11
A diferencia del funeral de Alicia, al de Atticus asistió mucha gente, pero igual que en su boda, a pocos los afectó de verdad la muerte del duque de Marlborough. Olivia soportó como pudo las miradas malintencionadas e Ian se mantuvo firme a su lado, desafiando con su actitud a cualquiera que quisiera hacerles daño.
Enterraron a Atticus con Alicia y colocaron un ramo de rosas blancas encima de la lápida. Olivia se despidió de ellos con un beso e Ian se quedó un rato más para hablar con su hermano.
—Lamento mucho lo que te dije ese día, sé que tenías razón y espero que me perdones. Todavía no sé por qué le tenía tanto miedo al amor, quizá temía perderlo igual que te había sucedido a ti con Alicia, pero ahora sé que eso es sólo una excusa. Aunque ahora me dijeran que sólo me queda un día más con Olivia, no me arrepentiría ni un segundo de haberla amado. Porque la amo, ¿sabes? Ella todavía no se lo cree, así que supongo que tendré que pasarme el resto de la vida convenciéndola. Gracias, Atticus, gracias por obligarme a enfrentarme a mis miedos y gracias por no permitir que perdiera al amor de mi vida.
Se alejó de la tumba y fue hacia el carruaje. Olivia estaba dentro, esperándolo.
—¿Estás bien?
—No —contestó Ian con la voz entrecortada—, pero lo estaré.
Ella le dio un beso. A pesar de que todavía no habían tenido la conversación pendiente, no era capaz de ver sufrir a Ian sin hacer nada, así que, sin importarle que pudieran verlos, lo abrazó y lo consoló.
Una semana más tarde, Ian y Olivia seguían dando vueltas el uno alrededor del otro. Ella lo trataba con dulzura y amabilidad, pero seguía manteniendo las distancias. Ian ya no podía más, tenían que resolver las cosas de una vez por todas. Le había dicho la verdad, aunque ella no lo amara, él no dejaría de hacerlo, pero necesitaba saberlo para poder seguir con su vida. Ahora estaban en un limbo que no era bueno para ninguno de los dos, ni para Trenton, que parecía notar la tensión que reinaba en la mansión Marlborough.
Abrió la puerta del dormitorio de Olivia sin llamar, no iba a darle la oportunidad de negarle la entrada.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella.
—Tenemos que hablar.
—Podemos hacerlo mañana. En el salón.
—No, vamos a hablar ahora. Tendríamos que haberlo hecho hace una semana, reconozco que ambos necesitábamos tiempo para pensar en lo sucedido, pero no podemos seguir así, Olivia. Yo no puedo seguir así.
—De acuerdo —aceptó ella. Ian tenía razón, había llegado el momento.
—¿Me amas? —preguntó él sin rodeos y entregándole el corazón con la mirada. Ella no respondió, así que Ian volvió a hablar—: Necesito saberlo. Si me amas, haré lo que sea para estar contigo, lo que sea. Y si no, si no, me iré de aquí. Aunque no me ames, yo te amaré toda la vida, pero no podría soportar vivir contigo sin tu amor. ¿Me amas, Olivia?
—Te amo —dijo ella con lágrimas en los ojos—. Te amo, Ian. Siempre te he amado.
—Gracias a Dios —suspiró aliviado y corrió a su lado a abrazarla, pero en cuanto notó que se ponía tensa, supo que había algo más—. ¿Qué pasa?
—Tengo miedo, Ian.
—¿De qué?
—Te parecerá una estupidez.
—No, si tienes miedo, nada me parecerá una estupidez. ¿Acaso no lo entiendes? Te amo, si algo te da miedo a ti, también me lo dará a mí y te juro que haré lo que esté en mi mano para demostrarte que si estamos juntos no nos sucederá nada malo.
—No tengo miedo de que nos suceda algo malo. La vida es así, hay accidentes, enfermedades, cosas que no podemos controlar.
—Entonces, ¿qué es lo que temes?
—Siempre que me he atrevido a creer en ti, me has abandonado —le dijo.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—En la boda de mi hermana creí que eras un gran hombre y luego te oí decirle a un amigo tuyo que nunca te casarías conmigo. Sé que es una estupidez —dijo sonrojada.
—No, no lo es. Dije eso, Olivia, pero sólo porque ese hombre no era amigo mío y porque no quería que nadie supiese que me gustabas. Lamento que lo oyeras y que lo malinterpretaras.
—Y cuando creí que nos estábamos enamorando…
—Nos estábamos enamorando —la interrumpió él.
—Te oí decirle a tu hermano que no sentías nada por mí, sólo afecto.
—Es verdad que dije eso, pero estaba asustado, Olivia. Ahora ya no lo estoy. Sé que me equivoqué, sé que me porté como un cobarde. Sé que si pudiera ir atrás en el tiempo haría las cosas de otro modo, pero no puedo. Lo único que puedo hacer es decirte que te amo y prometerte que me pasaré el resto de nuestras vidas haciéndolo.
—¿El resto de nuestras vidas?
—Sí, el resto de nuestras vidas.
—¿Y si nos pasa como a Atticus y a Alicia?
—Si nos pasa lo mismo que a ellos, te seguiré amando desde el cielo, porque, Olivia, no pienso dejar que te vayas antes que yo. Me enfrentaré al mismo diablo, o a Dios si es necesario, pero tú te quedarás a mi lado hasta el día en que me muera. Te amo y no permitiré que nada ni nadie se interponga entre nosotros.
—Yo también te amo, Ian.
Él por fin pudo respirar tranquilo y besó a Olivia. Jamás se cansaría de besarla.
—Atticus tenía razón —le dijo al interrumpir el beso—. Si queremos estar juntos, tenemos que irnos a América.
—La señorita Morris puede hacerse cargo de la academia y lo único que yo necesito para ser feliz sois tú y Trenton.
—Entonces, Olivia Roscoe, ¿me concedes el honor de convertirme en tu esposo?
Ella lo miró a los ojos y le dio un beso.
—Ya lo eres, te convertiste en mi esposo nuestra noche de bodas, porque el día que me besaste me casé contigo. Pero si quieres, podemos ir a una iglesia y pronunciar los votos en voz alta.
Ni en todos sus sueños, se habría imaginado mejor respuesta.