CAPÍTULO 7
—Quieren ver cómo te transformas —me explica Hader mientras me guía por un estrecho corredor con las paredes de mosaicos azules y verdes—. Les he dicho que es demasiado pronto, que ni siquiera hemos tenido tiempo de comenzar los entrenamientos… Pero no atienden a razones. Aunque me cuesta admitirlo, la verdad es que el rehén tiene razón en lo que dice sobre esas tres: son unas auténticas arpías.
—¡Hader! Dijiste que eso se consideraba alta traición…
—Lo sé, pero aquí nadie nos oye. Y tú no vas a decírselo, ¿verdad? Es por aquí… Vamos, tenemos que bajar estas escaleras.
Una vez abajo nos encontramos en un sombrío vestíbulo que da al parque. Salimos cruzando un arco en forma de herradura y caminamos entre los árboles por un sendero de arena tan blanca como el mármol. No se ve a nadie, y ni siquiera nos llegan las voces de los invitados que participan en la fiesta. Esta parte del jardín parece desierta.
—¿Quieren que haga una demostración delante de todo el mundo? —pregunto—. Ni siquiera sé si seré capaz.
—Solo estarán ellas, y no debes preocuparte por si serás capaz o no. Es algo que no podrías evitar, Kira, aunque lo intentaras. Vas a sumergirte en las aguas del lago sagrado… Su poder es incluso mayor que el de la ensenada del Silencio.
Hader parece muy seguro de lo que dice; yo no las tengo todas conmigo. Solo me he transformado una vez, y lo recuerdo casi como un sueño. Me resulta increíble que haya sucedido de verdad. Y ahora me piden que lo repita…
Estoy nerviosa, sobre todo después de lo que Edan y Hader han dicho sobre las damas del Triunvirato. En la aldea siempre se hablaba de ellas con el máximo respeto. Se tallaban sus rostros en los mascarones de proa de los barcos de pesca para protegerlos de los malos vientos, y en las fiestas de otoño los pescadores más jóvenes subían sus imágenes a hombros hasta el acantilado de Lemnos.
De pequeños, mi hermano y yo siempre confundíamos sus nombres: se nos olvidaba que el don de Leila es el sueño, el de Dana la memoria y el de Ilse la videncia. Las dibujábamos con los colores de los vestidos cambiados, y nuestra madre nos reñía por nuestra falta de atención. Un día nos aseguró que los que no veneraban a las tres damas con sinceridad morían jóvenes. No sé si lo creía en realidad o si lo dijo solo para asustarnos.
Poco a poco, el bosque se va abriendo y vislumbramos la superficie azul del lago. En cuanto lo veo, siento una llamada dentro de mí. Quiero hundirme en esas aguas, lo deseo más que nada en el mundo. El recuerdo de mi primera conversión regresa de pronto con toda claridad. Necesito volver a sentir lo mismo que sentí entonces. Las aguas del lago me están llamando. ¿Les pasará lo mismo a todos los que poseen un don cuando se acercan a ellas? Y si es así, ¿les estará permitido responder a esa llamada?
No puedo apartar la vista del lago. Creo que nunca he visto nada tan hermoso. Las olas rizan levemente su superficie, que es de un color turquesa imposible de olvidar. Extraños sauces gigantes cuelgan sus ramas sobre sus orillas, creando carpas de encaje bajo las que pueden distinguirse las siluetas de algunas cabañas. ¿Quiénes serán los afortunados que viven en ellas? Si es que vive alguien…
Con la fascinación del paisaje, por un momento he llegado a olvidar el motivo de que estemos aquí. De inmediato lo recuerdo al descubrir, a un lado del sendero, un aparatoso estrado con baldaquino de oro y tres tronos del mismo metal, en los cuales se sientan las tres damas del Triunvirato.
A primera vista no parecen tan terribles. Una de ellas incluso me sonríe. Es Ilse, la que lleva el traje de oro. Incluso desde lejos puedo captar la belleza de sus ojos violeta.
Hader se inclina hasta el suelo al situarse frente a ellas, y yo, como no sé qué se espera de mí, hago lo mismo.
Dana, la dama azul, lanza una áspera carcajada.
—¿No has tenido tiempo de enseñarle un mínimo de modales a esta aldeana, Hader? Las mujeres no se inclinan ante nosotras, muchacha. Doblan graciosamente las rodillas para hacer una reverencia.
—Yo… lo siento —digo, confundida.
Se produce un tenso silencio, durante el cual las tres mujeres me miran fijamente.
—Lo siente, pero no hace nada —replica finalmente Dana de mal humor—. Además de rústica, maleducada…
Leila, la dama de los sueños, alarga hacia mí una lánguida mano enfundada en guante de hilo de plata.
—Haz la reverencia, muchacha —exige en tono desabrido—. Y después, ven a arrodillarte ante nosotras y besa nuestras manos, como exige el protocolo.
Mientras obedezco sus órdenes, noto la sonrisa burlona en los labios de Leila y el gesto irritado de Dana. Ilse, en cambio, me mira con seriedad.
—La culpa de estos errores no la tiene ella, sino yo —dice Hader a mi espalda—. Con las prisas y el nerviosismo de última hora, olvidé instruir a la muchacha en los usos de la corte. Os pido humildemente perdón, Ilustrísimas.
—El título que debes darnos es Serenísimas, no Ilustrísimas —replica Dana mirándolo enfadada—. No disimules, Hader; eres tan pésimo en cuestiones de protocolo como esta hija de pescadores. En fin, terminemos con esto…
—Queremos ver de lo que eres capaz —interrumpe Leila, y al hacerlo alarga la punta de su pie derecho hasta colocarla justo debajo de mi barbilla, y me da un delicado puntapié, obligándome a levantar la cara hacia ella.
—No hagas eso, hermana —dice Ilse—. Es la nueva dama de cristal. Debe ser tratada con más respeto.
—Será tratada con respeto cuando se lo gane —replica Leila de mal humor—. Todavía no ha hecho nada para ganárselo. Así que no me des lecciones, hermana. Debe entender desde el principio quién manda aquí… Por raros e infrecuentes que sean tus poderes, querida, eso no te hace distinta al resto de los habitantes de Argasi. Nos debes obediencia y lealtad absoluta, como los demás.
—Yo… nunca he pretendido…
Siento una nueva patadita en mi mandíbula. Mis ojos se encuentran con la mirada cruel de Leila.
—Ya lo sé. Por eso estoy siendo amable contigo, aldeana. Esto no es más que un pequeño consejo de bienvenida… O, si lo prefieres, puedes considerarlo una advertencia.
—Empecemos con la prueba —dice Ilse, poniéndose bruscamente en pie.
Parece avergonzada por la actitud de las otras dos damas hacia mí. Verdaderamente, Edan se quedaba corto al describirlas… ¿Y estas son las mujeres cuyos nombres coreábamos como si fueran sagrados durante las fiestas del solsticio de invierno?
Hader se apresura a seguir la sugerencia de Ilse. Acercándose a mí, me toma de la mano para que me levante y, sin mirar a Leila ni a Dana, me conduce hasta la orilla del lago.
Al sentir la proximidad del agua, se me olvida todo lo demás.
—Debes despojarte de tus ropas, Kira —me susurra Hader—. De lo contrario, cuando sufras la transformación te estorbarán.
Supongo que debería sentirme humillada o avergonzada por lo que me pide, pero no lo estoy. Deseo con toda el alma quitarme este complicado vestido y dejar que el agua acaricie mi piel. Lo deseo con tanta intensidad, que creo que he desgarrado una de las costuras al tirar de las mangas.
Detrás de mí, las damas murmuran algo, pero ya no las oigo. Lo único que puedo oír es la llamada del lago, un rumor que parece venir de lo más profundo de sus aguas. Sin pensármelo dos veces, empiezo a caminar sobre la arena blanca del fondo. Camino hasta que el agua me llega al cuello, y después… me sumerjo.
Es como una explosión. Mi cuerpo se desgarra por todas partes a la vez en millones de fragmentos líquidos que se funden con el agua. No duele, al contrario. Me siento completamente libre, como un espíritu despojado de su envoltura material. Como un fantasma.
Y aunque mi cuerpo ya no parece estar ahí, aunque ya no tengo ojos ni manos ni oídos, todavía puedo ver, oír y tocar. Me dejo invadir por la maravillosa intensidad de este azul turquesa que me envuelve por todas partes. No puede existir una felicidad mayor. Quiero quedarme siempre en este lago, unida con el cuerpo y el pensamiento a su entramado líquido. No quiero ser otra cosa. No quiero otra vida…
Pero la llamada sigue ahí, brotando del fondo blanco del lago, y me arrastra lejos de la orilla. El agua está hablándome, quiere decirme algo. Me está llevando a algún lugar, cada vez más lejos de la superficie.
Nado durante largo rato, aunque ni siquiera sabía que podía nadar. He perdido la noción del tiempo, solo siento a mi alrededor el agua azul y sé que formo parte de ella. Y también sé otra cosa: al formar parte de ella, es como si mi pensamiento se hubiese fundido con su inmenso poder. Este lago comunica con el mar, el mar que es inabarcable, despiadado. Y ahora, en este instante, yo soy el corazón del mar. Puedo hacer que responda a mis latidos, que me obedezca como me obedecen mis brazos y mis piernas en tierra, cuando tengo un cuerpo.
Sigo descendiendo hacia el fondo blanco. La luz se va atenuando poco a poco debido a la profundidad. Aun así, no tardo mucho en distinguirlo. Hay un edificio ahí abajo. Una casa… No, un palacio, un palacio casi transparente, y es gigantesco. Bajo y bajo hasta acariciar con mis manos invisibles sus tejados de cristal, los delicados relieves que adornan los arcos de las ventanas, los corales rojos que crecen en los muros, las anémonas…
El edificio está en perfectas condiciones, como si alguien lo habitara. Pero, al mismo tiempo, hay un frío y un silencio en el agua que me indica que no está habitado. Un palacio vacío dentro del otro palacio. En el centro de Hydra. Un palacio acuático.
¿Cuánta gente conocerá su existencia?
Tiene que haber alguna forma de entrar. Intento rodear una de las torres para acceder a una puerta, pero el agua de pronto parece haber cobrado una densidad de mercurio, y me cuesta muchísimo trabajo mover este cuerpo que ni siquiera veo.
¿Qué me está pasando? He visto, al intentar volverme, el contorno de una de mis manos en el agua. ¿Estoy volviendo a mi forma habitual? No puede ser, me encuentro muy lejos de la orilla…
Me impulso hacia arriba, tratando de alcanzar la superficie. Pero la superficie aún queda muy lejos, y las fuerzas no me llegan. Veo con toda claridad mi cintura desnuda, mis brazos. La parte inferior de mi cuerpo aún sigue fundida con el agua, pero mi rostro, en cambio, ha vuelto. De pronto me entra miedo. Esto está sucediendo muy deprisa. ¿Y si no llego a tiempo a la superficie? Necesito aire.
—Kira. Kira, por favor. Kira…
Alguien está diciendo mi nombre. Nado hacia la voz con las escasas energías que me quedan.
Pero no llego hasta la voz. Es ella la que viene hacia mí, apremiante, angustiada. Es la voz de Hader. Me está buscando.
Algo tira con fuerza de uno de mis brazos hacia arriba. Me dejo arrastrar. Ojalá pudiera seguir viendo el azul turquesa a mi alrededor. Sin embargo, todo se ha vuelto negro. Es como si mis ojos se hubiesen apagado… Aunque todavía puedo sentir la caricia fría del agua, que se transforma en un hervor de espumas cuando por fin alcanzamos la superficie.
—Kira. Kira, ¿estás bien?
Intento decir que sí, que estoy bien. Me gustaría poder sonreír y ver la cara de Hader. Necesito darle las gracias por haberme salvado la vida…
Pero todo eso tendrá que esperar, porque me estoy hundiendo de nuevo en la oscuridad y siento que muy pronto se apagarán para mí todas las luces del mundo, incluso las de mi pensamiento.