Capítulo once



Aquella misma noche regreso a Barcelona. Al día siguiente empiezan las clases, y no quiero faltar. Llego a las once de la noche, con el tiempo justo para pillar el tren de cercanías que va hacia Esquelles. Sigo sin tener respuesta de Sonia, y eso me está mosqueando mucho. Cuando mañana la vea, le voy a dar una ristra de hostias de las que dejan la nuca en carne viva, por tenerme preocupada.

Llego cargando con la bolsa de los regalos. Tengo ganas de dárselos y espero que todos estén en casa y despiertos. Abro la puerta y oigo sus voces. Están en el salón, y por lo que veo, hay torneo de FIFA en la Play entre Paula y Alonso.

—¡Gooooool! —grita esta, y cuando cruzo la puerta, la veo de pie sobre el sofá dando botes y enseñándole el dedo corazón a Alonso—. Toma, toma, tomaaaaaaa. ¿Qué decías de una paliza que ibas a darme?

—Qué mal ganar tienes —contesta él riéndose a carcajadas.

Nuria y Susana también están allí, aplaudiendo y riéndose.

—¡Hola! —digo al entrar, y por san Nicodemo que es como si el manto de Elsa hubiera caído sobre todos.

Susana hace un mohín. Paula y Nuria sonríen indecisas y miran a Alonso, y este ni siquiera se gira para mirarme. Mantiene los ojos fijos en la pantalla y las manos se aprietan sobre el mando de la Play.

Mal empezamos.

—Hola, guapa —dice Paula, para romper la tensión—. ¿Qué tal por los mandriles?

—De puta madre. Relax, comilonas, tapeo, compras… —Sonrío un poco forzada, porque no entiendo a qué viene este recibimiento tan frío. 

—¡Compras! ¡Me encantan las compras!

—Y espero que más te guste lo que os traigo.

—¡Oh! ¿Regalos? ¿Para todos nosotros? —Recalca la palabra «todos», y mira hacia Alonso y hacia Susana.

Decido pasar de todo. He vuelto completamente renovada, llena de energía y buen rollo. Atrás ha quedado el nublado recuerdo de lo que me pasó, y me niego que las tonterías de Alonso me jodan. Si se molestó por lo que le dije, que se ponga paños calientes.

—Sí, para todos. Aunque no te lo creas. Toma.

Le doy a cada uno el suyo. Alonso mira el paquete con desconfianza; Susana, con sorpresa. Paula y Nuria, con ilusión, y se apresuran a abrirlos.

—¡Ooooh, qué pasote! —exclama Paula al ver su esclava. Se levanta, me abraza y me da un sonoro beso en la mejilla.

—¡Es precioso! Pero te habrá costado un riñón, parece de plata —dice Nuria levantando el incensario para enseñarlo a los demás.

—Es de plata. Y lo que me costó, es mi problema. No te preocupes, que no dejaré de pagar mi parte en los gastos de la casa —bromeo.

Susana se ha quedado muda al ver el fulard. Me mira y dice un tenue «gracias» medio susurrado, pero en sus ojos veo que está emocionada. Vaya. Hay algo en esta chica que me dice que la he juzgado muy mal, y que no es como aparenta.

Alonso todavía no ha abierto el suyo. Parece que no se fía.

—No es una bomba ni nada por el estilo —le suelto—. Puedes abrirlo con tranquilidad, que no te estallará en los morros.

—No sé yo… —murmura.

No sé por qué dice eso. Vale, soy borde y la mayoría de las veces, no pienso antes de hablar. Pero siempre voy de frente. He tenido muchas oportunidades de putearlo si hubiera querido iniciar una guerra, y motivos no me han faltado en estos meses; pero no lo he hecho. Así que no sé por qué dice eso.

Para variar.

Alonso hace que me sienta como el Titanic frente al iceberg: sé que va a hundirme, pero no puedo evitar ir hacia él.

—Gilipollas —me toca murmurar a mí—. Trae. Ya te lo abro yo, si tan poco te fías de mí.

Agarro el paquete y rompo el papel. Le enseño la cajita de madera, y la abro para que vea el reloj que hay dentro. Es precioso, con varias filigranas en forma de llama, como si estuviera ardiendo. Muy adecuado para un bombero.

—Vaya —dice, asombrado. Lo coge y lo mira por un lado y por otro, para acabar abriéndolo—. Es… muy bonito. Gracias.

—De nada.

—Nosotros no tenemos nada para ti —me dice Nuria, compungida—. Es que no pensamos que…

—Ya, ni os imaginasteis que podía pensar en vosotras mientras estaba en casa con mi familia. Pues ya veis lo que engañan las apariencias.

Me levanto, medio mosqueada, aunque la culpa es mía por ser siempre tan gilipollas.

—Estoy cansada. Buenas noches.

«Buenas noches», me contestan todos y los dejo ahí con la boca abierta y sorprendidos por mi generosidad.

Cuando estoy a mitad de pasillo, oigo a Alonso que viene detrás de mí.

—Daniela, espera.

Me giro cuando llego a la puerta de mi dormitorio. Alonso camina hacia mí, y pienso que todo lo que tiene de guapo, lo tiene de tonto. ¿Por qué será tan gilipollas conmigo? A veces pienso que solo saco lo peor de cada persona, y eso me deprime.

—Qué quieres.

No pretendo parecer fastidiada, pero así sueno. Me mira como si estuviera avergonzado. Bueno, debería estarlo por cómo se ha portado conmigo.

—Quiero pedirte disculpas.

—¿Te ha vuelto a dar fiebre? ¿O diarrea?

—Daniela, por favor, estoy hablando en serio.

—Yo también. —Lo miro directamente a los ojos—. Soy una borde, sí, rozando la antipatía. Pero no creo haber hecho nada tan grave como para que te burles de mí de la manera en que lo has estado haciendo hasta ahora. Soy una tía legal; incluso cuidé de ti cuando estuviste enfermo. ¿Y cómo me lo pagas? Jugando con mis sentimientos. ¿Sabes una cosa? Por mí, puedes irte a la mierda.

Y en ese momento, me doy cuenta de que es verdad. Sí, he llegado a sentir algo por Alonso, pero es un tío que no me conviene, no si sigue comportándose como hasta ahora. He estado hecha un lío, pero con todo lo que ha pasado, me he dado cuenta de que no quiero llegar a necesitar a alguien como él. Alguien que me fallará cuando sea el momento, porque no sabe lo que quiere.

Entro en mi dormitorio y le cierro la puerta en las narices. Tengo ganas de llorar, porque por una vez que me enamoro, lo hago de alguien que no lo merece. Tengo muchos defectos, pero soy una persona leal, incapaz de hacer daño a aquellos a los que quiero. 

En cambio, Alonso no ha parado de hacerme daño a mí. No sé si ha sido a propósito o no es consciente de que lo ha hecho, pero lo importante, es que consigue hacerme sentir mal. Y lo último que necesito en estos momentos, es sentirme peor de lo que ya me siento.

Sí, mi mente ha borrado los recuerdos de lo ocurrido la otra noche, en gran parte a causa de la droga que el hijo de puta de Nil me dio, pero la sensación de estar sucia sigue ahí. La ignoro todo lo que puedo, pero es imposible hacerlo del todo. Y tendré que enfrentarme a ella durante mucho tiempo. Puse una denuncia, y habrá juicio.

Quizá debería buscarme un abogado que me asesore sobre qué ocurrirá.

No quiero pensar en ello, no ahora.

Siento un enorme vacío en mi interior. No ha llegado a haber nada entre Alonso y yo, pero siento como si hubiera perdido una parte de mí misma antes de tenerla. Un miembro fantasma que nunca ha existido realmente y que me duele a pesar de no estar ahí.

Me meto en la cama y me tapo hasta la cabeza.

No quiero pensar.


El despertador suena demasiado temprano, y me levanto a regañadientes. Lo primero que hago, es ver si me ha llegado algún whatsapp de Sonia, pero no hay nada nuevo. Me ducho con rapidez, me visto sin mirar muy bien qué me pongo, y me voy a la cocina a desayunar. No hay nadie, y me alegro. Todo el mundo está durmiendo aún, y no me extraña.

Tengo la tentación de volver a la cama y mandar a la mierda el primer día de clase, pero no tener noticias de Sonia hace que me obligue a ir ya que así podré quedarme tranquila cuando la vea y le dé una somanta palos por capulla. ¿Por qué coño no me contesta? Joder, tampoco cuesta tanto enviar un «estoy ok» o algo.

Cuando llego a la escuela, veo que algo ha pasado y un frío escalofrío me recorre entera. Se me encoge el estómago y una muy fea premonición me sacude; pero me niego a escucharla. Será otra cosa.

Camino rápido para entrar sin mirar a algunos de los compañeros que están fuera, con caras largas. Hay algunas compañeras con lágrimas en los ojos. No, por favor, eso no.

Cuando estoy a punto de cruzar la puerta, Nil aparece como de la nada. Me sobresalto y creo que hasta me he puesto pálida. ¿Qué coño hace aquí? ¿No se suponía que estaba encerrado?

—¿No te alegras de verme? —me dice el muy capullo.

—No te acerques a mí si no quieres que te rompa la cara, cabrón de mierda. Ahora no estoy drogada, ¿sabes?

—Uy, cuánta agresividad. La otra noche no estabas tan salvaje —se burla de mí y tengo que hacer un verdadero esfuerzo por no agredirlo allí mismo.

—La otra noche me metiste una mierda en la cerveza. ¿Se puede saber qué haces libre? Tendrías que estar encerrado —le espeto con toda la rabia que siento hirviendo en mi estómago.

—Bueno, digamos que el juez ha desestimado los cargos —me contesta, mostrando una sonrisa satisfecha que me gustaría poder borrar de una hostia—.  No va a haber juicio, no habrá cárcel. 

—Eres un hijo de puta —siseo.

—No, soy un tío que tiene un padre rico y que se puede pagar a un buen abogado que sabe retorcer la ley a su antojo. Nadie puede demostrar que yo te di la cerveza con Rohypnol, por lo que no se puede considerar un intento de violación. ¡Yo no sabía que estabas drogada! Pensé que te gustaría lo que iba a hacerte.

—¿Crees que esto se va a quedar así?

—Vamos, vamos, Daniela, guarda tus fuerzas para llorar a tu amiga. Ah, que no lo sabes… —Sonríe con crueldad. Yo no quiero oír lo que va a decirme. No quiero. Lo que quiero es que se calle, que desaparezca—. Tu amiga Sonia está muerta —me dice, y yo siento que el suelo se abre a mis pies—. Se ve que a su novio no le gustó mucho que decidiera dejarlo por un muerto de hambre, ¿sabes? Toda la escuela está desolada con la noticia.

Se ríe por lo bajo y camina hacia mí. Yo estoy petrificada, y no puedo hacer nada cuando pasa por mi lado y me empuja con el hombro para salir por la puerta hacia la calle.

—Dale mi más sentido pésame al cabrón que me pegó. Y dile que me dé las gracias por no poner una denuncia contra él por agresión.

Oigo lo que me dice, pero no proceso sus palabras, ni entiendo de qué me está hablando.

En mi mente, solo hay una cosa que me martillea el cerebro.

Sonia está muerta.

Muerta.

Un terrible frío va apoderándose de mi cuerpo. Siento el galopar de mi corazón golpeándome el pecho. De repente, todo es demasiado pequeño. Las paredes parecen comprimirse contra mí, cercándome, aprisionándome.

Hiperventilo. Necesito aire pero no puedo respirar. Oigo un pitido que me late en la garganta, y me arden los pulmones.

No puedo. Necesito… necesito…

Camino aturdida hasta las sillas que hay delante de secretaría. Me dejo caer allí y me llevo una mano al pecho. Sin darme cuenta, busco el móvil en el bolsillo de atrás del pantalón y, cuando me doy cuenta, la voz de Alonso suena al otro lado de la línea.

—Daniela, ¿pasa algo? —me pregunta. Está sorprendido y no me extraña, después del discursito que le solté anoche.

—Está muerta —atino a decir mientras las lágrimas corren libres por mis mejillas—. Está muerta… Oh, Dios mío… —Estallo en sollozos y ni siquiera la voz de Alonso consigue calmarme.

—Daniela, ¿dónde estás? Dime dónde estás, joder. Voy a por ti ahora mismo.

—En la escuela —susurro entre hipidos ya desconsolados—. La ha matado… sé que ha sido él… Oh, Dios, ha sido culpa mía, culpa mía, culpa mía… —repito una y otra vez mientras me abrazo a mí misma y me balanceo hacia adelante y hacia atrás.

Alguien se acerca y me abraza. Me sobresalto pero cuando veo que es una de mis compañeras de equipo, me relajo. Por un momento, temí que fuese Nil, pero no. Él ya se ha ido, después de soltarme la bomba que sabía que me destrozaría.


No sé cuánto tiempo ha pasado, pero Alonso acaba de aparecer por la puerta. Ha entrado como una estampida, arrasando todo a su paso, hasta que me ha encontrado. Me coge por los hombros y me abraza sin decir nada. Yo me pierdo allí, en su reconfortante calor, en su cuerpo, deseando poder fundirme con él y desaparecer.

Me duele. Me duele tanto que no puedo parar de sollozar. Me duele el alma, el corazón, el cuerpo… todo. Tiemblo como una hoja en otoño, y siento que estoy a punto de caer de la rama para ser pisoteada primero, y después, barrida por una escoba.

Sonia no está.

Sonia se ha ido para siempre.

Alguien la ha matado, y pondría la mano en el fuego que no ha sido su novio.

Sé que dentro de unas horas, la ira ocupará el lugar del dolor, pero ahora prefiero dejarme arrastrar hasta el coche por Alonso mientras dejo ir todas las lágrimas que mis ojos quieran producir, sin esforzarme por contenerlas.

Sonia está muerta, y merece que no luche contra ellas.









Malos presagios
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