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No podía más. Llevaba ocultando aquella información demasiadas horas. Ni siquiera había podido cenar la noche anterior al llegar a casa de su madre. ¡Y eso que había tortilla de patata! Por no hablar de las pesadillas que había vivido durante las pocas horas que había conseguido dormir... Después de la mala experiencia vivida hacía solo unas semanas por guardarle un secreto a Frida, Lucía se sentía incapaz de ocultar nada a sus amigas nunca más. Por eso casi no había abierto la boca al llegar esa mañana al colegio y encontrárselas en el pasillo, ni tampoco en el descanso entre clase y clase: si lo hacía solo le saldrían palabras relacionadas con ese tema. De modo que no podía mentirles porque era FÍSICAMENTE imposible. Y es que estaba convencida de que debía hablar con Susana cara a cara en el recreo, sin prisas, para explicarle con detalle lo que había presenciado la tarde del domingo. ¡Lo estaba deseando! Y por eso estaba contando los minutos que faltaban de la clase de mates para que llegara el ansiado momento.

Sabía que Susana había quedado con Iván justo en ese recreo para ir a confesarle su amor y tratar de recuperarlo, pero antes debía contarle lo que sabía, por si quería cambiar su decisión...

En cuanto sonó el timbre, Lucía saltó a la mesa de Susana y le soltó:

—Tengo que hablar contigo. Es muy importante.

Susana fue a abrir la boca, pero debió de adivinar la gravedad en el rostro de Lucía y se echó para atrás. Cogió su bocadillo de queso y su chaqueta y la siguió al pasillo, donde se reunieron con las demás.

—¿Qué pasa? —inquirió Susana con expresión preocupada. No esperarían a llegar hasta el patio.

Lucía sacó de su bolsillo el móvil, buscó la foto que les había hecho a Iván y a Alicia y se la mostró a Susana, que se la quedó mirando con ojos inexpresivos. Tragó saliva antes de preguntar:

—¿Qué es esto?

—Ayer volví caminando de casa de mi padre y me encontré con Iván y Alicia por la calle.

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Las chicas suspiraron. Bea se llevó la mano a la boca, en un gesto de horror, al tiempo que Raquel y Frida daban un bote.

—¿Y qué más viste?

Mientras Lucía describía con detalle lo que presenció (la persecución, la aventura del contenedor y la llegada final a la cafetería), Susana la observaba mordiéndose el piercing, en silencio y en calma. De vez en cuando se tocaba el pañuelo azul que le colgaba siempre del cuello como si le agobiara. Cuando Lucía terminó de hablar, anunció:

—Se acabó.

—¿Cómo dices? —le preguntó Lucía.

—Que estoy harta de todo esto.

—Pero no sabes si entre ellos... —empezó a decirle Frida, y Susana la cortó.

—No me importa. Queda con ella cuando sabe todo lo que me ha hecho... Voy a acabar con esto de una vez.

Lucía fue a preguntarle qué significaba eso exactamente, pero Susana no le dio tiempo: se volvió y se marchó de allí lanzada.

A estas alturas, Iván ya estaría donde había quedado con ella para hablar a solas, así que Susana descendió las escaleras como un rayo en dirección a la salida y atravesó la puerta hacia el patio del colegio sin mirar atrás. Caminaba con paso decidido, la mirada al frente y los brazos muy estirados. Las chicas la seguían por si las necesitaba para mostrarle su apoyo, sin saber muy bien qué se iban a encontrar. Lucía miró a Frida y esta se encogió de hombros. ¿Qué significaba que iba a acabar con aquello? ¿Quizá que iba a aclarar al fin las cosas con Iván? ¿O que le plantaría cara a Alicia? Susana enfiló hacia la zona del muro, por la parte trasera del edificio.

A lo lejos, Lucía divisó a Iván, sentado en el muro. Se lo veía tan distinto con la ropa de calle... Al ver a Susana se puso en pie de un salto, animado. Fue a abrir la boca al tiempo que se retocaba el tupé con la mano cuando Susana habló primero:

—Se acabó —alcanzó a escuchar Lucía desde donde se había parado junto a las demás para darles cierta intimidad.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Iván sin comprender.

—Pasa que estoy harta de que me tomen el pelo.

—¿Quién te toma el pelo?

—¡Pues tú y tu amiguita! He estado a punto de hacer el ridículo pidiéndote otra oportunidad, y ahora me entero de que te ves a escondidas con la petarda de Alicia. Pues, ¿sabes qué? Que ahora ya eres libre para quedar con ella siempre que quieras. No hace falta que te escondas más porque ya eres libre... ¡Como una maldita mariposa!

—Susana —intentó hablar Iván acercándose más a ella, pero Susana no le permitió continuar. Levantó la mano en el aire para frenarlo.

—No quiero oírte más. ¿Me has entendido? Paso de tus mentiras. Que te vaya bonito.

Susana se dio la vuelta y dejó a Iván con la boca todavía abierta y la cara de espanto. Lucía se fijó en que el chico volvía a sentarse en el muro y se quedaba mirando el suelo fijamente. Después se llevó las manos a la cara y se restregó los ojos, incrédulo. Le resultaba muy difícil creer en la posibilidad de que estuviera llorando... Pero incluso a Lucía le había pillado por sorpresa la radicalidad de su amiga, que no había permitido a Iván ofrecerle explicación alguna.

Al llegar a donde la esperaban, Susana tenía los ojos enrojecidos y la boca apretada. Se los rascó como para frenar las lágrimas. Lucía y las demás la acogieron con un inmenso abrazo y se la llevaron lejos de allí sin hacer preguntas.

—Ahora estaré mejor —se dijo Susana a sí misma y a las demás.

Lucía quiso creerla, a pesar de que acababa de ver la primera lágrima rodando por la mejilla de su amiga.

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