3

IAN había tomado una decisión: tenía que irse de la mansión Marlborough cuanto antes. Lo de la noche anterior no se podía repetir, porque si volvía a estar tan cerca de Olivia, la besaría. La besaría hasta su último aliento y luego ya no podría dejarla ir. Y ése era precisamente el problema. Que todavía no estaba listo para eso. No estaba listo para el amor. Y ella se merecía a un hombre que la amase, que la amase por encima de todas las cosas, por encima de sus inseguridades y de sus miedos. Y él, por más que le doliera imaginarse a Olivia con otro, no era ese hombre. Ian tenía miedo; miedo de no estar a la altura, miedo de no saber hacerla feliz, miedo de que la muerte se la arrebatase de entre los brazos, igual que le había sucedido a su madre y a Atticus. Partiría hacia Londres esa misma tarde y después se iría a Nueva York. A los dos les iría bien estar un tiempo separados, se dijo; quizá así descubrieran que lo que creían sentir era tan sólo fruto de la cercanía y del cariño que ambos sentían hacia Trenton. Sí, les iría bien estar un tiempo separados. Quizá cuando regresara y volviera a verla no sentiría aquel vuelco en el corazón. Y si lo sentía, tal vez entonces sabría qué hacer al respecto. En cualquier caso, lo que tenía que hacer en ese momento era alejarse de Olivia Roscoe y ver si así conseguía dejar de pensar en ella, aunque sólo fuera un segundo. Con la decisión tomada, le faltaba todavía lo más difícil: decírselo a Atticus.

—Adelante —dijo Atticus al oír los golpes en la puerta. Tenía un buen día, se había levantado pronto y había estado con Trenton un rato. Su hijo ya no tenía fiebre y se estaba recuperando. Después, había desayunado, no demasiado, pues cada vez tenía menos hambre, y había escuchado atento a Olivia, que le contó todo lo sucedido la noche anterior; excepto que su querido hermano pequeño había estado a punto de besarla.

Ahora Atticus estaba en su despacho, repasando los libros de cuentas.

—¿Puedo pasar? —preguntó Ian desde la puerta.

—Por supuesto, ya sabes que sí.

—Quiero hablar contigo —dijo su hermano sin preámbulos.

—Siéntate. —Le señaló la silla que había frente al escritorio, pero Ian la rechazó, se acercó al armario donde estaba el whisky y sirvió dos copas. No bebió, pero las dejó preparadas, pues estaba seguro de que les iban a hacer falta.

—Regreso a Londres —soltó de golpe.

—¿Cuándo? ¿Por qué? —Atticus se podía haber imaginado muchas cosas que pudiera decirle, pero ésa ni siquiera se la había planteado.

—Dentro de unas horas. Verlen me ha escrito diciendo que el prototipo para las fábricas ya está terminado. Tenemos que revisarlo y, si todo va según lo previsto, dentro de un mes me iré a Nueva York.

—¿Y Olivia? —Atticus no hizo ningún esfuerzo por disimular. Era evidente que se le estaba acabando el tiempo, así que no se anduvo con rodeos.

—¿Qué pasa con ella? —Al parecer, Ian no tenía el mismo problema pues disimuló a la perfección.

—¿De verdad pretendes que me crea que te es indiferente?

—Por supuesto que no. Olivia es tu cuñada y siento mucho cariño y respeto por ella, pero nada más.

—Ya. —Atticus enarcó una ceja—. Por eso te vas corriendo a otro continente.

—No me voy corriendo, tengo negocios que atender allí.

Los dos hermanos se quedaron mirándose el uno al otro durante largo rato. A pesar de su enfermedad, Atticus seguía irradiando poder, pero Ian nunca se había dejado intimidar por él y no iba a empezar a hacerlo entonces.

—¿De verdad no sientes nada por Olivia? —Le formuló la pregunta mirándole a los ojos.

—De verdad. Le tengo mucho afecto, al fin y al cabo, ahora somos parientes, pero nada más. Ya sabes que a mí me gusta otro tipo de mujer. —Se clavó las uñas en la palma de las manos para contener las ganas de gritar. Habría podido decirle la verdad a su hermano, pero no quería decepcionarlo. Prefería mentirle.

Un estruendo procedente del pasillo sacó a Ian de su ensimismamiento y Atticus miró hacia la puerta. Estaba un poco entreabierta, pues su hermano no la había cerrado bien al entrar.

—Habrá sido un jarrón —comentó, al oír a alguien barriendo—. ¿Cuándo has dicho que te vas? Ah, sí, dentro de unas horas.

—Sí, el carruaje estará listo a las cuatro —contestó Ian, algo sorprendido por el cambio de actitud de Atticus.

—Bueno, me alegro de que no sientas nada por Olivia. Temía que te hubieras encariñado de ella. —Trató de contener las ganas de reír, el rostro de Ian era un libro abierto. Suerte que no le gustaba jugar al póquer, porque, de lo contrario, perdería todo su dinero—. Lamento haberte presionado, pero tenía que estar seguro.

—¿Por qué? ¿Qué tiene Olivia de malo? —preguntó Ian a la defensiva. Si su hermano se atrevía a insinuar que la joven no era suficiente para él, lo tumbaría en el suelo de un puñetazo.

—Nada, absolutamente nada. De hecho, es perfecta. Es lista, dulce, educada, discreta y adora a Trenton.

—Cierto. —Ian sintió un escalofrío en la espalda.

—Hace unos días, vino a verme mi abogado, quería hablar con él de algo. —Atticus había mandado llamar al señor Abercrombie para hacer testamento, pero a su hermano iba a contarle algo completamente distinto.

—¿Ah, sí?

—Sí, quería asegurarme de algo antes de seguir adelante con mis planes.

—¿Qué planes?

—Voy a casarme con Olivia.

—¿Qué has dicho?

—Ya me has oído. Voy a casarme con Olivia Roscoe. Le pregunté al señor Abercrombie si el hecho de que fuera la hermana de mi difunta primera esposa podía ser algún problema y me dijo que no. Que yo sea duque elimina cualquier obstáculo que pudiera surgir. Al parecer, los duques podemos hacer lo que nos place.

—¿Vas a casarte con Olivia? ¿Y Alicia?

—Alicia está muerta, Ian —dijo Atticus con un brillo letal en los ojos—. Y Trenton necesita una madre.

—Yo… —No sabía qué decir. Mentira. Sí lo sabía, iba a decirle a su hermano que se fuera al infierno, que si alguien iba a casarse con Olivia era él y nadie más que él. Pero se mantuvo en silencio.

—Por eso quería asegurarme de que entre vosotros dos no hay nada. Trenton, Olivia y tú sois toda mi familia y no quisiera hacer nada que os hiciera daño. Si tú no sientes nada por ella, que se convierta en mi esposa es lo mejor que podría sucedernos a todos. Yo me aseguraré de hacerla feliz, haré todo lo que pueda para ayudarla en su academia…

—¿Sabes lo de la academia? —preguntó Ian con un aguijonazo de celos. Estaba convencido de que Olivia se lo había contado a él porque era especial.

—Por supuesto. —Atticus odiaba hacerle eso a su hermano, pero si ése era el único modo de que reaccionara, estaba dispuesto a llegar hasta el final—. Olivia será una gran madre para Trenton y nos haremos compañía el uno al otro.

—¿Estás enfermo? —Tenía que ser eso. Ian se estaba devanando los sesos en busca de una explicación.

—No —mintió el duque de Marlborough—. No estoy enfermo, estoy solo y me estoy haciendo mayor. Eso es todo. No quiero envejecer sin compañía, y mi hijo necesita una madre. Olivia es la mejor opción.

—Encontré una camisa manchada de sangre —insistió Ian—. Y te oí toser.

Atticus empezó a sudar, pero aguantó el tipo.

—Estoy algo resfriado y lo de la camisa tendrías que preguntárselo a Jeffreys, seguro que tiene una explicación. Te agradezco que te preocupes por mí, pero es completamente innecesario. Estoy bien.

Ian se quedó mirándolo unos segundos y al final dio por buena su respuesta.

—¿Se lo has pedido ya?

—No, antes prefería hablar contigo. El otro día creí ver algo entre vosotros y por nada del mundo querría entrometerme. Pero dado que tú me has asegurado con tanta vehemencia que no, creo que hablaré con ella dentro de unas semanas.

—¿Y si no te acepta?

Por fin, allí estaba, Ian iba a reaccionar.

—¿No crees que quiera casarse con un duque? ¿Tan mal partido soy?

—Olivia no es así, no le importan esas cosas.

—Lo sé, por eso precisamente quiero casarme con ella. Si se supiera que busco esposa, seguro que aparecerían multitud de candidatas ansiosas por convertirse en duquesa, y a pocas, o a ninguna, les preocuparía Trenton. Si Olivia no me acepta, tendré que convencerla. Al fin y al cabo, ya no es ninguna niña, y dudo que quiera pasarse sola el resto de la vida. ¿O acaso crees que está enamorada de alguien?

«De mí», pensó, deseó, Ian.

—No, no lo creo —respondió, clavándose las uñas en las palmas de las manos.

—Entonces, perfecto. Puedo contar contigo, ¿no? —preguntó Atticus, que había visto el gesto de su hermano.

—¿Para qué?

—Para la boda, por supuesto.

Ian se frotó la barba y al ver que Atticus lo miraba, apartó la mano al instante. Ambos sabían que hacía eso cuando estaba nervioso.

—Por supuesto. —Ni muerto iba a asistir. «No, Olivia le rechazará, y esperará a que yo regrese de Nueva York y sepa qué hacer con mi vida».

Los dos hermanos se quedaron mirándose el uno al otro y sólo los interrumpió la aparición de Jeffreys.

—Excelencia, milord —se dirigió a los dos—. Lamento molestarles, el carruaje ya está listo. —Miró a Ian—. ¿Quiere que ordene que carguen su equipaje?

—Sí, Jeffreys, gracias —dijo él.

—En seguida. —El mayordomo hizo una reverencia y se fue.

—¿No vas a quedarte a almorzar? —le preguntó Atticus.

—No, así llegaré antes a Londres.

—No te irás a Nueva York sin despedirte, ¿no? —Por supuesto quería lo mejor para su hermano, y creía estar haciendo lo correcto, pero no estaba dispuesto a correr el riesgo de que se enfadase demasiado con él.

—No, no me iré sin despedirme —prometió Ian, aunque pareció hacerlo en contra de su voluntad.

—Quédate a comer, así podrás ver a Trenton. —No hizo falta que añadiera «y a Olivia»; su hijo y su cuñada habían salido a pasear por el jardín.

—Lo he visto esta mañana. —Era verdad. Al amanecer, y después de tomar la decisión de partir, había ido al dormitorio de su sobrino para estar un rato con él—. El carruaje ya está listo —se justificó— y quiero aprovechar la luz del día.

—Claro. —Atticus se levantó y se acercó a su hermano, que había estado de pie durante toda la conversación—. Que tengas buen viaje. —Lo abrazó y suspiró aliviado al notar que le devolvía el abrazo.

—Cuídate, Atticus —dijo Ian con voz ronca.

—Y tú.

Salió del despacho y se dirigió directamente a la salida. En la entrada se encontró con la señora Tacher, que sostenía a Trenton. Qué raro, se suponía que el pequeño estaba de paseo con Olivia; aquello sólo podía significar que ella también estaba en casa. Apresuró el paso y bajó los peldaños de la escalinata. Si se quedaba un segundo más iría a buscarla y… «¿y qué?», le preguntó una voz en su mente. «Déjala, vete. Y no vuelvas hasta que seas capaz de entregarle tu corazón». Decidido, le dio un último beso a Trenton y se metió en el carruaje.

Olivia regresó a la mansión porque se había olvidado el pañuelo de Trenton. Tras la muerte de Alicia, había cogido uno de los pañuelos de su hermana y se lo había dado al recién nacido; ahora, al pequeño parecía calmarlo mucho tocar aquella tela. En el vestíbulo, una de las doncellas le informó de que el duque y su hermano estaban charlando en el despacho de su excelencia y Olivia pensó que quizá les apetecería probar las galletas recién hechas que había preparado la cocinera esa mañana. Sirvió un plato y lo colocó en una bandeja, con intención de llevárselo ella misma. Los oía hablar desde el pasillo y se acercó a la puerta con una sonrisa en los labios; brillaba el sol, Trenton estaba bien, Ian había estado a punto de besarla… pero la frase que oyó justo antes de llamar la dejó petrificada:

—¿De verdad no sientes nada por Olivia? —Era la voz de Atticus.

—De verdad. Le tengo mucho afecto, al fin y al cabo, ahora somos parientes, pero nada más. Ya sabes que a mí me gusta otro tipo de mujer —respondió Ian.

La bandeja le resbaló de las manos al tiempo que se le rompía el corazón. Tuvo que irse de allí corriendo, antes de que Ian o Atticus salieran del despacho y el primero descubriera el daño que le había hecho. Qué humillante. Era una tonta, una estúpida. Después de lo de la noche anterior, tendría que haberlo asumido, pero no, esa mañana se había despertado convencida de que entre Ian y ella había algo especial. Bueno, ahora sí que no tenía ninguna duda. Él no la quería, ni siquiera le gustaba. Prefería otro tipo de mujer. Le tenía afecto. Corrió por el pasillo y se encontró con la señora Tacher en la entrada.

—No me encuentro bien —le dijo a la mujer—. ¿Le importa cuidar de Trenton durante un rato?

—Por supuesto que no, querida. Tiene muy mala cara, ¿por qué no se acuesta un rato? Yo me encargaré del pequeño —se ofreció solícita.

—Gracias, señora Tacher.

—No las merecen.

Olivia subió la escalera y se escondió en su dormitorio. Lloró de rabia y frustración y cuando derramó la última lágrima, se recordó que no necesitaba a Ian Harlow para nada. Había sido feliz sin él y volvería a serlo. Lo único que habían compartido había sido un instante mágico, así que seguro que lograría olvidarle y que volvería a tratarlo con indiferencia; con la cortesía justa que se merecía por ser familiar suyo. Un par de horas más tarde abandonó su refugio y descubrió que Ian se había ido. Ni siquiera se había tomado la molestia de despedirse.