CAPÍTULO 6
¿Cuánto tiempo llevo en este salón? Una hora, quizá; puede que más. Pensé que Greta me había traído aquí con un propósito definido, que querría presentarme a alguien o decir unas palabras en mi nombre, pero en cuanto llegamos me dejó sola en medio de los nobles y desapareció.
Al principio, como no sabía muy bien qué hacer, respondía con sonrisas a las miradas que me dirigían. Pero a mí nadie me sonreía. Al notar que los estaba mirando, bajaban la vista, se ponían a hablar con cualquiera que estuviese a su lado o directamente se daban la vuelta, evitando que sus ojos se encontrasen con los míos. Después de un rato, empezó a resultarme francamente humillante. ¿Por qué me ignoran todos? ¿No se supone que esta fiesta es en mi honor? Como no quiero que noten mi irritación, al final he empezado a ignorarlos yo también. Para llamar la atención lo menos posible, me he situado junto a una mesa donde sirven extraños pastelillos de sabores desconocidos para mí, y durante la última media hora me he dedicado a comer sin parar y a mirar de cuando en cuando a la entrada del salón, por si aparece Hader o alguna otra cara conocida.
La verdad es que, a pesar de lo incómodo que resulta que todo el mundo actúe como si fueses transparente, en un lugar como este es imposible aburrirse. He tenido tiempo para fijarme en los detalles del salón de audiencias, que es fastuoso. Lo corona una cúpula sobre la cual flotan perezosamente varios delfines, porque al parecer sobre nuestras cabezas reposa un gigantesco acuario. La cúpula filtra una luz suavemente azulada que baña todos los rostros y cambia la tonalidad de los brillantes vestidos de las damas. Una orquesta de músicos ataviados con túnicas blancas interpreta alegres melodías de baile. Sin embargo, aquí nadie baila… Las damas se pasean de un lado a otro del salón en parejas o en grupos de tres, agitando elegantemente sus abanicos. Y los hombres (mucho menos numerosos que las damas) forman corrillos para hablar en voz baja o acompañan a alguna dama en sus paseos. Todos llevan uniformes militares… Como si el país estuviese en guerra.
—Conozco esa sensación —dice una voz masculina a mi lado.
Miro al desconocido, que me dedica una sonrisa cálida y amplia. La primera persona que se atreve a mirarme desde que llegué aquí… Bueno, es para estarle agradecido.
Es un joven más o menos de la edad de Dantos, o quizá algo mayor. No hay ningún caballero tan alto como él en todo el salón. El tono de su piel, más dorado y oscuro que el de los nobles de Argasi, contrasta de un modo bastante agradable con sus luminosos ojos azules. Y lo que más me llama la atención de su rostro es esa sonrisa. Firme, descarada…, pero no ofensiva. Al contrario.
—¿Qué sensación? —le pregunto, devolviéndole la sonrisa—. ¿Por qué creéis saber lo que siento, es que sois adivino?
—No. Y vos evidentemente tampoco. Ninguno de los dos tenemos el don de la videncia. Lástima…
—¿Qué don es el vuestro, entonces?
Él me mira con un brillo de diversión en los ojos.
—Ninguno, me temo. La magia no es una de mis muchas cualidades.
—Pero la modestia sí, según parece.
Se echa a reír, y su risa es tan franca y alegre que termina contagiándome.
—En mi caso, como en el vuestro, la modestia supondría un esfuerzo completamente inútil. Todo el mundo aquí sabe de lo que soy capaz.
—¿En serio? Yo no.
Él me mira con la cabeza ladeada.
—Pronto lo sabréis, si permanecéis en esta jaula. Soy Edan, el rehén… ¿Ese nombre os dice algo?
Edan. Edan, el hermano de Kadar, rey de Decia. Nuestro peor enemigo.
—Lo conozco, sí —digo. Creo que la voz me tiembla un poco, y aunque odio admitirlo, me parece que me he puesto colorada—. Lo siento, no sabía… Quiero decir que… no esperaba encontraros aquí.
—¿Pensabais que me tendrían encerrado en una mazmorra y encadenado con grilletes? Lo hicieron, durante los dos primeros años. Después, han cambiado varias veces de estrategia. Ahora vivo en palacio, como uno de ellos. Normalmente llevo una existencia bastante solitaria, porque no se me permite participar en sus rituales y ceremonias. Hoy han hecho una excepción: me ordenaron que viniera… Creo que estaban muy interesados en que viese con mis propios ojos a su Reina de Cristal.
Mi rubor se intensifica por momentos. Esto es demasiado extraño. No entiendo nada.
Intento buscar una respuesta brillante a su explicación, pero solo consigo balbucear torpemente que yo no soy ninguna reina. Él me clava una mirada intensa, casi agresiva.
—¿Que no eres una reina? Lo eres, Kira. Para ellos lo eres. Es mucho lo que esperan de ti.
¿Por qué de repente ha abandonado el trato de cortesía y me habla de tú? Y antes de que yo pueda contestar, me agarra con firmeza por un brazo. Prácticamente a rastras, me aleja de la mesa.
—¿Adónde vamos? —acierto a preguntar.
Él no me contesta. Todo el mundo nos mira mientras atravesamos el salón, aunque fingen seguir con sus conversaciones como si tal cosa.
—A algunos no les hace ninguna gracia verte conmigo —comenta Edan—. El enemigo charlando cordialmente con su preciosa reina… Pero no todos opinan así, estoy seguro. El Gran Consejo quiere que te conozca. Que me convenza por mí mismo de que no eres un rumor, sino una amenaza real.
—¿Una amenaza? No entiendo… ¿Para quién?
—Para mi pueblo, Kira. Tu pueblo y el mío están en guerra, ¿no lo sabías? Decia necesita conquistar Hydra. Es una potencia grande y poderosa, pero no podrá seguir expandiéndose sin controlar esta pequeña y extraña isla. Lo conseguirá antes o después, es cuestión de tiempo. Mientras, los tuyos intentan evitarlo… Es natural.
—Hablas con mucha condescendencia para ser nuestro prisionero —le digo sin poder contenerme—. Si los tuyos fuesen tan poderosos como dices, ya habrían venido a rescatarte. Y no lo han hecho.
—No se puede tomar Hydra sin un asedio previo de varias lunas. Y ese asedio supondría mi ejecución. En Decia hay gente que me quiere con vida… Por eso llevan seis años esperando.
—Lo sé: la tregua. Lo que no entiendo es por qué todo el mundo aquí se comporta como si la guerra continuase. Todos esos uniformes militares…
—Es que la guerra continúa, aunque desde hace seis años Decia no haya atacado vuestras costas. Ha habido intentos de acercamiento, sobre todo por parte de vuestro Gran Consejo. Pero están locos si creen que Kadar va a renunciar a Hydra… No lo hará nunca.
Mientras hablamos, Edan me ha traído a un pequeño mirador acristalado que cuelga a gran altura sobre los canales de la ciudad.
—Generalmente no tengo ocasión de asomarme a las ventanas que dan a la ciudad. La ventana de mi celda mira hacia los jardines interiores del palacio. Al menos, eso me permite espiarlos mientras usan su misterioso lago.
Le miro con curiosidad.
—¿Por qué me habláis así? ¿Por qué me contáis todo esto?
Él sostiene un instante mi mirada. Definitivamente, tiene unos ojos extraños, llenos de preguntas.
—No lo sé —dice—. Por interés, supongo… O puede que no. Sois muy hermosa, Kira. ¿Qué hombre no intentaría captar vuestro interés para permanecer a vuestro lado?
Otra vez ha vuelto al trato de cortesía. ¿Está intentando burlarse de mí? No sé por qué, al mirarle creo que no, que no se trata de eso.
—El único que parece interesado en estar a mi lado en todo el palacio sois vos —digo, sonriendo—. Los demás intentan alejarse lo más posible de mí.
—Eso es porque no saben cómo reaccionar. Están confusos. Quieren comportarse de la forma más respetuosa posible.
—Lo más respetuoso sería no darme la espalda cuando les miro.
Edan asiente, pensativo.
—Actúan así porque se sienten culpables.
—¿Culpables?
Ahora también Edan rehúye mi mirada. Tiene los ojos fijos en los edificios de la ciudad, cuyos tejados de plata resplandecen bajo la luz del atardecer.
—Por lo que van a haceros —dice con voz ronca—. Sí, seguramente es eso.
Un pánico incontenible se apodera de mí.
—¿Lo que van a hacerme? ¿De qué estáis hablando, Edan?
Por fin se obliga a sostenerme la mirada.
—Ni siquiera lo sé. A mí no me cuentan sus secretos, como podéis suponer. No obstante, llevo seis años estudiándolos, aprendiendo a interpretar cada gesto suyo, cada palabra, cada silencio. Los conozco mejor de lo que ellos se conocen a sí mismos. Y lo que veo en ese salón es que no tienen valor para miraros a la cara.
De repente se me ocurre que a lo mejor me está diciendo todo esto para asustarme. Tal vez quiera que huya de Argasi; si realmente soy tan valiosa para la causa de Hydra, sería lógico que intentase algo así. Es un prisionero aquí, un enemigo…
No debo fiarme de él. No debo dejar que me utilice.
—Bueno, sea lo que sea eso tan terrible que me ocultan, supongo que antes o después me enteraré —digo fingiendo una entereza que estoy muy lejos de sentir—. Ya me han advertido de que será duro…, pero estoy dispuesta a hacer todo lo que me pidan para llegar a dominar mi don, y si hace falta lo usaré para defender Hydra.
Oigo pasos detrás de nosotros, y me vuelvo, sobresaltada. Hader acaba de entrar en el mirador… Al verme junto a Edan, frunce ligeramente el ceño.
—Kira, me tenías preocupado. Llevo un rato buscándote, y nadie sabía dónde te habías metido.
—Como ninguno de vuestros nobles se acercaba a ella, me he aprovechado de su descortesía y le he estado mostrando a vuestra insigne invitada las increíbles vistas del palacio —dice Edan sonriendo con descaro.
La expresión de disgusto de Hader no hace sino intensificarse.
—Muy amable y considerado por vuestra parte —dice sin mirar a Edan—, pero ahora que estoy yo aquí, ya no os necesitamos.
—No soy uno de vuestros lacayos, noble hidrio. Soy el hermano de Kadar, rey de Decia. Y no obedezco las órdenes de gente como vos.
Hader alza los ojos hacia Edan y le mira fijamente.
—No os estoy dando órdenes, Milord. Tampoco vos sois quién para dármelas a mí. Si yo fuera vos, me andaría con cuidado. Sois un prisionero, y aunque hasta ahora se os ha tratado bien en Argasi, cualquier día las cosas podrían cambiar.
—Ya. Ahora que tenéis el arma definitiva con la que pensáis vencernos, supongo que ya no estáis tan interesados como antes en mantenerme vivo —dice Edan observándome.
Hader se encoge de hombros.
—Personalmente, me da lo mismo que viváis o no, pero yo no soy quien toma las decisiones importantes. Y ahora, si nos disculpáis… El Triunvirato desea conocer a Kira.
—El Triunvirato —Edan sonríe maliciosamente—. Kira, no te envidio… Esas tres mujeres son las peores arpías que he conocido en mi vida. Siempre me he preguntado cómo es posible que el pueblo de Hydra no se rebele contra ellas. Odiáis a los decios y nos culpáis de todos vuestros males, cuando el peor mal lo tenéis aquí, en el corazón podrido de vuestro palacio.
—Edan, eso es alta traición. Podrían juzgaros y condenaros a muerte por esas palabras.
—No lo harán —contesta Edan despreocupadamente—. Al menos, no mientras ella no esté preparada. Y no lo está, salta a la vista que no lo está. De todas formas, vuestra pequeña Reina de Cristal es adorable… Adiós, Kira, ha sido un placer conocerte.
—Para mí también…, supongo.
—Quizá volvamos a vernos pronto. No sé por qué, algo me dice que tú y yo vamos a ser grandes amigos. Me siento muy solo en este palacio lleno de gente aburrida y desconfiada… Y tú también te sentirás sola, ya lo verás.