Exige
la perfección
Durante el desarrollo de casi todos los productos que llegó a crear, había un momento en el que Jobs «pulsaba el botón de pausa» y regresaba a la mesa de diseño porque sentía que el resultado todavía no era perfecto. Esto ocurrió incluso con la película Toy Story. Después de que Jeff Katzenberg y el equipo de Disney, que había comprado los derechos de la película, presionaran al equipo de Pixar para que hicieran la película más «intensa» y «oscura», Jobs y el director, John Lasseter, acabaron por detener la producción y reescribir el guión para lograr que fuera más amable. Cuando estaba a punto de lanzar las tiendas Apple, Jobs y su gurú en aquel proyecto, Ron Johnson, decidieron que había que retrasarlo todo unos meses para que la disposición de las tiendas pudiera reestructurarse en torno a las actividades y no solamente en torno a las categorías de los productos.
Lo mismo ocurrió con el iPhone. En el diseño inicial, la pantalla de cristal estaba insertada en un soporte de aluminio. Un lunes por la mañana, Jobs fue a ver a Ive. «No he podido dormir en toda la noche —dijo—, me he dado cuenta de que no me gusta.» Ive, para su propio desconsuelo, se dio cuenta al instante de que Jobs tenía razón. «Recuerdo que me sentí absolutamente avergonzado ante el hecho de que fuera él quien lo señalara», confesó. El problema era que el iPhone debía estar completamente centrado en la pantalla, pero en el diseño de entonces el soporte competía con ella en lugar de quedar relegado a un lugar secundario. Todo el aparato parecía demasiado masculino, pragmático y eficaz. «Chicos, sé que os habéis estado matando con este diseño durante los últimos nueve meses, pero vamos a modificarlo —anunció Jobs al equipo de Ive—. Todos vamos a tener que trabajar por las noches y durante los fines de semana, y, si queréis, podemos repartir algunas pistolas para que podáis matarnos.» En lugar de oponerse, el equipo estuvo de acuerdo. «Aquel fue uno de los momentos en que más orgulloso me sentí en Apple», recordaba Jobs.
Algo similar ocurrió cuando Jobs e Ive estaban ultimando el iPad. Hubo un momento en que Jobs vio el modelo y se sintió insatisfecho. No le parecía lo bastante informal y agradable como para querer cogerlo sin más y llevárselo. Necesitaban resaltar que podía sujetarse con una sola mano, de forma natural. Decidieron que las aristas inferiores debían ser ligeramente redondeadas para que resultara cómodo al cogerlo en lugar de tener que sostenerlo con cuidado. Para esto, era preciso que los ingenieros diseñaran los puertos de conexión y los botones necesarios para que cupieran en un sencillo y fino reborde que se curvase suavemente por debajo. Jobs retrasó el lanzamiento del producto hasta que pudieran realizar aquellos cambios.
«Quiero que sea tan hermoso como sea posible, aunque no vaya a verlo nadie.»
El perfeccionismo de Jobs afectaba incluso a las partes que no se veían. Cuando era pequeño, había ayudado a su padre a construir una valla alrededor del patio trasero, y éste le dijo que debían poner el mismo cuidado en la parte trasera que en la frontal. «Pero si nadie se va a enterar», afirmó Steve. Su padre le respondió: «Pero tú sí que lo sabrás». Un verdadero artesano utiliza una buena pieza de madera incluso para la parte posterior de un armario que va a ir contra la pared, le explicó su padre, y ellos debían hacer lo mismo con la parte trasera de la valla. El sello del artista era precisamente esa pasión por la perfección. Cuando supervisaba el Apple II y el Macintosh, Jobs aplicó esta lección al circuito impreso del interior de la máquina. En ambos casos hizo que los ingenieros recolocaran los chips para alinearlos y lograr así que la placa tuviera un buen aspecto. Aquello extrañó especialmente a los ingenieros del Macintosh, porque Jobs había especificado que el dispositivo estaría completamente sellado. «Nadie va a ver la placa del ordenador», protestó uno de ellos. Jobs reaccionó como lo hiciera su padre: «Quiero que sea tan hermoso como sea posible, aunque no vaya a verlo nadie. Un gran carpintero no usaría madera mala para construir la parte trasera de un armario, aunque no la vea nadie.». Les dijo que eran artistas y que debían comportarse como tales. Y en cuanto hubieron rediseñado la placa, Jobs hizo que los ingenieros y otros miembros del equipo del Macintosh firmaran con su nombre para que quedase grabado en el interior de la cubierta. «Los verdaderos artistas firman su obra», sentenció.