Capítulo 4
—Esa bestia no pasará la noche en Santuario —declaró Sidonia con vehemencia—.
No puedes permitirlo.
—Va a quedarse —respondió Mercy—, hasta que decidamos cuál es la mejor forma de proteger a Eve.
Sidonia agarró a Mercy por el brazo.
—Es de él de quien tienes que protegerla. Él es un Ansara, la criatura más vil de la tierra. Pura maldad.
—Calla —le dijo Mercy.
—No me importa que me oiga —dijo Sidonia.
—Yo no quiero que te oiga Eve. Ella sabe que Judah es su padre.
—Pobre criatura.
Mercy suspiró con resignación.
—Judah no se va a marchar tan fácilmente, y me temo que no puedes obligarle a que se vaya si Eve desea que se quede. ¿Me entiendes?
—Sí, te entiendo perfectamente. Quieres decir que si el padre y la hija unen su poder, será mucho más grande que el tuyo. Y como Eve no domina sus poderes, podría ser peligrosa sin querer.
Mercy asintió, y después bajó la voz hasta un susurro.
—Judah está preocupado por un hombre que es su enemigo, alguien que no es Raintree, un hombre que podría matar a Eve si supiera de su existencia. Yo no sé quién es ese hombre, pero estoy segura de que es otro Ansara.
—Deberíamos haber limpiado el mundo de los de su calaña hace doscientos años, cuando tuvimos la oportunidad. El viejo Dranir Dante cometió un error al permitir que algunos de ellos vivieran.
—Todo eso es una vieja historia.
—Ya —respondió Sidonia, mirando con reprobación a Mercy—. ¿Y por qué ha venido aquí Judah Ansara? ¿Y por qué estabas con él esta noche?
—No sé por qué ha venido a Carolina del Norte. Y en cuanto a lo de estar con él, no recuerdo nada. Sólo sé que alguien intentó matarme, y que Judah me salvó.
—¿Y por qué iba un Ansara a salvar a una Raintree? —le preguntó Sidonia desconfiadamente—. No habrás tenido contacto con él desde que concebiste a Eve,
¿verdad?
—¡Claro que no!
—Mmm... Aquí hay gato encerrado. Creo que deberías ponerte en contacto con Dante y contarle que un Ansara ha aparecido en Santuario, que ha podido cruzar la barrera de protección.
—Dante querrá saber que lo han conseguido.
—Seguro que sí.
—Pero no puedo decirle que ha podido ser por Eve... porque ella es medio Ansara.
—Tienes que hacer lo que sea necesario.
—Soy yo la que debe decidir lo que es necesario.
—Ese Ansara es una amenaza para todos nosotros, para todos los Raintree.
—Judah sólo es una amenaza para Eve. Es un solo Ansara, un solo hombre. ¿Cómo va a hacerle daño a todo nuestro Clan?
—Llama a Dante.
—No.
—Ya es hora de que les cuentes a tus hermanos la verdad sobre Eve.
—No. Y tú tampoco vas a llamar a Dante, ¿entendido?
Sidonia asintió.
—Este hombre te engañó una vez, te llevó a su cama y te dejó embarazada. No permitas que te engañe nuevamente. Hace siete años quería tu virginidad, pero ahora quiere algo mucho más valioso. Quiere a tu hija.
—Ella también es su hija, por mucho que nos pese.
—Creo que sabía de Eve antes de venir aquí —dijo Sidonia—. Es la única explicación para que haya venido a verte después de tantos años. ¿Es posible que, inconscientemente, tú...
—¡No! Me he protegido de Judah igual que he protegido a Eve.
—Pero no estabas protegida cuando dabas a luz a la niña. Querías que él estuviera aquí contigo. No dejabas de llamarlo.
Mercy apartó la vista y le dio la espalda a Sidonia.
Sidonia se acercó a ella y le pasó su delgado brazo por los hombros.
—Yo hice todo lo posible por protegerte a ti y a tu hija aquella noche, porque tú no podías hacerlo. Y, si por algún motivo, ahora tampoco puedes, debes dejarme que llame a Dante.
—Por favor, vete a la cama y duerme un poco. Necesito estar sola. Necesito pensar.
Sidonia le dio unos golpecitos de afecto a Mercy en la espalda.
—Haré lo que tú digas —dijo Sidonia—. Pero ten cuidado. No puedes permitir que el corazón rija a la cabeza.
Sidonia se marchó y dejó a Mercy sola. Sin embargo, no fue a su habitación. Antes, pasó por el dormitorio de Eve. La princesita estaba dormida en su cama, con los rizos rubios extendidos por la almohada. Dormida, Eve era la imagen de la inocencia.
Despierta, era una pequeña traviesa.
Ser traviesa no era lo mismo que ser mala, se dijo Sidonia. Acarició suavemente la mejilla de la niña mientras recordaba la noche en que nació. Mercy le había pedido a Sidonia que no hubiera nadie más presente, y le había pedido que jurara que nunca desvelaría el secreto de la paternidad de Eve antes de ponerse de parto.
Eve había llegado al mundo aullando, como si quisiera proclamar alto y claro que estaba allí. Era un bebé gordito, sonrosado, con una pelusilla rubia por la cabeza y el rasgo hereditario de todos los Raintree: los asombrosos ojos verdes. La niña era una perfecta Raintree, salvo por la marca de nacimiento que tenía en la cabeza, justo en la última vértebra. Una luna creciente de color azul. La marca de los Ansara.
Mercy le había agarrado la mano a Sidonia aquella noche y le había suplicado que nunca le dijera a nadie que su bebé era medio Ansara.
—¿Cómo es posible? Tú nunca te habrías entregado a sabiendas a uno de esos demonios.
—No sabía que Judah era un Ansara hasta que... hasta que hube concebido a su hija.
—Lo llamaste cuando estabas de parto. Incluso sabiendo lo que es, sigues anhelando su presencia.
Mercy había apartado los ojos. Unos ojos llenos de lágrimas.
Fue entonces cuando Sidonia supo que Mercy amaba al padre de su hija. Que Dios la ayudara.
Mercy sintió la presencia de Judah. No estaba junto a ella, pero sí estaba cerca.
Fuera.
Atravesó la habitación, descorrió la cortina y miró por la ventana hacia el jardín.
Judah estaba en la terraza de piedra, a la luz de la luna, rígido como una estatua. Era muy guapo, e irradiaba un aura de fuerza y masculinidad que ninguna mujer podría resistir.
Una vez, ella había sido incapaz de resistirse. Durante el breve periodo de un día y una noche, había creído sus mentiras, se había rendido a sus encantos, se había entregado libre y completamente.
Por Eve, había albergado la esperanza de no volver a ver a Judah. Y, por sí misma, también. Por mucho que lo despreciara, ella no lo odiaba. Odiarlo habría sido como odiar a una parte de Eve.
Sin embargo, sabía que Judah era su enemigo, y que también era el enemigo de su hija. Los Ansara habían decretado mucho tiempo atrás que cualquier niño nacido de una unión entre miembros de los dos clanes debía morir.
¿Había ido Judah hasta allí para matar a Eve?
No, aquello no era posible. Él se había quedado verdaderamente impresionado al conocer la existencia de su hija.
Pero, una vez que ya lo sabía...
Mientras observaba la oscura espalda de Judah, sus hombros anchos y su pelo negro, Mercy se preguntó en voz alta:
—¿Cómo es posible que te haya amado alguna vez?
De repente, Judah se volvió hacia ella y miró hacia arriba, hacia ella. Mercy se sobresaltó, pero no se acobardó, ni huyó de su intensa mirada.
Mercy.
Ella oyó cómo la l amaba telepáticamente.
«Ciérrate a él», se dijo. «No lo escuches».
Y entonces, oyó su risa. Su risa profunda y grave. A él le había divertido su reacción.
«¡Maldito seas, Judah Ansara!».
Sin previo aviso, la sensación de unos dedos acariciándole la piel envolvió a Mercy.
Durante unos instantes, aquellas caricias seductoras la hipnotizaron.
«Recuerda».
Oír aquella palabra de labios de Judah rompió el hechizo y le permitió a Mercy alzar una barrera protectora contra la tentación.
Judah se dio la vuelta para no ver a Mercy y se alejó por el patio trasero de la residencia de la familia real de los Raintree. Los Ansara sabían desde al menos cien años antes dónde estaba aquel Santuario, pero hasta que la generación de Judah había llegado al poder, los Ansara no se habían atrevido a provocar a sus archienemigos.
Cuando era un niño, su padre le había dicho a Judah que cuando se convirtiera en el Dranir su destino sería conducir a su gente contra los Raintree.
Su destino, no el de Cael.
Pero aún no había llegado el momento. Faltaban cinco años para que los Ansara estuvieran preparados para alzarse contra su enemigo y vencer. Si los Ansara se exponían nuevamente a una derrota, los Raintree no serían tan benevolentes como en el pasado. Lo sabía porque sabía quién era su Dranir: Dante Raintree, un hombre muy parecido a Judah en muchos sentidos. Un oponente a su altura, alguien que podía ser tan salvajemente brutal como el propio Judah.
Y era el hermano mayor de Mercy.
Judah había establecido su derecho de matarlos a los dos. A Dante, porque era su derecho de Dranir luchar a muerte con el Dranir de los Raintree. A Mercy, porque...
Porque era suya, y nadie más tenía derecho a quitarle la vida.
¿Y Eve?
Eve sólo era una niña de seis años. Y era su hija.
Como Dranir, él tenía el poder para derogar el decreto que condenaba a muerte a todos los niños nacidos de un miembro de los Raintree y de uno de los Ansara. Sin embargo, ¿quería hacerlo?
¿No sería mucho más fácil matar a Eve en aquel momento, antes de que desarrollara todos sus poderes?
«Pero, ¿cómo voy a matarla? Es mi hija».
Si su muerte significara el bien de los Ansara, ¿sería capaz de asesinar a su propia hija? ¿Podría hacerlo?
Eve era una complicación que él no esperaba. Y en aquel momento, él ya tenía suficientes problemas intentando controlar a Cael. Sabía que, sin duda, era su hermano quien había ordenado que lo mataran. Judah sabía también que debía proteger la monarquía y el clan de una fuerza tóxica como la de Cael.
Debería regresar a Terrebonne a primera hora de la mañana. Cuanto más tiempo permaneciera lejos de allí, más caos provocaría Cael.
Pero... ¿y Eve?
Mercy la había protegido durante seis años, y continuaría protegiéndola. Aparte de ellos dos y de la niñera, nadie más sabía que Eve era medio Ansara y medio Raintree.
Eve lo sabía.
¿Quién protegería a Eve de sí misma?
Sólo sería cuestión de tiempo que ella pudiera atravesar las barreras protectoras de su madre, si quería. ¿Y si Eve intentaba ponerse en contacto con él? ¿Qué podría ocurrir? Si ella comenzaba a enviar vibraciones al universo, no había manera de saber quién podría interceptarlas...
Si Cael supiera de la existencia de Eve... la usaría contra Judah.
En aquel momento, Judah se dio cuenta de que no quería que le ocurriera nada malo a aquella niña. Tener una hija le había hecho vulnerable. El mero hecho de tener una debilidad lo encolerizaba, pero no podía dar marcha atrás en el tiempo. No podía impedir la concepción de Eve.
Cuando llegara el momento propicio y los Raintree fueran derrotados, Eve ocuparía su lugar de princesa Ansara. Mientras, Judah la dejaría allí con Mercy. Antes de irse, no obstante, se aseguraría de que estaban a salvo.
Sí, las dos. Madre e hija. Hasta que él se encargara de Cael y supiera que Eve estaría a salvo con su gente, necesitaba que Mercy cuidara y protegiera a la niña.
Sin embargo, ¿cómo podría l evarse a Eve sin matar a Mercy y sin provocar la furia de Gideon y Dante?
Aquella pregunta no era fácil de responder, si es que existía la respuesta.
Siempre que estaba intranquilo, cuando los problemas eran una pesada carga sobre sus hombros, Judah caminaba. Algunas veces, recorría kilómetros. Necesitaba más que nunca sentir el aire fresco de la noche, aclararse la cabeza y trazar un plan antes del día siguiente.
Cael abrió las puertas que conducían a la terraza de su casa de la playa. La rabia que había sentido hacia su hermano había quedado reducida a amargura. Judah era orgulloso y arrogante, y estaba muy seguro de su posición de Dranir. El hijo amado. El elegido.
Los días de Judah estaban contados. Cael había pasado los últimos años plantando poco a poco la semilla de la anarquía en el clan Ansara. La mitad de los guerreros jóvenes estaban preparados para la batalla, ansiosos por demostrar lo que eran capaces de hacer, pero sólo unos pocos eran leales a Cael. Judah poseía una gran ascendencia sobre el clan. Sin embargo, estaba cerca el día en que Judah y él tendrían que enfrentarse a su futuro. Un destino. Ganar y perder, las caras opuestas de la moneda. La derrota de Judah. La victoria de Cael.
¿Por qué seguía su hermano en América, en Carolina del Norte, cerca de las tierras de los Raintree? ¿Qué lo mantenía allí más tiempo del necesario?
Cuando había estado comunicándose con Judah, Cael había captado una visión de algo, sólo un destello, antes de que su hermano hubiera establecido una barrera entre ellos y hubiera protegido sus pensamientos.
No, no una visión de algo, sino una visión de alguien.
Unos ojos verdes. Los ojos de los Raintree.
«Tengo que averiguar qué es lo que me está ocultando Judah. Hay algo que no quiere que sepa. Un secreto. Un secreto de ojos verdes».