Capítulo 7
Lunes, 10:30 de la noche
Mercy miró hacia abajo desde la ventana de su habitación, hacia el jardín donde la noche anterior estaba Judah Ansara. Lo veía mirándola, y recordó cómo sus ojos la habían recorrido apasionadamente de pies a cabeza. Recordó que había hecho que se sintiera deseada. Saqueada. Avergonzada. ¿Cómo podía sentir algo, todavía, por aquel hombre? ¿Cómo era posible que su cuerpo traidor aún anhelara sus caricias?
Hasta unos momentos antes, cuando por fin Eve se había quedado dormida y Sidonia se había retirado a su dormitorio, Mercy había estado demasiado ocupada como para pensar en sus sentimientos hacia Judah. Después de que él se marchara, había tenido que calmar las lágrimas de Eve. En su corazón de madre, Mercy entendía la tristeza de su hija por haber perdido al padre que acababa de conocer. Y Mercy no tenía modo de explicarle a Eve la clase de hombre que era Judah. ¿Cómo iba a decirle a su hija que su padre era un Ansara, un miembro de un clan maligno, uno de los enemigos de los Raintree?
Cuando había conseguido que Eve se tranquilizara, había tenido que tratar con una crisis de la familia. Las hermanas Lili y Lynette habían acudido a Santuario para decirle a Mercy que habían perdido sus poderes adivinatorios. Mercy había trabajado con ellas y había llegado a la conclusión de que alguien les había lanzado un hechizo para cegar su visión del futuro. ¿Quién podía haber hecho algo así, y con qué propósito? No había podido hacer más que asignarles una de las casas de la finca y prometerles que el día siguiente seguirían trabajando para que se recuperaran.
Por sí todo aquello no hubiera sido suficiente, Mercy había tenido que sanar a un humano que había intentado entrar en Santuario. Al intentar atravesar el campo de fuerza que protegía la finca, había quedado inconsciente. Ella lo había curado, lo había convencido de que había recibido una fuerte descarga eléctrica y había depositado en su mente el recuerdo falso. No era el primer humano que intentaba colarse en sus tierras, y probablemente no sería el último.
Mercy estaba mental, emocional y físicamente agotada. Sin embargo, no creía que pudiera dormir mucho aquella noche. Necesitaba trazar un plan para enfrentarse a Judah.
El teléfono sonó y la sacó de su ensimismamiento. Sobresaltada, descolgó el auricular y respondió.
—¿Diga?
—Hola, ¿qué tal estás? Tienes la respiración entrecortada.
—¿Echo?
—Sí, soy yo.
—Yo estoy bien. Pero tú no, ¿verdad? —Mercy había sentido la inquietud de su prima—. Dime cuál es el problema.
—Antes de empezar, sólo quiero decirte que estoy perfectamente. Estoy en Charlotte, en casa de un amigo. Dewey. Te he hablado de él.
—¿El saxofonista?
—Sí, exacto. De todos modos, Gideon sabe dónde estoy. De hecho, fue él quien me envió aquí. Verás... anoche, alguien mató a mi compañera de piso, Sherry, y... ya sabes que Gideon puede hablar con los espíritus y...
—¿Necesitas venir a Santuario?
—¡No, no! De verdad. Es sólo que existe la posibilidad de que mataran a Sherry por error. Verás, ella se había teñido el pelo de rubio y rosa, como yo, y...
—¿Has tenido visiones últimamente en las que percibías peligro?
—No lo sé. Ya sabes cómo soy. Siempre tengo esas visiones tan raras...
—Ven a casa —dijo Mercy.
—No, no. Me quedaré aquí durante unos días. Después, ya veremos.
—Echo, ten cuidado.
—Claro.
Absorta en sus pensamientos, Mercy tardó unos instantes en colgar el auricular después de que Echo y ella se hubieran despedido. Su prima era un espíritu libre, independiente. Mercy se preocupaba por ella porque sus padres no lo hacían. Estaban demasiado ocupados viajando por el mundo.
¿Quién querría matar a una muchacha tan buena como Echo? Quizá hubiera tenido una visión que resultara amenazadora para alguien...
—¡Mamá!
A Mercy le dio un vuelco el corazón al oír el grito de terror de Eve. Llegó a su habitación en un instante, y cuando abrió la puerta, vio que Sidonia trataba de calmar a la niña. Sin embargo, Eve estaba resistiéndose a Sidonia no sólo con la fuerza física, sino también con la magia. Los libros, las muñecas y los peluches volaban por la habitación, girando y formando remolinos como si los impulsara la fuerza de una tormenta.
—¡Mamá!
Mercy se concentró en romper la energía que mantenía la levitación de los objetos.
Eve no se lo impidió, así que en segundos, todo había caído al suelo. Sidonia se apartó cuando Mercy se sentó al borde de la cama y abrazó a Eve.
—No pasa nada, cariño. Mamá está aquí. Mamá está aquí.
Eve se aferró a Mercy temblando incontrolablemente.
—¿Has tenido una pesadilla?
—No ha sido una pesadilla —respondió Eve entre gimoteos.
Cuando Mercy le quitó a Eve el pelo de la cara, se dio cuenta de que la niña estaba sudando. Tenía la cara húmeda de transpiración
—Mi papá tiene problemas. Tenemos que ayudarlo.
Mercy intercambió una mirada de profunda preocupación con Sidonia, y después se concentró en su hija nuevamente.
—Debe de haber sido una pesadilla. Estoy segura de que tu padre está perfectamente.
—Él quiere matar a mi padre.
—¿Quién?
—El hombre malo. Odia a mi padre y quiere matarlo.
—¿Qué?
—No dejaré que le haga daño a mi padre —insistió Eve, y tomó la mano de Mercy—.
Tenemos que ayudarle.
—Está bien —dijo Mercy—. Por la mañana, nos pondremos en contacto con él y podrás advertirle de que alguien malo quiere hacerle daño.
—¿Y por qué no podemos hablar con papá ahora?
Sabiendo lo obstinada que era Eve, Mercy se dio cuenta de que era la única forma de tranquilizar a su hija.
—Si necesitas ponerte en contacto con Judah ahora, adelante.
—¡No! —gritó Sidonia—. ¿Cómo vas a dejar que contacte con ese hombre?
Mercy miró a Sidonia.
—Eve ya ha hablado con su padre. De hecho, conectó mi mente con la de Judah y escuchó la conversación. ¿No es así, Eve?
—Que Dios nos ayude —murmuró Sidonia.
—Ve a acostarte —le dijo Mercy—. Yo pasaré la noche con Eve.
Farfullando entre dientes todo tipo de advertencias, Sidonia sacudió la cabeza con tristeza y salió del dormitorio de Eve.
La niña miró a Mercy y le preguntó:
—¿Puedo hablar ahora con papá?
—Sí.
Mercy no dudaba que había alguien más, aparte de ella misma, que quería ver muerto a Judah. Aunque sabía muy poco de él, sí sabía que posiblemente era muy rico.
Cuando se habían conocido, siete años antes, su estilo de vida le había parecido el de un hombre con una enorme fortuna. Él le había dicho que era banquero internacional.
Sin embargo, siendo Ansara, seguramente tenía negocios turbios. No podía saberse cuántos tratos ilegales habría hecho ni cuántos enemigos se habría ganado con el paso del tiempo.
Eve cerró los ojos y se concentró.
«Papá».
No hubo respuesta.
«Papá, ¿me oyes?».
Silencio.
Eve abrió los ojos y miró a Mercy.
—No me responde.
Mercy percibió que su hija estaba al borde de otro ataque de nerviosismo. Apretó la mano de Eve y le dijo:
—Lo intentaremos juntas.
La preciosa sonrisa de Eve le derritió el corazón. Era la sonrisa de Judah.
Después de que Eve hubiera cerrado los ojos, Mercy lo hizo también, y juntas llamaron al mismo hombre.
«Papá».
«Judah».
Beauport, Terrebonne, palacio real. 11:00 de la noche Judah estaba a solas en su habitación, incapaz de descansar, con la mente l ena de pensamientos sobre la reunión secreta del consejo que había tenido lugar aquella tarde. Pese a lo que se había dicho en aquel cónclave, tenía que haber un modo de detener a Cael sin llevar al clan a la guerra civil...
«Papá».
«Judah».
¿Qué demonios...
Oía la voz de Eve. Y la de Mercy.
«Papá, por favor. Respóndeme. Tengo que advertirte de algo».
«¡Dejadlo ahora mismo!».
Judah envió aquel mensaje mental con una fuerza severa, lo suficientemente dura como para sobresaltar a Mercy sin hacerle daño a Eve.
«Si queréis poneros en contacto conmigo, usad el teléfono móvil».
Judah recitó el número y después, usando todo su poder, bloqueó a su hija y a Mercy completamente.
Al instante, su teléfono comenzó a vibrar. Él respondió inmediatamente.
—¿Sí?
—Judah, Eve está empeñada en hablar contigo —le dijo Mercy.
—No debes permitirle nunca que vuelva a llamarme telepáticamente, ¿entendido?
—No, no lo entiendo —respondió Mercy—. Explícamelo.
Judah soltó un resoplido. Él era el Dranir de los Ansara. No le daba explicaciones a nadie.
—Tengo enemigos.
—¿Enemigos capaces de interceptar un mensaje telepático?
—Sí. Tengo un hermanastro. Antes éramos socios de negocios. Ahora somos enemigos.
—Entonces, él debe de ser el hombre malo al que se refiere Eve. Ella cree que tiene intención de hacerte daño.
Judah oyó que Eve decía:
—Deja que se lo cuente yo, mamá.
—Eve quiere hablar contigo.
La siguiente voz era la de su hija.
—¿Papá?
—Sí, Eve.
—Te odia, papá. Quiere matarte, pero yo no se lo permitiré. Mamá y yo te ayudaremos.
Pese a sentir una ligera reverencia hacia la niña que Mercy y él habían concebido en una sola noche de pasión, Judah no pudo evitar sonreír al pensar en cuánto debía detestar Mercy el que su hija se hubiera aliado con él. Con su padre, el Dranir de los Ansara.
Sin embargo, Mercy no sabía que él era el Dranir, ni que los Ansara habían vuelto a ser el clan poderoso, ni que pronto volverían a ser tan fuertes y tan numerosos como los Raintree.
—Eve, no quiero que te preocupes por mí. Sé quién es ese hombre, y puedo luchar contra él por mí mismo. No necesito que me ayudes.
—Lo necesitarás, papá. Lo necesitarás.
—Que tu madre vuelva a ponerse al teléfono —le dijo Judah.
—Ten mucho cuidado —le recomendó Eve.
—¿Judah? —preguntó Mercy. ¿Tenía su voz un tono de preocupación? No era posible. Ella lo odiaba, ¿no?
—No permitas que Eve vuelva a ponerse en contacto conmigo.
—¿Y si no puedo impedírselo?
—Convéncela.
—Quizá si la l amaras de vez en cuando...
—Creía que me querías fuera de su vida. ¿Has cambiado de opinión?
—No, no he cambiado de opinión, pero Eve no quiere perderte, y yo no quiero que esté siempre disgustada.
¿Qué clase de juego estaba jugando Mercy, dándole una de cal y otra de arena? Le pedía que se marchara, y después, que volviera. Que no volviera a ver a Eve, y después, que la l amara de vez en cuando.
—Dile a Eve que la l amaré pronto.
—Se lo diré .Y, Judah...
—¿Sí?
—Sabes lo que pienso de ti.
Judah sonrió.
—Lo sé. Soy un Ansara y tú eres una Raintree. Somos enemigos mortales.
—Exacto. Sólo quería asegurarme de que nos entendemos.
—Que duermas bien, Mercy. Y sueña conmigo.
Martes, 1:45 de la tarde
Cael había sido informado de que Judah había llegado a Terrebonne la noche del día anterior, y que había pasado aquella mañana trabajando en su oficina. De hecho, aún estaba allí. Por desgracia, Cael no tenía espías entre los empleados de su oficina, así que no podía saber qué ocurría tras aquellas puertas cerradas.
Cael había malgastado toda la mañana haciendo esfuerzos por descubrir la identidad de la persona cuyos pensamientos había percibido la noche anterior. «La niña... la niña... Podría ser nuestra ruina». Era una voz masculina, y le resultaba ligeramente familiar, pero no conseguía reconocerla.
¿Por qué podía significar aquella niña una amenaza para los Ansara? ¿Qué niña podía poseer el poder suficiente como para amenazar a su clan?
¿Mi hija?, se preguntó Cael.
Sin embargo, él no tenía hijos. Se había asegurado de ello.
¿La hija de Judah?
¿Y por qué iba a representar la hija del Dranir una amenaza para los Ansara?
«¿Estás ahí, pequeña?».
Cael se preguntó si Judah se habría casado en secreto y realmente tenía una hija oculta en algún lugar. No podía imaginarse a su hermano engendrando a un vástago bastardo.
¡Mercy Raintree tenía una hija bastarda!
¿Podría ser que aquella niña fuera la amenaza para los Ansara?
«Princesita Raintree, abre tu mente, permíteme la entrada».
Nada.
«Hija de Mercy Raintree, deseo hablar contigo».
Silencio.
Ojalá supiera el nombre de la niña.
«Si quieres saber los nombres de tus mayores enemigos, repite estas palabras nueve veces, y nueve nombres aparecerán en tu mente. El último de los nombres será el que debas temer más».
—Gracias, madre—dijo Cael.
Después, recitó el antiguo hechizo que ella le había enseñado cuando era niño.
Esperó a que aparecieran los hombres. El primero, y después el segundo, y el tercero y el cuarto desfilaron por su mente. Todos eran nombres de miembros del consejo, leales a Judah. Apareció el quinto: Nadine. El sexto: Claude. El séptimo era Sidra. No era sorprendente.
Sin embargo, el octavo nombre sí le sorprendió: Judah.
Creía que su hermano era su mayor enemigo. ¿Cómo era posible que existiera alguien más peligroso para él que Judah?
Entonces, apareció el noveno nombre, un nombre que Cael no reconoció.
Eve.
¿Quién era Eve?
Aquella visión terminó, y la mente de Cael se aclaró.
«Eve, ¿quién eres? Si me oyes, abre tu mente».
Una vigorosa descarga de energía mental lo atravesó e hizo que cayera de rodillas.
Mientras el dolor lo doblegaba y se dispersaba rápidamente, Cael maldijo con violencia, maldiciendo a la fuerza que lo había atacado.
Alguien no quería que contactara con Eve. ¿Sería aquella persona la misma Eve?
«Me has sorprendido fuera de guardia», le dijo Cael. «Soy más poderoso que ningún Ansara. No puedes ganar una lucha contra mí. ¿Me oyes, Eve?».
Cael recibió otro golpe. En aquella ocasión, el impacto fue tan brutal que lo mandó volando al otro lado de la habitación y lo estampó contra la pared.
«¡Maldita seas! Te lo advierto, no me conviertas en tu enemigo. Lo lamentarás».
«No te tengo miedo», respondió la voz de una niña. «No dejaré que le hagas daño a mi padre».
A Cael se le aceleró el corazón.
«¿Quién es tu padre?».
«¡Yo soy Eve, y te odio!».
Aprovechando la ira de la niña, Cael le devolvió un golpe psíquico y estalló en carcajadas al oír sus gritos de dolor.
Gritando, Eve se desplomó en el suelo como si la hubiera golpeado un puño gigante.
Sidonia, que estaba sentada en el porche, vigilando a la niña, corrió hacia ella tan rápidamente como se lo permitieron sus viejas piernas.
Mercy, que estaba en el bosquecillo de frutales recogiendo melocotones, supo al instante que alguien había atacado a su hija. Mientras corría con todas sus fuerzas hacia ella, envió algunas descargas poderosas de venganza, interrumpiendo el flujo que se dirigía hacia la niña y revirtiendo los golpes de modo que cayeran sobre quien los había enviado.
Cuando Mercy llegó junto a Eve, la encontró en brazos de Sidonia.
Su vieja niñera la miró directamente a los ojos y le dijo:
—Esto es la maldad de los Ansara.
—Mamá —susurró Eve.
—Estoy aquí, cariño. Aquí mismo —dijo Mercy, y tomó a su hija de brazos de Sidonia.
—Es un hombre muy malo.
—¿Quién, cariño? ¿Quién te ha atacado?
—El hombre que quiere matar a mi papá.
A Mercy se le encogió el corazón. ¡No! Por favor, Dios, no. ¿Cómo era posible que el hermanastro de Judah hubiera sabido de la existencia de Eve? ¿Tenía aquello alguna importancia, en realidad? Parecía que aquel hombre, fuera cual fuera su nombre, pensaba que podía herir a Judah a través de su hija.
Media hora más tarde, cuando Eve estaba más calmada, Mercy le preguntó qué había ocurrido. Sólo había una manera de que alguien hubiera traspasado la barrera de protección que Mercy mantenía alrededor de su hija.
—¿Por qué le dejaste entrar? —le preguntó Mercy a Eve.
—No lo hice, de verdad, mamá. Sólo oí que me llamaba. Dijo Eve. Y supe quién era.
Lo golpeé para que se marchara, pero no lo hizo.
No, no era posible. Sólo alguien tan poderoso como Dante, Gideon y el a misma podría haber roto aquella barrera.
—Yo sabía quién era, el enemigo de papá, así que lo golpeé varias veces.
—Oh, Eve, no.
—Sí lo hice, y le advertí que no permitiría que le hiciera daño a mi padre.
—Oh, Eve, ¿qué voy a hacer contigo?
—El cree que es más poderoso que mi padre, pero no lo es. Yo se lo demostraré.
Mercy sacudió a Eve por los brazos ligeramente.
—No volverás a comunicarte con ese hombre, ¿entendido?
—Sí, mamá —dijo Eve, agachando la cabeza.
—Ahora, ve a la cocina y pídele a Sidonia que te dé té y galletas.
—Ven conmigo, mamá.
—Está bien. Iré ahora mismo.
—De acuerdo.
En cuanto Eve desapareció por el pasillo, Mercy se fue a su despacho. Cerró la puerta e hizo una l amada con el teléfono móvil.
Una voz ronca de hombre respondió:
—¿Qué demonios...
—Tu hermano sabe lo de Eve —le dijo Mercy a Judah—. Hace menos de media hora ha estado luchando mentalmente con él.