El Estado herramienta
«Es very difficult todo esto».
MARIANO RAJOY,
en conversación con David Cameron
No solo Mas y Junqueras, pero básicamente ellos dos, se refieren constantemente a la necesidad de tener un estado como herramienta. Es una idea interesante. En tiempos premodernos, el estado era visto como una familia o, mejor dicho, como un hogar comunitario: «the home of the brave», que dice el himno americano. Los nacidos en un lugar forman la nación. Nacer es pertenecer. Los nacionalismos del siglo XIX vieron al estado como una idea exógena a sus miembros. Un ideal sagrado e intemporal que condensaba virtudes eternas por encima de sus habitantes. Ya hemos hablado de la LIDE, de la IUNEPCI y de su relación con este mundo intangible de patrias ideales y de eternidades indisolubles, indisociables e indiscutibles.
Pero el lenguaje que estamos utilizando para imaginar la república futura no mira hacia estos modelos. El hecho de que hoy se hable del Estado catalán como una herramienta sitúa el proceso de construcción simbólica en un lugar muy contemporáneo. Somos un país de eina i feina, de herramienta y trabajo, dicen. Y con este talante estamos tendiendo idealmente hacia una especie de República Menestral que no necesariamente coincide con las repúblicas burguesas del XVII al XIX. República taller, república obrador. Un lugar posnacional hecho de ideas concretas y esfuerzos cívicos. Un estado donde las ideas y las estructuras se construyen según demanda, más cerca de Legoland que de El Escorial.
El Estado herramienta es una superación natural del Estado nación. Está claro que Cataluña es una nación pero no necesita (no tiene la necesidad a pesar de todo) de ningún estado para expresar su realidad nacional. No es en la contingencia de un estado o en la defensa mosaica de una constitución donde reside la virtud de la nación. Tampoco en excusas culturalistas o lingüísticas.
Una pluralidad de identidades personales y culturales y una lealtad común a un proyecto de comunidad política. Ésa es la idea. Lo que creo que debemos procurar es que el debate sobre la catalanidad se derive de un uso provechoso del estado que nos hemos dotado y no al revés. Es decir, que nuestra «identidad» vaya ligada de alguna manera al éxito y la justicia de la nueva república. Que la construcción de esta herramienta trascienda nuestras carencias con instituciones que forjen un nuevo carácter. Volvemos a la república norteamericana. Su constitución y las instituciones que se derivan de ella decidieron cuál sería el «carácter americano» por encima de consideraciones étnicas o culturales. De la misma manera, de lo que seamos capaces de imaginar y construir en el orden político se derivará la identidad catalana del futuro. Por eso, la rebelión, más allá de su contingencia política e incluso, más allá de su éxito, debe servir a nuestra generación para imaginar formas de convivencia política.
Esta idea del Estado herramienta que comienza a condensarse, es un concepto que hace del estado no un imponente y cerrado palacio sino una plaza. La República Catalana no estaría diseñada para acoger solo a los de la familia, los de la misma sangre. El Estado herramienta sirve a todo el mundo que lo necesite. Es una estructura política abierta al tránsito. Cuya solidez y apertura, como la de las medusas, dependa de la cantidad de fluido que la permee.
Las ideas de que la catalanidad es un ejercicio de voluntad ligado a virtudes cívicas y no étnicas o culturales hace años que rodean el debate (es catalán quien quiere serlo). Y son ideas que no son muy útiles en este momento.
Puede parecer una especie de renuncia. Un intento de rebajar la trascendencia del proceso y situarlo en fríos términos de utopía política. Pero no es así. La catalanidad que alienta la rebelión no puede ser tan rancia, mística y raída como el estado del que aspiramos a separarnos.