CAPITULO 5
En Lushuf se organizaban pequeñas caravanas. Y allí acudían carros de colonos ya establecidos.
En el carro del granjero Reguer salió Dexy de Lushuf. Nadie desconfió del granjero, porque además de que se advertía en seguida que era un buen hombre, Rob ya había enviado instrucciones para que la muchacha, si seguía decidida a emprender esa marcha, se dejara llevar por el granjero.
Permaneció dentro del carro hasta que dejaron muy atrás Lushuf.
—Ya no es necesario que te ocultes. Incluso puedes quitarte ese pañuelo de la cabeza y lucir tu cabellera —dijo el granjero en tono cordial.
—Rob quería que permaneciera oculta durante el día.
—Aquí ya no hay peligro. Rob aparecerá de un momento a otro.
Dexy se sentó al lado del granjero.
—¿Se desenvuelven bien en las granjas?
—Ahora estamos mejorando. La ilusión de que el agua llegará en abundancia a los sitios más abandonados, nos da ánimos.
Por momentos el terreno se hacía más hosco. Había roquedales que formaban laberintos.
—Con sinceridad, Reguer. Conociendo ese valle, ¿volvería a instalarse en él?
—No. Los primeros meses fueron demasiado duros para mi esposa. No por el trabajo, sino por los alarmantes rumores que corrían por toda la comarca.
—¿Qué clase de rumores?
El granjero ensombreció el rostro.
—En Lushuf y en otros lugares habrás oído algo...
Yo no debo decirte nada. Sólo puedo asegurarte que llegarás a mi granja.
—¿Viva?
El granjero se estremeció, por la naturalidad con que Dexy hizo la pregunta.
—Mi esposa y yo somos testigos de la palabra que dio a Rob el hombre que quiere que los valles muertos despierten.
—¿Usted conoce bien a ese hombre?
—No. Pero Rob, sí. Por lo menos pareció creer en la palabra de ese hombre. Dijo que no sufrirías ningún daño.
Cuando avistaban un valle donde verdeaban retazos de labrantío, apareció Rob.
Iba a pie, llevando cinto con doble pistolera. Apenas miró a la muchacha cuando dijo:
—Cerca tengo dos caballos. ¡Gracias por todo, Reguer! Ya nos veremos más tarde.
Dexy saltó del carro. Saludó al granjero, sonriéndole, y marchó por donde Rob se había ido.
Entre unos peñascos había dos caballos. De la silla de una de las monturas colgaba un rifle.
—Tú no llevarás armas —dijo Rob—. Es lo que convine con Elmer Tauber.
Bajo la blusa, se advirtió el relieve de unos incipientes senos, palpitando aceleradamente.
—¡Yo no quiero armas! ¡Lo que deseo... es ver a Belk! ¿Sabe ese loco de Elmer Tauber quién soy?
—Sí. Sé lo dije antes de que me prometiera ampararte.
—¿No pareció sorprendido?
—En absoluto. Me contestó que estaba seguro de que un día aparecerías por esta zona. Y que tenía vestidos para ti. Y un banjo que te gustará, por lo bien que suena.
Ya estaban cabalgando. Dexy dio una frenada.
—Pero, ¿pretende que yo actúe en ese infierno?
—El me ha prometido que no te obligará a hacer nada que no desees.
—¿Y cumplirá?
—Sí. No tendrá más remedio.
—¿Tanto precisa de tu madera?
—No es solamente la madera. Ni tampoco el río que yo puedo desviar... Es que sabe que jugando limpio conmigo, podrá salvar algo de lo que en su locura, se perfila con rasgos que pueden ser hermosos. El quiere llamar esta comarca negra, Gibney...
—¿Por qué?
—Es el nombre del que le admitió, cuando de chiquillo iba a la deriva.
Dexy quedó unos momentos pensativa.
—¿Ese hombre le trató bien?
—Elmer Tauber me dijo que aprendió de él algo muy importante.
—¿Cómo hacer fortuna?
—Cómo y en qué momento hincar los colmillos.
* * *
Desmontaron para emprender un estrecho sendero tallado en la roca. En algunos sitios había salvaguarda.
Pero existían trechos que eran cornisas asomadas al abismo.
A hurtadillas la miraba Rob. Advirtió que no parecía asustada.
Alguna vez, las pisadas de los caballos hacían saltar piedras. Y el choque se oía, muy hondo.
—¡Te parezco tranquila, pero tengo ganas de gritar! —exclamó Dexy.
—Yo también, a pesar de que estoy acostumbrado a ir por caminos peores —contestó Rob.
El pino sendero terminó y la muchacha aspiró con verdadera ansia.
—Para llegar a la granja, supongo que hay otros caminos —comentó.
—Sabes muy bien que ahora no vamos a la granja. Quedó muy atrás...
El viento moldeaba la hermosa figura de Dexy, ciñéndole la blusa y la corta falda.
Durante unos instantes Rob estuvo mirándola, como vacilando en lanzar al abismo una obra de arte.
—El descenso lo haremos por un sitio más fácil. No te quedes atrás.
Se volvió rápido, para no verla y caminó de prisa, llevando el caballo de las riendas.
Cuando cesaron los mogotes de roca, apareció una plazoleta. En un extremo había un acantilado.
En su base, una profunda cavidad. Y dentro, una choza de troncos.
En la cueva quedaba sitio libre para los caballos. Rob aseguró las dos monturas.
—Mira eso.
Indicaba la cabaña, que mantenía la puerta cerrada. Sacó una llave y abrió.
Dentro había una pequeña mesa hecha de troncos y tablas sin cepillar. Trozos de árbol servían de asiento.
En un rincón de la cabaña había unas cuantas botellas vacías.
Y muchas colillas por el suelo.
—Aquí hemos estado, hasta bien de madrugada, Elmer Tauber y yo —dijo Rob.
—¿Ultimando el pacto?
—Eso ya quedó resuelto en la granja. Aquí hemos hablado de cuando él era un chiquillo...
—¿Y eso te importa?
—También hemos hablado de ti. Y de Belk...
—¡Te ha jurado que está vivo!
—Sin necesidad de que me lo jurara, yo ya sabía que estaba vivo. Elmer Tauber arriesga demasiado para engañarme con algo que pueda afectarte.
—¿Cuándo veré a Belk?
—Quizá mañana. Los ídolos se están preparando para una representación.
—¿Y dónde se efectuará?
—Ahí abajo. Hay una buena pista para carreras de caballos. Y se monta un tablado para cuando ha de haber baile y canciones. Eso se hace de noche, con muchas lámparas iluminando a los que actúan. Entonces Elmer Tauber puede acercarse más, amparándose en la oscuridad.
—¿Y las carreras y pruebas de rodeo, desde dónde las ve?
—Desde ahí fuera.
Dexy salió de la cabaña. Un saliente del paredón de roca estaba cortado a golpe de pico, formando la baranda de un palco.
Abajo, un suelo alisado, con una gruesa capa de tierra endurecida. A un extremo y otro del estrecho valle, se veían postes que indicaban el punto de salida de los corredores y la meta.
El tablado estaba en una gran cavidad situada en la base del paredón opuesto al del palco. Se veían algunas cabañas.
—Son los camerinos de los artistas —dijo Rob, colocándose al lado de Dexy.
Ella se volvió, clavando la mirada en el rostro de Rob.
—¡Confiésalo! ¡Esto te divierte!
—¿Por qué?
—¡Tú te entiendes con ese loco! ¡Tú vas a hacer el gran negocio y a divertirte! ¡Llévame cuanto antes al lado de Belk! ¡Después... convence al perturbado para que nos mate! ¡Hazlo! ¡Podrás desenvolverte mejor sin tener la preocupación de protegerme!...
Le golpeaba el pecho con los puños. Los ojos los tenía secos, pero su voz lloraba.
Rob le pegó en las mejillas, obligándola a volver la cabeza a un lado y otro. Procuró no lastimarla.
Lo que buscaba, lo consiguió. Dexy, mientras se encogía para sentarse en el suelo, rompió a llorar.
Mientras tanto, Rob cerró la cabaña. Luego se quedó mirando al fondo del estrecho valle.
Ya tranquilizada, Dexy dijo:
—¡No recuerdes nada de lo que te he dicho!
—Talando árboles, yo he dicho cosas peores. Y el árbol nunca lo ha tomado en cuenta.
Por un camino más fácil, bajaron al valle donde estaba la pista.
—Ahí arriba hay alguien observándonos —dijo Dexy.
—Guardianes del infierno. No te preocupes. Vamos a la granja de los Reguer.
Montaron a caballo. En el momento de emprender el trote, la muchacha miró el suelo.
—¿Belk doma caballos aquí?
—Todo lo que hacía en los rodeos: monta de potros, maneo de becerros, floreo de lazo, lo repite aquí...
—¿En competición con otros?
—Sí. Por lo menos es lo que me ha dicho Elmer Tauber.
—¿Y siempre vence Belk?
—Siempre.
—¡Es único! ¿Dónde viven cuando no tienen que actuar?
—Queda lejos el cañón donde tienen una especie de poblado.
—¿Cuántas mujeres hay?
—No lo sé...
—¡No quieres decírmelo!
—Tal vez. Tenemos que darnos prisa. La granja de los Reguer está lejos. Hay que llegar antes de que anochezca.
* * *
Por segunda vez durante la mañana, entró la granjera en la reducida habitación de Dexy.
Sobre unas maletas había costosos vestidos. La primera vez, dos horas antes, entró para decirle que habían traído unas maletas para ella.
La muchacha se levantó, examinó las prendas de vestir y preguntó:
—¿Rob ha regresado?
—No. Ya está llegando madera por el río que cruza los cañones. Rob estará muy ocupado.
En una de las maletas encontró un banjo. Ni siquiera lo cogió.
—¿Quién ha enviado todo esto?
—El hombre que tú conoces más que nosotros —contestó la granjera.
Una de las promesas que Dexy hizo a Rob, fue no pronunciar ante los granjeros o personas que no fuesen del grupo, el nombre de Elmer Tauber.
—¿Ha dicho algo?
—Que más tarde volvería.
Dexy se acostó. Sólo quería meditar, pero se durmió.
Cuando por segunda vez entró la granjera, Dexy se hallaba profundamente dormida.
—¡Lo siento, muchacha! Pero es necesario que te levantes. Ahí fuera está el hombre que quiere dar vida a estos valles. Te espera.
—¿Quién le acompaña?
—Los que venían con él se han ido. Desde la ventana le podrás ver. Está en el cobertizo donde tenemos el carro.
Dexy se situó sobre una caja de madera, para alcanzar la pequeña ventana.
Vio a un hombre sentado sobre un banco de piedra que había a un lado del cobertizo.
Le tenía de espaldas, en actitud pensativa.
—¡Quizá no sea el hombre con quien trató Rob!
—Sí que es —contestó la granjera.
El deseo de ver cuanto antes a Elmer Tauber, hizo que la joven cogiera la ropa que el día anterior llevó cuando estuvo en el carro y después cabalgando.
—Podía tomarlo a desprecio, Dexy... Y creo que te conviene que te vea lo más bonita posible. Hazme caso —dijo la señora Reguer.
—¿Por qué me ha de convenir que ese hombre me vea atractiva?
—No lo tomes a mal. Ese hombre es viejo. Cuando Rob se fue anoche, me dijo que si aparecía ese hombre, te presentaras con todas las ventajas que tiene tu juventud y belleza. ¡Hazle caso a Rob!
Dexy entornó los ojos. Algo maligno fulgía en ellos.
—¿Por qué no?
Debía presentarse como un ídolo. Un rato más tarde, Dexy quedaba frente a Elmer Tauber.
El único disfraz que él llevaba era su ropa, que podía confundirse con la de cualquier granjero.
Y que no cojeaba ni mantenía la espalda curvada.
El rostro lo tenía tan rasurado como en la reunión de madereros, a la que asistió Rob.
—¿Elmer Tauber? —preguntó Dexy, viendo que él permanecía callado.
—En otro momento te habría pedido que olvidaras el nombre. Ahora ya no importa que lo pronuncies. Sí, soy Elmer Tauber. Puedes llamarme también el Demente.
—¡No sé todavía si es un perturbado o un criminal!
—Puedo ser ambas cosas... Creo que estás más bonita que la última vez que te vi actuando en una sala de fiestas.
La muchacha contrajo el rostro, en un gesto de repulsa.
—¡Rob y otros ya suponían que me había visto!
—Gracias a mí no te molestaron.
Dexy apretó los dientes para no soltar que estuvieron a punto de matarla.
—¡Le estoy muy agradecida, señor Tauber!... Y como sabe que me encuentro aquí para ver a uno de sus cautivos..., dígame cuándo podré verlo.
—En el momento que tú estés dispuesta.
—¡Ahora mismo!
—Sería salirme de lo que he pactado con Rob. El debe estar presente. Además...
El rostro de Elmer Tauber fue ensombreciéndose. Se levantó y se puso a andar, mirando a lo lejos.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella, con gran ansiedad—. ¿Le ha sucedido algo a Belk?
Elmer Tauber se encontraba de lado a la muchacha. Fue girando lentamente.
La luz azul verdosa que había en los ojos de Dexy pareció deslumbrar al demente.
—¿Qué es lo que temes? ¿Que el campeón de rodeos, sabiendo que estás aquí, haya intentado escapar para protegerte?
—¡De usted y sus fieras lo espero todo!
—Eso ya me lo ha dicho Rob con tono más suave, pero más temible. Está llegando madera al embalse. Pronto funcionará el aserradero...
—¡Eso a mí no me interesa!
—¿De veras? Viniendo habrás visto barracas que parecen hechas para perros guardianes, y no para personas que trabajan la tierra. Escasea la madera. ¿No te interesa que esa gente tenga una vivienda adecuada? Rob piensa que tú no eres tan egoísta...
—¡Al diablo Rob y usted! ¿Cuándo he de ver a Belk?
Elmer Tauber señaló a lo lejos. Por el camino que conducía a la granja venía un carro, con toldo, cerrado con la lona por la parte delantera y la de atrás.
—En ese carro van ídolos que conviven con el campeón de rodeos, Belk Lewin. Hablarás con ellos... Luego, tan pronto aparezca Rob, decidirás si conviene esperar un poco más.
El carro, cuando faltaba poco para llegar a la ancha franja de labrantío, se detuvo.
En un lado del camino había piedras grandes que podían servir de asiento.
Por la parte posterior del carro bajaron dos hombres. Luego, tres mujeres.
A una tuvieron que sostenerla para acercarla adonde había una piedra muy lisa.
—Te esperan. La que ha sido ayudada, era la maniquí que con más elegancia desfilaba ante el «gran mundo» de Nueva York, Chicago, Nueva Orleáns... La que se ha situado frente a ella, actuaba en salas de fiestas. No tocaba el banjo. Le bastaba con mover los brazos y meter en la cabeza de todos los que la miraban, que sus brazos eran serpientes...
Iba a seguir, pero Dexy cortó:
—¿Quiénes son los hombres?
—Un jockey, que ya empezaba a ser muy conocido... Y el otro, uno que frecuentaba los rodeos... Por amistad, rehuía competir en las mismas suertes que Belk.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Que no quería correr el riesgo de vencer a tu ídolo...
—¡A usted lo mata la envidia! ¡Vencer a Belk! ¿Quién habría podido?
—Ese joven. Por eso hice que se encontraran aquí. Valía la pena comprobar hasta dónde llega la amistad, a la hora de los apuros.
Dexy se levantó un poco el vestido y echó a correr.
El jockey y el que había señalado Elmer Tauber como amigo de Belk Lewin se situaron en medio del camino, mirando a la muchacha.
El carro había dado la vuelta, alejándose del lugar donde se había sentado la maniquí.
Faltando poco para llegar adonde estaban los dos hombres, Dexy se detuvo, mirando al que frecuentó los rodeos.
Lo vio enflaquecido, con desolladuras en el rostro.
—¡Luw!... ¡En nuestra región todos creen que dejaste los rodeos para enrolarte en un barco mercante! ¡Decían que el rodeo ya había perdido para ti todo atractivo, porque creías a Belk muerto!...
Se abrazó a él, llorando.
—¿Tú lo creíste?
—¡Sí, Luw! ¡Además de que admirabas a Belk, eres su mejor amigo!... ¡De haberlo sabido a tiempo, habría ido en tu busca para decirte que Belk no se había escondido por considerarse un guiñapo!... ¡Ni que había sufrido una caída grave!...
Se calló, retrocediendo unos pasos, los ojos llenos de lágrimas, pero sonriendo.
—¡Te doy explicaciones tontas!... ¡Tú convives con Belk! ¿Cómo se encuentra?
—Muy bien —contestó Luw, mirando con lástima a Dexy.
—Tienes heridas en la cara...
—Gajes del oficio.
Presentó al jockey. Era muy joven y estaba muy pálido.
—Sand y estas mujeres podrán contestar a todo lo que pueda interesarte —dijo Luw—. Yo me alejaré...
—¿Por qué?
—Porque soy tu amigo...
—¡También lo eres de Belk!
La que fue maniquí y que apenas podía andar, rompió a reír en un ataque de histerismo.
—¡Ven aquí, inocente! ¡Ven aquí! —gritó la que tenía unos brazos que Elmer Tauber había comparado con serpientes.
En sus facciones no había belleza. Pero sí en su figura.
La maniquí seguía riendo, cada vez más fuerte. La tercera mujer, la menos hermosa, fue hacia donde estaba Dexy.
—Hablaremos, chiquilla...
Su voz era muy agradable. Le pasó un brazo por la espalda y llevó a Dexy al lugar donde estaban las otras dos mujeres.
—Me llamo Gelia Vogel.
—¡La cantante de ópera! —exclamó Dexy.
—Por fortuna, en mí no hay más que voz... Quiero decir, que no puedo servir de carnada ni recibir malos tratos. Si perdiera la voz por uno de los castigos que impone el déspota de nuestro infierno, quizá fuera a la horca...
—¿Usted?
—No. Tu «amado» Belk. Es el tirano que tenemos en el poblado. Pero por encima de Belk, está el verdadero amo. Y si prepara una representación... y fallara mi voz, tu campeón de rodeos sería arrastrado, antes de ir a la horca...
—¡No es cierto! ¡Todos mienten por temor a aquel loco!
Iba a señalar a Elmer Tauber, pero éste se había metido en la casa.
—Luw te conoce de muchos años. El fue arrastrado por el mismo Belk. ¿Quieres que él te lo confirme?
—¡Algo le haría Luw!
—Sí. Defender a Eyan —y señaló a la maniquí, que todavía seguía riendo, pero muy bajo—. Y algo peor que defenderla: decirle que en la competición que iba a efectuarse dos días más tarde, conseguiría los trofeos precisos para ser el jefe de nuestro poblado. Son necesarias tres victorias para ser como el alcalde de nuestro infierno. Entonces se puede ocupar la mejor cabaña. Distribuir alimentos y bebidas como al campeón de turno se le antoje... Escoger a las mujeres que le gusten. Obligarlas a que se inclinen a su paso...
Dexy se cubrió el rostro con las dos manos.
—¡No es cierto que Belk...!
Se calló, porque otra vez la risa de la maniquí había surgido, con más fuerza.
Luw, el que fue demasiado leal con su compañero de rodeos, tomó de un hombro a Dexy.
—Estamos aquí para ayudarte.
Al galope se acercaba un jinete. Dexy lo reconoció en seguida.
—¡El os ha preparado! ¡Veremos cómo impide que vaya adonde está Belk!...
Quien se acercaba a marcha desesperada, era Rob...