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Emma ha rellenado ya cinco veces su copa de vino.

—Entonces, a ver… vamos a centrarnos. —Se toca las sienes con sus dedos, cierra los ojos, respira profundo, vuelve a abrir los ojos y me mira muy seria—. ¿Me estás diciendo que Ares y mi novio son los fundadores de un club en el que apuestan para ver quién se tira a una tía?

—No es así exactamente, pero más o menos esa es la idea. —Ahora mismo no le voy a explicar todas las normas del club, bastante tiene la pobre con asimilar lo de Cristian.

—Sabes que le voy a arrancar los huevos por no contármelo, ¿verdad? —Me apunta con un dedo.

—¡Ajá! —Asiento. Ojalá sea literal.

—Por lo cual, debe de haber alguna razón de peso por la que hayas decidido contármelo. —Agudiza la vista.

Elemental, querida Watson —intento quitarle hierro al asunto.

—¡Me estás cabreando, Keira, suéltalo ya! —grita, desesperada—. ¡Y no pienses ni por asomo que para ti no hay nada, me lo has ocultado todo este tiempo! —Me amenaza con la copa vacía.

—¿Y qué esperabas? Te lo iba a contar la noche que fuimos al Palacio de Gaviria, pero me dijiste que teníais una relación abierta y que no te importaba, así que me mantuve callada —me defiendo.

—Ya hablaremos de eso después, ¡traidora! Ahora quiero saber qué te ha hecho salir despavorida de vuestro nidito de amor y empotrar un maldito coche de veinte millones contra un muro. ¡Joder, todavía no me lo puedo creer! —Sonríe al recordar el destrozo de acero que le he mostrado por la ventana.

—¡Eso no es nada para lo que le espera! ¡Lo odio! —Todavía no se me ocurre una venganza digna de semejante imbécil, pero tengo claro que será digna del mismísimo Ares.

—¡Cuéntameloooo! —me grita, colérica.

—Me ha seducido todo este tiempo para conseguir que sea miembro de su harén particular. —Ni yo misma soy capaz de decirlo sin alucinar.

—¡¿Qué?! ¿Un harén? —Casi se le cae la copa de las manos.

—Después de pasar un fin de semana de ensueño en su casa, justo antes de despedirnos, me avisa de que me tiene que enseñar algo, que él considera insignificante, para poder continuar con nuestra maravillosa —enfatizo— relación.

—¿Y?

—¡Me ha invitado a que me una a sus fiestas de los domingos! —Todavía no doy crédito.

—¡¿Qué fiesta?!

—Han empezado a salir mujeres desnudas de las paredes, se han arrodillado como perras en el suelo y hacían lo que él les ordenaba. ¡Todas querían que las tocase! ¡Estaban salidas! ¡Fue horroroso!

—¡Qué hijo de puta! —«¿Me está pareciendo que Emma contiene la risa?».

—¡Primero se acostó conmigo para ganar una apuesta! Y después me inundó de palabrería barata para conseguir que creyera que se había enamorado de mí. ¡Pero el único fin era mezclarme entre sus «elegidas»!

—No entiendo nada. —Se desploma en el sofá.

—¡Pues anda que yo…!

Se levanta del sofá rápidamente y se dirige hacia su habitación. Entonces es cuando me doy cuenta de que Marcos no está en casa, porque va encendiendo todas las luces a su paso. Emma aparece de nuevo en el salón, se ha quitado el pijama, se ha puesto unos vaqueros viejos con unas deportivas y su abrigo rosa de plumas. Pero esos pelos de loca revelan que ya había estado metida en la cama antes de vestirse.

—¿Qué haces? —le pregunto, mirándola intrigada.

—¡Vamos ahora mismo al Ritz!

—¿Crees que te van a dejar entrar así? —Le señalo con asco su indumentaria—. ¡Péinate al menos!

—¡Oh, disculpe mi escaso decoro, señorita Amor! —imita la voz exagerada de pija, mientras gesticula, poniéndose la mano sobre el pecho a modo de indignación total—. ¡Pero una perturbada ha irrumpido en mi casa en plena madrugada, por lo que  no he tenido tiempo para mi sesión de belleza…! —Esta voz ya no es de pija, más bien de camionera irascible. Permanece mirándome, muy seria—. ¡Esto es una alarma nuclear, coño, vámonos! —me grita.

Pepe nos deja en la puerta del hotel. Me pongo muy nerviosa al abandonar la seguridad del vehículo. Desde que me despedí, no he vuelto ni siquiera de visita y se remueven muchos sentimientos encontrados en mi interior.

Una histérica estampa-coches y una esquizofrénica con pintas de mendiga se plantan delante de la puerta del Ritz a las 2.00 de la madrugada. Obviamente, el vigilante, que es nuevo y no conozco, nos indica amablemente que no podemos acceder al edificio sin tener una reserva previa.

—¡Somos dos NTR con mayúsculas, Emma! —Me río, nerviosa.

—¡El director es mi novio, gilipollas, te vas a arrepentir de esto! —amenaza Emma, con evidentes signos de embriaguez, al musculoso vigilante, que la mira con cara de chiste.

Es verdad que mi amiga parece un tanto ebria. De hecho, no es que lo parezca, es que se ha bebido la botella de vino, escuchando mi insólita historia, y comienza a hacerle efecto ahora, consiguiendo que sus palabras suenen mucho menos creíbles.

—¡Kei! Dile quién eres, que se va a caer de culo… —lo amenaza la enana indignada.

El guardia de seguridad me mira expectante. Si a la historia del novio, le añadimos que soy la ex directora del hotel, creo que el muchacho se tirará por los suelos de la risa…

—Déjalo, Emma, volveremos maña… —Intento llevármela de allí, pero pega un tirón, zafándose de mi brazo.

—¡Y una mierda! —gruñe.

Saca su móvil del bolso y escribe rápidamente un wasap:

Emma:

«Si no quieksres que todo Madrid se endqtere de que pertedneces a un club de gilipollas, ya estxás bajando y dejándonos entrar Kei y míiiiii, ¡el capnnullo de ¡xseguridad no nos deja!... CABRONAZO…».

No se entiende nada del mensaje, pero pienso que Cristian captará de sobra la esencia del mismo, pues la palabra «cabronazo» deja más que claro el concepto principal.

En menos de un minuto, el mismísimo Cristian Ritz aparece ante nosotras en la puerta, ataviado con un impoluto traje de chaqueta azul marino, pero con la cara algo desencajada. Más bien está pálido.

El vigilante, al verlo, se torna más pálido aún. El director del hotel avanza hasta nosotras, haciendo el amago de acercarse cauteloso para dar un beso a Emma, claramente para tantear su grado de enfado. Es entonces cuando mi amiga le asesta una buena bofetada en toda la cara, lo que provoca que Cristian ladee el rostro y yo me lleve las manos a la boca…

Creo que el vigilante está a punto de desmayarse.

—¡¿Cuándo pensabas contármelo, imbécil?! —brama la miniatura de Conan.

Cristian nos mira a las dos. Sus ojos oscilan entre una y otra, indeciso. Finalmente decido hablar para aclarar su única duda.

—Lo sabe todo, Cristian, y yo también.

—Este no es el lugar idóneo para tratar el tema, acompañadme a mi despacho. —Cristian emplea un tono mucho más serio ahora. Nos deja pasar a nosotras delante, pero antes de entrar, Emma le hace un corte de mangas al vigilante. Al pobre muchacho le falta ponerse a llorar.

Una vez en el interior del Ritz, el director nos indica amablemente el camino hacia su despacho con la palma de la mano.