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Hoy es el gran día.
Nunca pensé que una boda pudiera tener tantas cosas para organizar.
Los padres adoptivos de Emma dejaron de dar señales de vida hace tiempo, sabemos que siguen en el pueblo, pero hace años que ni la llaman, nunca estuvieron demasiado unidos, incluso intuyo que el padre alguna vez la agredió, aunque ella nunca me lo quisiera confirmar. Por todo esto, no ha querido invitar a nadie de su familia a lo que será «la Gran Boda del Siglo».
—¡Va a venir hasta el Presidente, Kei! —contaba emocionada, desde lo alto del pedestal donde la estaban tomando las medidas para hacerle su vestido.
Cristian sabe que mi amiga nunca ha tenido nada, así que quiere que ella lo disfrute por los dos, además, desorbitadamente.
Él lo podría tener organizado en dos horas con un solo chasquido de sus dedos, pero Emma ha gozado como una niña organizándolo todo. Como todos podréis imaginar, siempre acompañada por una servidora, puesto que para sus propias cosas no es tan decidida como para las de los demás.
Hemos seleccionado juntas y escrupulosamente todo. Desde la Iglesia, —como el sacerdote debía ir a oficiar la ceremonia al Ritz, se negaban la mayoría de ellos, al final el dinero obró el milagro— hasta las flores. Pasando por el menú, la tarta, las invitaciones, los detalles para los invitados, la música, los platos, los cubiertos, la cristalería, la indumentaria de Cristian y la de los demás, las notas de prensa, la decoración del hotel… ¡Una auténtica locura!
Creo que el momento más emocionante fue cuando se probó el vestido de novia. Todavía me emociono al recordarlo. ¡Es que no me pude creer que fuese a casarse hasta entonces!
Desde anoche, me ha llamado como un millón de veces, está muy nerviosa. Cuento los segundos para llegar al hotel y que el hermano de Cristian la acompañe al altar de una vez, porque todavía no tengo muy claro que no se dé a la fuga.
Como soy la única dama de honor, a Emma se le ha antojado que vaya con un vestido de color lavanda, atado al cuello, por las rodillas y con mucho vuelo, el típico de los años 50 de las películas románticas que le gustan a ella.
—¡Has visto demasiados culebrones, Emma! Eso es una «americanada», aquí no se estilan las damas de honor —me quejaba en la tienda, mirando con reticencia los vestidos pomposos y cursis que mi amiga me quería endosar.
—Qué equivocada estás, querida… ¡Las damas de honor son europeas! Y ahora están más de moda que nunca, están pegando fuerte en España, salen en todas las revistas. Tú serás mi Maid of Honor, ¿no te gusta tanto hablar en inglés? Pues eso, serás mi confidente y ayudante en la boda.
—Hablando en plata, que encima de tener que ir disfrazada de cupcake, no voy a poder beber ni bailar porque me tendrás esclavizada durante todo el día —le dije, exagerando mi indignación.
—Deberías estar orgullosa de ser mi dama de honor. —Al final se iba a enfadar.
—Sabes que odio que me miren. —Por intentarlo no perdía nada, a lo mejor le daba pena y claudicaba.
—Venga, Kei, por fi, por fi, por fi… —El gato de Shrek al lado de ella es un mero principiante—. ¡Es la ilusión de mi vida! No tengo padres ni hermanos, quiero que estés junto a mí en esos momentos.
¿Cómo negarme a eso? Es una chantajista profesional. Al final, salimos las dos de allí con mi querido vestido de dama de honor.
El vestido en sí es precioso, además me queda muy bien, pero odio el tener tanto protagonismo, no lo veo necesario.
Pepe me deja en el Centro antes de llevarme al hotel, para que las chicas me peinen y maquillen. Nos hemos visto obligadas a incluir estos servicios también, debido a la infinita demanda de nuestros clientes para que lo hiciéramos.
Entro en el Ritz y todos me miran al pasar. Mis zapatos de Manolo Blahnik color lavanda retumban al chocar contra el mármol.
Antes de subir a la Suite Presidencial, donde me espera Emma, pregunto por Cristian en recepción. No tarda en aparecer.
Me deslumbra verlo dirigirse hacia mí con paso firme. Lleva un impresionante chaqué gris de Kiton. La camisa blanca. El chaleco y la corbata color perla. El pantalón de un gris más oscuro, listado con finas rayas verticales. El pañuelo es negro, como los zapatos. ¡Exquisito!
—Buenos días, Keira, —me dice nervioso, creo que todavía no sabe demasiado bien cómo tratarme— estás radiante. —Nos damos dos besos.
—He tenido días mejores —señalo molesta mi vestido, por fin sonríe y yo pongo los ojos en blanco—. ¡Usted está de infarto, señor Ritz! —bromeo, para después ponerme seria—. Vengo a firmar la paz contigo, Cristian, ahora serás como mi hermano y no quiero que ella sufra.
—La paz está más que firmada, tenías razón, a todos nos llega nuestra hora. Amo a esa diablilla diminuta más que a nada en el mundo y lo único que pretendo es hacerla feliz.
Se me inundan los ojos de lágrimas al escucharlo.
—Venía con la intención de amenazarte de muerte, pero veo que ya me puedo quedar tranquila, eso era justo lo que necesitaba escuchar.
Nos despedimos afectuosamente, me he quitado un gran peso de encima al comprobar que no me guarda rencor.
Subo corriendo a la suite, se nos echa el tiempo encima. Llamo. Una señora mayor que no conozco de nada me abre la puerta completamente desquiciada. Busco a mi amiga con la mirada. La encuentro entre un montón de chicas peinándola y maquillándola.
—¡Keira, te presento a la señora «Metomentodo»! —Señala con la palma de su mano a la señora que me acaba de abrir la puerta—. Mi suegra.
La señora mayor me mira exasperada, la comprendo, mi amiga puede llegar a sacar de quicio a cualquiera.
—A ver si tú eres capaz de hacerla entrar en razón, querida, con los invitados tan importantes que asisten a la ceremonia, debemos respetar el protocolo y tu amiga y mi futura nuera, ¡quiere llevar el pelo suelto!
—No se preocupe, señora, veré qué puedo hacer —la tranquilizo.
¡Y comienza así mi maravilloso día de dama de honor!
Después de convencer a mi amiga, la cabezota, para que se ponga esto y se quite lo otro, resplandece. Pero necesitamos nuestro momento de intimidad, por lo que conseguimos que todas las mujeres que deambulan por la suite desaparezcan, antes de que venga a buscarla su cuñado.
—Ya no tengo escapatoria, Kei —lloriquea, cogiéndome de las manos, está realmente nerviosa.
—Serás muy feliz, cariño, estoy tan orgullosa de ti... —La miro como una madre a su hija, siento tanta alegría…— Si no te casas con él, lo haré yo, ¿eh? ¡Ni te imaginas lo guapo que está! —Nos reímos.
—Venga, no me hagas llorar que como se me corra el rímel no bajo —me anima para que me vaya. Le doy un beso y me marcho.
Mientras me sitúo en mi sitio, junto al altar, compruebo con la mirada que todo esté en orden. El Ritz está engalanado de blanco, todo es precioso.