Capítulo dos


A las tres en punto llega Alonso. El mismo Alonso que había sido testigo de mi llegada triunfal a la estación de Esquelles, y que consiguió que no me rompiera los morros en el intento. El mismo que había flirteado conmigo descaradamente, y al que yo había tomado el pelo.

Se queda de piedra al verme allí, exactamente igual que yo. Rezo para que no diga ni una palabra de lo ocurrido, y parece leérmelo en la cara, porque solo me dirige una sonrisa torcida muy burlona y se limita a darme dos besos de bienvenida.

No ha llegado solo. Viene acompañado de la cuarta inquilina, Susana.

Susana no tiene nada que ver con el resto de nosotras, muchachas normalitas con encanto, pero sin nada más. Susana es modelo, alta, delgada, y con una confianza en sí misma más que aplastante. Vive en Esquelles porque está cerca de Barcelona, que es donde trabaja casi siempre, y porque los alquileres son mucho más económicos. Es joven, veintiún años, y su carrera de modelo todavía no ha despegado, aunque no para de trabajar en desfiles y sesiones fotográficas. Mi primera impresión es que ya es demasiado vieja para triunfar, teniendo en cuenta que hoy en día, las modelos, cuanto más jóvenes son, mejor. Pero, ¿quién soy yo para decir nada? La saludo con dos besos, le digo que estoy encantada de conocerla, y nos sentamos a la mesa.

Comemos todos en la mesa. Nuria todavía no ha regresado, así que hay sitio, aunque estamos un poco apretados. Me doy cuenta que Susana se arrima más de la cuenta a Alonso, pero él solo tiene ojos para mí. Para burlarse en silencio, claro. Sus ojos y su sonrisa torcida lo dicen todo. Creo que está haciendo un gran esfuerzo para no contar lo de la estación, y me da miedo pensar en porqué no lo hace. Hablan mucho, y yo no digo casi nada. Escucho, e intento hacerme una idea de cómo es cada uno de ellos.

Lo que más me sorprende es que Alonso es el cuarto compañero de piso, y tiene su dormitorio justo al lado del mío. Un tío como este, conviviendo con tres chicas… bueno, ahora cuatro, conmigo. ¿Será gay y esa pose suya no es más que una farsa? No sería extraño. Aunque el mundo está cambiando a grandes zancadas, hay muchos hombres que todavía no han aceptado su condición y siguen viviendo una mentira. Es una lástima, pero es así. Y no es como si todos los gays vinieran con una pegatina en la frente anunciando su condición a gritos; la mayoría, si no te lo dicen, ni siquiera te das cuenta de que lo son.

Cuando terminamos de comer, me doy cuenta de que, a pesar de las marcadas diferencias entre unos y otros, forman un grupo bastante unido y coherente. Se llevan bien, y no parece que haya malos rollos. Es un alivio, la verdad. Uno de mis miedos era ir a parar a una casa donde estuvieran en guerra. Convivir no es fácil. Si ya es difícil hacerlo con personas de tu misma sangre, imagínate hacerlo con desconocidos…

A las cinco de la tarde, me dispongo a ir a la compra. Paula se ha ofrecido a acompañarme, pero Alonso la convence para que le deje hacerlo a él.

No me hace gracia.

Ninguna gracia.

Pero tengo que aguantarme. No le voy a poner pegas. Me mirarían raro, porque no saben qué ha pasado entre nosotros en la estación.

Salimos a la calle con un par de bolsas de plástico en la mano. Se ve que aquí también hacen pagar por las bolsas en las tiendas. Y yo que pensaba que en los pueblos sería diferente.

—Vaya con doña casualidad —me dice.

Yo no contesto. ¿Qué puedo decir?

—Quién nos iba a decir que íbamos a compartir piso —insiste.

—Pues sí, quién. Qué suerte la nuestra —contesto, mordaz.

Vale. Relacionarme con tíos nunca ha sido mi fuerte. Suelo ser borde por naturaleza. No es algo que haya aprendido o que me esfuerce por ser. Me sale natural. Entonces pienso que estoy siendo injusta, así que añado:

—Por cierto, gracias por no contarlo. Ha sido todo un detalle.

—Ah, no tiene importancia. Así tengo algo con lo que hacerte chantaje.

Lo miro de refilón y me doy cuenta de que se está riendo por lo bajini. Vale, me está tomando el pelo.

—Pues si esperas conseguir dinero, lo llevas claro. No tengo un puto duro.

—Nah, prefiero que me pagues en especias.

Me guiña un ojo y a mí me entran ganas de reír. ¿En especias? ¿En serio? ¿De qué sitio ha salido este tío?

—Así que estás aquí para estudiar en la BelleEpoque —me dice—. ¿Quieres ser la nueva Amenábar?

—Hombre, pues ya me gustaría, la verdad. Pero dudo mucho que vaya a ganar dos Goyas con mi primera película. En realidad, me tira más la publicidad.

—Así que quieres ser directora de anuncios.

—Dicho así suena muy cutre. A mi me gusta más director a secas, o realizador.

Nos paramos en el semáforo a esperar a que se ponga en verde antes de cruzar. Esquelles parece una ciudad muy limpia, y me está gustando. Veo que hay zonas verdes, y mucho comercio. Hemos pasado por delante de un Zara, un Bennetton y un Inside. ¡Bien!

—Si en algún momento necesitas a alguien cachas, puedes contar conmigo.

—¿Eres actor?

Se lo pregunto muy sorprendida, porque aunque físicamente da el tipo, no me parecía que tuviese este tipo de inquietud.

—Joder, no —exclama, riéndose—. Soy bombero, pero ya sabes, con toda esta moda de los calendarios, me he acabado acostumbrando a las cámaras. —Se gira hacia mí y me vuelve a guiñar un ojo. ¿O será que tiene un tic?—. Te haría el favor completamente gratis.

Así que es bombero. Bueno, eso explica su perfecto estado físico. Ser bombero no es una profesión para enclenques ni cobardes, así que deduzco que debe ser valiente.

Mira, ha ganado un punto en mi escala de valores.

Aunque si sigue guiñándome el ojo, se lo volveré a quitar.

—Así que eres chico de calendario. ¿Qué mes eres?

—Verano, siempre. Será por el bronceado. He sido junio, julio y agosto. Este año me toca septiembre.

—Vaya, ¿es que siempre salís los mismos?

—No, lo echamos a suertes, y a mí me ha tocado cuatro años seguidos.

—Pues qué suerte la tuya. Si juegas a la primitiva, deberíamos hacer una entre los dos, a ver si se me pega algo.

—¿No eres una chica con suerte?

—¿Suerte? No sé ni lo que es eso.

—Bueno, entonces serás afortunada en el amor.

Bufo, sarcástica. ¿Amor? Sé lo mismo del amor, que de la suerte. Nunca he estado enamorada, por lo menos, no de la manera en la que se enamoran las protagonistas de las novelas que me gusta leer. A veces, he llegado a pensar que ese tipo de amor no existe.

—Tuve un gato, una vez —contesté—. Pero me dejó por la gata en celo del vecino. Eso es lo más cerca que he estado de tener novio.

—¡Venga ya! Eso no me lo creo. Una chica como tú, debe haber tenido muchos abejorros zumbando alrededor.

—¿Una chica como yo? ¿Qué quieres decir con eso?

Lo provoco para que me suelte un cumplido, lo confieso. ¡El tío está bueno, qué queréis!

—Pues, una chica guapa, lista, inteligente, divertida… eso quiero decir.

—Borde y antipática. Debes añadir eso a la lista.

—A mí no me parece que tenga que hacerlo. Tus borderías me resultan divertidas.

—No, si al final acabaremos llevándonos bien.

—¡Por supuesto! ¿Qué esperabas? Yo me llevo bien con todo el mundo.

Llegamos al súper e hice acopio de todo lo que necesitaba, además de comida. Volvimos bastante cargados, menos mal que Alonso es un tío cachas y puede con eso y más. Durante unos segundos me quedo detrás de él mientras sigue caminando, y puedo admirar el magnífico trasero que tiene. Rellena perfectamente los vaqueros, y seguro que tiene las nalgas duras, como a mí me gustan. Perfectas para clavar las uñas mientras retozamos.

Madre del amor herboso, qué calores me entran.

Decido quitarme este tipo de pensamientos de la cabeza. Vamos a convivir durante nueve meses, y no me conviene tener ensoñaciones eróticas con mi compañero de piso, así que aprieto el paso hasta volver a estar a la misma altura que Alonso.

 Cargados con las bolsas, no hablamos mucho durante el regreso, pero yo tengo una curiosidad malsana y no puedo evitar preguntarle qué hace viviendo en un piso con cuatro chicas.

—Cuando me destinaron aquí, hace tres años, pensé que sería de forma provisional, así que en lugar de gastarme un dineral en alquilar un piso para mí solo, pensé que sería más práctico y económico buscar una habitación. Después, cuando lo provisional pasó a ser definitivo, me llevaba tan bien con las chicas que decidí quedarme. Ahorro mucho dinero compartiendo piso.

—¿Y la habitación que ocupo yo ahora?

—Era de Maika, que se nos casó hace tres meses. Estuvimos a punto de quedarnos los cuatro solos, pero los gastos subían demasiado y al final decidimos probar con alguien nuevo.

—Esa soy yo.

—Sí, esa eres tú.

Cuando llegamos, Susana se ha metido en su cuarto y Paula está espachurrada en el salón viendo la tele. Saludamos y vamos hacia la cocina. Alonso me explica cómo se organizan el día a día, y me señala los estantes donde debo colocar mis compras.

—Cada uno de nosotros se ocupa de mantener limpio su dormitorio. Es obligatorio barrer, fregar, quitar el polvo y cambiar las sábanas una vez a la semana. Por lo visto, la que ocupaba mi dormitorio antes de que llegara yo era un poco guarra y tuvieron que poner estas normas. Las zonas comunes las hacemos entre todos. Cada semana serás responsable de una parte. Está todo en este cuadrante, en el que ya estás incluida.

Me señala la puerta de la nevera y sí, ahí veo un folio con nuestros nombres y qué es nuestra responsabilidad.

—Un día a la semana tendrás la lavadora a tu entera disposición, y nadie más que tú puede usarla ese día. Arriba en la terraza hay cuerdas para tender la ropa, pero si quieres usar la secadora, —coge una hucha con forma de cerdito que hay en una esquina del mármol—, has de meter aquí dos euros. Consume mucha electricidad, y la factura sube demasiado, así que hacemos esto para compensar. El dinero que se reúne aquí —hace sonar el cerdito, y se oye el tintineo de las monedas que hay dentro—, es para pagar reparaciones y esas cosas. La última vez que se estropeó la lavadora, rompimos el cerdito y hubo bastante para que no tuviéramos que poner de nuestro bolsillo.

—Un sistema interesante —concedo, pero me he cansado de oírle hablar de reglas. No es que haya prestado mucha atención, claro; más bien me he quedado embobada mirando de reojo esos labios que no paraban de moverse y de imaginármelos moviéndose en cierto punto de  mi anatomía—. Y, ¿qué hacéis para divertiros?

—Nada de fiestas universitarias, si es eso lo que estás pensando. Ni follamigos. Solo se aceptan novios formales.

Me mira ceñudo, y yo le devuelvo una mirada que pretende ser inocente, pero se queda en eso, en una pretensión.

—¿Y por qué no? Una tiene sus necesidades, ¿sabes? 

—Y yo estoy aquí —me replica abriendo los brazos—, para satisfacerlas todas.

Bufo, por supuesto. Demasiado rato había pasado sin intentar hacerse el casanova. No es que yo misma no haya pensado en hacérmelo con él, pero sería una complicación innecesaria, y más habiendo tanto tío por el mundo. Será mucho mejor que me busque algo por ahí.

—Ya me parecía a mí, que todo era demasiado bueno para ser verdad. ¿Es que somos tu harén?

—¡No le hagas caso al gilipollas! —grita Paula, que parece que ha estado oyéndonos—. Puedes traerte a todos los tíos que quieras, siempre que les dejes claro que no pueden ir paseándose por ahí en calzoncillos, y que esto no es una pensión y deben irse a dormir a su casa.

—¡Eh! —protesta Alonso—. Que yo no soy gilipollas. ¿No tienes algo qué hacer? ¿Como sacarle brillo a tu escoba, por ejemplo? Es muy bruja —añade en voz baja, para que solo lo oiga yo.

—Pues a mí no me lo parece —le replico.

—Ya veo, acabas de llegar y ya estás confabulándote con Paula en mi contra. —Se pone el dorso de la mano en la frente, levanta la barbilla exageradamente, y añade mientras me deja sola en la cocina—: No tenéis en cuenta mis pobres sentimientos.

Paula y yo nos reímos. Parece que Alonso tiene un algo de payaso, y eso me gusta.





Malos presagios
titlepage.xhtml
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_001.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_002.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_003.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_004.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_005.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_006.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_007.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_008.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_009.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_010.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_011.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_012.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_013.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_014.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_015.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_016.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_017.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_018.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_019.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_020.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_021.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_022.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_023.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_024.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_025.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_026.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_027.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_028.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_029.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_030.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_031.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_032.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_033.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_034.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_035.html
CR!4WNK6EE6BN6Z5FTWRJBFTC3SS206_split_036.html