16: Pautas
Los bloques de la urbanización Victoria abrían los ojos a la luz de la mañana. Pájaros que cantan. El lechero que silba. El ruido que hacen los críos que tiran botellas de leche contra las paredes de ladrillo. Bajé las escaleras. A través de la ventana del cuarto de estar vi a unos niños dando patadas a un balón. Otros jugaban a la rayuela y al escondite mientras unas cuantas mujeres con bigudíes en el pelo charlaban por encima de las vallas.
En la radio sonaba Lou Reed cantando Sweet Jane.
Café. Tostadas. Vaqueros. Jersey. Deportivas.
Coche. Comprobar debajo por si las bombas.
Hoy no. Arranqué por Coronation Road. Los chicos me saludaban con la mano; los adultos, con un movimiento de cabeza. En los bloques municipales o los polígonos de viviendas existe un sentimiento de intimidad, de solidaridad que tal vez sólo pueda reproducirse entre la tripulación de un barco. A mí me gustaba. Frené de golpe.
En lo más alto de Coronation Road había una gran plancha de hierro amarillo que se tambaleaba sobre un bache gigante. En cualquier otro país del mundo uno se limitaría a pasar por encima, pero aquí una y otra vez algunos policías habían saltado por el aire con artefactos explosivos disimulados así. Cavas un hueco en la calzada, lo rellenas de C4 y clavos y lo cubres con una plancha de hierro para que parezca que la ha puesto una brigada de reparación de carreteras como parche temporal. Y la detonas por control remoto. Aquélla era la protestante Coronation Road en la protestante urbanización Victoria en la protestante Carrickfergus, y había un noventa y nueve por ciento de probabilidades de que aquello fuera realmente un arreglo provisional realizado por una brigada de reparaciones, pero yo no pensaba pasar por encima.
Di la vuelta al coche y me fui hacia el sur por Coronation Road.
¿Un gallina? Seguro. ¿Sigo vivo? Sí.
Me fui al quiosco de prensa, recogí los periódicos gratis de Oscar, le comenté que le había dicho unas palabras a Bobby Cameron, lo que, estrictamente hablando, era verdad. Ahora Oscar también vendía pintura y artículos de ferretería para salir adelante. Cogí las hojas de muestras de todos los tonos de azul y seguí hacia el cuartel.
Normalmente era el primero en llegar, pero esa mañana Brennan ya me esperaba.
Señaló su despacho y en cuanto me hube sentado se levantó de detrás de la mesa de escritorio y cerró la puerta. Me ofreció un whisky.
—Para mí es demasiado pronto, inspector jefe —dije.
Se sirvió uno para él.
—Bueno —dijo.
—Bueno —confirmé.
—He enviado los archivos, las notas sobre el caso y las pruebas materiales esta mañana, pero el inspector jefe Todd agradecería que le hiciera un informe completo —dijo Brennan.
—Me pondré a trabajar en eso inmediatamente —dije en tono neutro.
—Al parecer —dijo Brennan dándole un sorbo al whisky—, anoche hubo alguna clase de incidente en Larne, ¿no?
—¿Cómo dice?
—Todd dice que usted le gritó.
—Eso no es lo que yo recuerdo, inspector jefe —dije.
—Ha tenido una semana, hijo. En una investigación por asesinato, una semana es una puta era geológica. Ha tenido una semana y no ha encontrado nada. Ni siquiera ha traído aquí a una sola persona para interrogarla. Reconózcalo, Sean. El caso le supera.
—No estoy muy seguro de que yo calificara las cosas exactamente así, inspector jefe.
—El asesino se ha reído de usted. Le envía postales, le manda a Belfast para hacer seguimientos disparatados y encontrar notas anónimas, le manda jeroglíficos… Esa clase de cosas no suceden en Irlanda del Norte.
—Tampoco los asesinos en serie de gays, inspector jefe.
—Han jugado con usted, hijo.
—Puede que tenga razón, señor; de hecho, creo que las notas, la lista de nombres, la partitura musical, los asesinatos posteriores al de Tommy Little puede que hayan sido una cortina de humo para tapar el asesinato de un alto mando del IRA que…
Brennan alzó una mano.
—Guarde eso para el informe. Ya no tiene que preocuparse más. Ni yo. Ahora estamos ante una de las cosas más gloriosas que hay: el problema de otra persona.
—Sí, inspector jefe.
—Es culpa mía, Sean, tendría que haberle guiado a usted. Es muy joven. Mi trabajo era supervisarlo, hacerle de mentor, conseguir que llevase todo esto de un modo más prudente. Pensé que el sargento McCallister le serviría de ayuda, pensé que un hombre con experiencia como McCrabban le serviría de ayuda. Tendría que haber sido yo.
—No, inspector jefe, si hay que adjudicar a alguien las culpas por los errores en el manejo de esta investigación, es sólo a mí.
—El detective inspector jefe Todd es un buen hombre. Trabajó en el caso de los Carniceros de Shankill. Tendrá un par de inspectores a sus órdenes y tres o cuatro sargentos. Y todo un equipo forense. Encontrarán a ese chiflado y lo tendrán localizado en un abrir y cerrar de ojos.
Intenté a la desesperada un último lanzamiento de dados.
—Creía que la cuestión en este tema, inspector jefe, era que en estos tiempos turbulentos ahorrar recursos era la prioridad. ¿No cree que alguien del calibre del detective inspector jefe Todd sería de más utilidad buscando delitos relacionados con el terrorismo?
—No ahora que el jefe superior se ha interesado. Ni ahora que el secretario de Estado ha llamado por teléfono. Ni ahora que el Sunday World se ha inmiscuido. Esto se nos ha hecho muy grande. Se ha convertido en un incordio. Es necesario podarlo de raíz.
—En ese caso, inspector jefe, mi equipo podría ayudar a…
—¡No! —exclamó Brennan—. No, sargento Duffy. El DIJ Todd tiene su propio equipo y cuenta con recursos, y no lo quiere metiendo las narices en su investigación. Así que no interrogue a ningún testigo ni interfiera en sus investigaciones de ninguna forma. ¿Está claro?
—Sí, inspector jefe.
Estaba claro que a Todd no sólo no le gustaba yo sino que sentía un absoluto desprecio por el trabajo que habíamos hecho hasta entonces en el caso.
¿Y quién sabe? Igual tenía razón. Igual yo lo había fastidiado todo por mi falta de experiencia.
Brennan y yo nos quedamos mirándonos.
—No se le va a amonestar ni nada de eso. No piense eso. Es una simple reasignación de caso. Y por si se lo pregunta, yo luché por usted, Sean. Pero este asunto se ha convertido simplemente en… los nombres en el Sunday World… una distracción más. Tiene razón. Aquí nos aprietan bastante. Nos aprietan mucho, en efecto. Necesitamos estrechar el cerco alrededor de ese chiflado. Y luego centrarnos en prevenir, ya sabe, una sangrienta guerra civil.
—Sí, inspector jefe. Pero yo todavía puedo ser de ayuda, señor. Tengo un montón de ideas.
—Voy a ser rotundo, Sean —soltó una tosecilla y pareció incómodo—. Anoche Todd estaba furioso con usted. Quería que le abriera un expediente. Ahí lo llamé al orden, pero el tipo no quiere que ande metiendo la nariz por el medio. Quiere que transfiera directamente todos los datos y pruebas a su equipo de la Special Branch.
Asentí. Ya había oído bastante. Había oído bastante y estaba desesperado por largarme de allí.
—Naturalmente… Entonces, ¿qué quiere que haga ahora, inspector jefe?
—Tiene que escribir el informe sobre Tommy Little y Andrew Young y enviarlo por fax al equipo de Todd en la Special Branch, y cuando lo haya hecho… bueno, cuando lo haya hecho, puede volver a su trabajo en el fraude del Ulster Bank. Todo es importante. Hasta el último caso.
—Sí, inspector jefe.
—Y puede trabajar con Matty y Crabbie en esos robos de bicicletas de los Almacenes Paddington.
—Sí, inspector jefe.
—Muy bien, pues vaya y escriba ese informe. ¡No se me deprima! ¡Y córtese ese maldito pelo!
—Sí, inspector jefe.
Salí del despacho y respiré hondo. Me senté en mi mesa. Crabbie y Matty me miraban a través de la puerta.
—¿Lo sabéis ya? —les pregunté.
Crabbie asintió.
—Probablemente sea lo mejor —dijo Matty—. O sea, quiero decir, ¿quién coño quiere que lo conozcan porque es el detective que resolvió los Asesinatos de Maricas de Belfast? No es como atrapar al destripador de Yorkshire, ¿no?
—No, supongo que no… Oíd, chicos, tengo que escribir el informe ese, así que vosotros dos poneos con lo de los robos de bicicletas… ¡Bah, que le den!, ¿a quién le apetece una pinta?
Nos retiramos a la puerta vecina del Royal Oak, esperamos a que abrieran el bar, pedimos tres pintas de Guiness y nos sentamos junto al fuego.
—Seawright estuvo ayer en Larne —dijo Matty mientras encendía un pitillo.
—Díselo a Todd. Cualquier detalle o información que tengáis se lo pasáis a su equipo de la Special Branch —dije.
—¿Y qué pasa con las pruebas obtenidas ilegalmente? —preguntó Crabbie.
—¿Qué pruebas?
—Acceder sin permiso al apartamento de Shane Davidson.
—Allí no obtuvimos ninguna prueba, sólo averiguamos lo de sus gustos musicales realmente excelentes.
Sin embargo había dado en el clavo. Al mecanografiar el informe, ¿debía mencionar el hecho de que un hombre con el que yo había tenido un contacto homosexual había dado a entender que Shane también tenía contactos homosexuales en ocasiones? ¿Significaba eso que Shane era homosexual? ¿Eran Shane y Bobby algo más que simplemente buenos amigos? ¿Algo de todo eso tenía relevancia en el caso?
Reflexionando sobre el tema, probablemente sí, pero ¿cómo abordarlo?
—Se lo diré. Les diré que tuve oportunidad de examinar el piso de Shane Davidson y que no encontré nada interesante. Si me pregunta cómo, le diré que ese estúpido mierdecilla se dejó la puerta abierta. No te preocupes, Crabbie, a ti te dejaré fuera.
—No hace falta que cargues con el muerto por mí —dijo Crabbie con expresión herida—. Soy lo bastante mayor y lo bastante feo para cuidar de mí mismo.
—Nadie carga con el muerto de nadie. Venga, bebamos.
Nos bebimos las Guiness y volvimos a la comisaría. Cerré la puerta de mi despacho y desplegué los papelitos de muestra de pintura azul sobre la mesa. Mi color favorito es el azul.
Azul Klein. Azul zafiro. Azul persa. Azul medianoche. Azul Columbia. Índigo. Encendí un pitillo. Nadé en el azul. Viajé por el azul.
Me quedé un rato sentado y luego barrí los papelitos de la mesa a la papelera.
Escribí el informe y comenté que había «seguido a Shane a unos lavabos públicos en los que presuntamente tenían lugar contactos homosexuales».
El informe tenía nueve páginas. Se lo enseñé a McCrabban y le pareció que estaba bien. Se lo enseñé al sargento McCallister y me dijo que creía que tenía un claro tono sarcástico que probablemente sería mejor suprimir.
Lo mandé por fax de todos modos. A la hora del almuerzo vi a Todd en las noticias para Irlanda del Norte de la BBC, que ya era más de lo que yo había conseguido… así que quizás los poderes fácticos tenían razón al relegarme.
—Su padre es vizconde —me dijo el sargento Burke mientras tomaba salchichas con puré en el Oak—. Tiene tres hermanos mayores, y si se mueren todos y él sobrevive, se convertirá en lord Todd de Ballynure.
—Tiene toda la pinta de ser un mamón que hace justo eso —mascullé.
Después de almorzar fui a cortarme el pelo. Cualquier cosa menos trabajar en ese puñetero fraude del Ulster Bank. Después de una investigación de asesinato, cualquier otro caso era deprimente.
Carrick era un puto desastre.
Había dos carteles más de SE ALQUILA en escaparates de tiendas vacías, tres locales completamente tapiados con tablas y en la biblioteca un aviso en la ventana que decía: «¡Venta de libros! ¡Nuevos, viejos, ficción y no ficción! ¡Miles de libros!», lo que no podía ser algo bueno.
En la calle West competían dos predicadores callejeros, uno de los cuales decía «Arrepentíos porque el milenio está ya aquí y estáis condenados», pero el otro pensaba que eran tiempos para «Regocijaos ahora, porque Jesús murió para que nosotros viviéramos».
Como de costumbre, Sammy estaba hasta arriba de faena. Claro que el viernes por la tarde era el día de más clientela. Hombres que querían «un arreglito para el fin de semana».
Tenía a tres tipos ocupando las sillas y a otros dos esperando.
Cogí un periódico. La prensa inglesa estaba dominada por el juicio del destripador de Yorkshire. Se esperaba la sentencia para hoy. Sammy me miró y me hizo un gesto con la cabeza.
—Culpable de todos los cargos —dijo—. Acaban de decirlo por la radio.
Bien. Un cabrón menos del que preocuparnos los polis. Cuando me llegó el turno de sentarme, le pedí que lo dejara corto por detrás y por los lados. Sammy empezó a trabajar con la tijera.
—A ti te gusta la música, ¿verdad, Sean? Así que he pensado avisarte. Ayuntamiento. Subasta. Mañana por la mañana a las nueve. Todo el stock de CarrickTrax.
—¿Paul cierra el negocio?
—Se va a Australia. Lo vende todo. Tres mil elepés. Está destrozado. Clásica. No clásica. Lo que quieras. Rarezas. De todo.
—Allí estaré —dije.
—Sí, yo también. ¿Tú no serás fan de los Beatles, verdad?
—No. La verdad es que no.
—¿Eres más fan de los Stones?
—Sí.
—Bueno, mira, si tú no pujas por los Beatles, yo no pujaré por los Stones, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—¿Y qué me dices de Mozart?
Igual que vampiros, nos dividimos la colección entre nosotros y me pregunté cuánto dinero tenía en el banco exactamente. ¿Cien libras? ¿Ciento cincuenta? Había ahorrado seis años de paga para comprar la casa en efectivo. Aun así, aquélla era una oportunidad única en la vida. CarrickTrax era la mejor y más surtida tienda de discos de East Antrim y llevaba abierta toda la vida. Las cosas que debían de tener…
Pasamos a otros temas. Me habló de las tiendas de alquiler de discos de Moscú y luego siguió hablando del coro del Ejército Rojo y finalmente de su padre, que había sido prisionero de los japoneses.
—Gente fascinante, esos japoneses —dijo—. Dicen que la muerte es más leve que una pluma, pero que el deber es más pesado que una montaña…
Ya me había contado dos veces la historia de las experiencias de su padre en Birmania, así que cambié de tema.
—¿Qué opinas de la chica esa que se casa con el príncipe Carlos?
—Cuando pienso en ese pimpollo entre las garras de esa familia corrupta de imperialistas decadentes…
Cuando salí llovía más fuerte. Crucé las vías del ferrocarril por Barn Halt y sintonicé otra vez con Lucy Moore.
«Tu madre no te vio, Lucy, porque estabas en el andén del lado de Larne esperando el tren de Larne que te llevara al ferry. ¿No es verdad? Tú y tu novio ibais a Glasgow para someterte a un aborto. Pero te entró el canguelo. Decidiste tener a tu hijo y vivir con tu novio hasta que naciera. Un plan más que decente. ¿Qué fue lo que se torció, Lucy?».
¿Qué se torció? Seguí allí plantado empapándome. Me fui a casa andando. Me calenté sopa. Me bebí un vodka con lima. Volví a poner La Bohème. Esta vez, la clásica versión de sir Thomas Beeching de 1956.
Fui leyendo la letra mientras la escuchaba. El aria de Mimí.
«Mi nombre es Lucía pero todos me llaman Mimí. No sé por qué. Ma quando vien lo sgelo. Il primo sole è mio. Cuando llega el deshielo, el primer beso del sol es para mí».
Levanté la aguja y volví a ponerla sobre el disco para que sonara otra vez. Y otra vez. Ya lo había oído antes pero esta vez se encendió la bombilla: ¿Lucía = Lucy? ¿Era un guiño? ¿Pudiera ser que la muerte de Lucy Moore tuviera algo que ver con los asesinatos de Tommy Little, Andrew Young y los otros? ¿Alguna ligazón deliberada o tal vez incluso subconsciente?
Oí el disco una y otra vez, cada vez más y más borracho. A medianoche puse Orfeo en los Infiernos. Y también allí empecé a ver pautas. Eurídice es hija de Apolo, el señor de la luz. Lucía significa luz. Cuanto más lo escuchaba, más relaciones empezaba a ver por todas partes, en todo. En Mozart, en Schubert, en Bowie.
Los seres humanos son animales en busca de pautas. Forma parte de nuestro ADN. Por eso son tan populares los dioses y las teorías de la conspiración: siempre andamos en busca de las explicaciones más grandilocuentes de las cosas.
Cuanto más profundizaba, más claro lo veía todo. El inspector jefe Todd estaba metido. Brennan estaba metido. Eran los masones. La Orden Hermética del Alba Dorada. Yeats estuvo ahí metido. Todos esos activistas protestantes locos estaban metidos. Bebí tanto vodka que me puse enfermo. Pero seguí bebiendo. Una cosa inteligente que hice fue desconectar el teléfono, no fuera a llamar a Laura o a mi madre. Subí las escaleras y me abracé a la taza del retrete. Envenenamiento por alcohol. Lamentable. ¿Qué edad tenía? ¿Dieciséis? Me puse a llorar. Finalmente, la luz se fue y cerré los ojos y me quedé dormido entre vómitos secos.