CAPITULO VIII

Clint Blake terminó de liar el cigarrillo.

Con parsimonia.

Sin importarle que Joanne, con la mirada fija en él, esperaba impaciente una respuesta.

—No acepto, Joanne.

—¿Por qué?

—No te has equivocado al catalogarme como pistolero a sueldo, pero tengo mi propio código. Soy yo quien selecciona el trabajo y al cliente. He rechazado ofertas de mil dólares para aceptar cien de un oprimido granjero.

—Conmovedor.

—Puedes burlarte, nena. No me gusta el trabajo que me ofreces. Y tampoco me agradas como dienta.

Joanne sonrió despectiva.

—Sé lo que te ocurre. Temes arriesgar el pellejo... Ahora estás con los bolsillos repletos. Con los tres mil dólares sacados a Fraker. Cuando te encuentres sin un centavo, volverás a alquilar tu revólver al mejor postor. ¡Por un puñado de dólares! ¡Sin mirar nada más!

—Joanne...

—Aún no he terminado, abuelo. Clint quiere humillarnos haciéndonos creer que es un ángel con revólver. Se considera mejor que nosotros, pero se ha embolsado los tres mil dólares que...

La muchacha enmudeció bruscamente al ver cómo Wilson sacaba de su chaquetilla un fajo de billetes.

—Aquí está parte del dinero, hija. Me lo entregó Clint. Hizo cuatro partes. Dos mil quinientos dólares para nosotros. El se quedó con ochocientos cincuenta.

Joanne inclinó la cabeza.

Sin saber qué responder.

Recorrieron unas doscientas yardas en silencio. Con el solo sonido del chirriar de la carreta.

El sol ya acudía a ocultarse tras el horizonte, dejando tras de sí un rojizo resplandor.

—Perdóname, Clint.

Las palabras de Joanne, súbitas e inesperadas, sorprendieron a Wilson y Blake. Este sonrió tendiendo su diestra, para que la muchacha se acomodara también en el pescante.

Se sentó entre los dos hombres.

—Todos nos hemos juzgado mal —dijo Blake, mientras que su brazo derecho rodeaba la cintura de la joven. Con fingida indiferencia—. Debemos conocernos mejor y...

—Quita el brazo, Clint. Empiezo a conocerte demasiado bien.

Blake obedeció con una carcajada que fue coreada por el viejo Wilson.

—Oye, Joanne... He estado pensando en esas tierras del Dos Estrellas. En Llano Bajo, Siempre soñé con ser propietario de una buena tierra de pastos. Claro que... una tierra sin ganado...

El rostro de Joanne se iluminó.

—Te prometo Llano Bajo y quinientas reses.

—Todo esto es absurdo —protestó el anciano—. ¿No lo comprendes, hija? El Dos Estrellas ya no te pertenece. Es ridículo soñar con recuperarlo. Y menos utilizando la violencia.

—No vamos a emplear la violencia. Quiero que Clint demuestre la inocencia de mi padre, que todo fue un diabólico plan ideado por Arthur Hunter y John Murphy para apoderarse del Dos Estrellas. A nosotros nos arrojaron de Pitts City. Como a leprosos. Jeff es demasiado pacífico... Nuestro padre nos inculcó el odio a la violencia y a las armas. Ahora, si regresamos con Clint Blake, nadie se atreverá a expulsarnos de la ciudad.

—¿Y qué más esperas conseguir, hija?

—¡El Dos Estrellas! ¡Nuestro rancho! ¿Qué te ocurre, abuelo? ¡Tú también has luchado por el Dos Estrellas! ¡Durante años! Tú y mi padre...

—Olvídalo, Joanne. Debes resignarte.

La joven denegó con enérgico movimiento de cabeza.

—Jamás me resignaré, abuelo. ¡Nunca! En estos meses de cruel deambular de ciudad en ciudad, no he cesado de pensar un solo instante en el Dos Estrellas. En rehabilitar el nombre de mi padre. Con la ayuda de Clint Blake lo conseguiremos.

—Es imposible...

—Lo intentaremos, abuelo —dijo Joanne—, Ya está decidido. Lo he consultado con Jeff. Se muestra conforme.

—Jeff es incapaz de decidir por sí solo. Todo cuanto tú le dices está bien para él. No cometas locuras, hija. Olvida el Dos Estrellas. En Pitts City no nos recibirán con los brazos abiertos. John Murphy y Arthur Hunter son ahora los más poderosos. Y cuentan con la colaboración de Burt Conway, convertido en sheriff. ¿Qué podemos hacer nosotros?

Joanne dio la espalda al anciano, para fijar sus ojos en el silencioso Blake.

—¿Qué dices tú, Clint?

Blake dudó unos instantes.

Era una misión difícil y peligrosa.

Con nulas posibilidades de éxito.

Una leve sonrisa asomó al rostro del pistolero.

—Se puede intentar, Joanne.

 

* * *

Habían acampado al refugio de unos árboles que poblaban la orilla de un tranquilo riachuelo.

Ya envueltos por las sombras de la noche.

Se encontraban a poca distancia de Flynnsville, pero aquel lugar ya había quedado descartado.

Los cuatro caballos de tiro, junto con el de Blake y el que perteneciera a Jack Fraker, pastaban a poca distancia.

Ya habían cenado.

Permanecían reunidos en torno a la hoguera.

Geoffrey Wilson, cuyo rostro había perdido todo signo de jovialidad, se encaró con Jeff Stevens.

—¿Estás seguro de que quieres secundar a tu hermana, Jeff? ¿Te das perfecta cuenta del riesgo y de la imposibilidad de recuperar el Dos Estrellas?

Jeff Stevens se encogió de hombros.

—No lo he pensado detenidamente, pero sí acepto el plan de Joanne. Lincharon a nuestro padre y nos arrebataron el rancho. No tenemos nada y nada podemos perder.

—La vida, Jeff. ¿Te parece poco?

Joanne intervino para responder al anciano.

—Llevamos cerca de un año vagando por Texas. En muchas ciudades ni tan siquiera nos han permitido la entrada. Todos los buhoneros tienen fama de farsantes. Hemos pasado calamidades, frío e incluso hambre. ¿Sabes qué me decidió a preparar el truco contra Jack Fraker? ¡Conseguir dinero para poder regresar a Pitts City! ¡Investigar de nuevo para descubrir...!

—Nada se puede hacer, hija. Murphy y Hunter presentaron documentos que fueron minuciosamente estudiados por el juez Butler. No estaban falsificados. El Dos Estrellas hipotecado y con fuertes deudas a favor de Hunter y Murphy.

—¡Le obligaron a firmar esos papeles o tal vez los consiguieron con engaños! El Dos Estrellas era uno de los más poderosos del Pecos. Mi padre no tenía motivos para hipotecarlo ni contraer deudas de semejante calibre. Todo marchaba a la perfección. ¡Con dinero en abundancia!

—No hay ninguna posibilidad de éxito, Joanne. Es suicida el intentar recuperar algo que se ha perdido para siempre.

—¡Ya basta! —exclamó Joanne con una dureza que sorprendió al anciano—. Lo hemos decidido. No te obligo a seguirnos,. Geoffrey. ¡Puedes seguir con la carreta de buhonero!

Las arrugas se acentuaron en el rostro de Wilson. Dibujando una amarga mueca. Se incorporó para alejarse lentamente hacia el carromato.

Clint Blake, que había permanecido al margen de la discusión, succionó el cigarrillo moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Has sido muy dura con el abuelo, Joanne. El sólo quiere protegeros. Teme por vuestra vida. Y con sobrada razón. En Pitts City no os recibirán con buenos ojos.

—Ya le pediré perdón. Estoy muy nerviosa. Ahora vamos al asunto, Clint. ¿Se te ocurre algún plan?

—¿De quién fue la idea del senador Sellars y su hija?

—Mía.

Blake sonrió.

—Te felicito. Muy inteligente. ¿No se te ocurre nada para Pitts City?

—¿Qué quieres? ¿Que me presente disfrazada de Billy the Kid, disparando a diestro y siniestro?

—No lograrías engañarles, Joanne. Tienes demasiadas curvas que ocultar.

La joven enrojeció.

—No es momento para bromas, Clint.

—Está bien... Tú no tienes ningún plan y yo desconozco el terreno donde se va a desarrollar la acción. Debo tantearlo antes de obrar. Ya se nos ocurrirá algo sobre la marcha. Una cosa es importante. Presentarse en Pitts City con una carreta de buhonero no es prudente. Las simpatías jamás están del lado de los fracasados. Vuestro regreso a Pitts City debe ser por todo lo alto. Nadando en la abundancia y soltando dólares con generosidad.

—Eso se puede hacer los primeros días, Clint. Sólo disponemos del dinero conseguido en Bond Pass.

—Yo os entregaré mil dólares más. En Flynnsville vended la carreta con todo lo que lleva en su interior. Y los caballos.

—¿Cómo llegaremos a Pitts City?

—En la diligencia que sale de Flynnsville. Adquirid ropa elegante y llegad con un voluminoso equipaje.

—¿Y tú?

—Saldré hacia Pitts City antes de que amanezca. Llegaré mucho antes que vosotros. ¿Cuál es el mejor hotel?

—El Center.

—Allí os esperaré.

Quedaron en silencio.

Dando por terminada la conversación.

Jeff Stevens fue el primero en incorporarse. No había intervenido en nada. Aceptando todo de antemano.

Geoffrey Wilson ya había improvisado tres lechos al amparo de la carreta. Con mantas y sillas de montar como cabezales.

La fogata quedó encendida,

—¿Todo ultimado? —preguntó Wilson, con voz carente de inflexión.

—Sí, abuelo. Quiero pedirte perdón por...

—Olvídalo, hija. Iré con vosotros. Pitts City es un buen lugar para morir.

Geoffrey Wilson giró para tumbarse bajó las mantas. Jeff Stevens le imitó, mientras que Blake se alejaba en dirección a los caballos.

Joanne se introdujo en el carromato.

Ella dormía allí. Al menos lo intentó, pero al cabo de cierto tiempo se levantó, irritada. Incapaz de conciliar el sueño. Se echó sobre los hombros una negra capa, descendiendo de la carreta.

Jeff y el anciano roncaban a dúo.

El lecho destinado a Blake continuaba vacío.

La muchacha se alejó hacia la orilla del riachuelo. Allí descubrió a Blake. Fumando un cigarrillo.

De espaldas a Joanne.

—¿No puedes dormir, Joanne?

La joven se sobresaltó.

Estaba segura de no haber hecho el menor ruido.

—¿Cómo has descubierto mi presencia?

—Los tipos como yo tenemos un sexto sentido. Tampoco puedo dormir. Una pareja de grillos se está haciendo el amor bajo la carreta. Así es imposible pegar ojo.

Joanne alzó la mirada al cielo.

—Es una bonita noche...

—No hay luna —replicó Blake—. Tuvo miedo de salir y quedar eclipsada por el brillo de tus ojos.

—No te hacía tan galante... ¿Has oído al abuelo? —dijo la joven, deseando cambiar la conversación—. Nos acompaña.

—Era lógico.

—Comentó que Pitts City era un buen lugar para morir. Tiene razón... Las tierras del Dos Estrellas son maravillosas..., bañadas por las caudalosas aguas del Pitts River...

Joanne mantenía la mirada fija en aquel placentero remanso. El riachuelo, de cristalina transparencia, producía destellos en la oscuridad de la noche.

Las manos de Blake atenazaron los hombros de la muchacha, obligándola a girar y enfrentar sus miradas.

Se reflejó en los ojos femeninos.

—Ningún sitio es bueno para morir, Joanne... Ni tan siquiera el Dos Estrellas, La vida es lo más hermoso. No debemos pensar en la muerte, sino disfrutar cada instante de nuestra existencia. Ahora mismo... tú y yo...

Blake unió sus labios a los de la joven, a la vez que rodeaba su cintura atrayéndola contra sí. Joanne le echó los brazos al cuello.

—Clint...

—¿Sí?

—Has resultado más convincente que en tu papel de teniente de rurales.

Los dos rieron divertidos.

Por muy poco tiempo.

Nuevamente habían unido sus Sabios en un apasionado beso.