Capítulo 5


Lunes, 5:00 de la madrugada


Judah se detuvo en la cima de una pequeña colina, a un kilómetro de la casa Raintree, rodeado por la oscuridad, intentando tomar la decisión más acertada. De repente, su pequeño teléfono móvil vibró. Él se lo sacó del bolsillo y miró la pantalla.

Claude.

Su primo y él se comunicaban a veces telepáticamente, pero aquel tipo de comunicación requería un gasto de energía considerable, y además, cualquiera que tuviera las mismas habilidades podía interceptar los pensamientos que se transmitían.

Así pues, era mejor telefonearse. Lo último que necesitaba Judah en aquel momento era que Cael escuchara sus conversaciones privadas.

—Te has levantado muy temprano —le dijo Judah a su primo.

—¿Dónde estás? —le preguntó Claude.

—¿Ocurre algo?

—No estoy seguro. Quizá no sea nada. Bartholomew me llamó hace un rato —le contestó Claude—. Sidra ha tenido una visión.

Aquellos dos ancianos miembros del consejo l evaban más de cincuenta años casados. Bartholomew poseía muchos poderes en diferentes grados de intensidad, y su mujer era una vidente de gran talento. A Judah se le encogió el estómago.

—Cuéntamelo.

—Vio fuego y sangre. En el centro del incendio había una corona de Dranir. Un Dranir Raintree. Y dentro del charco de sangre había un arma que disparaba rayos.

—Sabemos que Dante Raintree posee muchas de las mismas capacidades que yo, incluido el dominio del fuego.

—Sí. Por eso pensamos que la visión de Sidra estaba relacionada con él y... —

Claude titubeó durante un instante—. El príncipe Gideon es detective de homicidios,

¿no? Y creo que su don está relacionado con la electricidad y sus manifestaciones, como los rayos.

—Has pensado que la visión de Sidra tiene que ver con los hermanos Raintree, pero no me has dicho por qué es importante para nosotros, los Ansara.

—El fuego y la sangre venían de Cael. Sidra lo vio. Antes de sumirse en un profundo sueño, le dijo a Bartholomew que no era una profecía, sino que era algo que ya había ocurrido. Cree que Cael ya ha atacado al Dranir de los Raintree y a su hermano.

La tierra se abrió bajo los pies de Judah. Sintió una rabia que le provocó fuego en las yemas de los dedos. Apretó los puños y extinguió las llamas. De sus manos salieron unas volutas de humo.

—Hay que detener a Cael —dijo.

—Tiene un grupo de seguidores pequeño, pero leal. También tendremos que enfrentarnos a ellos.

—Necesitamos movernos con rapidez. Habla sólo con aquellos de tu confianza.

Reúne información. Yo estaré en casa esta tarde.

—¿Y por qué te retrasas? Sidra cree que deberíamos contraatacar rápidamente para mitigar el efecto de lo que haya podido hacer Cael.

—Aquí hay complicaciones.

—¿Dónde estás?

—En el Santuario de los Raintree.

—¿Dentro del Santuario?

—Sí.

—¿No está ese lugar rodeado por un campo de fuerza?; ¿Cómo has entrado sin alertar...

—Te lo explicaré cuando te vea esta tarde.

—¿Esas complicaciones de las que hablas tienen algo qué ver con Mercy Raintree?

—¿Cómo?

—Fuiste a Carolina del Norte a salvarla de Greynell, ¿no es así?

—Él no tenía derecho a matarla. Ella es mía. Pensaba que tú y el resto de los miembros del consejo entendíais mis razones para venir a salvarle la vida.

—No cuestiono tu derecho a matarla a ella y a su hermano Dante cuando llegue La Batalla, pero... te conozco, Judah. Te conozco mejor que nadie. He visto el interior de tu mente.

—Y yo también he visto el interior de la tuya, pero no entiendo adonde quieres llegar.

—He visto a Mercy Raintree en tu mente en varias ocasiones, antes de que fueras capaz de bloquear tus pensamientos sobre ella.

Judah no podía negar la acusación de Claude.

—Ya sabes que me acosté con ella hace años —le dijo Judah—. Yo tomé la virginidad de la princesa Raintree.

—Entonces, ¿continúas allí por ella? —gruñó Claude—. No hay duda de que ella tampoco te ha podido olvidar a ti.

—Ella no tiene importancia. Lo único que ocurre es que debo resolver algo con Mercy Raintree antes de volver a Terrebonne.

—Muy bien —respondió Claude—. Hablaré con Benedict y Bartholomew.

Convocaremos una reunión privada para esta noche y haremos planes para detener a Cael antes de que haga otro movimiento prematuro contra los Raintree y haga que su ira caiga sobre nosotros.

—Cuídate —le advirtió Judah—. No le des la espalda a Cael ni un segundo. Si está lo suficientemente crecido como para enviar a un asesino a matarme, tú tampoco estás seguro. Nadie que me guarde lealtad está seguro.


Lunes, 5:35 de la madrugada


Cuando sonó el teléfono, Mercy descolgó el auricular de su mesilla de noche, se incorporó en la cama y miró el número llamante en la pantalla de identificación. Era Gideon.

—¿Qué ocurre?

—No te asustes —le dijo rápidamente su hermano—. Estoy bien, y Dante también.

—¿Pero?

—Ha habido un incendio en el casino de Dante.

—¿Un incendio grave?

—Me ha dicho que pudo ser peor, pero que ha sido importante.

—¿Estás seguro de que está bien?

—Sí. Me llamó hace un par de horas y me pidió que te llamara a ti. No quería que ninguno de los dos lo leyéramos en el periódico o lo viéramos en las noticias.

—El incendio ha debido de ser grave si Dante piensa que informarán de él en las noticias nacionales.

—Sí. Probablemente.

—Ojalá no me ocultarais las cosas constantemente. Si...

Gideon refunfuñó entre dientes.

—Eres nuestra hermana pequeña. No nos gusta que te metas en nuestras cabezas y que te involucres en nuestra vida privada.

Mercy hizo omiso de aquella explicación, como tantas veces antes, y preguntó:

—¿Vas a ir a Reno para asegurarte de que está bien y ayudarle en lo posible?

Si el a no tuviera aquella situación en el Santuario, iría en persona a Reno en el siguiente avión. Sin embargo, en aquel momento no tenía más remedio que enfrentarse a Judah Ansara.

—Dante dijo que no nos preocupáramos, que puede resolver las cosas por sí mismo.

Pero va a estar muy ocupado durante los días siguientes, así que no te preocupes si no nos llama durante un tiempo.

—Si vuelves a hablar con él, dale un beso de mi parte. Dile... ¿Gideon?

—¿Qué ocurre?

—Nada —mintió ella—. Es sólo que... me preocupo por Dante y por ti.

—Somos mayores. Sabemos cuidarnos. Tú cuida de Santuario y de Eve.

—Muy bien.

—Tengo que colgar.

—Te quiero —le dijo Mercy.

—Sí, yo también.

Mercy colgó el auricular y suspiró. ¿Sería capaz de cuidar realmente de Eve teniendo que protegerla de su propio padre? No había vuelto a ver a Judah desde la noche anterior, y no tenía idea de dónde estaba aquella mañana. No percibía su presencia en la casa, así que al menos por el momento, Eve estaba a salvo. Sin embargo, ¿dónde estaba Judah, y qué estaba haciendo? Probablemente, ideando un plan para llevarse a Eve.

O algo peor.


7:00 de la mañana


—¿Cómo que no sabes adonde ha ido? —preguntó Sidonia, lanzándole a Mercy una mirada de enfado—. ¿No se quedó aquí anoche?

Mercy estaba poniendo la mesa para cuatro. Sabía, instintivamente, que Judah iría a desayunar con ellas. Estuviera donde estuviera, no había salido de Santuario. De ser así, ella lo habría sabido. Mercy percibía la presencia de todas las criaturas vivientes que había dentro de los límites de las tierras de los Raintree. Era su dominio. Su responsabilidad.

—No se quedó dentro de la casa respondió Mercy—. Pero aún está aquí.

—Vaya—refunfuñó Sidonia.

Después siguió preparando el desayuno, mirando de vez en cuando a Mercy para comprobar su estado de ánimo. Mientras sacaba los ingredientes de los armarios, de espaldas a Mercy, dijo:

—He oído sonar el teléfono muy temprano esta mañana...

—Llamó Gideon. Ha habido un incendio en el casino de Dante. Él está bien, pero parece que ha habido daños materiales, tantos como para que informen del incendio en las noticias nacionales.

Mercy sintió la presencia de Judah en cuanto él entró en la cocina, un segundo después de que ella hubiera hablado.

—Me sorprende que ninguno de los adivinos de los Raintree haya sido capaz de predecir el incendio —dijo.

Mercy no respondió. Sidonia lo atravesó con una mirada venenosa, pero tampoco dijo nada.

—Tenemos que hablar —le dijo Judah a Mercy—. En privado.

—Sidonia está preparando el desayuno. ¿Vas a desayunar con nosotras? Eve bajará pronto, y supongo que querrás verla antes de marcharte.

Judah sonrió ligeramente, como si Mercy le divirtiera.

—Interesante. Una Raintree siendo hospitalaria con un Ansara.

—No con cualquier Ansara. Después de todo, tú eres el padre de Eve.

—Algo que tú preferirías olvidar, dado que lo has mantenido en secreto para mí y para tus hermanos durante más de seis años.

—Puedo ser razonable si tú también lo eres.

—¿Y qué implica ser razonable'?

—Estoy dispuesta a permitir que visites a Eve. Podemos organizar...

—No.

—Si prefieres no verla, es...

—Prefiero llevármela.

—No.

—No he dicho que vaya a llevármela, sólo que eso es lo que preferiría hacer.

La puerta de la cocina se abrió de par en par. Eve apareció en pijama, con un león de peluche en una mano. Primero se acercó a Mercy, que la tomó en brazos y le dio un beso. Con Eve sobre la cadera, miró a Judah.

—Terminaremos la conversación después de desayunar.

—¿Va a desayunar papá con nosotras? —preguntó Eve.

—Sí —respondió Mercy.

Eve se retorció hasta que su madre la dejó en el suelo. Entonces, la niña se acercó a Judah.

—Buenos días —le dijo.

—Buenos días —respondió Judah, observando a su hija.

Eve esperó. Mercy sabía que la niña quería que Judah la respondiera de algún modo paternal, acariciándole el pelo, o dándole un beso en la mejilla, o conversando con el a.

Como Judah no lo hizo, Eve tomó las riendas de la situación. Le mostró el león de peluche.

—Tengo muchos animales y muchas muñecas —le dijo—. Éste es mi favorito. Lo elegí yo misma cuando era pequeña, ¿verdad, mamá? —miró a Mercy, que asintió—. Se llama Jasper.

La expresión de Judah se endureció como si Eve hubiera dicho algo que le había disgustado.

—¿Te has enfadado conmigo, papá? —le preguntó Eve.

—No.

—¿Qué estás pensando? No puedo leerte la mente, pero no importa. Mamá tampoco me deja que lea la suya.

—Cuando era pequeño, tenía un león por mascota. Uno de verdad —dijo Judah.

—Y se llamaba Jasper, ¿verdad? —preguntó Eve, con una sonrisa de oreja a oreja, como si hubiera resuelto un rompecabezas muy complicado.

—Sí —respondió Judah.

Eve alzó el brazo y tomó a su padre de la mano. Durante un instante, sus ojos parpadearon y su color varió del verde al dorado. Después, volvieron a ser verdes. A Mercy se le paró el corazón durante una fracción de segundo.

«Me lo he imaginado», se dijo.

Sin embargo, sabía que no era cierto. Había ocurrido algo muy poderoso entre Judah y Eve, aunque ninguno de los dos se hubiera dado cuenta.

Mercy lo sabía. Lo sentía en el alma.

Durante todo el desayuno, Eve parloteó como un papagayo, informando a Judah de todo lo que le gustaba, lo que no le gustaba, y de lo que hacía diariamente. Le contó la historia de su vida. Mercy jugueteó con la comida del plato, pero Judah comió con apetito.

—Si has terminado, vayamos al despacho —le dijo Mercy a Judah mientras se levantaba de la mesa.

Él miró a Sidonia.

—El desayuno estaba delicioso. Gracias.

Sidonia gruñó y le lanzó una mirada asesina.

Él se rió. Después dejó la servilleta sobre la mesa y se levantó. Le cedió a Mercy el paso con un gesto caballeroso y dijo:

—Adelante.

Eve saltó de la silla al suelo.

—Yo también.

—No —dijo Mercy—. Tú te quedas aquí con Sidonia. Judah... tu padre y yo necesitamos...

—Vais a hablar de mí —dijo Eve, con las manos en las caderas y el ceño fruncido—.

Yo también tengo que estar ahí para decir lo que pienso.

—No —repitió Mercy.

—Sí —dijo Eve, y dio una patada en el suelo.

—Te quedarás con Sidonia.

Eve miró a Judah.

—Yo también quiero ir. Por favor, papá.

Antes de que Judah tuviera oportunidad de responder, Mercy dijo:

—Ya está bien, jovencita. Te quedarás con Sidonia.

Después miró a Judah fijamente, como si estuviera desafiándolo a que la contradijera.

De repente, un vaso vacío voló de la mesa y chocó contra la pared. Después otro, y otro. En un minuto, todos los platos, los vasos y las tazas de la mesa volaron por el aire en un remolino frenético. Todos terminaron hechos añicos.

Mercy se concentró en su hija y usó sus poderes para contrarrestar los de Eve y terminar con aquella rabieta. Cada año que pasaba, los poderes de su hija eran más fuertes, y Mercy sabía que llegaría un día en el que la superarían. Deseaba con todas sus fuerzas que, para entonces, Eve fuera lo suficientemente madura como para dominarse.

—Harás lo que dice tu madre —le ordenó Judah a Eve—. Te quedarás con tu niñera.

Sabiendo que había sido derrotada, Eve frunció los labios y se las arregló para dejar caer una lágrima.

—Sidonia, que Eve limpie todo lo que ha roto —le dijo Mercy—. Y no quiero que la ayudes.

—¡Papá! —dijo Eve, mirando a Judah, para que la salvara del castigo.

Haciendo caso omiso de Eve, Judah tomó del brazo a Mercy y la guió hacia fuera de la cocina. En cuanto llegaron al pasillo que conducía al despacho, Mercy tiró del brazo para zafarse de él y se detuvo un instante para recuperar la compostura.

—Es muy traviesa, ¿verdad? —le preguntó Judah.

—Parece que te enorgulleces de el o.

—¿Preferirías que fuera un ratoncito llorica y débil?

—Me imagino que tú también eras travieso de niño, ¿no?

—Aún lo soy —respondió él en tono burlón.

Aquél era el Judah que ella recordaba, un hombre encantador con sentido del humor. Ojalá hubiera sabido, todos aquellos años atrás, que bajo aquel encanto había una bestia salvaje que era capaz de arrancarle el corazón.

Mercy se apartó de él y, sin mirar atrás, comenzó a caminar por el pasillo. Cuando llegaron al despacho, ambos tomaron asiento, y ella comenzó a hablar.

—Eve es mi hija. Es una Raintree. No permitiré que le hagas daño, y nunca permitiré que te la lleves.

—Así no podemos llegar a ningún compromiso.

—No.

—Entonces digamos que, por ahora, estoy de acuerdo contigo. Dejaré a Eve aquí contigo, porque sé que seguirás cuidando a mi hija como has hecho desde que nació.

Mercy no confiaba en Judah, y tenía buenos motivos. Él había dicho que dejaría a Eve con su madre por el momento. ¿Significaba eso que tenía intención de reclamar a Eve en el futuro?

—Eve se quedará aquí conmigo hasta que sea adulta —dijo Mercy. Quería que Judah lo entendiera con claridad.

—Ahora no quiero discutir de cuándo y cómo —respondió Judah—. Me marcharé esta tarde, y Eve se quedará aquí contigo.

—Pero tienes pensado volver.

—Algún día.

—No.

—¿Que no me marche? —preguntó él en un tono burlón.

—Que no vuelvas nunca.

—Se me había olvidado lo enérgica que eres —dijo Judah, mirándola de pies a cabeza—. En realidad, se me habían olvidado muchas cosas deliciosas sobre ti.

Mercy se obligó a no responder a sus provocaciones, a no mostrar ninguna señal de emoción. Lentamente, se puso en pie.

—No veo necesidad de que te quedes un minuto más. Si te parece bien, puedo hacer que te l even adonde quieras inmediatamente.

Judah se acomodó en la silla.

—Me marcharé esta tarde. Y yo mismo arreglaré el asunto de mi transporte.

—¿Y por qué quieres quedarte?

—Quiero pasar unas horas con mi hija.

—No.

—No hagas de esto un concurso de poderes —le dijo Judah. Se levantó del sofá y se enfrentó a Mercy—. No queremos que las cosas sean desagradables, ¿verdad? Y

menos ante nuestra hija.

—Si te permito que pases unas horas con Eve, ¿prometes no hacerle daño de ningún modo? Y eso incluye cualquier clase de adoctrinamiento mental o emocional.

Además, quiero que te marches de aquí sin ella y no vuelvas más.

—Te prometo que me marcharé sin ella. Y no hay necesidad de que yo intente debilitar la parte Raintree de la naturaleza de Eve. Su parte Ansara está dormida en su interior, pero un día se hará dominante y Eve será una verdadera Ansara.

Mercy odió a Judah por pintar una escena tan horrible en el futuro de Eve, pero él no había dicho nada sobre lo que ella no hubiera pensado mil veces desde que había nacido su hija.

—Puedes pasar unas horas con Eve, pero no a solas —le dijo—. Sidonia os acompañará.

—No, Sidonia no —replicó Judah—. Si no quieres que esté a solas conmigo, entonces tú puedes quedarte con ella. Con nosotros.


Terrebonne, lunes, 10:30 de la mañana


Cael estaba disfrutando de su desayuno en la terraza, solo. Aunque Alexandria y él habían consumado su relación y ella creía que un día sería su Dranira, él no tenía intención de serle fiel, ni en aquellos momentos, ni en el futuro.

Mientras tomaba un vaso de zumo de naranja, miró hacia el interior de la casa a través de las puertas dobles, y fijó la vista en la pantalla de la televisión. El canal de noticias mostraba nuevamente imágenes del incendio del casino de Reno. El casino de Dante Raintree.

Cael sonrió.

Había enviado a algunos de sus mejores guerreros a Raintree con un objetivo: destruir a Raintree. Dante aún estaba vivo, pero le habían dado un duro golpe. Habían conseguido, en parte, l evar a cabo la misión.

Además, Cael había enviado a una Ansara muy especial a Wilmington, en Carolina del Norte. Tabby era una perversa psicópata, perfecta para el trabajo que él le había asignado. Antes de que se librara La Batalla contra los Raintree, cosa que ocurriría en una semana, Cael quería que todos los hermanos de la familia real hubieran muerto.

Desafortunadamente, aún estaban con vida, pero sólo por el momento. Al menos Echo, la primera vidente de los Raintree, sí había muerto, gracias a Tabby.

Cael había lanzado un hechizo que cegaba la visión de los demás videntes y adivinos, pero Echo era demasiado poderosa para verse afectada por aquel hechizo, así que habían tenido que eliminarla. Aunque Cael creía que los Ansara estaban bien preparados para vencer en la guerra contra los Raintree, quería tener el factor sorpresa de su lado, y eso sería mucho más sencillo con Echo Raintree muerta, incapaz de profetizar la aniquilación de su clan.

Venganza contra los Raintree. Qué victoria tan dulce sería.

Los planes de Cael se estaban l evando a cabo con precisión, aunque sólo tuviera un puñado de fieles seguidores. Ya era demasiado tarde para echarse atrás, demasiado tarde para que Judah pudiera detener lo inevitable. Con los golpes que ya les habían asestado a los Raintree, sólo sería cuestión de tiempo que se dieran cuenta de que los Ansara eran los responsables. El consejo se daría cuenta de que era el momento perfecto para atacar, antes de que los Raintree sospecharan que los Ansara eran nuevamente un clan poderoso y fuerte. Y las súplicas de Judah para esperar otros cinco años sólo encontrarían oídos sordos. Incluso él, el Dranir supuestamente invencible, tendría que lanzarse a la batalla al lado de Cael.

Judah moriría en la guerra, por supuesto. Cael se aseguraría de ello. Y la gente lloraría su pérdida. Pero tras aquella dulce victoria, pondrían a Cael en el puesto que le correspondía por derecho: en el trono del nuevo Dranir.

No podía permitir que nada interfiriera en sus planes. Estaba demasiado cerca de conseguir lo que siempre había deseado, y no debía permitirse ninguna duda.

Sin embargo, no podía evitar recordar lo que había visto, por un segundo, en la mente de Judah la noche anterior. Ojalá hubiera podido percibir más antes de que Judah lo expulsara y protegiera sus pensamientos. No obstante, había visto lo suficiente como para preocuparse. ¿Por qué no había vuelto Judah a casa? ¿Qué era lo que le retenía en América? ¿Quién?

Fuera quien fuera, tenía los ojos verdes de los Raintree.

Quizá Mercy Raintree.

¿Habría hecho Judah algo más que salvarle la vida a la princesa?

Cael tenía intención de averiguar cuál era el secreto de Judah. Tomó el teléfono móvil y marcó el número de Horace, uno de sus leales subalternos. Cuando Horace respondió, le dijo:

—Necesito que averigües todo lo posible sobre Mercy Raintree y cualquiera que viva en Santuario. Tu investigación debe ser discreta. No podemos arriesgarnos a que Judah lo sepa, ¿entendido?

—Sí, señor, lo entiendo.

—Necesito esa información inmediatamente.

Cael colgó el teléfono, tomó el tenedor y comenzó a devorar los huevos Benedict que le había preparado su cocinera. Perfectos. De acuerdo a sus especificaciones.

Cuando fuera el Dranir, todo se haría de acuerdo a sus órdenes. No sólo por parte de los Ansara, sino también por parte de todos los humanos. Todo ser viviente adoraría al dios en quien iba a convertirse.