Principio

Indignamente vive el que no vive para los demás.

SÉNECA

Aquí, en mi carpeta, están mis recuerdos. No sabría decir si es azul, verde o marrón; tal vez es gris, o acaso tuvo alguna vez un color vivo y brillante. Sus bordes están ajados, quebrados en las esquinas y parece quejarse cada vez que la toco. Por eso la acaricio y deslizo mis dedos sobre ella, para darle la paz y el sosiego que, después de tantos años, merece. Yo la trato con delicadeza porque ella guarda mi vida. En su interior se acumulan hojas sueltas, notas que fueron imprescindibles un día o dos, recortes de prensa, algunas facturas, invitaciones de boda, papeles amarillentos que podrían desmenuzarse al menor roce, relatos que parecen extraídos de una novela imposible de Dickens en Nepal, diarios y fotografías que han ido palideciendo con los años... Mi carpeta de color indefinido vigila todos los recuerdos y no puedo menos que esbozar una sonrisa cuando la tengo frente a mí, como ahora. «¡Dios mío, Vicki! ¡Cuánto has vivido y cuántas cosas has visto! ¡Cuánto has aprendido, cuánto has reído y cuánto has llorado!». Me nombro como si esa joven de pelo rizado y sonrisa confiada me fuera totalmente ajena y como si todos estos años hubieran pasado como en un sueño.

Ahora que me dispongo a relatar mi vida, abro la carpeta no para guardar sino para mostrar lo que contiene. Si hubiera tenido otra existencia, las anotaciones y recuerdos podrían haber estado ordenados, limpios y brillantes. Sin embargo, tienen polvo de Katmandú, manchas de la eterna comida nepalí, con arroz y verduras; guardan el perfume a incienso y la nauseabunda fetidez de los ministerios y dependencias oficiales. Algunas frases están escritas mientras disfrutaba de las eternas horas de espera en un pasillo o en una sala; otros relatos hacen referencia a predicciones astrológicas de las que un día me burlé. Encuentro restos de khatas, algún dibujo infantil, pelos de yak, tarjetas de visita que me hicieron llorar y reír a un tiempo; en algún resquicio, en este maremágnum, hay un espacio de aire tan fino y helado que me recuerda que un día estuve en las laderas del Everest; hay rincones con olor a cabaña, a guardería infantil, a internado, a fábrica, a lluvia tropical, a flores y a ungüentos vomitivos.

Otras gentes tendrán sus propias carpetas. Ésta es la mía.