CAPÍTULO 24

No hablamos mucho. Los días transcurren idénticos unos a otros… y van cinco en total. El barco es pequeño, no hay más que un camarote de dimensiones bastante reducidas. Por el día, Edan se pasa casi todo el tiempo en cubierta, y solo baja a verme de vez en cuando para ver si necesito algo o para traerme comida. Por la noche, como hace frío, tiene que bajar a compartir el camarote conmigo. Él duerme en el suelo, encima de unas mantas, atravesado delante de la puerta. Como si fuera a escaparme… Es cierto que me ha cambiado las cadenas del primer día por otras más largas que me permiten moverme con cierta libertad, pero no tanta como para llegar hasta las escaleras.

Esta noche Edan ha hablado en sueños. Apenas se entendía lo que decía, pero sí pude oír mi nombre con toda claridad: «Kira»… Lo dijo dos veces. Su voz sonaba aterrorizada.

Cuando se ha despertado esta mañana, sin embargo, parecía tranquilo. Me ha traído queso, galletas y un poco de agua para desayunar, igual que todos los días. A él no le he visto probar nada.

—Es posible que hoy tengamos algún sobresalto —me ha dicho—. Se prepara una tempestad, y supongo que ya has notado que no soy muy buen marino.

Estaba apoyado en la puerta, mirándome. Creo que ha adelgazado en los últimos días. Nunca le veo comer… Quizá esté intentando racionar las provisiones.

—Te las estás arreglando bastante bien —le he contestado yo desde la mesa—. La verdad es que me sorprende, porque estas aguas no son fáciles.

—¿Cómo lo sabes? —me ha preguntado con curiosidad.

—Por la ventana veo las estrellas y la posición del sol. Sé que llevamos cinco días navegando rumbo noroeste. Soy hija de un pescador, ¿recuerdas? No me ha sido muy difícil deducir lo demás. Estamos llegando al estrecho de la Soledad, y aquí las corrientes suelen ser bastante traicioneras.

—Creía que los pescadores de Hydra no se aventuraban tan lejos.

—La mayoría no. Pero algunos sí lo hacen. Dantos, un chico de mi aldea, solía pescar en los caladeros que hay al otro lado del estrecho.

Edan desvía la mirada hacia la ventana.

—Era tu prometido, ¿no?

—Sí, lo era.

Parece que ha pasado un siglo desde la última vez que lo vi. Dantos… ¿Qué estará haciendo ahora? ¿Se acordará de mí todavía?

—De todas formas, no tienes por qué preocuparte. Ilse no hace las cosas a medias. Este barco ha sido fabricado en un astillero secreto del Gran Consejo, y posee magia suficiente para llegar hasta Decia, a pesar de mis torpezas.

—Pero tú sí estás preocupado.

Nuestros ojos se encuentran de nuevo.

—Nunca he vivido una tormenta en el mar. Empezará pronto… Supongo que será mejor que vaya arriba.

Así es como terminan todas nuestras conversaciones. Edan las interrumpe de golpe para subir a cubierta, dejándome a solas con mis pensamientos. Ojalá pasase más tiempo conmigo… Cuando estamos juntos, casi llego a olvidar que soy su prisionera. Está pendiente de mí y siempre se anticipa a mis deseos. Por las mañanas me trae un jarro lleno de agua caliente del cuchitril que emplea como cocina, para que pueda lavarme. Cada dos días me deja ropa limpia encima de la mesa. También me ha prestado un par de libros sobre la historia de Decia y las creencias que rodean la protección de sus fuentes sagradas. Hasta ahora, no he tenido ánimos para leerlos.

La tempestad no tarda en empezar. El silbido del viento en las velas llega hasta aquí abajo con toda claridad, y los crujidos del casco se hacen más agudos e insistentes. El horizonte sube y baja en la ventana a un ritmo de vértigo. Una lámpara de aceite cae al suelo desde la mesilla y se rompe en pedazos. ¡Suerte que no estaba encendida!

Pronto empiezo a oír el golpeteo furioso de la lluvia sobre las tablas de cubierta. Cada pocos segundos, el camarote se ilumina con el fogonazo de un relámpago azulado, e instantes después estalla un trueno que retumba extrañamente en las profundidades del mar, ensordeciéndome. Yo tampoco había vivido algo así jamás… Tengo miedo.

Pasa el tiempo, y Edan no aparece. ¿Qué estará haciendo allá arriba, aparte de empaparse? Es absurdo que se quede en cubierta, al fin y al cabo él mismo ha reconocido que no es un verdadero marino. Si el barco es mágico y tenemos suerte, nos salvaremos. Si no, nos iremos a pique. En cualquiera de los dos casos, preferiría que él estuviese aquí conmigo. ¿Y si una ola lo arrastra al mar? Sería el fin para él… y para mí. Me quedaría sola y encadenada en un barco a la deriva, en medio de una tormenta. Quizá sería lo mejor para los dos. Él no quiere hacer esto, lo leo en sus ojos cada vez que me mira. Y yo no quiero llegar a Decia. No quiero que me entregue a los suyos y me deje con ellos… Preferiría morir en el mar, a su lado.

Por fin oigo pasos apresurados en la escalera. Un instante después los cerrojos de la puerta se deslizan y Edan aparece en el umbral.

Está empapado de pies a cabeza y tiembla de frío. Me mira con expresión culpable.

—Lo siento, Kira, no puedo seguir arriba.

¿Por qué lo siente? ¿Porque eso le obliga a estar aquí abajo conmigo?

—Deberías cambiarte, no puedes quedarte con esas ropas —digo en voz baja.

—Sí… Es buena idea.

Rebusca un momento en un arcón situado a los pies de mi cama, hasta encontrar unos pantalones de cabalgar. Me mira de reojo y se oculta detrás del raído biombo de la esquina para ponérselos. Cuando sale, tiene el pecho desnudo.

—Perdona —dice sonriendo—. No he traído ninguna camisa de repuesto.

Aún tiene los labios morados de frío y la piel de sus brazos erizada.

—Toma —digo, ofreciéndole una de mis mantas—. Así entrarás más rápidamente en calor.

Se acerca a la cama donde estoy encadenada para recogerla y se sienta a mi lado. Me mira con expresión reflexiva.

—¿Qué pasa? Deberías echártela sobre los hombros —sugiero, nerviosa—. Estás helado.

—Gracias.

Pero, en lugar de envolverse en la manta, lo que hace es levantarse y acercarse otra vez al arcón. Regresa al cabo de unos segundos y, sentándose de nuevo a mi lado, me agarra por la muñeca. Acaricia mi piel alrededor del anillo de hierro que me une a la cadena. Es como si le doliera hacerlo.

—Esto es una medida de emergencia —dice con los ojos fijos en mi antebrazo—. Si el barco se hunde, no quiero que te ahogues. Voy a quitártelas… al menos por esta noche.

Abre la mano y veo la pequeña llave que brilla sobre su palma. Rápidamente, abre la cerradura sobre mi muñeca. Después hace lo mismo con la otra, e igualmente me libera de los grilletes de los tobillos. Fija la mirada en la herida que me han producido, espantado.

—Kira, no sabes cuánto lo siento. Espera, te enjuagaré las heridas con alcohol de quemar. Va a escocerte un poco.

Sin acordarse más del frío, Edan echa la manta a un lado, se levanta y busca un frasco verde de la vitrina.

—Por suerte, la tormenta no lo ha roto —dice, empapando un trapo blanco en el líquido—. Vamos a ver…, resiste, ¿de acuerdo? Será un segundo.

Cuando empieza a limpiarme las llagas de la muñeca izquierda, me estremezco de dolor. Él lo nota y se detiene un instante, pero enseguida vuelve a empezar. Cada contacto de la tela empapada es igual que una quemadura; aun así consigo que no se me escape ni una sola queja. Edan procede lentamente, con meticulosa precisión. Cuando termina con la muñeca izquierda, pasa a la derecha. Luego les llega el turno a los tobillos. El izquierdo es el que peor está.

—Nunca me perdonaré esto —murmura, más para él mismo que para mí.

Su mano se posa suavemente en mi pie descalzo y me mira a los ojos. Es una mirada derrotada, suplicante. ¿Qué pretende mirándome así? Soy yo la que está prisionera, no él.

Un par de segundos después retira la mano, como si mi pie le quemara.

—Si nos hundimos, el mar te devolverá con tu gente —dice, levantándose y dándome la espalda en uno de esos cambios bruscos de actitud que tanto me desconciertan—. Pero no te hagas ilusiones…, no creo que ocurra. Este barco es especial, ya te lo he dicho.

Los relámpagos siguen sucediéndose unos a otros, aunque ahora con menor rapidez. Las olas zarandean el barco sin piedad, y el viento ahoga el ruido de la lluvia. Edan se ha envuelto en la manta finalmente y se ha sentado delante de la puerta con un viejo mapa en la mano. Lo estudia durante un rato con expresión distraída, hasta que lo arroja a un lado. Cierra los ojos… ¿Se estará durmiendo? ¿Cómo puede dormirse en medio de este caos?

Aunque todavía no ha atardecido del todo, las sombras de la tormenta hacen que dentro del camarote reine una oscuridad casi completa. La respiración de Edan se ha vuelto rítmica y apacible. Debía de estar agotado, porque finalmente sí se ha dormido.

Quizá debería dormir yo también. Pero ahora que me he librado de las cadenas, necesito moverme. De puntillas, me alejo de la cama y atravieso la escasa distancia que me separa de la ventana en forma de ojo de buey. Quiero ver el mar, ese mar que desde hace un rato se ha vuelto contra nosotros.

Al principio no distingo casi nada. La noche ha borrado la línea del horizonte, y ahora mar y cielo parecen formar un único manto de negrura, rasgado aquí y allá por cintas de espuma que rápidamente se disuelven en la nada. Solo cuando estalla un relámpago veo las olas como montañas, iluminadas por una luz fantasmagórica.

De repente, una de las veces… Lo veo con toda claridad. El relámpago se refleja en una luz rojiza que viene de las profundidades marinas. Tengo que volver a ver esa luz. Eso no lo ha provocado la tormenta. Sí, ahí está de nuevo. Ahora se vuelve dorada. Son ellos…

Son los míos. Han salido a buscarme, y no están muy lejos.

Durante largo rato sigo contemplando el patrón de luces submarinas que responde a cada relámpago. Al cabo de unos minutos puedo reconocer en él la voz de Ode, aunque no llego a captar lo que está diciendo. De todas formas, es suficiente para darme ánimos. No me han dejado sola. Vienen a por mí… Y Ode está con ellos.

La respiración de Edan no ha variado de ritmo, lo que significa que sigue dormido. Esta podría ser mi última oportunidad. Si consigo abrir el cristal redondo de la ventana y salir a cubierta, estaré solo a un paso del mar. Luego, solo tengo que lanzarme y buscarlos. Después de la conversión, sé que mi don me llevará hasta Ode, y dejaré de tenerle miedo a la tempestad. El momento más difícil será el del salto. Pero puedo conseguirlo…

Claro que, para eso, antes tengo que lograr deslizarme por esta ventana.

Con mucho cuidado, busco a tientas el cierre metálico del ojo de buey y lo manipulo hasta que un clic metálico me indica que he conseguido abrirlo. El cristal, enmarcado en un aro dorado que brilla en la oscuridad, gira hacia dentro, dejando un hueco redondo en su lugar. No sé si conseguiré pasar por ahí, pero tengo que intentarlo. Primero la cabeza, luego un hombro. La lluvia me golpea salvajemente el rostro y el cabello. Es como un latigazo de libertad. Unos minutos más y estaré fuera. Ya está: el otro hombro. ¡No ha sido tan difícil!

Dos manos como garfios me sujetan entonces la cintura y, con un brusco tirón, me devuelven al camarote. Las manos no se desprenden de mi vestido. Me agarran con tanta fuerza que me hacen daño.

Forcejeo para liberarme de Edan.

—Déjame. No tienes derecho a retenerme —le grito, volviéndome hacia él y descargando sobre su pecho una lluvia de puñetazos. Déjame…

—No. Estate quieta, Kira.

—¿Quieta? Tendrás que matarme para que me esté quieta. Vamos, hazlo… ¿Quién te lo impide? No me importa que lo hagas. Prefiero que me mates a seguir con esto.

Mi voz suena extraña, ajena, entrecortada. Y mientras hablo no dejo de golpearle, de descargar sobre él toda mi fuerza convertida en golpes y patadas. Hasta que él, reaccionando por fin, me sujeta los dos brazos.

—Se acabó —dice furioso—. ¿Qué crees que estás haciendo?

Retuerzo los brazos intentando liberarme, pero él me agarra con más fuerza y, con un movimiento brusco, me sujeta los brazos detrás de la espalda y me mira con fiereza.

Y entonces hace algo que tal vez ni él mismo esperaba. Sin soltarme los brazos, inclina su rostro sobre el mío y me besa largamente.

Aún forcejeo un instante antes de darme por vencida. Puedo enfrentarme a su fuerza, pero no a esto. ¿Por qué lo hace? Mi cuerpo deja de obedecerme y solo responde a la suave urgencia de sus labios, volviéndose dócil y maleable entre sus brazos, como si le perteneciese por entero.

Cuando al fin se separan nuestros rostros, sé que he perdido. Ya no tengo fuerzas para seguir luchando. Todo se derrumba dentro de mí… y estallo en sollozos, enterrando mi cara en su pecho.

—Yo… lo siento —murmura Edan.

Suavemente me conduce hacia la cama, sujetándome por la cintura. Ahora volverá a encadenarme. Podría haber escapado, pero mi cuerpo se ha rebelado contra mí. No puedo perdonarme a mí misma… ni a él.

No hace falta que me dé ninguna orden. Me tiendo sobre la cama y alzo mis muñecas hacia él, evitando sus ojos. Él las toma entre sus manos con extraordinaria suavidad, y estampa un delicado beso en cada herida.

—No, Kira. No será necesario. Me quedaré contigo —dice en voz baja—. No te preocupes, lo de antes… no volverá a pasar. Solo quiero dormir a tu lado para demostrarte que puedes confiar en mí. No necesitas escapar… Yo puedo protegerte, te prometo que voy a protegerte.

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