CAPITULO 1
En la planta baja del hotel estaban el bar y la sala de juego. Era el mejor establecimiento de Glaudar.
El río solía proporcionar buenos clientes. Hombres con dinero y ganas de divertirse, dejaban sus casas con el pretexto de que los negocios les obligaban a desplazarse.
Las mesas de juego, licores y mujeres muy atractivas, hacían que algunos se quedaran en el hotel varios días, a la espera de otro barco.
Muchos salían en cargueros, angustiados por los pagarés que habían firmado.
No era insólito que a un cliente le rodaran bien las cosas la primera noche. Era el anzuelo.
Pero lo que ocurría esa noche con Rob Ferber sí era extraordinario.
Era un cliente que llegó a media tarde anunciando que de madrugada se marcharía.
Cuando después de cenar entró en la sala de juego, dijo a los que le invitaron a sentarse a una mesa, para una partida de póker:
—Sólo hasta las once, si antes no pierdo estos dos mil dólares. Voy corto de dinero y de tiempo.
Uno de los que le invitaban a jugar rompió a reír.
—¡Hágase el pobre! ¡Sabemos que es la pesadilla de los madereros!
Rob Ferber, un tipo fornido, de rostro agraciado, se quedó mirando al que acababa de hablar.
—He sudado mucho cortando árboles. Eso me hace apreciar cosas que para otros no tienen importancia. He destinado dos mil dólares para el juego. Y he calculado los golpes de hacha que significan, para reunir ese dinero...
Se formó la partida. Faltando un cuarto de hora para las once, Rob advirtió a los que tenía sentados a la mesa:
—Faltan quince minutos para que me retire, y estoy ganando.
No era necesario que dijera que tenía la suerte de cara. Uno de los jugadores que más se arriesgaba, contestó:
—Queremos que se lleve un buen recuerdo.
A las once en punto Rob Ferber dio por terminada la partida.
Contó el dinero y comentó:
—De no haber fijado la hora en que me retiraría, quizá hubiera conseguido lo que voy a solicitar en otro sitio.
—Usted va a Kivdol para solicitar un empréstito —dijo el que más dinero había perdido.
—Es cierto. Y no me sorprende que lo sepa, porque cuando me decidí a emprender este viaje, muchos conocían mi propósito.
—Si siguiera jugando, tal vez se evitaría la humillación de tener que pedir el empréstito.
—¿Humillación? En los negocios, pedir y prestar es lo normal, si existe un interés común que respalde esa petición.
Todos asintieron. El que más había perdido, preguntó:
—¿Por qué compañía maderera se inclina, por la Gibpos o por la Craig?
—Por ninguna y por las dos. La que mejor me reciba, con ésa haré el trato.
Se guardó el dinero y se levantó. En despedida, dijo:
—Quedo muy agradecido a ustedes y a la suerte.
—Debía seguir aprovechando la buena racha, Rob.
—Gracias. Pero sé por experiencia que las cosas se tuercen cuando me salgo de lo que tenía previsto. Dije hasta las once... Buenas noches.
Las mujeres que trabajaban en el hotel eran muy atractivas y no hacían remilgos ante la caricia que pudiera dedicarles algún cliente.
La que atendía la habitación de Rob era de las más bonitas, de cuerpo ondulante y contornos que eran como latigazos en los sentidos de quien la contemplaba.
Apenas salir Rob de la sala de juego, ella se le acercó:
—¿A descansar? Le acompañaré. Ya tengo la llave de su habitación.
—Tutéame, preciosa. Vengo de los bosques.
—Lo sé, Rob. Hace unos meses nos cruzamos en un embarcadero... Tú estabas en plena tarea, con el torso desnudo. Me pareciste un dios de bronce... Y no digo oro, para que no pienses que me importa el dinero...
Rompió a reír. Había algunos clientes ya de edad madura que miraron con envidia a Rob.
—¿Cómo te llamas?
—Mi nombre de guerra es Neya. ¿Te basta?
—¿Por qué no?
Emprendieron el ancho tramo de escalera. Al llegar a un largo rellano, la escalera se dividía en dos ramales. Uno a la izquierda y otro a la derecha.
Neya ondulaba el cuerpo quizá exageradamente, por saberse observada por los que quedaban en el hall.
Ya en el tramo que conducía a las habitaciones situadas en el lado izquierdo del hotel, Neya miró abajo y sonrió.
—Ahora te envidian. Luego se burlarán pensando que voy a arrancarte todo lo que has ganado esta noche...
—¿Te propones entrar en mi habitación?
—Sí. Tú mismo debes invitarme. No te decepcionaré... En tu habitación he dejado whisky y champaña. Hace meses me prometí hacer un brindis contigo.
Un rato más tarde, la habitación en penumbra, Neya llenó por segunda vez las copas de champaña.
—¿Animo la luz? —preguntó.
—No es necesario. Tú ya eres una hoguera —contestó Rob, contemplando la exuberante figura de la mujer.
Semidesnuda, con el cabello castaño revuelto y caído sobre los hombros, Neya permaneció unos momentos inmóvil, sosteniendo las dos copas.
Se acercó lentamente adonde estaba Rob, sentado en la cama, el torso desnudo.
—Va el brindis —dijo muy bajo—. Después debes reír... Quizá estén escuchando. Todo debe parecer una verdadera fiesta.
—Y lo es —contestó Rob, cogiendo la copa.
—Has acariciado a muchas mujeres. Y sé que no dirás que soy excepcional.
—Pues en cierto modo, lo eres.
—No, Rob. Va el brindis.
Lentamente fueron levantando las copas. Cuando la mujer la tuvo a la altura de la barbilla, murmuró:
—Por la que, aspirando a ser ídolo... quedó en carnada de antros como éste...
—¿Por qué ese brindis, Neya?
—Aún no he terminado, Rob... Falta lo principal: «Por la Muerte». Ahora bebe. Y luego, rompe a reír.
Neya dio el ejemplo. Apenas vaciar la copa, soltó una carcajada.
Durante unos momentos, mientras Rob apuraba la copa, miraba a la hermosa mujer.
Rechazó en seguida la idea de que estuviera loca. Secundó su risa y, en voz alta, pidió:
—Acércate... Quiero besarte...
Neya dejó primero las dos copas sobre la mesita. Luego apagó la lámpara y, abrazándose a Rob, susurró:
—Tengo la muerte muy cerca, pero no me importa... Sé de ti lo suficiente para saber que no vas a arrepentirte de haberme conocido. Durante la cena, un viejo amigo tuyo, el capitán de un carguero, me ha enviado un mensaje. Conoce mi situación y quiere que escape del hotel y me esconda en su nave.
—¿Quién es? Conozco a muchos marinos.
—En su mensaje me dio una especie de consigna para que tú no desconfiaras. Sé que en los bosques han ocurrido choques de gran violencia. Para vosotros no es extraño encontraros con alguien que cuelga de un árbol. Pero una vez, tú y ese viejo marino, paseando por las lindes de un bosque .llegasteis a tiempo de evitar un linchamiento por los quejidos del que era acuchillado antes de que fuera colgado.
—¡El capitán Maguer! ¿Cuándo ha atracado aquí?
—Esta tarde, anocheciendo. Tus certeros disparos y tu habilidad para deslizarte sin que te vean ni oigan consiguieron que los individuos que torturaban al que iba a ser ahorcado, perecieran... Cavando tumbas y atendiendo al acuchillado, os sorprendió la noche. Llevasteis el herido al carguero, que se encontraba cerca, en una pequeña ensenada.
—Fue la última vez que vi al capitán Maguer. ¿Qué sabes del herido? ¿Se salvó?
Rob se dio cuenta de que Neya vacilaba al contestar:
—No sé... No me lo ha dicho.
—¿No eres tú quien quiere dejarme en la duda?
—¡Te lo juro, Rob! Mi situación no se presta para vaguedades. Quizá el capitán no me lo ha dicho para ampararme. El que salvasteis de la horca, si ha podido sobrevivir a las cuchilladas que recibió, quizá ha perecido bajo los disparos de algún pistolero... Interesaba eliminarlo.
—El capitán del Knot me prometió llevarlo a un lugar seguro.
—Tal vez lo consiguió. Habla con el capitán Maguer, si te decides a ir a bordo del Knot.
—Tengo parte de mi equipaje en un barco de pasajeros que zarpará rompiendo el día.
—Lo sé. Pero tendrás tiempo de hablar con el capitán Maguer. Yo voy a salir en seguida del hotel, por la puerta de servicio. A estas horas habrá dos de la tripulación del Knot aguardándome...
A oscuras, procedió a vestirse. Cuando terminó, volvió a acercarse a Rob.
—Te han dejado ganar... No sé si buscaban que siguieras jugando o que sintieras la tentación de permanecer aquí otro día. Te sobra tiempo para llegar a la reunión de los madereros, en Kivdol...
—En la sala de juego he dicho que iba escaso de tiempo y de dinero. Y algunos han sonreído.
—Porque conocen tus pasos desde que saliste de tu área de bosque. No te confíes si te acercas al embarcadero siendo de noche.
Se inclinó y besó a Rob, suavemente.
—Dile al capitán Maguer que dentro de una hora me tendrá a bordo —anunció Rob.
Ahora volvió ella a besarlo, pero con fuerza.
—¡Estaba segura, Rob! ¡Esta caricia no es mía! ¡Va por cuenta de una chiquilla que quieren sacrificar en el camino que conduce al infierno de los ídolos!
Salió de la habitación, riendo.
Una hora más tarde, Rob liquidaba la cuenta en el hotel.
—¿Se va contento? —preguntó el gerente.
—Me han tratado muy bien.
—¡Ya puede decirlo! Ha estado solamente unas horas con nosotros, muy bien aprovechadas. Lo que no comprendo es que haya decidido irse tan pronto. Aún tardará en zarpar el barco en el que tiene usted pasaje...
—Temo entrar de lleno en el sueño y ponerme de mal humor cuando me despierten. Hasta la otra...
—Que sea pronto.
Antes de llegar al embarcadero, advirtió que le seguían.
Siguió caminando, y cuando se introdujo en el laberinto de montones de mercancías, se agazapó.
Esperó unos momentos. Oyó sigilosos pasos. Junto a Rob pasó una sombra.
Esperó que siguiera adelante. De algunas embarcaciones llegaba luz hasta las primeras pilas de sacos.
Rob conocía muy bien la silueta del carguero Knot. Y hacia esa embarcación se dirigía la sombra.
Esto le pareció un mal síntoma. Vio que el individuo, al llegar a la pasarela, retrocedía, como si ya hubiese logrado su objetivo.
El individuo regresaba de prisa. Rob salió de su escondite.
—¿A quién vas a llevar el parte? —preguntó.
El otro ya tenía un arma en la mano.
—¡Hola, hombre de suerte! Te suponía a bordo de esa cochina balsa... Te estoy apuntando.
—¿Y he de llorar por eso?
—¡Levanta los brazos! Luego veremos qué haces... Si te niegas a acompañarme...
—¿Adonde?
—Has salido demasiado pronto del hotel. Ningún jugador con tu «suerte» puede marcharse sin pagar tributo.
—¡Ya me extrañaba el buen trato! —y Rob rompió a reír.
—Los que han jugado contigo nada tienen que ver con esto. Cobramos la cuota por nuestra cuenta. Debiste seguir en el hotel...
—¿Cuánto debo darte?
—¡No muevas las manos! Tienes que acompañarme...
—Me pides un tributo que te puede costar muy caro. Torcer mis propósitos es lo que menos me gusta...
—Ibas a subir a bordo de ese carguero. En otro sitio tendrás que explicar el motivo. ¡Vamos!...
El individuo dio unos pasos hacia Rob.
En ese momento, en la pasarela del Knot, se oyó un crujido.
El individuo se volvió, temiendo ser atacado por la espalda.
En seguida rectificó, quedando otra vez de cara a Rob. Apenas entrevió el fogonazo que surgió de un revólver de Rob Ferber.
Yendo hacia atrás llegó hasta el comienzo de la pasarela. Tropezó y cayó, ya muerto.
Dos de la tripulación del Knot cruzaron la pasarela.
—¡Bien venido, Rob! ¡No nos decidíamos a intervenir!
—¡Llevadlo a bordo para registrarlo!
—¡Sí, Rob! ¡Vamos a soltar amarras!...
Todo estaba listo para zarpar. El capitán Maguer abrazó a Rob, cuando el Knot ya estaba alejándose del embarcadero.
—Neya está en mi camarote...
—Que vea al muerto, por si lo conoce.
El que se había encargado de registrarlo, se acercó.
—Sólo llevaba dinero y tabaco, además de la pistolera.
Avisaron a Neya. Acercaron una lámpara al rostro del muerto.
—Has eliminado a uno de los bichos más sanguinarios, Rob! ¡En el comedor y en la sala de juego, ha estado vigilándote! Cuando he salido de tu habitación, me ha producido escalofríos la manera como me ha preguntado si todo había ido bien... Por vigilarte a ti, se ha confiado. Así he podido escapar por la puerta de servicio...
Ya río abajo, cuando Rob, Neya y el capitán se encontraban en un camarote, el muerto fue al agua.
—¿Vive el que salvamos? —preguntó Rob.
—Sí. Por lo menos vivía hace unas horas, cuando remontábamos el río.
Rob miraba a Neya. Parecía envejecida. Ella se dio cuenta y dijo:
—Estoy dando escape a mi miedo, Rob... En el hotel tenía que disimular. ¡Ojalá lleguemos a tiempo de salvar a una muchacha que por amor, está cometiendo las mayores torpezas!...
—Tú has visto actuar al hombre de quien se cree enamorada esa chica. Un campeón de rodeos... ¿Recuerdas a Belk Lewin? —preguntó el marino.
—¡Naturalmente! Pero tengo entendido que en una caída del caballo, quedó lisiado y se fue adonde no pudieran reconocerle.
—¿A quién se lo oíste?
—A muchos.
—Esa chica, Dexy, conocía a Belk Lewin desde pequeña. Son de la misma comarca. Desde niña se consideró su prometida... Y va en su busca, sin importarle que esté tullido o convertido en un guiñapo. ¡Eso es querer! ¿No es cierto, Rob? —preguntó el viejo marino.
—Es usted quien parece dudarlo, Maguer.
—¡Y tengo motivos para ello! Por lo que me han dicho del campeón de rodeos, fuera de la pista no merecía la devoción de una chica como Dexy. Ella lo ha idealizado demasiado... ¡Y va a la muerte, si no llegamos a tiempo de impedirlo!
Neya se levantó. Tomando de los hombros a Rob. Prorrumpió:
—¡Ya han caído otras jóvenes tan bonitas como Dexy!... ¡Pero ninguna se ha acercado a la trampa por un sentimiento tan noble como el de esa chica!
—¿Y con qué las tientan? —preguntó Rob.
—¡Con todo el esplendor que tiene la popularidad!
—¿Qué clase de popularidad? Porque tiene muchas caras...
—¡La que brilla más! ¡Ser ídolo entre el mundo adinerado! Les ofrecen un rápido salto a la fama, como bailarinas, como cantantes...
—Deja eso ahora, Neya —la interrumpió el marino—. Lo que Rob debe saber lo antes posible es que, no muy lejos, nos detendremos. Y que se verá con el hombre que le está muy agradecido, por evitar que fuera ahorcado. El ha estado estas últimas semanas moviéndose en profundas sombras, para averiguar cuándo se podía pasar a la ofensiva. Tenemos balsas preparadas en distintos lugares. Tú te dirigías río arriba, a Kivdol. Tu equipaje...
—Lo que ha quedado en el barco no tiene ningún valor —replicó Rob—. De todas formas, un camarero amigo lo dejará en Kivdol, porque ya le dejé instrucciones sobre lo que tenía que hacer, si no regresaba a bordo. El me conoce y sabe que cuando salto a tierra, como cuando me introduzco en algún bosque, los planes los voy trazando sobre el mismo terreno. ¿Qué espera de mí ese hombre?
—El no quiere que te arriesgues. Pero sabe que yendo a tratar con los madereros, te meterás en arenas movedizas. Sin darte cuenta... Y recuerdo muy bien que tú mismo me lo dijiste... Sin darte cuenta, te viste enredado en los pleitos del bosque.
—Y es cierto. Cuando quise retirarme, no pude.
—Porque no querías dejar a merced de los vientos a pobres hombres. El que salvaste...
—Usted me ayudó, Maguer...
—¡Yo hice cuernos! ¡Disparos en salvas y maldecir, mientras tú te acercabas a los dos pistoleros!
—Curó al acuchillado. Y consintió en tenerlo en su barco.
—Sí, ayudé un poco. Pero tú hiciste lo importante. Por eso Scher... Ese es el nombre que me dio cuando empezó a hablar, y es el que hemos utilizado hasta ahora. El dice que le da suerte.
—Bien. ¿Qué quiere Scher de mí? Usted ya me ha dicho que no desea ponerme en riesgos.
—Quiere que presencies de qué forma se deshacen de ciertas muchachas. Scher te expondrá lo que van a hacer con esa chica enamorada de un campeón de rodeos... Tú podrás permanecer como espectador, escondido entre las rocas que bordean el río. Si algo falla y la muchacha muere...
—¡No! —gritó Neya—. ¡Si Dexy pereciera y yo siguiera con vida, me volvería loca! ¡Yo tengo algo de culpa de que ella esté ahora en ese trance!
El marino, como si no hubiera oído a la mujer, continuó:
—De salir mal para esa joven, tendrías una prueba de lo que son capaces los que manejan este asunto. Scher está dispuesto a modificar el plan que tiene, si tú lo crees conveniente. Pero lo más importante para ti es que quiere revelarte algo que ni siquiera a mí ha querido decirme. Es como si quisiera entregarte las llaves...
—¿De qué?
—Creo que... de un infierno de ídolos.