ALCEO

Alceo de Mesene, capital (cf. el 445 de Nicandro) de Mesenia, cuya vida debió de transcurrir en otros países (534, 550 y quizás 547 muestran relación con Tebas), era considerado como autor de dos obras críticas, una (Euseb. Praep. ev. X 3, 23) sobre los plagios del historiador Éforo y otra quizá (Pol. XXXII 6, 5) contra el gramático Isócrates. Se conservan en la Antología veintidós epigramas atribuidos o atribuíbles a él; los lemas de 546, 549 y 555 hablan de Alceo el mitileneo (cf. el 210 de Asclepíades) y el del 545 menciona al mitileno o el mesenio, pero la adscripción al lírico arcaico es imposible.

En 534 tenemos un elogio de Filipo V (cf. su intr.) que puede ser irónico o denotar sincera admiración. En el año 215, el rey intervino en los asuntos de Mesenia y se granjeó la aversión de este pueblo: quizá sean posteriores a esta fecha 535-536, claramente negativos; o se ha pensado que Alceo, a diferencia de sus paisanos, se mantuvo fiel a Filipo hasta el 198, en que el acuerdo de Macedonia con Esparta y su ruptura con la Liga Aquea indujeron a muchos griegos a poner sus esperanzas en el romano Tito Flaminino, caso en el cual dichos dos poemas corresponderían a los años 198-197, pues son anteriores a la batalla de Cinoscéfalas. Es, en cambio, posterior a ella 538, y 537 está entre 197 y 191. En cuanto a 547, fue escrito después del 205.

Alceo es autor multiforme y desigual. Sus epigramas políticos era difícil que no resultaran prosaicos; 547 y 553 son muy bellos, y 543 tiene también una cierta melancólica prestancia muy agradable; el manido tema de 551 está discretamente tratado; vulgar es la temática «cupidesca» de 539 y 552; más bien fría resulta la materia pederástica en 540 y 542, con caída hacia el mal gusto en 541; francamente flojos son 549 y 554, este último con antecedente remoto en Dioscórides. El 555 es dudoso.

El emblema floral de Meleagro (776, 13) hace alusión sin duda a la leyenda de que el jacinto ofrecía en sus pétalos unas letras que solamente los poetas podían interpretar, y, si éstas eran, según una versión de la historia, el lamento ay, ay, emitido por Apolo tras haber matado involuntariamente a su amado Jacinto, la alusión quizás estaría basada en el tono pesimista y agresivo de los epigramas políticos de Alceo.

534 (IX 518)

Hiperbólicamente (o satíricamente, cf. intr.) se considera a Filipo capaz de asaltar el propio Olimpo: hay un recuerdo homérico, el de Od. XI 305-320, en que los gigantes Oto y Efialtes pusieron el Pellón sobre el Osa, montes ambos de Tesalia, para hacer accesible el cielo.

Zeus Olimpio, tus muros levanta, que todo a Filipo

le es accesible; cierra tus broncíneos portales.

Ya el poder de Filipo domina los mares y tierras;

ya sólo la conquista te queda del Olimpo.

535 (IX 519)

Epigrama contra Filipo, célebre (cf. Paus. VII 7, 5) por su propensión a envenenar a enemigos y amigos y su afición al vino. El poeta pide a Baco, llamado aquí Leneo (cf. el 259 de Posidipo), que le embriague, como Odiseo (cf. el 221 de Asclepíades) a Polifemo (cf. el 530 de Aristón) en la Odisea, para hacer posible una horrible venganza (Tideo, héroe de la guerra de Tebas, hizo lo mismo con Melanipo, lo cual provocó la repugnancia de Atenea); pero también es posible que ya al principio haya otra malévola alusión al rey, por lo que se dirá sobre el epigrama siguiente. No tenemos idea de quién pudo ser la víctima de Filipo en el festín, acerca del cual resulta típica la alusión a la crátera con vino puro; es temerario pensar en los asesinados de que se habla en 536.

Voy, Leneo, a beber mucho más que el ciclope

cuando llenó su vientre de carnes humanas.

Beberé y ojalá que, aplastada la odiosa cabeza

de Filipo, sorber pudiera yo sus sesos;

pues, habiendo vertido ponzoña en la crátera pura,

gustó en el banquete la sangre de su amigo.

536 (XI 12)

El rey ha dado muerte a un tal Epicrates (un poeta cómico, o quizás un almirante rodio) y a un tal Calías (un poeta trágico, o un delio, o un agente al servicio del rey; en todo caso, un joven apuesto). El comienzo repite textualmente tres palabras de Homero (Od. XXI 295, cf. el 152 de Leónidas) referentes a Euritión (cf. el 316 de Calimaco): como él, Filipo se complace en la bebida y es incluso un Caronte del vino, puesto que, como el barquero infernal (cf. el 143 de Leónidas), envía a la muerte a sus convidados, pero sus víctimas se alegrarán cuando alguien se aproveche también de su vicio para eliminarle, como hizo Odiseo (cf. 535) con el ciclope; por otra parte, el monarca es ya tan odioso como el siniestro tuerto mítico y como sus antepasados Filipo II (cf. el 527 de Nicarco), que perdió un ojo en el sitio de Metone, ciudad tesaba, y Antígono I (cf. el 288 de Calimaco), apodado el Monoftalmo o Ciclope.

También al centauro el licor destruyó, no a ti solo,

Epicrates, ni a Calías en su sazón amable.

Verdadero Caronte del vino es el tuerto; que puedas

muy pronto desde el Hades contestar a su brindis.

537 (VII 247)

Se dirigen al viandante los muertos de la batalla librada el año 197 en el lugar tesalio de Cinoscéfalas, en que la derrota de Filipo ante Roma, la Liga Etolia (cf. el 269 de Posidipo) y otros pueblos helénicos puso fin a la segunda guerra macedónica: las bajas no fueron tantas como aquí se dice, sino ocho mil según Plutarco (Vita Flam. 8-9). Parece, añade el historiador, que los Etolos, por afán de saquear, dejaron que Filipo se escapara velozmente (cf. el 500 de Dioscórides); éste, que no se había comportado tan mal, no se indignó demasiado ante las dos últimas líneas del epigrama y se limitó (cf. 557 y 750) a parodiarlo con amenazas al poeta; pero Tito Quintio Flaminino, ya molesto por la forma en que los Etolos se adjudicaban el mérito, llevó a mal que aquí estuvieran citados antes que los Romanos. Probablemente esto fue causa de que Alceo retirara los versos 3-4, que no están en la Antología, aunque sí en Plutarco: el último de ellos fue aprovechado por el propio autor, en forma casi idéntica, para el 538, dedicado precisamente al elogio de Flaminino. Además, en la Antología se dice, contra el texto de Plutarco, en esta tumba, lo cual no parece muy lógico si se tiene en cuenta el sin sepulcro y el hecho conocido de que hasta el 191 (año antes del cual debió de ser escrito este poema) los muertos en la batalla estuvieron sin enterrar. Ematia es una parte de Macedonia y aquí se aplica a toda ella.

Sin sepulcro ni llantos, viajero, yacemos en esta

colina de Tesalia treinta mil soldados

vencidos del Ares etolio y las fuerzas latinas

que se trajo Tito de la espaciosa Italia.

¡Gran dolor para Ematia! Y Filipo, aquel alma valiente,

corrió más de prisa que los rápidos ciervos.

538 (XVI 5)

Véase lo anotado sobre el 5 de Hegemon y 537 y añádase el dato bien conocido de que Flaminino proclamó la libertad de Grecia en Corinto con motivo de los juegos ístmicos (cf. el 189 de Arato) del año 196.

Trajo Jerjes la pérsica tropa a los campos helenos

y Tito llegó a ellos de la espaciosa Italia;

aquél, a poner servil yugo en el cuello de Europa;

éste, por liberar de esclavitud a la Hélade.

539 (V 10)

El amor es fuego que devora al hombre, guerrero enemigo que le persigue y destruye. Y todo ello sin mérito alguno, pues los dioses lo pueden todo.

Odio a Eros; ¿por qué violento no ataca a las fieras,

sino que con sus dardos mi corazón asalta?

¿Qué pueden valer para un dios las cenizas de un hombre?

¿Es glorioso trofeo mi cabeza sangrienta?

540 (XII 29)

El desdeñoso Protarco terminará por advertir que la juventud pasa pronto, como un veloz corredor dispuesto, en la prueba de relevos, a pasar su antorcha (cf. el 521 de Dioscórides) a otro más joven.

El hermoso Protarco no quiere, mas sé que algún día

querrá; la juventud corre con su antorcha.

541 (XII 30)

Nicandro, al que la multitud de sus admiradores hace displicente, no se da cuenta de que la aparición de vello en sus pantorrillas, rasgo incluso graciosamente juvenil, preludia decadencias posteriores (cf. el 238 de Asclepíades). Esto debe ser un aviso para él.

El vello, Nicandro, tu pierna ensombrece; cuidado,

no te ocurra pronto lo mismo en el culo

y notes que no hay ya quien ame. Repara, aún es tiempo,

en la juventud que pasa irreversible.

542 (XII 64)

El joven Pitenor va a tomar parte en los juegos Olímpicos; sobre Pisa, cf. el 191 de Arcesilao; el Cronio o monte de Crono (cf. el 338 de Calimaco) es el cerro a cuya sombra está el recinto. El poeta teme que Zeus, impresionado ante la hermosura del muchacho, segundo hijo de Cipris después de Eros, repita la hazaña realizada con Ganimedes (cf. el 494 de Dioscórides) y le pide, en cambio, el amor del mozo.

¡Oh, Zeus, rey de Pisa! Corona al segundo retoño

de Cipris, Pitenor, al pie del Cronio abrupto,

mas no, con virtiéndote en águila, bajes a hacerle

su copero en lugar del Dardánida hermoso.

Y si en algo te ha sido agradable este don de mis Musas,

concédeme el amor del divino muchacho.

543 (XVI 7)

Poesía votiva con motivo de la ofrenda de los instrumentos músicos (flautas y boquilla, cf. el 527 de Nicarco y, sobre la expresión final, el 458 de Hédilo) por parte del flautista Doróteo de Tebas, que tal vez haya triunfado en un certamen, o al menos es respetado por las críticas que solían hacerse (sobre Momo, cf. el 338 de Calimaco) a este tipo de artistas, cuyas melodías eran a veces audaces o decadentes. Doróteo cantó los hechos trágicos de Troya (sobre cuyo fundador Dárdano, cf. el 280 de Calimaco y 542) y quizá, más concretamente, el luto por la muerte de Héctor, hijo de Príamo y Hécuba; a Sémele, que, herida por el rayo de Zeus, dio a luz prematuramente (cf. el 41 de Ánite y 443 de Teodóridas) a Dioniso, llamado aquí Lieo como en el 181 de Leónidas; los acontecimientos Anales de la guerra troyana, tras la introducción del caballo en la ciudad (cf. el 486 de Dioscórides). Probablemente se trataba de ditirambos, tradicionalmente dedicados a Dioniso, dios de la flauta, de quien los poetas son profetas o intérpretes cuando, como en este caso, acompañan al canto coral.

Uniendo al armónico coro sus flautas suaves,

Doróteo, inspirado por las eternas Gracias,

al aire lanzaba los duelos dardanios, la gesta

del caballo y el parto fulgúreo de Sémele.

Y él solo de Momo escapar a las alas ubicuas

pudo entre los sacros profetas de Dioniso.

Su linaje es tebano; su padre, Sosicles; al templo

de Lieo sus cañas consagra y su boquilla.

544 (VII 1)

Contaba una rara leyenda que Homero había muerto apesadumbrado porque las Musas, sus inspiradoras, eran ahora autoras indirectas de un enigma en verso que, en la pequeña isla de los, una de las Cicladas (donde, según Pausanias, X 24, 2, se exhibía una tumba del poeta), le plantearon unos jóvenes pescadores. El enigma, bien conocido por otros textos antiguos (cf. el 106 de Leónidas), era los que cazamos los dejamos y los que no cazamos nos los llevamos; su solución, los piojos del cuerpo. Ahora, el autor de la Ilíada y la Odisea, específicamente mencionadas en el epigrama (la última con cita de su protagonista, hijo de Laertes y natural de la isla de Ítaca, del mar Jónico), recibe, por parte de las nereides marinas y en agradecimiento por haber cantado Homero a una de ellas, Tétide, madre de Aquileo (cf. el 221 de Asclepíades), los mismos honores fúnebres que dedicó ella misma, por ejemplo, a Patroclo (cf. el 68 de Nóside).

A Homero, cantor de los héroes, matóle un enigma

dictado por las Musas a los niños de los.

Pero ungiéronle luego con néctar marinas nereides

y pusieron su cuerpo bajo un acantilado

porque a Tétide y su hijo loó y los combates de muchos

guerreros y las gestas del Laertiada de Ítaca.

Felicísima tú entre las islas del mar, pues, pequeña

siendo, al astro guardas de las Gracias y Musas.

545 (VII 55)

Hesíodo (cf. el 408 de Mnasalces y Tuc. III 96) había sido amonestado por el oráculo de Delfos para que huyera del bosque de Zeus Nemeo y, creyendo que se trataba del famoso santuario (cf. el 296 de Calimaco), lo evitó, pero fue a parar al territorio de los Locros ózolas, donde había otro recinto consagrado a la misma divinidad con el mismo nombre y donde halló la muerte. Sobre ofrenda de leche a los difuntos, cf. el 164 de Leónidas.

En un bosque sombrío de Lócride el cuerpo de Hesíodo

lavaron las ninfas en sus manantiales

y un sepulcro para él erigieron. Pastores de cabras

lo regaron con mezcla de rubia miel y leche.

Tal era, en efecto, el cantar de aquel viejo que había

bebido el agua limpia de las nueve Musas.

546 (VII 536)

Hiponacte (cf. el 377 de Teócrito) se hizo célebre por su mordacidad e impudor: ahora, alrededor de su tumba no crece, por ejemplo, la bella parra (cf. el 362 de Simias), sino plantas estériles e hirientes. El viajero que pase junto a ella no debe pretender otra cosa sino que el muerto reciba el don benéfico del sueño dejando así también tranquilos a los demás.

Ni siquiera ya muerto el anciano criaba en su tumba

la dulce uva vinosa, sino sólo la zarza

y el piruétano acerbo que crispa al viajero los labios

y el gaznate reseco por la sed del camino.

Conténtese aquel que a la tumba del muerto se acerque

con desear benigno letargo a Hiponacte.

547 (VII 412)

Epitafio de Pílades, citarodo (cf. el 387 de Teócrito) de Megalopolis, ciudad de Arcadia, del que sabemos que tocó en los juegos Nemeos (cf. 545) del año 205. Un poco confusamente se amalgaman dos usos rituales para caso de luto: el dejarse la cabellera sin peinar ni trenzar y el cortarse el pelo a rape (cf. el 506 de Dioscórides). Apolo no puede sacrificar su divina melena, pero, en señal de duelo, se quita la guirnalda de laurel (hemos visto a un dios así ataviado en el 83 de Nicias y a él mismo en relación con esta planta en el 369 de Teócrito). No sabemos qué río es el Asopo, quizá no el bien conocido de Beocia (cf. intr. a Posidipo), región lejana respecto de Arcadia, sino un homónimo. El hogar de Dioniso es cualquiera de los teatros en que Pílades actuaba.

Pílades, llora la Hélade entera y se rapa

la cabellera ondeante, porque tú te nos fuiste;

y aun Febo quitóse el laurel de su intonsa melena

a su cantor y siervo debidamente honrando.

Las Musas gimieron y Asopo, escuchando el lamento

de las dolientes bocas, su carrera detuvo;

y cesó en el hogar de Dioniso la danza, pues ibas

por el camino férreo de las puertas del Hades.

548 (VII 495)

Inscripción para un cenotafio: el cadáver se perdió en el mar Egeo; sobre Arturo, cf. el 148 de Leónidas; sobre el Bóreas, el 206 de Asclepíades.

Fatal para el nauta es viajar con Arturo; así a Aspasio

la tempestad borea trajo amargo destino.

Junto a su tumba caminas, viajero; su cuerpo

bañado por las olas el Egeo lo oculta.

Toda muerte de un joven es triste, mas suele enlutarse

la mar con desastres dignos de mucho llanto.

549 (VII 429)

Epigrama rebuscado y soso en que el autor tinge descubrir el enigma (cf. 544) de una lápida sepulcral en que sólo se lee dos veces la letra phi acompañada posiblemente de una figura de mujer (cf. el 272 de Posidipo). En primer lugar piensa en Quilíade, supuesto nombre equivalente al sustantivo que significa millar, porque dicha letra se usa como cifra para 500; pero la verdadera solución es otra: la mujer se llama Fídide, que en griego se puede descomponer como phi dos veces. El epigramatista puede jactarse de ser un nuevo Édipo.

Me pregunto a mí mismo por qué se escribió en esta piedra

del borde del camino sólo una phi dos veces

grabada a cincel del cantero. ¿Quizá se llamaba

Quilíade la mujer a quien la tierra cubre?

Pues tal significa ese par a una cifra traído.

¿O acaso por el buen camino no marchamos

y era Fídide el nombre que cuadra a tan triste sepulcro?

El enigma, nuevo Édipo, descubrí de la esfinge.

Loor al que tal acertijo compuso en dos letras,

luz para los sagaces, tinieblas para el lerdo.

550 (IX 588)

Reflexiones ante una estatua honorífica (cf. el 257 de Posidipo) del atleta Clitómaco de Tebas (la de las siete puertas, dice literalmente el último verso conforme a la leyenda y a la verdad arqueológica) que se hallaba en el recinto ístmico de Posidón o en su ciudad natal; pero sabemos que tenía otra en Olimpia, donde logró grandes triunfos, como el del pancracio en el 216. Esta victoria del Istmo (cf. 538), citada por Pausanias (VI 15, 3), fue famosa por haber conseguido Clitómaco los premios del pugilato (cf. el 59 de Teeteto y 353 de Diotimo y nótense los terribles guantes con correas) y pancracio en el mismo día. La escultura debía de representar muy vivamente la fuerza hercúlea del vencedor. El epigrama está recogido en el Pap. Tebt. 3, con fragmentos de Asclepíades (239), Posidipo (267) y quizá del propio Alceo (556).

Como ves, extranjero, el broncíneo poder en la imagen

de Clitómaco, vio la Hélade su fuerza.

De quitar de su mano termina los guantes sangrientos

del púgil y hacia el fiero pancracio se encamina.

Ni en la prueba tercera manchó sus espaldas, y obtuvo

sin morder el polvo los tres premios del Istmo.

Único Heleno así honrado, su triunfo es corona

para Tebas la insigne y Hermócrates su padre.

551 (XVI 8)

Ante una representación pictórica o escultórica del suplicio de Marsias, sobre el cual cf. el 519 de Dioscórides y de cuya madre la ninfa nada sabemos. Atenea arrojó la flauta al verse reflejada en las aguas del lago Tritónide, de Libia, del que proceden sus apelativos Tritogenia y Tritónide. La muerte suplantó al premio que cabía esperar de un certamen así, bajo el que subyace la rivalidad entre la lira (en el original dice forminge, con palabra aplicable también a la cítara) como emblema del arte sereno y aristocrático de Apolo y la flauta, símbolo de una música más popular y emotiva. Sobre la expresión del verso 2, cf. 543; la del 7 está quizá relacionada con el empleo de tallos de loto para hacer flautas.

Ya no tocarás como antaño en la Frigia pinosa

cantando melodías con tu caña horadada,

ni en tus dedos florece el invento ya más de Atenea

Tritónide, ¡oh, sátiro de una ninfa nacido!

Ligaduras aprietan tus manos que a Febo retaron,

siendo mortal como eres, a divina querella.

Los lotos que dulces sonaban al par de la lira

no te dieron por premio guirnaldas, sino el Hades.

552 (XVI 196)

Apostrofe a una escultura (cf. el 173 de Leónidas) que representa a Eros con las manos atadas a un poste, los pies trabados, la cara sucia quizá de lágrimas, en la actitud de un animal caído en la trampa del cazador (cf. el 485 de Dioscórides), privado de las poderosas armas con que enamora a los mortales. Pero es inútil; lo puede todo y escapará.

¿Quién así te trabó y te esculpió impíamente cazado?

¿Quién ató a la espalda tus manos y puso

manchada tu cara? ¿Qué fue de tus rápidas flechas,

pobre de ti, qué fue de tu aljaba abrasante?

En vano sin duda penó el escultor que al que enciende

de deseo a los dioses encarceló en tal trampa.

553 (XVI 226)

A una imagen de Pan que toca la siringa; así dice el lematista, aunque puede haber dudas en cuanto al instrumento; cf., con 551, el 46 de Ánite y 370 de Teócrito, así como el 466 de Glauco y 527 de Nicarco.

Que tus labios rientes, ¡oh, Pan montaraz!, se deleiten

en esos acordes de tu pastoril caña;

el melódico son que del músico cálamo fluye

subraye en su armonía la letra en que te apoyas

y dancen en torno a tu ritmo las ninfas fluviales

golpeando la tierra con sus pies fogosos.

554 (VI 218)

Otra vez el milagro del león (cf. el 500 de Dioscórides). Aquí encontramos algunos elementos nuevos: el eunuco (de cuya castración se habla claramente) es un metragirta o sacerdote mendicante de Cíbele, la Madre o Rea, y se menciona el monte Ida (cf. 551 y lo citado allí); en una especie de verdadera conversión no carente de gracia, el león imita la danza frenética de los devotos; es teóricamente posible, en fin, que lo consagrado aquí por el monje agradecido fuera el propio león amansado (recuérdense los que tiran del carro de la diosa), pero Nonio (pág. 775 L.) recoge un texto de Varrón referente a un simulacrum leonis (cf., por ejemplo, el 299 de Calimaco) que representaba en un santuario del citado monte a un león domesticado por los Galos.

Un siervo mendigo y eunuco de Cíbele andaba

por las cimas boscosas del Ida y al encuentro

salióle un león gigantesco que abría terrible

sus fauces hambrientas para devorarle.

Tembló ante la fiera cruel; ni a gritar se atrevía;

mas tocó el tamboril, movido por voz sacra,

y el monstruo cerró sus tremendas quijadas danzando,

la melena a los aires, en éxtasis divino.

Y el hombre, salvado de muerte espantable, ante Rea

depositó del león danzarín una imagen.

555 (VII 5)

Parece que el autor del epigrama (según el lema, anónimo o atribuido por algunos a Alceo) ha sabido que en la ciudad de Salamina (cf. el 436 de Teodóridas) habían erigido o querían erigir una estatua a Homero sumándose (cosa que sabíamos por la biografía del gran poeta que patrocinaba un tal Calicles) a las varias que se disputan su cuna y considerando como su padre a un tal Demágoras. El poeta protesta: ni aunque la estatua fuera de oro, toda reluciente, renunciaría él a su padre Meles y a su patria la isla de Quíos, donde los Homéridas formaban un colegio ritual dedicado a recitar sus versos. La cita de Meles más bien favorece la tesis de Esmirna (cf. intr. a Menécrates), basada en el hecho de que así se llamaba un río cercano a aquella ciudad, pero había una teoría conciliadora de Proclo según la cual Homero nació en ella, pero vivió en Quíos (cf. el 453 de Hédilo) enviado allí como rehén, que tal significa su nombre.

Ni aunque el martillo surgir como Homero de oro

me hiciera entre rayos flameantes de Zeus,

soy ni seré salaminio ni el hijo de Meles

lo será de Demágoras; ¡tal la Hélade no vea!

Con otro poeta probad; y mis versos vosotros

a los Helenos, Musas y Quíos, cantadlos.

556 (Pap. Tebt. 3)

Probablemente pertenezca a Alceo (cf. 550) un poema muy fragmentario en que parece haberse cantado la historia de Faetonte, hijo de Helio (cf. el 327 de Calimaco) y nieto de Hiperión, que pidió el carro a su padre con desastrosos resultados, pues, desbocados los caballos por su inexperiencia, el mundo empezó a arder ante la excesiva proximidad del astro, hasta que Zeus tuvo que fulminar al auriga. Éste cayó al río Erídano, probablemente el Po, y allí le lloraron sus hermanas las Helíades, transformadas en álamos. No se ve bien por qué al parecer se llama a éstas las Libétrides, apelativo en general reservado a las Musas por su relación con Libetra, ciudad de la región de Pieria (cf. el 502 de Dioscórides). Los escasos fragmentos dan las lamentosas Libétrides … junto a las orillas del Erídano … del carro y los aparejos de los caballos … rotos, caídos en el polvo … Faetonte, cuyas carnes devoró el rayo … volver a ver la casa áurea del Hiperiónida … llorarán al hermano muerto … golpeándose los pechos … fuego ardiente … vinieron a la sede