HORÓSCOPO PRIMERO
TU ESTRELLA EN LAS AGUAS DE UN LAGO
LAS USURAS DE NERGAL
LOS HORÓSCOPOS COTIDIANOS del astrólogo Dulgasor eran erróneos o excesivamente exagerados, pues Semíramis, que bordeó la ciudad de Babilonia a fin de no perder tiempo en la recepción, llegó directamente a la casa del Estanque. Nada grave.
Melinke guardaba cama afectada por una dolencia que el baru estaba ahuyentando con eficaces prácticas. de magia. Era en el palacio real donde reinaba la inquietud, pues el soberano Ninurta-apla padecía una enfermedad que lo tenía postrado en la litera. A tal extremo, que Dadamuz y los consejeros del Trono se habían reunido para acordar la investidura de un puhu rey sustituto que atrajera hacia sí a los malignos edimmu hacían presa de Ninurta-apla. Y Dadamuz insinuó en el consejo que la persona indicada para esta delicada misión era Marduk-bel-zeri. Esperaban, pues, la llegada de la señora para darle cuenta de tal acuerdo y someterlo a su aprobación.
Dadamuz había preparado una recepción de mucho aparato a Semíramis. Quería llevar a la conciencia del pueblo el convencimiento de que la campaña del Éufrates había sido mucho más importante que la del Indo. Aprovechándose de un joven romancero que ansiaba hacer rápida carrera en la corte como poeta, hizo que en los lugares públicos se cantara la proeza, y que otros romanceros que frecuentemente vendían epigramas satirizando a la patesi, lo difundieran por todos los barrios de la ciudad.
Pero Babilonia no reaccionó favorablemente a la propaganda de Dadamuz. Para el pueblo bajo, Semíramis era un ser más fantástico que real, más divino que humano. Los elogios muy fervorosos que hacían los soldados en las tabernas tampoco lograban entusiasmar a la población. Las familias que figuraban en el censo de contribuyentes, y que eran las que moldeaban la opinión pública, se desentendían de Semíramis, a la que consideraban más asiria que babilonia. Se censuraba el sacrificio de Borsippa como una agresión de claro estilo asirio en beneficio exclusivo de la dinastía de Kalah. Por otra parte, el reinado desvaído e insípido de Ninurta-apla, así como el empeoramiento de la situación económica, neutralizaban cualquier empeño de exaltación en favor de la patesi. Esta población, que de alguna manera vivía a expensas de la corte, había animado secretamente el deseo y la esperanza de que el derrotado Nabushumaishkun hubiera llegado no sólo hasta Borsippa sino hasta la misma Babilonia e instaurado una dinastía autónoma y nativa sin entreverados asirios. La situación, por lo tanto, era bastante contradictoria, pues mientras la clase baja se mostraba cada vez más rendida a su patesi, los artesanos, mercaderes y el clero -la población pensante- la criticaban como una reina funesta tanto para los babilonios como para los asirios.
Jamás un rey asirío fue bien visto por los babilonios, pero el patesado de Semíramis hizo que sus connacionales sintieran simpatías por Adadnirari que, a pesar de su sujeción a la madre, reinaba con cierta autonomía y no se inmiscuía en los asuntos babilonios.
Semíramis no aceptó la proposición de nombrar un rey sustituto, motejándola de «fórmula asiria», y le hizo comprender a Dadamuz que era poco prudente exponer a Marduk-bel-zeri a la muerte. «Si el bien amado Ninurta-apla no recupera la salud, será Marduk-bel-zeri quien suba al trono.» Que era lo que no quería Dadamuz, que había pensado en Marduk-apla-usur, un joven pontífice del templo de Inurta y también de sangre real, aunque por vía bastarda.
La patesi apenas si habló un momento con Dadamuz. Estaba muy pendiente de recibir las tablillas sobre el asunto de Damil que le había pedido a Erishum. Y también de asuntos particulares que, no pocas veces, anteponía a los graves de Estado. Movida por uno de ellos, hizo comparecer ante su presencia al investigador urbano. Y éste en cuanto la hubo saludado, cometió la imprudencia de deslizar:
- Ya sé por qué me has llamado, señora. Soy el primero en lamentarlo.
Semíramis miró a Gabu contrariada. Otra mala noticia. Pensó que el funcionario también envejecía, más como funcionario que como individuo.
- Continúa, Gabu.
El investigador habló de Mino de Tacro. El arquitecto había huido de Babilonia. Lo hizo con malicia y sigilo. Desde hacía tiempo venía sacando diversas cantidades del oro que guardaba en las arcas del templo de Marduk. Y mientras Semíramis estuvo ausente de Babilonia, durante la campaña del Éufrates, Mino vendió la casa que tenía en el barrio de los Bienquistos y salió de la ciudad con su familia. Lo hicieron en tres pequeñas caravanas y a tres horas distintas: la primera conducía a la doméstica, la segunda a Zimma y sus hilos, y la tercera a Mino. Se reunieron en Borsa y de aquí tomaron rumbo hacia poniente, sin que Gabu supiera determinar si se dirigían a Damasco, a Tiro o a Aleppo. Como suponía que el punto de destino sería Tacro, en Creta, Gabu conjeturaba que Mino se dirigiría a Tiro a embarcarse.
Gabu, después de la detallada información, abrió los brazos e inclinó la cabeza, mas pareciéndole pequeño el homenaje se hincó de rodillas y esperó con ansiedad oír a la señora.
Ésta, como solía hacer en parecidas ocasiones, cambió de tema:
- ¿Qué sabes tú de Geltta?
Gabu apenas osó levantar levemente la cabeza. Desde su posición de humilde servidumbre, miró a Semíramis. ¿Geltta? ¿Quién era Geltta? Se creía obligado a saber algo de Geltta puesto que la señora, sin ningún antecedente previo, le preguntaba por él. ¿Hombre o mujer? Si hombre, ¿militar o sacerdote, mercader o artesano? Si mujer, ¿pupila del harén o mujer pública? Pero, ¿en dónde? La señora acababa de llegar de Borsippa.
- ¿Dices, ¡oh gran señora de Babilonia…!?
- ¡Digo Geltta, Gabu!
- Te refieres, claro está, a un individuo de Borsippa… -aventuró el investigador urbano.
- Sí, de Borsippa; pero, ¿es hombre?
Gabu continuó inventado, pues no le llegaba a la memoria la menor noticia sobre Geltta…
- Geltta es un nombre, señora, que, según mis informes, oculta a una persona…
Respiró profundamente. Se sofocaba. Y allí, a unos pasos, los ojos de la señora mirándole inquisitivos.
- ¿Qué persona? ¿Qué relación tiene ese nombre con el difunto Beltarsiluma?
- Sí, claro está… Tiene relación con ese miserable de Beltarsiluma, que no halle descanso en la sombra de Nergal…
- ¿Quién te dijo que Beltarsiluma era un miserable?
- Todo el mundo lo dice, señora. Violó la ley de la obediencia, hizo escarnio de tu bondad para con él, desató la guerra civil…
- No ha habido ninguna guerra civil, Gabu. ¿Tan mal informado estás? Tú que eres el investigador urbano…
- Señora, sé…
- ¿Quién es Geltta? -preguntó con mayor aspereza.
Gabu volvió a extender los brazos y bajó la cabeza.
- Lo ignoro, señora -confesó.
Semíramis se acercó al balcón. Su vista se posó en la última plataforma de la zigurat. Simuló desentenderse de Gabu, de la posición tan humillante en que le había dejado. Al cabo de un rato, sin separarse del balcón, se volvió hacia él:
- Tendrás que salir en persecución de Mino de Tacro. Y me lo traes vivo o muerto.
Entró un paje. Traía las tablillas que le enviaba Erishum. Con ellas venía una carta en la que comunicaba que estaba investigando quién era Geltta, pero que todavía no había logrado ninguna pista ni indicio sobre él. El general hablaba de Geltta como si se tratara de un hombre.
- Levanta, Gabu. Y no vuelvas a presentarte hasta que me traigas a Mino.
El investigador urbano comenzó la serie de reverencias. Todavía en la puerta miró a la patesi tratando de descubrir cuál era su íntimo pensamiento, pero vio a la señora interesada en la lectura de una de las tablillas que le habían traído. Con una tal indiferencia hacia él que le hizo sentirse el más ínfimo de los mortales.
Semíramis, concluida la lectura, volvió a darle vueltas al enigma de Geltta. Era el último nombre que en vida pronunciara Beltarsiluma. Sin embargo, nadie sabía nada de él. Lo extraño era que, estando tan secreta e íntimamente ligado a Beltarsiluma, no hubiese participado en la rebelión. No tenía tampoco ninguna función pública. Ni era familiar ni alumno de la escuela.
Mientras una doncella la vestía para ira ver al venerable Naramadad, llamó a Agarán a quien le explicó el asunto de Geltta y le recomendó que fuera a Borsippa e hiciera la investigación pertinente. Agarán le anticipó:
- Geltta pudiera ser un nombre de los arameos nómadas, un nombre de mujer. Hace años conocí una tribu que se decía Geltta y era gobernada por una mujer, una tal Geltive.
- ¿Y qué tiene eso que ver con Beltarsiluma…?
- Muy poco. Él debió de conocer ese nombre y aplicarlo a una amante. Ya había puesto el nombre de un dios dorio, Crono, a un hijo suyo.
- Y éste lo puso a su vez al nieto.
- Iré a Borsippa, señora. Y lo primero que haré será ver al celador de la prisión para saber con seguridad si fue el nombre Geltta el que pronunció el difunto Beltarsiluma.
EN EL TRAYECTO del palacio a la casa sacerdotal del Esagila, Semíramis fue vitoreada. Naramadad continuaba recluido en la cámara pontificia y estrechamente vigilado. En aquellos días, conocido el fracaso de Beltarsiluma y enterado de su muerte, el sacerdote daba por concluido su pontificado. Por ello, cuando le anunciaron la presencia de la patesi, pidió a Marduk que lo iluminara para salir, si no con bien, lo menos mal posible de aquel trance.
Acudió a recibir a Semíramis con la más humilde actitud:
- Bienvenida a la casa del divino Marduk, ¡oh, señora de Babilonia!
Semíramis, tras de responder al saludo, puso en manos del pontífice las tablillas:
- Es penoso para mí, pero no puedo eludir este paso. ¡Con el amor que mi corazón rebosaba por Nadinaje! Entérate, venerable…
Naramadad sintió que la esperanza entraba jubilosa en su pecho. Las saetas iban dirigidas hacia Asur. Empezó a leer las tablillas y, para que a la señora no le quedara duda de sus sentimientos, dio escape a una fingida indignación, exclamando de vez en cuando: «¡Inaudito! ¡qué escándalo! ¡reprochable! ¡vergonzoso!» y otras censuras por el estilo.
Cuando concluyó la lectura se cruzó las manos al pecho y, eludiendo su complicidad en la rebeldía, comentó:
- ¿Cómo es posible que el venerable Nadinaje no haya sabido separar en tan grave cuestión, lo religioso de lo político? No pocos pontífices alzamos la voz en defensa de Nabu sapientísimo, mas en cuanto vislumbramos la trampa que nos tendía ese desdichado de Beltarsiluma nos purificamos de tan vil error.
- ¿Te purificaste, venerable?
- ¡Marduk testigo, señora!
- Sin embargo, creo recordar que le debes el pontificado a Beltarsiluma…
- ¡Quién puede estar en el secreto de los inescrutables designios del poderoso Marduk! El Señor inspiró a Beltarsiluma mi ascensión a la silla del Esagila…
- Comprendo… Mas no olvides que Beltarsiluma fue uno de los hombres más preclaros que tuvo Asiria. Y ciertamente no murió como un desdichado. Murió como lo que había sido siempre, cómo un gran hombre. Pero volvamos a la confesión de Damil y a las acusaciones que hizo contra su padre y que suscitaron tu sana y santa indignación…
- Sí, señora… Volvamos sobre tan espinoso y abominable asunto.
- Has dicho la frase justa para calificar la conducta nefasta de Nadinaje. Escucha, venerable: como vicario de la divina Ishtar he tenido que escribir hoy mismo a la casa de Arbelas, con copia de las tablillas, sugiriendo que en bien de la religión y en desagravio a los dioses presenten formal acusación contra Nadinaje, pidiendo a la cámara sacerdotal de Asur y a su vicario, el bien amado rey de Asiria, lo expulsen con pregón infamante del sacerdocio. Sé muy bien que ni tú, como sumo pontífice, ni las cámaras sacerdotales de Babilonia podéis inmiscuiros en los asuntos de Asur, pero como religiosos debéis expresar públicamente vuestro repudio y enterar al pueblo de la inexcusable conducta de Nadinaje. Es necesario que todo el mundo sepa que inspiró una revolución sacrílega que tenía por mira destronar a Marduk en Babilonia y a Asur en Asiria y aupar al trono, contra su divina voluntad, a Nabu sapientísimo…
Naramadad comprendió bien lo que quería y venía a exigirle la patesi. ¿A cambio de qué? A fin de aclarar este punto, abrió los brazos en ademán de santidad y murmuró:
- ¡Ah, señora! Bien quisiera yo propalar por todos los medios error tan infame que tanto daña al divino Asur. Pero, desde que fui víctima de la suspicacia del bien amado Ninurtaapla, aquí me tienes recluido al silencio y no digo que privado de la libertad, pues los celosos guardianes todavía permiten que una persona de tanta virtud y devoción como tú me visite.
Semíramis, que no quería que Naramadad la ganase en hipocresías, replicó:
- ¡Pero cómo, venerable! ¿Tan obcecado estás que no te has dado cuenta de que lo que tú consideras prisión es seguro asilo, que los soldados que te custodian no te guardan, sino que te protegen de las iras que suscitaste en el pueblo con aquella imprudente proclama que te inspiró el pasajero error que padeciste? Dicta hoy mismo tu repudio a Nadinaje. Invita a las cámaras sacerdotales a seguir tu ejemplo y verás cómo el pueblo se reconcilia contigo, y cómo el rey, sin temor por tu seguridad, retira la guardia protectora que ha puesto en esta casa.
Semíramis, que deseaba resolver en seguida el conflicto del refrendo de Adadnirari, no tuvo tiempo ni humor para urdir una intriga y deponer a Naramadad de la silla pontificia. Prefirió la fórmula conciliadora que lo aliara a su causa. Ya tendría oportunidad de hacerle pagar su extravío.
Abandonó el Esagila y regresó a la casa del Estanque. De allí, y bajo el mando de Solman, salió una cuadrilla de jinetes con las tablillas que habrían de entregar al rey. La confesión de Damil, así como los testimonios de su ratificación verbal refrendados por el venerable Ishbira, ponía en manos de Adadnirari un arma poderosa para acabar no sólo con Nadinaje sino también con los sacerdotes que se le mostraran adversos. Caído Nadinaje era fácil hacer que arrastrara en su caída a todos aquellos que se habían declarado reacios a otorgarle la mirada benevolente de Asur.
EN AQUELLOS DÍAS, Semíramis comenzó a levantar una inesperada cosecha de duelos en el huerto sombrío de Nergal. El primer fruto amargo fue la muerte de Shusteramón. El médico egipcio cayó enfermo y cuando Semíramis tuvo noticia y fue a verle, Belnabu le dijo que no tenía salvación. Ella se resistió a aceptarlo. No podía comprender que precisamente el hombre que hacía perenne su juventud, que había descubierto el secreto de la inmortalidad y estaba a punto de arrebatárselo a los dioses, se rindiera a Nergal como cualquier otro ser humano.
Vio a Shusteramón postrado en la litera, con los ojos vidriosos y un resuello convulso. A la cabecera de la cámara, Pulo enjugaba el sudor del maestro con un lienzo. Pasalmesh y Shuma, en un rincón del taller, no ocultaban con su mutismo y su aflicción el inevitable, terrible desenlace.
Semíramis, que durante un rato procuró mantenerse entera en su jerarquía, súbitamente angustiada, preguntó con un trémolo en la voz:
- Pero ¿no podéis salvarle?
Belnabu notó el tono de súplica y vio en la expresión de la patesi anhelo y ansiedad. Alzó los hombros y murmuró:
- No podemos hacer nada. El maestro nos ocultó su enfermedad…
- ¿Qué es lo que tiene?
Tomó el lienzo de la mano de Pulo, se arrodilló y enjugó el rostro del enfermo mientras le musitaba: «Shusteramón, Shusteramón, soy yo, Semíramis…»
El columnario que daba acceso a la terraza estaba cubierto con un pesado cortinaje de piel, y el ambiente del obrador, caliginoso, apenas iluminado por unas candelas, se hacía irrespirable. De un pebetero se alzaba la humareda de resinas aromáticas ante una pequeña imagen de Bast, diosa con rostro de gato, deidad tutelar de Bubastis. Ninguno de los ayudantes sabía qué enfermedad padecía el maestro. Belnabu insinuó la sospecha de que los sacerdotes del templo de Gula, diosa de la salud, lo hubiesen envenenado. Al parecer habían condenado sus prácticas con enfermos y cadáveres por consideradas malditas. Semíramis no tenía la menor noticia de esta reprobación. Además Shusteramón no salía del obrador. Belnabu le aclaró que con los cadáveres que le enviaban podían haberle mandado también la maldición y el veneno.
- Es probable que el maestro se haya contagiado. últimamente se dedicaba a una investigación muy difícil, la de las larvas. Como quiera que sea, el maestro estuvo trabajando durante ocho o diez días sabiéndose ya enfermo, ocultándonos su mal… Hasta hace poco menos de una semana, que ya no pudo levantarse. Se negó a tomar ninguna medicina. Nos dijo que lo que quería era acabar y volver a Bubastis…
- Pero ¿no tomaba el elixir de Gilgamesh?
- No, señora. Hace ya cuatro años que lo dejó… Está cansado de vivir…
Semíramis volvió a enjugarle el sudor. «Shusteramón, soy yo, Semíramis. ¿No me reconoces?» El egipcio alzó poco a poco la mano y tomó la de Semíramis. Esta sintió que se la oprimía débilmente. Luego le oyó decir con voz entrecortada: «Sí, sé quién eres…» Continuó moviendo los labios, pero sin emitir palabra. Poco después, le oyó decir: «He descubierto la causa de las enfermedades, son las larvas… Tú serás inmortal. Belnabu sabe…» Ya no dijo nada más. Se quedó inmóvil como tomado por un sueño profundo. Belnabu se acercó a él y le entreabrió la boca.
- Lo ha vencido el esfuerzo…
Poco después, el enfermo dio muestras de inquietud. Varias veces sacó la pierna como si quisiera apoyar el pie en el piso. Semíramis volvía a tapárselo bajo los linos.
- ¿Por qué no corréis la cortina?
- Le molesta la luz, señora.
- ¿Qué es lo que tú sabes, Belnabu?
El ayudante alzó los hombros:
- No sé a qué se refería…
Semíramis se fue a ver a Addasin, a decirle que mandara recado al templo de Ishtar para que hicieran rogativas por un extranjero principal y fiel servidor de la patesi; que en el templo de Nergal encendieran luminarias y tendieran el velo que aprisiona a los edimmu. le informó que el velo ya estaba tendido desde que el bien amado Ninurta-apla se encontraba grave.
Shusteramón murió al día siguiente en la madrugada. Semíramis pasó toda la noche a su lado, acompañada de Belnabu. Cuando el egipcio exhaló el último respiro, le tomó las manos y se las cruzó sobre el pecho. Belnabu despertó a los otros ayudantes. Pulo y Shuma rompieron a llorar. Pulo, como en las manifestaciones de duelo familiar, se mesó los cabellos, barba e invocó a Nabu para que guiara al maestro en su viaje al país sin retorno. Belnabu y Pasalmesh lavaron al difunto y con una crema aromática le cerraron los oídos, las fosas nasales y otros orificios del cuerpo. Semíramis pidió a los médicos que le dejaran a ella la tarea de ungir el cadáver con óleo perfumado. Lo hizo con morosidad, con cierta ternura, con amor. Cuando concluyó pidió a los discípulos que momificaran el cadáver y que le hicieran una mascarilla de oro. Preguntó a Belnabu si Shusteramón tenía familia en Bubastis. «Si la tenía, nunca nos habló de ella.» Semíramis resolvió que el oro que guardaba el egipcio, que suponía era una fortuna, se lo repartieran por partes iguales.
- Y tú -le dijo a Belnabu- serás el jefe del obrador.
Semíramis volvió a sus habitaciones y se cubrió con tres velos. Acompañada de una doncella, se fue al templo de Ishtar a purificarse como una ishtaritu la orden de las shamati, sacerdotisas que se entregan a todos y preferentemente a los extranjeros. Eludió purificarse como vicaria a fin de no obligar al templo a una clausura de siete días.
POCOS DÍAS DESPUÉS murió su primo, el rey Ninurta-apla. Se pregonó la ley de los duelos y Semíramis no omitió ningún detalle en las honras fúnebres del soberano. Durante los días que duraron las ceremonias luctuosas, los babilonios, muy afectos a plantearse problemas sin trascendencia pero que dieran motivo al lucimiento de su ingenio, se preguntaban, expectantes, dónde se enterraría al difunto Ninurta-apla, y quienes le acompañarían en su viaje al país sin retorno.
Los extranjeros se maravillaban de los Jardines colgantes que Mino de Tacro había levantado por órdenes de Semíramis como homenaje póstumo a su esposo Shamshiadad. Pero a los babilonios les irritaba tan fastuoso monumento a la memoria de un rey asirio que, entre otras desventuras, les había traído el acoso de la ciudad y la imposición de la dinastía Kalah. Se creía que, a la muerte de Semíramis, la patesi sería enterrada en dichos jardines, convirtiéndolos en panteón de reyes babilonios.
Semíramis, que era contraria a la tradición de enterrar vivas a las esposas y concubinas del rey, se valió de un ardid para librar a Dinala de tan macabra suerte. Envió a Dadamuz tablilla con sello de Ishtar en que se afirmaba que Dinala había sido nombrada guardavelos de la diosa para el próximo jubileo. Al mismo tiempo dio órdenes al intendente de palacio para que el llorado Ninurta-apla recibiera sepultura en la cripta de los reyes en el Esagila. Para que Dinala no quedara en la penuria la adscribió a palacio como reina viuda, con alojamiento y servicio de primera dama. De su peculio personal le fijó una renta.
El tercer difunto fue el investigador urbano. Aún estaba en vigencia la ley de los duelos cuando Gabu apareció colgado en el cuartelillo de la guardia urbana. Se suicidó convencido de que ya no podría presentarse delante de Semíramis. Antes de anunciar a la patesi la huida de Mino de Tacro, él le había alcanzado en las cercanías de Borsa. Cometió la debilidad de insinuar al cretense un soborno. Mino aceptó darle veinte mil siclos de oro. Gabu supuso que cuando Semíramis regresara de la campaña del Éufrates -si es que regresaba- habría pasado tiempo y que nuevos y más importantes acontecimientos quitarían importancia a la huida del cretense.
Se suicidó sin dar cuenta a nadie de su trágica determinación.
Como Gabu violó con el suicidio la ley de los duelos que obligaba a los ciudadanos a una absoluta inactividad, hubo que ordenar se purificase el cuartelillo después de arrojar el cadáver del suicida al río.
Murió también el venerable Nadinaje, pero de muerte civil, pues enterado del escándalo difamatorio que se había tramado contra su hijo y él, tuvo tiempo de abandonar la ciudad de Asur sigilosamente. No se supo dónde se escondió. Adadnirari hizo pregonar que se había suicidado, pero no a tiempo para que los agentes de seguridad toparan con documentos revelaban los nombres de aquellos sacerdotes de Asur y otros templos que estaban comprometidos en la conspiración contra el rey. Esto facilitó la operación de limpieza de ciertos individuos desafectos a la dinastía. Durante tres días la devota y pía población conoció tropelías sin cuento, a pesar de estar amparada por el estatuto del kidinnu, hacía inviolables las personas, casas y haciendas de sus vecinos. La policía y la soldadesca sacerdotal allanaron domicilios y detuvieron a sacerdotes y varones de la ciudad. Algunos de éstos fueron asesinados o encontraron facilidades para suicidarse.
A la silla de la ciudad santa ascendió el venerable Belume, de la cámara de los astrólogos, un verdadero sabio en astronomía y cosmología y que anteriormente había intentado oponerse a la dinastía amenazando a Adadnirari con el aviso de que el divino Asur no le otorgaría una mirada benevolente.
En esta ocasión del refrendo del vicariato, Belume y los sacerdotes que se salvaron de la represión cuidaron de que Asur fuera generoso con su fiel y humilde vicario, y Adadnirari, por segunda vez en su reinado, recibió dos miradas benevolentes.
La trágica semana que padecieron Kalah y Asur arrojó un resultado positivo para la dinastía: Adadnirari se vio más fortificado que nunca en su trono y después de pasar una temporada en Balauart, en el palacio de montaña de su abuelo Salmanasar, emprendió una campaña en las fronteras del Elam.
En Babilonia, concluidos los duelos por el rey, ascendió al trono Marduk-bel-zeri. El nuevo monarca sacó a subasta los sellos, que fueron readquiridos por los mismos consejeros. Sólo el de Babilosin, justicia del Rey, fue objeto de subasta, pues lo avanzado de su edad aconsejaba su retiro.
La vida en Babilonia se normalizó. El cuantioso botín de oro que Semíramis hizo en el campamento de Nabushumaishkun se destinó íntegramente a la reconstrucción de Borsippa. En esta obra colaboraron también los templos de aquella ciudad.
Pasadas las primeras semanas del reinado de Marduk-belzeri, se hizo patente la impopularidad del rey. Era poco comunicativo y bastante antipático. Probablemente con su silencio e impenetrabilidad ocultaba penuria de pensamiento y de iniciativas. Los consejeros vivían a su lado recelosos, creyendo que los mutismos del monarca se debían a aviesas intenciones.
Semíramis volvió a desentenderse de Babilonia. En su casa del Estanque continuó con ingenieros y arquitectos el gigantesco plan de calzadas. Con el poder se había deformado su mentalidad que creía que Asiria y Babilonia vivían la mejor época. Cierto que su tesoro particular aumentaba sin cesar, pero a expensas de los tesoros reales de Babilonia y Asiria. Principalmente de ésta, pues sin campañas militares de envergadura y con el pesado tributo que había impuesto a su hijo Adadnirari, Asiria languidecía económica y militarmente. Y si aún había pueblos que tributaban era por el pavor que el nombre de Semíramis provocaba, pero sin un poder efectivo que lo justificase.
Durante seis años se acentuó la atonía en ambos países. y aunque las voces de alarma llegaban a oídos de Semíramis, ésta, ensordecida por el halago del poder, las consideraba infundadas creyendo que tanto Babilonia como Asiria vivían la época de prosperidad de que solían hablar los viajeros, principalmente los mercaderes. Apenas ciertas campañas militares del rey Adadnirari mantenían la tradicional actividad militar de Asiria. Pero el rey, poco interesado en el comercio, y Semíramis, entregada a sus gigantescas obras de construcción y atenta a fomentar el comercio con el suroeste, desatendían la zona de influencia en la alta Siria, que paulatinamente iba pasando a manos urartias.
El Urartu, bajo el reinado de Menua, desarrollaba con celeridad su ambición de gran potencia. Precisamente en aquellos años de atonía asirio-babilonia alcanzaba metas insospechadas, extendiendo sus dominios por pequeños reinos y principados que antes habían sido vasallos de Asiria. Los productos de su industria metalúrgica se abrían camino a través de tierras sirias e hititas hacia el mundo del Mar Grande, principalmente los artículos suntuarios fabricados en bronce. El único peligro que amenazaba al Urartu eran las tribus norteñas de cimerios y escitas. Pero el enemigo tradicional, Asiria, había dejado de infundir temores. Lo montañoso y abrupto del país constituía una barrera natural a los ataques asirios y una concienzuda fortificación de los desfiladeros y accesos hacía esta barrera inexpugnable. En tal situación, Menua preparaba una invasión de su irreconciliable vecino, a fin de hacer efectivo por las armas su dominio en la Alta Siria. Buscaba una salida propia al mar, y ésa sólo la conseguiría desalojando de la región a los asiríos.