Un procés constituent

«En una república catalana, los de las sandalias, como ETA en el País Vasco, tendrían mucho poder».

ESPERANZA AGUIRRE

En la ya citada constitución de Montenegro, la última en el continente europeo, se define al país como «estado civil, democrático y ecológico» algo que en 1978 sonaba a exotismo pero que hoy es una absoluta necesidad. Por eso, uno se pone a imaginar qué podría estar recogido en un proceso constituyente y ve que las posibilidades de dibujar un nuevo país son fascinantes. Algunos puntos un poco al azar.

¿Es necesario un idioma oficial? Como ya ha recogido alguna gente, entre ellos el periodista Vicent Partal, no soy partidario de la oficialidad de ningún idioma. El idioma del estado será el catalán y la administración tendrá la obligación de hacerse entender entre sus administrados. En Catalunya, donde se hablan doscientas lenguas, deberíamos seguir ejemplos de países multilingües (Reino Unido, EE.UU., México) que no tienen idioma oficial. Eso de la oficialidad es cosa de jacobinos y de franceses.

El Estatut de Núria de 1931 que fue enviado a Madrid (de donde volvió, como siempre pasa, terriblemente recortado) tenía un conmovedor prólogo que pedía a las cortes republicanas tres cosas: una España federal, que se aboliese el servicio militar y que España renunciase en su constitución a la guerra. Cero de tres. Pero ahora se puede escribir, como en la constitución italiana de 1947, que la República Catalana no solo renuncia a la guerra sino que se orienta a la gestión de la paz. Hay la oportunidad de fundar un cuerpo diplomático de nuevo cuño dedicado a la resolución de conflictos, focalizado en el Mediterráneo y su orilla sur. Se debe destacar el papel de asilo y protección a los refugiados y minorías de la República. En un mundo globalizado no desaparecen las fronteras (mirad las cuchillas de la verja de Melilla); lo que se globalizan son las luchas. En ese aspecto la vocación internacional de Catalunya debería quedar clara.

El MPC ha nacido y crecido al calor de los ayuntamientos y del mundo local. Desde los referéndums de Arenys de Munt hasta la Associació de Municipis per la Independència, la política local ha mostrado todas sus posibilidades. Si en Venezuela tienen la república bolivariana, es obvio que deberíamos ser la república municipalista de Catalunya. Un diseño, no solo administrativo sino de toma de decisiones políticas que ponga lo local, lo municipal, en el centro, daría un giro copernicano tanto en la estructura de partidos como en el funcionamiento del estado.

La constitución catalana debe recoger explícitamente su defensa de la neutralidad y de la libertad en las redes. Es fundamental poner el estado al servicio de esa causa cuando peligra de manera evidente la libertad en Internet. Un estado comprometido con el programario libre, con las libertades, con la privacidad y al servicio de esos valores, pondría en valor, sin duda, Catalunya.

Cooperativismo, uso social de los recursos, defensa activa del territorio, supeditación del crecimiento a factores de equilibrio y equidad, gestión del tamaño tanto empresarial como administrativo, protección de las rentas del trabajo frente a las del capital, inundar de moral cívica los procesos productivos… Debemos crear nuevos frames, nuevos paradigmas que empiecen a dibujar lo que debe ser una economía no lesiva en el siglo XXI.

Son cuatro tonterías puestas a vuelapluma que indican las infinitas posibilidades de cambio y regeneración que tiene un proceso como el destituyente catalán. Como dejó escrito Martí i Pol y como saben todos los catalanes: «Tot està per fer i tot és possible».