PREPARACIÓN CIENTÍFICA

LLEGUÉ a Mónaco el 19 de octubre y me presenté en el Museo Oceanográfico para solicitar que me inscribieran entre los investigadores que disponían de laboratorio. Recibido por el subdirector, el señor Belloc, que nunca iba a perder el continuado interés por mi experiencia y una constante amistad para conmigo, obtuve el mismo día todas las facilidades para continuar mis investigaciones. Me puse de inmediato a trabajar.

Debo resumir aquí, brevemente, lo que se sabía y lo que se creía saber, en materia de naufragio, cuando puse manos a la obra.

Existen dos grandes categorías de naufragio: el naufragio «en tierra» (en la costa), y el naufragio en alta mar. De las doscientas mil muertes anuales por catástrofe marítima, algo más de la mitad se produce en contacto con la costa. El salvamento de las víctimas de esta clase de accidentes corresponde a los admirables salvavidas de la Sociedad de Socorro a los Náufragos6.

En alta mar, no ocurre lo mismo; y si cincuenta mil hombres se ahogan, cada año, inmediatamente después de la catástrofe, ¿qué sucede con los cincuenta mil que consiguen mantenerse en una embarcación de salvamento? También ahí se presentan dos casos.

Podían distinguirse dos categorías de navíos. Los que están en permanente contacto por radio con la tierra, dialogando con ella a lo largo de toda la travesía: es el caso de los paquebotes y de los grandes navíos de guerra. Si uno de estos navíos zozobra, el mundo entero sabe, milla más o milla menos, dónde se ha producido la catástrofe, y el socorro llega con gran rapidez. Es el caso del Titanic y del Andrea Doria. Bastará con dar a los supervivientes la «inyección de moral» que les permita esperar confiados los socorros; para ellos, el problema de una supervivencia prolongada no se presenta.

Existe otra categoría de navíos: los que sólo mantienen, con tierra firme, algunos contactos por radio, contactos más o menos espaciados —cada seis, doce, a veces incluso veinticuatro horas—. A veces recorren, entre dos de estos contactos, un largo camino. Nadie sabe dónde se ha producido la catástrofe... No se hallará a los supervivientes. Son los navíos llamados «vagabundos»: grandes traineras, cargueros, barcos de pesca en general.

Mi experimento podría proporcionar, sobre todo, una ayuda eficaz a estos náufragos. Ahora bien, ¿qué se hacía por ellos? Me aterró comprobar que a esos hombres se les consideraba, de buenas a primeras, perdidos. Como máximo, y en los casos más favorables, se emprenderían búsquedas durante diez días. Casi siempre resultarían vanas dada la imposibilidad de localizarlos en alta mar. Transcurridos diez días, ciertas «normas» de nuestra civilización impiden que esas búsquedas puedan proseguirse. Se estima, en cualquier caso, que tras diez días en alta mar no subsiste ya esperanza alguna de encontrar vivos a los supervivientes de un naufragio. Las explicaciones dadas son que ni el hombre ni el material pueden, en estas condiciones, resistir más.

Había que devolver a esos infelices su oportunidad de regresar a tierra. Unos miles de viudas menos por año es un objetivo por el que merece la pena que se arriesgue una vida.

Comencé a reunir una bibliografía completa sobre:

a) los naufragios anteriores y sus enseñanzas,

b) la supervivencia de los náufragos,

c) el pescado y su composición,

d) el modo de pescarlo,

e) los vientos y las corrientes favorables.

Al mismo tiempo, iba a realizar, conmigo mismo, en el laboratorio, ensayos de alimentación con estos procedimientos anormales, mientras Van Hemsbergen, que se había reunido conmigo, preparaba las pruebas de distintos tipos de embarcaciones.

Tenían que estudiarse todos los campos. Durante seis meses iba a pasar del análisis químico del agua de mar al estudio de las variedades de plancton, sin olvidar las tablas de composición del pescado. Tenía que basar mi demostración en el hecho de que un bote de salvamento sólo teóricamente está provisto de un montón de objetos indispensables para ese salvamento y que, de hecho, el día en que se necesita, todo lo que puede abandonar la embarcación ha desaparecido.

Yo iba a encontrar, desde el primer día, un aval científico en el Boletín de los Amigos del Museo Oceanográfico, que acababa de aparecer. Se trataba de una comunicación7 hecha a la Academia de Ciencias, el 17 de diciembre de 1888, por el príncipe Alberto I de Mónaco, fundador del Museo:

«Se desprende de estos hechos que el personal de una embarcación abandonada sin víveres en el Atlántico Norte y, probablemente, en un punto cualquiera de los mares templados o cálidos, podría evitar la muerte por inanición si poseyera, en parte al menos, el material siguiente:

»1°- Una o varias redes de estameña, de uno a dos metros de abertura, con veinte metros de sedal para recoger la fauna pelágica libre o tamizar las matas de sargazos.

»2°- Algunos sedales de cincuenta metros, cada uno de ellos terminado en tres brazadas de hilo de latón recocido, en el que se haya fijado un gran anzuelo, con cebo artificial para los atunes.

»3°- Una pequeña fisga, para arponear los meros de los pecios, y algunos anzuelos brillantes de los que éstos se prenden, a veces sin ni siquiera cebo.

»4°- Un arpón, para los animales más grandes que siguen los pecios.

»Los hechos que acabo de señalar son capaces, en muchas circunstancias, de prolongar, hasta el encuentro con un eventual socorro, la existencia de navegantes que han visto hundirse su navío.»

Era, pues, preciso establecer una ración alimenticia necesaria y suficiente, y demostrar que, en cualquier caso, el mar la proporcionaba.

Ahora bien, ¿cuáles son los productos que pueden extraerse siempre del mar? Agua de mar, pescado y plancton8. El agua de mar tiene la siguiente composición media9:

COMPOSICIÓN DEL AGUA DE MAR POR LITRO
ClNa 27,3 g
MgCl2 3,4 g
S04Mg 2g
S04Ca 1,3 g
KCl 0,6 g
CO3Ca 0,1 g
H20 965,3 g

El pescado da, en el análisis, para los tres cuerpos principales que lo constituyen y para las especies que yo iba a encontrar durante mi viaje, las siguientes cantidades (en porcentaje)10:

Por lo que al plancton se refiere, su composición es, claro está, mucho más variable y mucho menos conocida; yo iba a consagrarme a él para intentar hallar los elementos que aún faltaran.

Humedad % Prótidos % Lípidos %
Raya 82,2-76,8 24,2-18,2 1,6-0,1
Tiburón 68,0 15,2 16,0
Dorada 78,9-77,0 19,0-17,2 3,31-1,0
Brama-Raii 78,9 18,4 0,3
Sardina 78,3 21,0-16,3 12,0-2,0
Anchoa 76,2 21,9 1,1
Bonito 69,2-67,5 24,0-18,5 12,5-7,0
Lubina 79,9-77,0 19,9-18,5 2,50-0,8
Mújol 75,6 19,5 3,9
Caballa 74,3-68,9 23,1-17,6 8,4-5,1
Atún 58,5 27,0 13,0
Huevas de pescado 48,8 a 78,3 11,5 a 45,9 1,2 a 16,2

Me hallaba en la situación de un hombre a quien se le proporcionan materiales en cantidad limitada y a quien se le dice: «Tiene usted que construirse una casa con eso.» Construí.

En primer lugar, había que beber; todo el mundo sabe que beber es más importante que comer; si una decena de días de dieta total, sin agua, lleva invariablemente a la muerte, sin comer es posible subsistir unos treinta días.

¿Dónde encontrar agua dulce? Llegué rápidamente a la convicción de que el pescado me la proporcionaría en cantidades ampliamente suficientes. La tabla de composición mencionada más arriba muestra que el pescado contiene del 50% al 80% de agua: sería este líquido lo que me salvaría de la sed, pues se trata de agua dulce.

¿Han consumido alguna vez un pescado marino que un ama de casa negligente haya olvidado sazonar? Es absolutamente soso. De hecho, el análisis iba a mostrármelo, la carne de pescado contiene menos cloruro sódico que la carne de los mamíferos, con algunas excepciones sobre las que volveremos al hablar de los prótidos. Si conseguía extraer el líquido contenido en esta carne, mis necesidades de agua quedarían cubiertas con tres kilos de pescado diarios. El problema era extraerla, pero eso desbordaba el marco del laboratorio.

Sin embargo, ¿qué iba a ocurrir si no pescaba? Pues bien, como veremos, ésa es la suerte de los náufragos en los tres o cuatro días siguientes a la catástrofe. Si no se bebe, la muerte por deshidratación se produce en unos diez días, de acuerdo con una curva regular. Cualquier realimentación en agua que sólo aporte la ración cotidiana normal mantiene al sujeto en el estadio correspondiente al día en que se toma, y no le devuelve su hidratación normal. Es, pues, importante mantenerse durante los primeros días —los días sin pescado— en el estadio de hidratación habitual, y para ello se puede beber agua de mar.

El agua de mar es peligrosa, todo el mundo lo sabe: beberla en grandes cantidades lleva a la muerte por nefritis. ¿Qué hacer entonces? La solución se desprende de la mera lectura de la tabla de composición de esa agua: muestra, en efecto, que el elemento más importante es el cloruro sódico. Así pues, simplemente consumiría mi ración diaria de cloruro sódico tomándola del agua de mar. Para ello debía absorber de 800 a 900 g de líquido salado. El único elemento que quedaría modificado en el organismo sería la concentración en el nivel del glomérulo de Malpighi11; por ello, el régimen no debía superar los cinco días, al cabo de los cuales la nefritis podía convertirse en un amenazador peligro. «¿Pero y las demás sales disueltas?», objetaron ciertos espíritus pesimistas. Pues bien, a 800 g de agua de mar corresponden:

-la cantidad de cloruro de magnesio (MgCl2) contenida en un litro de agua de Salies (3,4 g);

-de sulfato de magnesio (S04Mg) en un litro de agua de Montmirail (2 g);

-de sulfato de calcio (S04Ca) en un litro de agua de Contrexéville (1,3 g);

-de cloruro potásico en un litro de agua de Bourbon (0,6 g);

-de carbonato de calcio (CO3Ca) en un litro de agua de Vichy «Grande Grille» (0,1 g).

El problema de la bebida parecía, pues, resuelto.

Pasé entonces a la alimentación propiamente dicha. En primer lugar era preciso encontrar una cantidad bruta de alimentos que proporcionaran el número de calorías necesarias, y repartirlas equitativamente en tres grandes familias: los prótidos, los lípidos y los glúcidos.

La tabla de composición del pescado muestra claramente que, desde el punto de vista cuantitativo —lo que los médicos denominan dinámico— los prótidos se hallaban en cantidades ampliamente suficientes.

Pero el problema se complica por el hecho de que el organismo humano es delicado y necesita ciertos prótidos determinados. Algunos, denominados aminoácidos, son indispensables y nada puede substituirlos; son los alimentos que los médicos llaman plásticos. Son diez en total12. El pescado me los proporcionaría. He aquí las cantidades en algunas especies:

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10
Caballas 5,8 3,8 5,2 7,2 8,1 2,7 3,5 4,9 1,0 5,4
Arenques 5,5 2,4 4.9 7,1 7,8 2,7 3,4 4,4 0,8 5,0
Sardinas 5,1 4,7 4,6 7,2 8,4 2,8 3,7 4,3 1,0 5,2
Atunes 5,3 5,7 4,7 7,2 8,3 2,8 3,5 4,5 1,0 5,1
Gambas 9,4 2,2 5,3 8,5 8,5 3,4 4,5 4,1 1,0 5,1

En resumen, debía tener cuidado con ciertos prótidos peligrosos: los ureidos y las bases púricas. Estos sólo existen en abundancia en los peces cartilaginosos. Era, pues, preciso desconfiar de la raya y de los tiburones.

Por lo que a los lípidos se refiere, la única cuestión era saber si existían fosfolípidos o lecitinas, es decir, grasas fosfóreas —y básteme decir, sin extenderme más, que abundan en todos los peces.

Pero entonces se planteaba un gran problema —de hecho, para los dietistas, «el» gran problema—: los glúcidos, los azúcares. Pueden proceder de dos fuentes: la alimentación directa, es decir, una fuente exógena, o una fabricación personal, fuente endógena. Lamentablemente, la fuente exterior parecía pobre: ¿dónde podía encontrar yo azúcares en el mar? El plancton los contiene en su parte vegetal, el fitoplancton, ¿pero son asimilables y utilizables por un organismo humano? Los azúcares se dividen en tres grandes grupos:

1º- Las osas, azúcares directamente asimilables, llamados también azúcares en C6, pues su molécula está formada por una cadena central de seis átomos de carbono: la glucosa, por ejemplo.

2º- Los sacáridos o azúcares en C¹² (12 átomos de carbono), como la sacarosa: azúcar de caña o azúcar de remolacha, que, aunque no sean directamente digeribles, se «hidrolizan», es decir, se dividen en dos para producir dos moléculas de azúcar en C6.

3º- Finalmente, los polisacáridos, o azúcares en Cn (siendo n un número variable, aunque muy grande), como la celulosa: no divisibles, no hidrolizables en cierto número de moléculas de azúcar en C6, no son utilizados por el organismo y son rechazados, intactos, en las deposiciones: por desgracia el plancton contiene exclusivamente azúcares de esta tercera clase; existe, es cierto, en los hígados de pescado un generador de glucosa, el glucógeno, pero consumirlo en abundancia me hacía correr el riesgo de terribles enfermedades por exceso de dos cuerpos indispensables aunque peligrosos: la vitamina A y la vitamina D. Me era, pues, preciso fabricar yo mismo, a partir de otros alimentos absorbidos, los glúcidos que necesitara.

Esta síntesis es posible y se lleva a cabo, normalmente, a partir de las carnes y las grasas, pero exige una importante cantidad de agua: me hallaba en un círculo vicioso: necesitaba consumir bastante carne para obtener mi agua, y sólo experimentar con el hombre podía resolver el debate. Sin embargo, un ejemplo me daba confianza: el de los esquimales, que, durante los seis meses del invierno polar, comen exclusivamente carnes y grasas. Sólo beben el agua de los bancos de hielo, que es salada, y sin embargo no parecen sufrir graves trastornos digestivos.

Son indispensables otros cuerpos, aunque en cantidad infinitesimal: las famosas vitaminas. Estos cuerpos actúan en muy pequeñas dosis, pero su ausencia produce enfermedades graves, las enfermedades por carencia o avitaminosis. Su exceso, en cambio, produce otras enfermedades igualmente graves, las hipervitaminosis. Cuatro de estas vitaminas son absolutamente necesarias y no puede prescindirse de ellas, ni siquiera por un tiempo muy corto: son las vitaminas A, B, C, y D. Por lo que a las demás se refiere, el margen de seguridad es mucho más amplio.

La vitamina A y la vitamina D son, como todo el mundo sabe, extremadamente abundantes en las grasas de pescado (la fuente donde los hombres civilizados van a buscarla es el aceite de hígado de pescado).

Las vitaminas B¹ y B² son también abundantes en la carne de pescado, la vitamina B¹², según creo, no había sido aún detectada, pero el margen de seguridad es mayor por lo que se refiere a este elemento. Mi anemia al llegar pareció demostrar que la vitamina B¹² (factor anti-anémico) sólo se encuentra en el mar en cantidad restringida.

Pero una vez resueltas esas cuestiones, subsistía aún el gran problema de los navegantes: el escorbuto. El escorbuto es una enfermedad por carencia debida a la ausencia de vitamina C, la vitamina contenida en los frutos frescos, las legumbres verdes, los vegetales en general. La ausencia de esta vitamina determina una enfermedad grave, muy temida por los antiguos navegantes.

¿Cómo evitar esta plaga?

Hice el siguiente razonamiento: los animales se dividen en dos categorías, los que fabrican ácidos ascórbicos (ascorbiquigenos), y los que los toman del exterior, con su alimento (anascorbiquigenos). Pues bien, la ballena necesita encontrar su ácido ascórbico en el exterior y se alimenta exclusivamente de plancton o de pequeños crustáceos planctonívoros. Por lo tanto, tenía que encontrar vitamina C en el plancton. El análisis químico verificó la hipótesis.

Me hallaba pues ante una ración que parecía equilibrada: tenía las vitaminas A, B, C, D, indispensables para mi seguridad y, desde el punto de vista calorífico, los prótidos y los lípidos. Sólo partiría, pues, con un problema no resuelto, aunque importante: ¿sería mi ración de agua suficiente para asegurar, en mí, el equilibrio glucídico?

 

Náufrago voluntario
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