de perturbación. Los naturalistas estamos de acuerdo en la capacidad de destrucción de los cataclismos naturales en la tierra. El choque (hace decenas de millones de años) de planetoides contra la tierra destruyó gran cantidad de información durante la transición del mesozoico al terciario, qué duda cabe, pero ello contribuyó probablemente a limpiar el terreno para facilitar la evolución de los mamíferos. Los mamíferos sustituyeron a los dinosaurios, pero acumulando cierta «experiencia» de la vida para construir cosas. Existe un interesante espectro en la frecuencia de los distintos cataclismos. El día y la noche representan realmente algo traumático para muchos organismos; lo mismo ocurre con las estaciones, con los períodos de sequía, con las glaciaciones, con las colisiones de planetoides… y así sucesivamente. Por este camino llegamos a una buena pregunta para los cosmólogos. ¿No será la historia de este universo el acontecimiento unidad que comienza en nuestro espectro de perturbaciones? Independientemente de una definición probabilística de la entropía, no veo justificación para una teoría que nos presente una especie de gas uniformemente distribuido como el universo más probable. Las cosas, tal como las vemos, parecen ir decididamente en otro sentido; lo más probable es tener una extraordinaria complicación de detalle. Aquí hay ciertamente algo muy profundo, pero muchas de las aparentes discrepancias vienen a veces del hecho de emplear palabras altisonantes cuyo valor semántico tiene problemas.
Jorge Wagensberg: Un brevísimo inciso. La tendencia a la desorganización, a la entropía o probabilidad creciente que anuncia la termodinámica, se refiere sólo a sistemas totalmente aislados de su entorno. Un sistema capaz de intercambiar algo con su entorno (¡cualquier sistema vivo!) tiene su oportunidad para buscar estados menos probables. Hablar de discrepancias en este caso es, efectivamente, un abuso de los conceptos de la física.
Jesús Mosterín: Una pregunta sobre un tema distinto. El Dr. Margalef ha dado, hace unos momentos, una respuesta un tanto expeditiva a Rolf Tarrach y, con perdón de Rolf, me parece que, en cierto modo, ha sido una buena respuesta. Permítaseme una interpretación. Aquí estamos empleando el término libertad con cierta frecuencia, se ha hablado incluso de la libertad del electrón. También en este caso existe un riesgo de confusión. Una cosa es la libertad en la, digamos, esfera política, y otra la libertad cuando se habla de física o de determinismo. De hecho, nosotros nos encontramos con el factum de que, en un momento dado, tenemos ciertas voliciones. Por ejemplo, cuando «Jorge preguntó a Margalef si quería asistir al encuentro y dado el estado de su cerebro, etc.» habría el factum de que el Dr. Margalef quería efectivamente asistir. Entonces, dado que sí deseaba asistir, el problema de la libertad política (humana o como se la quiera llamar) se plantea en si realmente «podría» o no asistir. Y el Dr. Margalef, que «quería» asistir, además «ha podido» asistir, es decir, ha disfrutado de la libertad de asistir. En muchas ocasiones tenemos voliciones de ciertas cosas, pero el contexto social nos impide hacerlas. Es cuando decimos que no tenemos libertad para hacer aquello que queremos. Éste es, creo, el problema político de la libertad. Pero otra cosa muy distinta es la cuestión de si nuestras voliciones están o no determinadas por cierta función de varias (muchas) variables. El dilema en este caso es: fijados los argumentos de todas las variables, ¿se obtiene una volición determinada?, ¿o bien son nuestras voliciones el resultado de un mecanismo estocástico? Dicho de otra manera, el dilema está en saber a qué se parece más nuestro cerebro, a un computador que en cada momento calcula dicha función, o a una especie de ruleta. En todo caso, yo no entiendo por qué habríamos de ser más libres en el caso de la ruleta que en el caso del computador. Nosotros, por introspección, podemos comprobar que tenemos ciertas voliciones: éste es el factum. Nosotros nos sentimos más o menos libres en la medida en que podemos o no podemos realizar tales voliciones, y no en la medida en que sentimos que tales voliciones están determinadas o son al azar…
(En este preciso instante se interrumpe momentáneamente el servicio de megafonía y una cinta del decorado se desprende del techo).
Jesús Mosterín (continúa)… Things happen, como decía el profesor Landsberg. Yo le quería preguntar al Dr. Margalef si pensaba algo así cuando ha contestado tan escuetamente a Rolf.
Ramón Margalef: Bueno, ya veo que quieres que me confiese. No creo necesario apelar a la ruleta, dado el inmenso número de estímulos que recibimos, nuestra enorme capacidad para recogerlos y el peso específico de cada uno de estos estímulos (que en general no son muy distintos, pero sí lo fueron en este caso). También diré otra cosa que se refiere a la experiencia de la vida práctica. En ocasiones no podemos hacer algo y creemos que ejercer la libertad consiste en emperrarse en ese algo, es decir, dedicar el tiempo a lamentarnos por no poder hacer tal cosa en lugar de emplearlo en sí hacer tal otra, esto es, rodear la imposibilidad para abordar la siguiente posibilidad de la lista. La libertad es una sensación que depende de cada individuo y puede consistir también en la capacidad de no hacer absolutamente nada. Yo siempre he tenido la sensación de hacer lo que me ha apetecido, aunque rodeado de una gran cantidad de obstáculos.
Evry Schatzman: Durante los últimos años me he interesado por el problema de la inteligencia extraterrestre y, en conexión con ella, me he encontrado a menudo con el así llamado principio de convergencia. En virtud de este conocido principio se describe como diferentes especies llegan, por diferentes caminos, a una misma solución. Piénsese por ejemplo en las técnicas de vuelo, en la forma óptima para nadar, o en el caso más notable de convergencia: el ojo (del que se han desarrollado unas quince clases distintas). Ahora bien, este principio de convergencia se ha extrapolado para afirmar que, tras la aparición de la inteligencia, la tendencia es que se evolucione hacia una civilización altamente tecnificada. Los expertos nos aseguran, por otro lado, que la edad de la civilización es muchísimo mayor que 10.000 años. Además, no se ha detectado el menor rastro de inteligencia extraterrestre. En tal caso, el principio de convergencia implicaría que las civilizaciones son autodestructivas, lo cual abre una interesante posibilidad para la nuestra.
Ramón Margalef: Es una consideración muy difícil de comentar. Y comentarla es también en este caso una especie de confesión. Creo en la posibilidad de otros organismos inteligentes por una razón muy simple relacionada con la interacción entre especies. En todo sistema hay una cadena de depredadores y presas, la evolución es diferente para cada pareja de especies. La especie que está debajo, la presa, evoluciona desarrollando propiedades de uso inmediato (cierto insecto que adopta tal color, etc.), mientras que la otra, la que está encima, lo que desarrolla es la capacidad de aprender. Ésta es la diferencia; las especies del nivel trófico inferior suelen ser de pequeño tamaño y de corta vida, y no llegan a aprender porque están poco tiempo en su entorno, que cambia poco, mientras que las superiores son grandes, viven más y aprenden. Esta idea puede ampliarse y complicarse para explicar cómo obtener una capacidad para desarrollar tremendas posibilidades de aprendizaje a partir de la interacción de especies. Y en la cima de las especies, o para especies inmersas en elecciones complicadas con las otras y consigo misma, significa «aprender a aprender». Así es que, si hay vida en otro lugar, lo más probable es que no adopte la forma de una película uniforme cubriendo cierto planeta, sino que (al igual que ocurre aquí) será una vida a base de organismos separados y en interacción. Y, en tal caso, creo que deben desarrollarse seres con un alto nivel de conciencia y de reflexión. Serían especies de humanoides. Éste es mi punto de vista, aunque la obligada cuarentena del espacio y del tiempo probablemente nos impedirá conectar con ellos.
Evry Schatzman: Me gustaría que se refiriera usted al aspecto de mi pregunta relacionado con el principio de convergencia, según el cual existe cierto determinismo en la evolución que hace que la naturaleza adopte finalmente soluciones técnicas para los problemas que plantea la supervivencia.
Ramón Margalef: Sí, quizás exista algún determinismo de esta clase. A mis amigos humanistas suelo decirles bromeando que todo aquello que es trascendente para la supervivencia se confía al sistema genético, mientras que la cultura es una guinda especial que se pone para rematar la tarta. La cultura afecta a una serie de sistemas de baja energía que producen una cantidad enorme de posibilidades. Es una broma, pero no estoy demasiado lejos de esta idea. El aspecto cultural es muy importante para mí, es el substrato de nuestra vida. El determinismo al que se refiere usted tiene más que ver, creo, con el aspecto genético.
Joan Armengol: Querría referirme a esos sistemas cerrados que produce la evolución, mencionados por el Dr. Margalef, sistemas que perviven para autodefenderse, que tienen existencia por y para sí mismos y que no producen nada. Yo también me quejo del papeleo y de la burocracia, pero pienso que tales cosas tienen también una contrapartida de interés. Creo que este tipo de mecanismos, que nos parecen tan engorrosos, nos protegen también contra el peligro de la liberación brusca o violenta de la energía acumulada. Y en una sociedad de alta energía como la nuestra ello supone efectivamente una autodefensa. Las comisiones, comités, etc., salvaguardan actos irreflexivos de destrucción. También tienen pues un aspecto positivo.
Ramón Margalef: Evidentemente. En el desarrollo de la vida sobre la tierra, ha habido períodos de alteración y períodos de estabilidad. Durante los períodos de estabilidad la vida se diversifica mucho, pero no se hacen inventos nuevos. Mirando hacia atrás nos parece perfecto que los mamíferos sustituyeran a los dinosaurios y nos congratulamos de poseer una estructura de mamífero y no de dinosaurio. Ahora la estabilización de la civilización humana, al hacer más complicado el sistema de decisión, nos parece una garantía de supervivencia. Y sí, estoy de acuerdo: el hecho de que, en lugar de pulsar un sólo botón para iniciar un desastre, se necesita pulsar una docena de botones dispersos (que además deben interaccionar de una manera compleja), supone una defensa de esta estabilidad.
Josep Mª Valderas: El profesor Margalef ha apelado a razones termodinámicas para romper la circularidad del principio de selección natural. Esto es, selección y adaptación se consuman con la entrada de algo del exterior. Pero ¿cómo se mantiene la estasis que precede a un episodio de la evolución? ¿Cómo se almacenan mutaciones neutras hasta que una información externa fuerte provoca una transformación radical? Y en segundo lugar, ¿cómo compaginar este indeterminismo de la evolución con la tendencia determinista del lamarckismo?
Ramón Margalef: Bien, la primera cuestión daría mucho que hablar. Trataré de expresar mi punto de vista sobre la evolución puntual y la estasis con palabras sencillas. La velocidad potencial de evolución de las especies es mucho mayor que la velocidad realizada en la práctica. Y cuando una especie queda atrapada en un dominio de poca energía, no puede evolucionar rápidamente, porque cualquier cambio demasiado grave es sistemáticamente negativo. En cambio, una especie ocupando un nuevo espacio consigue llevar adelante una fracción de sus tantos evolutivos. En cuanto a la segunda cuestión, creo que un mecanismo que ya se ha desarrollado tiene una capacidad mayor para seguir desarrollándose, para complicar sus opciones sobre una constelación inmensa de características. Por ejemplo, si un organismo ha desarrollado con mucho éxito la capacidad de analizar sonidos, entonces puede utilizar de manera muy eficaz todos los ruidos naturales para orientarse y moverse en el espacio, sin necesidad de recurrir a la facultad de la vista. En este sentido, decía que hay algo en la historia anterior de todo sistema que predispone a cierta utilización, a un nuevo pattern matching.
Carles Ulisses Moulines: Me parece que el profesor Margalef tiende a eludir la cuestión del determinismo y del indeterminismo. Quisiera presionarle aún un poco sobre este punto. Si no he entendido mal, usted habla de un indeterminismo práctico propio del biólogo cuando trata de explicar las mutaciones tanto a nivel individual como de ecosistemas. Este indeterminismo práctico no sería, parece, la última palabra, sino que en el fondo se trataría de integrarlo en una concepción más general. Y tal concepción general sería ya más determinista que indeterminista y en ella la decisión jugaría un papel importante. Si esta interpretación es correcta, veo, todavía, un problema. Y el problema no es sólo metafísico o de elucubración, sino metodológico, porque, al introducir el concepto de decisión, nos vemos obligados a recurrir al concepto de probabilidad subjetiva. Al menos, que yo sepa, no hay otra forma de tratar científicamente este concepto, y así lo hacen las teorías modernas de decisión. Por lo tanto, si en la explicación de los fenómenos biológicos se introduce a todos los niveles el concepto de decisión, entonces, en mi opinión, lo que se introduce no es un determinismo práctico, sino un indeterminismo fundamental con el que hay que comprometerse y del que no es lícito evadirse.
Ramón Margalef: Contestaré francamente. Quizá se me escape un poco el problema del determinismo y del indeterminismo, pero no es que rechace un compromiso. Suelo decirlo con mucha frecuencia en la vida cotidiana universitaria: me siento comprometido, pero sólo con mis propias ideas, no necesariamente con la idea del que me la quiere vender, ¿no? Y, en este sentido, empezaré diciendo que considero que la discusión entre el determinismo y el indeterminismo es en gran parte una especie de artefacto cultural. Pero, puesto a dar una referencia conocida, diré que me parece aceptable la posición de Popper en su Universo abierto. En este tema no hay que olvidar algo que debe ser axiomático en la teoría de sistemas y es que una parte del sistema no puede comprender el sistema total sin dejar algún residuo. Así que sigo en mi posición pragmática: aquí y en las inmediaciones de mi entorno, puedo comportarme como determinista en muchas cosas, pero, en otras, muchos dirán que exhibo cierta afinidad con el indeterminismo. Y si intento profundizar para ofrecerme cierta lógica de uso personal, siempre termino de la misma manera: en este mundo (que es tan grande) siempre habrá algo que, para mí, será indeterminado. Creo que no he eludido la cuestión, aunque he empezado diciendo que creo que se trata de un artefacto cultural.
Josep M. Parra: Sólo querría dejar constancia de mi preferencia con respecto a las dos alternativas propuestas por el Dr. Mosterín sobre la libertad basada en un cerebro-computadora o en un cerebro-ruleta. La situación que yo elegiría como significativa de la libertad es la del cerebro-ruleta y para ello me baso en la concepción clásica del Weltanschaung que puedo elaborar como programador de este ordenador. Ello presupone que puedo acceder a una buena «biblioteca» de información; la sensación de indeterminismo surge quizás de aquellas situaciones en las que no sabemos qué hacer, es decir, situaciones en las que nos falta información para decidir en favor de nuestros intereses. La alternativa del cerebro-ruleta corresponde precisamente a la falsa libertad del oprimido.
Joan Badal: Querría hacer un breve comentario sobre el preámbulo que ha hecho el Dr. Wagensberg comparando la concepción de la ley en ciencia con la idea homologa en el derecho y en la ética. Estoy de acuerdo en que en Derecho la ley también tiene un sentido de limitación. La base del Derecho es «si haces tal cosa… sanción», y de aquí surgen luego, por progresiva complicación, las figuras y las instituciones jurídicas. Pero creo que hay una diferencia importante en el campo de la moral que yo enunciaría como «la ambición ética» frente a «la limitación jurídica». El Derecho no es moral. La ética es una creación que requiere una imaginación comparable a la de un artista delante de una tela en blanco.
Lluís Racionero: Profesor Margalef, ¿cree que la ecología puede darnos pautas para la organización política de la sociedad? En una ocasión quise aplicar criterios ecológicos para convencer acerca de la inconveniencia de una sociedad uniforme, de baja diversidad; y alguien me interpeló con la pregunta: «¿Así cree usted que un bosque de pinos es fascista?». La afición del general Franco por plantar bosques de pinos no deja de ser curiosa, aunque hay quien dice que era porque las guerrillas se ocultaban con mayor dificultad en los pinares que en los bosques tradicionales ibéricos de encinas. Bien, mi pregunta es si la ecología puede sugerir orientaciones sociales o políticas; por ejemplo, una nación o país ¿es mejor que sea grande o pequeño, autárquico o bien abierto, organizado en comarcas o en regiones, …?
Ramón Margalef: El tema de las comarcas y regiones equivale al de las especies y subespecies. Hablando en serio, yo no diría que la ecología puede sugerir una organización política; pero sí, quizá, proporcionar algunos consejos para la organización administrativa, entendida como una base para una mayor eficacia en el país. Uno de los temas a los que me gusta dar bastantes vueltas es el de la relación entre la energía de la que dispone un país (energía externa o exosomática) y el grado de organización que alcanza. Para decirlo brevemente, el dilema está entre los dos slogans: Small is beautiful y Big is powerful. Un país que prevé una disminución de energía debe intentar huir de la macrocefalia. La incidencia política es inevitable, claro. Por ejemplo, la evolución de la población en Cataluña se redistribuyó de una manera complicada, pero parece claro que la tasa de aumento de la población es mucho mayor allí donde aquélla ya es de por sí más alta; la razón es fundamentalmente energética: la gran ciudad es la base del poder político, por lo que, de una manera indirecta, atrae una mayor cantidad de energía, dando lugar a una especie de tumor que crece más allá de lo que podría o debería esperarse. He aquí un caso en el que la ecología sirve, al menos para llamar la atención sobre un determinante político, y este aspecto, si sus efectos se juzgan indeseables, puede ser corregido.