UNA PISTA SEGURA

TRAS DEL ABANDONO DE BIT SAMMURAMAT, Asurnimeli y sus oficiales Lullaja y Bolesgo registraron Musasir en busca de la doncella que tenía un asombroso parecido con Semíramis. Sin ningún resultado en sus indagaciones bajaron a Kalah.

En palacio, Asurnimeli se hizo la sombra del mayordomo Bel Harrán, pero éste, siempre ascendiendo en la estimación del rey Teglatphalasar, se hacía más inaccesible al asedio del general. Sin embargo, la culpabilidad del mayordomo parecía revelarse en la actitud de reserva que adoptaba ante Asurnimeli, en la porfía con que le rehuía.

El general permaneció en Kalah el tiempo necesario para hacer los preparativos de boda y casar con Shala. Después de recibir del rey el cargo de Guardián de la espada de Asur, él y su esposa salieron para Balauart.

Aquí el general y Shala, así como el personal del archivo, se entregaron a la tarea de revisar todas las tablillas y papiros que se habían traído de Bit Sammuramat, en busca de un indicio que les pusiera sobre la pista de aquella misteriosa doncella que el vagabundo Kollarquín habían visto en Musasir.

Sólo así podía tenerse la seguridad de quién era la mujer encerrada en la urna funeraria. La verdadera identidad sólo la sabía el mayordomo, pero Asurnimeli no tenía la menor prueba para obligarle a confesar la verdad, en el caso de que su versión oficial fuera falsa.

Una tablilla de la tesorería de Bit Sammuramat, así como la documentación adicional, abrió un derrotero a la búsqueda. La tablilla revelaba que la señora había dado al valido Shamshiiluu veinte mil siclos de oro para hacer frente al levantamiento de Asiria, y cinco mil más para la construcción de una casa. Asurnimeli estimó que este hallazgo contenía una revelación. Después de comentarIo con Shala salió para Til-Barsip, en el extremo más occidental del Éufrates, con la esperanza de encontrar en el archivo del palacio gubernamental -residencia de Shamshiilu durante muchos años- documentación más precisa.

Al cabo de cinco días Asurnimeli y su escolta llegaron a la pequeña ciudad. El gobernador, un general joven, se mostró apático con Asurnimeli. Al parecer, Belubani no estaba muy contento de que el rey, a quien había seguido en la campaña que expulsó a Nabushumaishkun de Babilonia, le tuviese olvidado en aquella remota ciudad. Debía de estar esperando que sus destemplanzas con los jefes y cortesanos que le visitaban llegasen a oídos del monarca, y éste lo relevase.

Asurnimeli se entendió con el escriba que atendía el archivo que el príncipe Shamshiilu, después de veintidós años de poder omnímodo, había enriquecido con una correspondencia valiosísima para introducirse en la época del decadente patesado de Semíramis.

Kidinrabi, que así se llamaba el escriba, impresionó gratamente a Asurnimeli por la excelente clasificación de los documentos y el buen orden en que tenía el archivo. En cuanto el general le explicó el asunto de que se trataba, el escriba consultó un índice silábico que lo condujo a tres anaqueles distintos. Poco después puso ante los ojos del general dos tablillas y una hoja de papiro. Esta contenía el trazado de una casa. Una tablilla daba cuenta de la inversión de cuatro mil seiscientos siclos de oro en la construcción de la casa de la Pastora, y la otra contenía una lista de los muebles llevados a la ciudad de Agade así como la nómina de la servidumbre.

Asurnímeli contempló detenidamente el plano de la casa, levantada en la margen derecha del Tigris. Agade era la más antigua ciudad de la alta Babilonia, capital del imperio fundado dos mil años antes por Sargón. Había perdido su importancia política y abundaba en ruinas históricas. Tenía fama de ser el lugar en que se hablaba el akkadio mayor pureza. E igual que Arbelas era la ciudad santa de la Ishtar de Asiria, Agade lo era de la Ishtar de Babilonia. Con la diferencia de que en Agade sólo quedaba la casa de clausura y la diosa, su templo y organización eclesiástica habían sido trasladados a Babilonia. Agade había podido subsistir a su carencia de recursos económicos porque era la ciudad a la que se retiraban las personas desplazadas de la vida pública y representativa. Se hallaba amparada por el estatuto del kidinnu, reales de privilegio, tanto asirios como babilonios, y muchas protecciones de los dioses nacionales. La pequeña guarnición de la plaza, compuesta de ciento ochenta hombres, era de tropa asiria al mando de un capitán asirio, mientras que la guardia urbana era de procedencia babílonia. No había jueces de ninguna de estas dos nacionalidades, y los pleitos y cualquier asunto de justicia se ventilaban ante el tribunal de Ishtar, presidido por matrona de las kizreti.

Asurnimeli permaneció dos días más en Til-Barsip. Los que tardó en captarse al escriba, a quien pensaba llevar a Balauart. Daba por descontado que el rey no opondría ningún reparo al traslado de las tablillas. A fin de llevar a cabo su propósito habló con el gobernador. Éste, por el prurito de hacerse antipático, se opuso. Asurnimeli, que sabía que Belubani tenía mando sobre doce mil hombres, prefirió conducirse con prudencia:

- A mí me haces flaco servicio privándome de este material de estudio, pero el bien amado Teglatphalasar se va a alegrar muchísimo, porque sostiene que este archivo no debe salir de aquí…

El gobernador cambió de actitud. Y por llevar la contraria al rey, se disculpó:

- Si quieres, puedes llevarte el archivo, el escriba y las ratas. Si realmente te son necesarios para tus estudios, yo no me voy a oponer… Llévatelos cuando quieras.

- Necesitaré cuatro carretas, por lo menos…

- Que Kidinrabi se encargue de eso. Tú no te preocupes, bienquisto Asurnimeli.

ASURNlMELI DEJÓ ENCARGADO a Kidinrabi el traslado del archivo, y salió de Til Barsip con su escuadrón de escolta. Le dijo a Bolesgo que tanto él como los soldados no quitaran ojo del camino ni de los pueblos que atravesaran, pues necesitaba encontrar un vagabundo de Enlil.

- Por estas tierras es difícil, señor -objeto el capitán-. Esos vagabundos no suelen subir muy al norte.

- Hubo uno que subió hasta Bit Sammuramat…

- Sí, el que formó parte del cortejo fúnebre de la señora. Es un caso muy raro…

Mas cuando Bolesgo se enteró del motivo de la búsqueda del vagabundo, le explicó al general:

- No es necesario encontrar a un vagabundo. Antes de llegar a Agade toparemos con alguna propiedad del dios Enlil. Si no hay templo menor o capilla, habrá casa. Allí, dado tu rango, te proporcionarán un medallón con la flor de Enlil.

- Mejor. Porque así no tendremos necesidad de violentar al vagabundo.

Poco después de atravesar la serranía de Sinyar dieron con unas tierras del divino Enlil, con casa de labranza y demás dependencias. Bolesgo pidió a los capataces permiso para pernoctar. El escriba, que era también sacerdote de Enlil, accedió muy cortés a dar asilo a la tropa e invitó al general y a los oficiales a que le acompañasen a compartir su mesa.

Durante la cena, Bolesgo sacó a colación el tema de los vagabundos y el escriba habló bastante de la cofradía, sobre todo al percatarse del interés que Asurnimeli mostraba por conocer detalles de la misma. Claro que reveló sólo ciertos aspectos públicos de la cofradía, que eran los que interesaban al general.

Como suponía el capitán, el escriba ofreció a Asurnimeli un medallón de plata, pero el general lo rehusó, rogándole le obsequiase uno de cobre.

A! día siguiente, el sacerdote les deseó venturas en el viaje, rogando al divino Enlil que los acompañase. Y en cuanto salieron de la propiedad, Asurnimeli se quitó la barba de hermosos canutillos de vellón caucásico:

- Desde ahora me dejaré crecer mi barba natural, de modo que al llegar a Agade pueda mostrarme como un verdadero vagabundo.

Y cuando cinco jornadas después divisaron Agade, la antiquísima Akkad, Asurnimeli y Bolesgo se apartaron del camino y dejaron pasar el escuadrón de escolta. Allí, tras de un matorral cactáceo el general se quitó el uniforme y arreos militares y vistió la túnica, sayo y sandalias del vagabundo.

- Señor, tu disfraz es tan perfecto que confundirás a todos los que te vean.

Bolesgo subió a su caballo y llevando de las riendas el del general se incorporó al escuadrón. Asurnimeli continuó el camino a pie. Por lo que les había dicho el escriba, en la casa de Ishtar de Agade daban comida a los vagabundos de Enlil.