Capítulo 7
Jake tampoco había estado nunca en el Club Búfalo, pero Pete le había prometido que él y Pepper pasarían una velada encantadora. Encantadora no era exactamente la palabra que él hubiera usado para describir cómo se sintió cuando paró delante del viejo edificio. El exterior gris tenía el aspecto de no haber recibido una capa de pintura en años y las ventanas estaban cubiertas de una espesa mugre. Encima de una puerta blanca, apenas eran visibles unas letras pintadas con el nombre Club Olímpico y un cartelón doble colocado a su lado indicaba que aquello era entonces el Club Búfalo. Supuso que el Club Olímpico no había tenido mucho éxito (vaya sorpresa) y que el Club Búfalo se había instalado en su lugar.
¿Qué demonios pretendía Pete? Nunca le había aconsejado mal y no era la clase de tío que intenta que un amigo quede como un idiota, pero Jake no se acababa de sentir del todo bien tal y como las cosas marchaban hasta el momento.
Jake comprobó de nuevo las señas y las instrucciones que Pete le había dado para llegar. Sin duda era el sitio recomendado.
Si alguna vez hubiera pasado conduciendo por allí, nunca se le habría ocurrido parar a comer o a tomar algo. Echó un vistazo por la calle a ver si veía borrachos o camellos (igual un violador o dos) y se sintió aliviado al no ver a ninguno.
Jake y Pepper se miraron. Él advirtió que ella había perdido la esperanza en su primera cita. A pesar de lo que las cosas parecían en ese momento, tuvo un pensamiento divertido: si esta cita acabara en un amor para toda la vida, sería una gran historia para contarles a sus hijos.
Después de estar sentados parados durante diez o quince segundos la puerta blanca se abrió y salió un hombre. Iba bien vestido, con un traje negro y una corbata roja. Se acercó al coche por el lado de Pepper, abrió la puerta y le ofreció su mano. Ya que el hombre parecía que sabía cuál era exactamente su cometido, Jake no vio ningún motivo de alarma.
Otro hombre apareció por el lado de Jake, le deseó unas «buenas noches» y le cogió las llaves del coche.
Los hombres caminaron hasta la puerta y uno de ellos la sujetó mientras Jake y Pepper entraban en un vestíbulo apenas iluminado. A la izquierda había una barra de madera de cerezo con un barniz muy brillante y un pequeño salón a la derecha. El interior tenía mucha mejor pinta que la parte de fuera del edificio pero, de momento, no resultaba encantador. El local estaba en silencio, a no ser por unas pocas voces que hablaban en tono bajo y, sobre ellas, Mick Jagger cantando Angie a través de unos altavoces ocultos.
Jake y Pepper siguieron a uno de los hombres por un estrecho pasillo y Jake se sorprendió cuando pasó rozando a uno de sus actores favoritos: James Caan. El actor, que llevaba una mujer preciosa en cada brazo, se cruzó con ellos y entró en el salón. Las cosas empezaban a mejorar.
Continuaron avanzando y cruzaron otra puerta: el cielo se abrió sobre ellos al entrar en un pequeño patio. Los muros de ladrillo cubiertos con trompetas trepadoras y flores rojas aislaban a los clientes y les hacía olvidarse del mundo exterior. Unas luces en miniatura centelleaban como luciérnagas sobre la pared de ladrillo y unos farolillos chinos colgados de muro a muro sobrevolaban y se balanceaban levemente con la brisa. El espacio central del patio era reducido y solo contaba con una docena de mesas pequeñas, cada una adornada con una vela flotante.
Todos los detalles eran románticos.
Jake miró a Pepper. Su cara expresaba la alegría de un niño el día de Navidad; se mostraba realmente encantada.
El hombre que los había llevado hasta allí desapareció y los recibió un camarero con una chaqueta roja, quien los acompañó hacia una de las mesas. Jake se paró para retirar la silla de Pepper. Cuando miró al otro lado de la mesa iluminada por una vela, su cara tenía un brillo cálido, en parte gracias a esa luz, pero sobre todo porque era preciosa. La miró bien: su foto en Internet no le había hecho justicia. De hecho, era mucho más de lo que había esperado y desde el primer instante, más que ganar una estúpida apuesta, lo que quería era conocer a la mujer que había detrás de aquella traviesa sonrisa.
Se miraron a los ojos y sintió el golpe de un pensamiento perturbador. Si por una casualidad él y Pepper congeniaban, esa maldita mentira entre ellos no era forma de empezar una relación y echaría a perder cualquier posibilidad de que llegaran a tener un romance para toda la vida.
Por supuesto, Jake no podía culpar a Pete y a Gordy por la situación en la que se encontraba. Todo lo que ellos querían era que él saliera y se divirtiera un poco, que siguiera con su vida, para que ellos pudieran seguir con la suya. Pete y Gordy se habían pasado muchas noches de viernes cuidando de él y Pete había bromeado hacía poco con que Theresa le estaba amenazando con mandar a alguien a que lo siguiera para asegurarse de que no le estaba engañando con otra. ¿Pete con otra? Eso era para echarse a reír.
El camarero volvió para tomar nota de las bebidas y Jake dudó. El tipo de la mesa más cercana estaba tomando una cerveza artesanal. Jake tragó saliva; deseaba tanto una que ya podía sentir cómo le bajaba por la garganta.
Pepper pidió una bebida dulzona de chicas de aspecto muy semejante a la que la mujer de Pete le había hecho meter las manos.
Desde hacía tiempo no bebía nada más que cerveza. Tirar de una chapa era sencillamente más fácil que preparar un cóctel exótico después de haber hecho el esfuerzo de recordar una receta.
—Tomaré un Knob Creek —le dijo al camarero.
Llegaron las bebidas y Jake tomó un largo trago. Tenía el estómago vacío y el alcohol se le extendió rápidamente por el cuerpo. El bourbon era tan suave como lo recordaba, más que suave. Calmó sus rabiosos nervios e incluso consiguió convencerse de que, ya que estaba mintiendo por un buen motivo, no era para tanto.
—Me gustó tu anuncio —dijo Jake en un patético intento de iniciar la conversación. Quería darse de patadas. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que tuvo que decir algo ingenioso a alguien del otro sexo. Si solo lo hubiera pensado un poco, se le habría ocurrido algo mejor, como: «Hace buen tiempo, ¿eh?».
—¿No te pareció… ofensivo? —preguntó Pepper pareciendo un poco tímida.
Jake se encogió de hombros.
—Sabes lo que quieres.
Se sintió relajado a medida que el bourbon seguía haciendo su efecto. Una campana sonó a lo lejos y se preguntó si a Pepper le gustaría navegar. Hacía un par de mañanas estaba en la parte trasera de la obra y contempló el Pacífico. En la distancia, a través del cielo encapotado vio el destello de luz de un barco que le recordó a una estrella fugaz.
Jake miró a Pepper a los ojos: ni la estrella fugaz más reluciente podía compararse con el brillo que veía en aquellos ojos.
—Entonces, ¿a qué te dedicas? —preguntó Pepper.
Ahí estaba. Su primera pregunta para su primera mentira, justo cuando las cosas iban tan bien. El corazón le palpitó y sintió como si se le fuera a parar. Su mente buscó una respuesta que no constituyera una mentira. Nunca había caído en la cuenta de que fuera necesaria tanta energía y pensar tanto para mentir.
Los elegantes dedos de Pepper doblaron el extremo de su servilleta de cóctel. Ella también estaba nerviosa. Quizá por sus propios secretos. Él debería saber la historia que ocultaba ella antes de darse de patadas por lo que estaba haciendo. Jake cogió su vaso y lo vació.
—Arquitectura. Soy arquitecto —dijo. Las palabras cayeron amargas en su boca y sabía que ni toda la suavidad de todo el bourbon podría quitarle esa amargura.
Jake creyó ver una fugaz mirada de decepción en la cara de Pepper. ¿Cómo podía estar decepcionada? Conducía un Audi, por Dios. O bueno, Pete sí. ¡Pero él podría conducirlo perfectamente! Unos segundos después, la mirada desapareció y le ofreció una sonrisa sincera, lo cual solo le hizo sentirse peor.
—Se han construido unas casas muy buenas en la ladera de Malibú. ¿Es alguna de ellas obra tuya?
Ella ya había maltratado la esquina de la servilleta lo suficiente y tenía la mano ligeramente apoyada en el vaso.
Jake recordó todas las casas de Malibú en las que había trabajado. Sumaban muchas, incluida en la que estaba trabajando por entonces.
—Unas cuantas —pidió otro bourbon cuando el camarero pasó junto a su mesa.
Cuanto más alcohol, mejor saldrían las mentiras. Si mentir alargaba la nariz, la suya pronto saldría por la puerta.
—¿Y tú? ¿A qué te dedicas? —preguntó Jake. Ya lo sabía, pero se moría por reconducir la conversación. Iba a ser un largo verano.
—Enseño yoga y kick boxing cinco largos días por semana —dijo Pepper con un largo suspiro.
Jake le examinó la cara y no detectó más que sinceridad. Claro, saltaba a la vista. Pepper Bartlett era la viva imagen del ejercicio físico. Sonrió apartando su culpabilidad a un lado: él era el único mentiroso a la mesa. Deseó que una ola gigante arrasara el restaurante.
—¿No te gusta lo que haces?
—Tiene sus ventajas —contestó Pepper, y volvió a dedicarse a su servilleta—. Me deja tiempo para hacer otras cosas.
Jake esperó a que continuara.
—Yo, hummm, construyo castillos de arena. Y espero hacerlo algún día de forma profesional.
Jake sonrió: bueno, si eso era todo lo que aquella mujer tenía que esconder…