CAPITULO VII

Geoffrey Wilson balbució unos instantes, incapaz de articular palabra. En su sarmentoso rostro afloró una mueca de estupor. Contemplando con incrédulos ojos a Blake.

—Oye, hijo... Eso no puede ser cierto, ¿verdad? Tú... esa placa...

Clint Blake sonrió

—Lo lamento, abuelo. También yo soy un farsante. Esta placa de los Rurales de Texas la encontré hace un par de meses en Llano Estacado. Su propietario había sido pasto de los buitres. Sólo le dejaron la dentadura y la placa.

—Ya no se puede uno fiar de nadie...

—¡Ya basta, maldita sea! —gritó. Fraker—. ¡Ninguno de vosotros va a quedar con vida! Donald...

—¿Sí, Jack?

—A ese Blake y al pelirrojo, colgadlos de un árbol. Al viejo lo quiero atado a la cola de mi caballo. Le arrastraré hasta Bond Pass.

—¿Y la chica? —preguntó Billy Casey, sin evitar que un hilillo de baba asomara por la comisura de sus labios.

En los ojos de Jack Fraker se reflejó crueldad y deseo.

—Yo me encargaré de ella... Vamos a platicar un poco

en el carromato. Quiero que me hable de la Asociación de Damas Defensoras de las Buenas Costumbres.

—A mis hermanos y a mí también nos interesan esas cosas, Jack.

—Os llegará el turno —replicó Fraker mientras avanzaba hacia la muchacha—. Ahora cumplid mis órdenes.

Joanne retrocedió.

—¿Que te ocurre?... ¿Acaso no eres la temible Virtudes Ursula? Yo te voy a...

—Eh, Fraker...

Jack Fraker ladeó levemente la cabeza.

Lo suficiente para que Clint Blake, que se había aproximado en dos zancadas, le estrellara el puno derecho en la boca.

Con brutal violencia.

Jack Fraker se desplomó con los ojos en blanco, a la vez que escupía un par de dientes por los ensangrentados labios.

Los Brothers Casey quedaron sorprendidos por aquella súbita reacción.

—¿Te has vuelto loco, Blake? —reprobó el mayor de los Casey—. Sólo te queríamos colgar de un árbol. Ahora Fraker te arrancará la piel a tiras.

Clint Blake entreabrió las piernas, colocando los pulgares sobre la plateada hebilla de su cinturón canana.

Sonrió fríamente.

—Mi revólver siempre tiene la última palabra.

—¡Eh, hermanos! ¿Habéis oído eso? ¡Nos quiere hacer frente! ¡No hay duda de que está completamente loco!

—No, Donald. Yo le comprendo —dijo Peter con suficiencia—. Blake prefiere el plomo a la cuerda. Siempre es más honroso.

—De acuerdo, hermano. ¡Vamos a darle el gusto!

Donald era el único que aún mantenía el rifle en sus manos. Billy y Peter lo habían depositado en la silla antes de desmontar.

De ahí que Donald fuera el primero en recibir el balazo. Cuando ya el cañón del «Winchester» apuntaba a Blake.

No consiguió apretar el gatillo.

Clint Blake se le había adelantado. De ágil salto se ladeó arrojándose al suelo, a la vez que desenfundaba el «Colt» con pasmosa rapidez. Accionó el disparador.

Sí.

La primera bala para Donald Casey.

Peter y Billy, auténticos profesionales del «Colt», se apoderaron de sus armas vomitando fuego contra Clint Blake; pero éste, después de su primer disparo, rodó por el suelo esquivando el mortífero plomo por escasas pulgadas.

Quedó de bruces.

Con el brazo derecho extendido.

Y de nuevo funcionó su «Colt».

Dos veces.

Billy y Peter cayeron al unísono. Ambos con un negro orificio en la frente.

Los Brothers Casey, siempre inseparables, emprendieron juntos el largo viaje al Más Allá.

—¡Cuidado, hijo!

La exclamación de Wilson no llegó a tiempo.

Jack Fraker, de rodillas, disparó su «Remington». El nerviosismo, o puede que por estar aún semiaturdido, le hizo errar.

El proyectil sólo chamuscó el rubio pelo de Blake.

Jack Fraker ya no pudo rectificar.

No se lo permitió Blake que, instintivamente, respondió al fuego. Con más fortuna que su contrario.

Jack Fraker volvió a caer. Ahora para no levantarse más. Una bala en el corazón se lo impedía.

—Cielos... ¡Qué carnicería!

El comentario fue del pálido y asombrado Jeff Stevens.

Blake le dirigió una dura mirada.

—Gracias por tu ayuda, Jeff.

—No llevo armas. Soy muy torpe y...

—Yo sí sé disparar —dijo súbitamente Joanne, que se había apoderado del rifle depositado al pie de la carreta— Y con muy buena puntería. ¿Quieres comprobarlo, Clint?

—¿Qué haces, Joanne?

—Ese hombre nos engañó, abuelo. ¡Se iba a largar con nuestro dinero!

—Y también nos salvó la vida. ¿Olvidas lo que esos hombres iban a hacer con nosotros? Baja el rifle. Estamos entre... compañeros. ¿No es cierto, Clint?

Blake sonrió burlón.

—Por supuesto, abuelo.

—No somos compañeros, Clint. Nosotros jamás utilizamos las armas. Tú eres un pistolero —dijo Joanne, sin abandonar el «Winchester».

Blake estaba liando un cigarrillo. Alzó la mirada. De sus azules ojos desapareció el característico brillo burlón.

—Correcto, nena. No somos compañeros., Yo soy un pistolero. Me contratan para «pacificar» ciudades donde no impera más ley que la del más rápido. Alquilo mi «Colt» en defensa de causas que considero justas. Así me gano la vida.

—No opinan así en Kansas. Se te acusa de asesinato, ¿no es cierto?

—Jason Warner, uno de los más importantes rancheros de Kansas, pobló el territorio de pasquines. Ofreciendo cinco mil dólares por mi cabeza. Fui contratado por los granjeros, que eran vilmente acosados por Jason Warner, Una de las clásicas guerras entre granjeros y ganaderos. Liquidé al hijo de Warner. En un duelo. No me busca la justicia de Kansas, sino los deseos de venganza de Jason Warner. ¿Satisfecha?

—Todo eso pueden ser embustes.

Clint Blake encendió un fósforo.

Exhaló luego una bocanada de humo en dirección al bello rostro de Joanne.

—Eso debes saberlo tú, nena. Yo soy un profesional del «Colt». Tú eres experta en mentiras.

—¡Nosotros no...!

Joanne se interrumpió.

De pronto ocultó el rostro entre sus manos, comenzando a sollozar. Corrió a refugiarse en el interior de la carreta.

Los tres hombres quedaron perplejos.

—Jamás entenderé a las mujeres, abuelo.

—Yo tampoco, Clint; pero sé lo que le ocurre a Joanne. Presenciar esas muertes...

—Fraker y los Brothers Casey eran carne de horca. Sobre sus conciencias albergaban infinidad de crímenes. Texas queda libre de cuatro alimañas. En Bond Pass respirarán tranquilos.

—Vamos a enterrarles...

—Lo haremos tú y yo, abuelo —dijo Blake—. Jeff puede enganchar los caballos al carromato. Jack Fraker contaba con un elevado número de pistoleros. No es prudente permanecer por aquí.

Geoffrey Wilson atrapó dos palas de la carreta.

Comenzaron a cavar a poca distancia del lugar.

En silencio.

Clint Blake solicitó la momentánea ayuda de Jeff, para proceder al traslado de los cuatro cadáveres.

—¿Sabes lo que le ocurre a Joanne, hijo? —murmuró el anciano, pasando un sucio pañuelo por la frente—. Te has equivocado con ella. No es experta en embustes. Lo de Bond Pass era nuestro primer trabajo. Jamás hemos engañado a nadie. Llevamos cerca de un año deambulando por Texas en esa carreta. Apenas ganamos para comer y, desesperados, decidimos timar a Jack Fraker.

—¿Por qué precisamente a él? Era un tipo peligroso.

—Sí. Y también el más granuja. Eso nos animó. Ya conoces el dicho.

—El que roba a un ladrón...

—Eso es. Joanne ya estaba algo arrepentida. Ahora, con esos cuatro muertos... Sí, Clint. La has juzgado mal. Ha sido muy duro para ella. Joanne y Jeff no están acostumbrados a esta clase de vida. ¿Conoces el Dos Estrellas?

—¿Te refieres al rancho próximo a Pitts City?

—El mismo. Uno de los más importantes del Pecos. Infinidad de acres, miles de cabezas de ganado, más de un centenar de vaqueros... Pues bien, Clint. Hace apenas un año, Joanne y Jeff eran los propietarios del Dos Estrellas.

 

* * *

La carreta avanzaba con lentitud.

Las riendas que controlaban a los cuatro caballos de tiro eran sostenidas mansamente por las huesudas manos de Geoffrey Wilson. Blake iba a su lado. En el pescante. Joanne permanecía oculta en el interior del carromato.

Jeff Stevens cabalgaba delante del vehículo.

Montando el caballo del difunto Jack Fraker.

El viejo Wilson ladeó la cabeza para escupir el tabaco de mascar. Se pasó el dorso de la mano por los labios.

—Alcánzame esa damajuana, Clint. Puedes echar un trago con toda confianza. Es mezcal. Lo fabrico yo mismo.

Blake atrapó el recipiente, aplicando el gollete a los labios. Un líquido infernal pareció abrasar su garganta.

—Bueno, ¿eh, hijo?

—¡Dinamita!

—Me temo que tú eres también un tipo refinado. Acostumbrado a la buena vida. Al igual que Joanne y Jeff.

—Oye, abuelo... ¿Es cierto lo del Dos Estrellas?

Wilson dirigió una mirada a la cerrada lona de la carreta. Como si temiera la aparición de la muchacha.

—Sí, Clint... Puedes preguntar a cualquiera de Pitts City. El Dos Estrellas fue construido por Andrew Stevens. Hace ya muchos años. Después de que participara en el ejército vengador de El Alamo. Yo fui su primer capataz. Andrew era demasiado joven: Permanecí a su lado. Vi nacer a Jeff y a Joanne... Ultimamente, por mi avanzada edad, yo era una figura decorativa.

—¿Qué ocurrió con el rancho?

—A eso iba, hijo. El Dos Estrellas, como todos los ranchos tejanos, sufrió las consecuencias de la guerra civil. Texas confederada se sometió a los triunfadores. El Dos Estrellas, con gran esfuerzo, logró sobrevivir. Superar su perdido esplendor hasta convertirse en uno de los más importantes de Texas. Cierto día...

Geoffrey Wilson volvió a dirigir la mirada atrás.

Comprobando que la lona continuaba cerrada.

Tras la breve pausa, prosiguió:

—Se cometió un robo en el banco de Pitts City. La banda de Máscara Roja cometía una fechoría más. Cuatro individuos. Capitaneados por el mismísimo Máscara Roja. Liquidaron a sangre fría al cajero y a otro empleado del banco, ¡levándose un botín cercano a los cien mil dólares. De los cuatro asaltantes, sólo el jefe, Máscara Roja, se cubría el rostro. Lograron escapar. Aquel mismo día, en la noche, se celebró la habitual partida de póquer en el saloon Diamond. Los jugadores eran Andrew Stevens, el banquero Arthur Hunter, un ranchero llamado John Murphy y un forastero que respondía al nombre de Burt Conway,

—¿Burt Conway? ¿Un fulano con un profundo corte en el labio superior?

—El mismo. ¿Le conoces?

Blake asintió con fría sonrisa.

—Seguro. Es un asesino a sueldo. Un loco sanguinario. Le di caza en Gravy City. Se le buscaba por la violación y muerte de una niña de catorce años. El jurado, atemorizado por unos compañeros de Conway, le declaró inocente. Por falta de pruebas.

—Pues el tal Burt Conway es ahora sheriff de Pitts City, Se le dio el cargo después de su brillante servicio. El descubrió la identidad del misterioso Máscara Roja. Fue durante la partida de póquer. Conway acusó a Andrew Stevens de hacer trampas. Asegurando verle sacar naipes del bolsillo interior de la levita. Andrew Stevens protestó furioso, infinidad de curiosos presenciaban la partida. Stevens, para demostrar su inocencia, sólo tenía que vaciar el bolsillo. Se resistía a ello. Sus propios amigos, Arthur Hunter y John Murphy, le forzaron. En el bolsillo de la levita se encontró...

—Una máscara roja.

—Sí, Clint. Así fue. De poco sirvieron las protestas de Andrew. Minutos más tarde era linchado por la multitud. Le colgaron allí mismo. En una de las vigas del saloon.

—Jeff y Joanne eran los herederos del Dos Estrellas. Legalmente no...

—Con la muerte de Andrew se descubrieron cosas sorprendentes —interrumpió el anciano—. El rancho estaba hipotecado en un préstamo concedido por el banquero Hunter, También se debía una importante suma al rancho colindante, propiedad de John Murphy. Ellos son ahora los dueños del Dos Estrellas.

—Una historia muy interesante.

—Sabía que...

Geoffrey Wilson guardó silencio al oír cómo manipulaban en la lona del carromato.

Se abrió ésta para dejar paso a Joanne Stevens.

—¿Has dormido bien, hija? Ya estamos cerca de Flynnsville.

—Vamos a cambiar de ruta, abuelo.

—¿Cómo?

—He oído cómo contabas la historia de nuestro rancho. ¿Qué te ha parecido, Clint?

—Interesante —fue la lacónica respuesta de Blake.

Los ojos de la muchacha adquirieron un enigmático brillo. Quedaron fijos en Blake. En intensa mirada.

—Puedo hacerla aún más interesante, Clint. La mejor zona del Dos Estrellas es la denominada Llano Bajo.

Una extensa tierra de pastos surcada por el Pitts River. Será tuya, Clint. Como recompensa por tu trabajo.

Blake arqueó las cejas.

—¿Mi trabajo?... No comprendo.

—Creo que está claro. Quiero recuperar mi rancho —replicó Joanne con firme voz—. Eres un pistolero a sueldo, ¿no? Pues bien, Clint. Acabo de contratar tus servicios.