Epílogo

 

MADRID, 31 de Mayo de 1994

 

 

 

—Abuelita, cuéntame más, ¿qué pasó después? —quiso saber la niña, curiosa como siempre había sido.
—Pues mira, estuvimos un tiempo viviendo en Valencia. En esa época era muy difícil encontrar a una persona pues no había televisiones, ni ordenadores como ahora ni nada parecido. Allí a pesar del dolor que todos tuvimos que afrontar por las pérdidas, tuvimos que aprender a salir adelante. Estuvimos viviendo juntos en un piso que alquilábamos entre todos con el dinero que tu abuelo y el resto ganaban haciendo trabajos en el puerto, donde salían a pescar unas veces y otras tantas realizaban labores de mantenimiento.
—¿Y cuando volvisteis para Madrid?
—Tu padre nació justo nueve meses después de que llegáramos a Valencia desde Sevilla. Cuando él tenía cinco años decidimos volver, las cosas seguían estando mal, aunque habían mejorado algo. Para no levantar sospecha, decidimos cambiarnos el apellido, a partir de ese momento yo fui Carmen López y tu abuelo se llamó Juan Blanco.
—¿Y por qué muchas veces me has dicho que papá se llama así por tu tío?
Carmen comenzó a sonreír ante la curiosidad de la chiquilla.
—No paras de preguntar, ¿eh? —dijo sin parar de reír, en el fondo le encantaba que hubiera heredado su curiosidad—. Tu abuelo quería que se llamara Manu, como su mejor amigo, yo quería que fuera Anselmo, como mi tío. Nunca nos poníamos de acuerdo, por lo que pensamos que el mejor nombre que podía tener era el que representaba lo que ambos hicieron por nosotros. Por eso le llamamos Salvador.
La niña lo comprendió enseguida, le encantaba que su abuela le contara la historia de cómo se conocieron ella y su abuelo. Aunque cada vez, según los años iban pasando y era capaz de entender más cosas, le iban surgiendo más preguntas.
—¿Y volvisteis a ver a vuestros padres?
Carmen agachó algo la cabeza.
—Alguna vez, a escondidas logré ver a mis padres, pero ellos nunca lo supieron. Me hubiera encantado ir a abrazarlos, pero nunca fui capaz. A mi prima Cloti sí la visité al cabo de los años, cuando abrió la puerta de la casa que había heredado de sus padres, que trágicamente murieron en un accidente de tráfico, casi cayó al suelo. Me daba por muerta y fue una gran sorpresa. De vez en cuando todavía nos vemos y tomamos café. El caso de tu abuelo fue algo distinto —hizo una pausa—. Cada vez que podía se escapaba e iba a ver a su madre, ya que se enteró que su padre estaba en la cárcel, aunque él nunca llegó a creer esa historia del todo. Él fue quien dio la trágica noticia de la muerte de Manu a sus padres, que estuvieron muy orgullosos de saber que su hijo había muerto de forma tan heroica.
—Vaya, ¿y qué pasó con Franco?
—Franco siguió en el poder unos años más —comenzó a reír—. Hubo más intentos como el nuestro para acabar con su vida, pero nunca se consiguió. Siempre se dijo que Franco tuvo una suerte especial. Yo desde luego lo creo. Ahora sé que no hicimos bien en intentar acabar con su vida, si lo hubiéramos conseguido quizá el país hubiera sido un lugar mejor para vivir, pero nos hubiéramos convertido en lo mismo que él y sus secuaces, en unos asesinos. Ahora vivimos en un mundo en el que tenemos la suerte que podemos elegir a nuestros líderes, hay que apreciar muchísimo eso pues te aseguro que durante los casi cuarenta años que estuvo en el poder, lo pasamos muy mal. De todas maneras te diré que no me arrepiento de nada de lo que he hecho, que aunque sé que está muy mal lo hubiera hecho otra vez. Si no me hubiera pasado nada de todo eso no hubiera conocido a tu abuelo, y tú no estarías aquí.
La niña se abalanzó sobre su abuela, apretándola fuerte y besándola una y otra vez en la cara. Carmen no pudo más que sonreír ante tal momento de felicidad.
La puerta del salón se abrió.
Su abuelo y su padre llegaban de jugar sus largas partidas de ajedrez en el retiro.
—¿Y mi niña guapa? —dijo Juan nada más verla.
La niña corrió a los brazos de su abuelo. Esta, cada vez que escuchaba la historia sentía más ganas de abrazarlo.
Juan introdujo la mano en su bolsillo y extrajo una moneda de cien pesetas.
El padre de la niña lo miró y le regañó.
—Papá, te he dicho mil veces que no quiero que le des dinero, que luego no hace más que comprarse chucherías.
—Salvador, no empieces, es mi nieta y la malcrío como me dé la gana.
Salvador negó con la cabeza al mismo tiempo que ponía los ojos en blanco.
Su padre no tenía remedio.
Miró su reloj y vio que era la hora, tenía una reunión en el importante museo en el que trabajaba y primero tenía que pasar por su domicilio y dejar a la niña.
—Venga, despídete de los abuelos, tenemos que marchar.
La niña con un gran pesar se acercó hasta su abuela y le dio un beso.
—Abuelita, ¿me volverás a contar la historia otro día? Me gusta mucho, de mayor quiero saber mucho más sobre todo lo que ocurrió en el pasado.
Salvador sonrió al escuchar las palabras de su hija, había salido igualita a él.
Carmen hizo lo mismo. Ella misma se había encargado de trasmitir esa pasión por la historia que ella misma sentía a su hijo, este había hecho lo propio con su nieta.
—Claro que sí, guapísima, siempre que quieras te la volveré a contar.
Ambos se dirigieron a la puerta.
—Oye, ¿no nos dices adiós? —le riñó con ternura Juan.
La niña se giró sonriendo, siempre le gustaba hacer lo mismo.
—Adiós, Carmen López. Adiós, Juan Blanco. Hasta Mañana.
Juan sonrió, sabía que le gustaba ese juego de despedirse diciendo sus nombres y apellidos, ahora la niña esperaría lo propio por su parte.
—Hasta mañana, Carolina Blanco.

 

 

 

AGRADECIMIENTOS:

 

Como siempre, llega la parte más complicada del libro, mucho más que su escritura. Y es que hay tanta gente a la que agradecer que siempre te dejas a alguien y no es justo. Es por eso que lo haré de una forma algo más generalizada centrándome en algunas personas clave, seguro que sabréis perdonarme.
A mi mujer Mari y mi hijo Leo. Por serlo todo para mí. Cada día el sol sale por vosotros y así seguirá siéndolo siempre. Gracias por tanto que me dais. Ojalá algún día pueda estar a vuestra altura.
A mis abuelitos Juan y Carmen, por inspirarme estos personajes que, aunque no sea su historia real, yo me la imagino así. Gracias.
Al resto de mi familia. Muy en especial a mi madre y tita. Por estar siempre apoyándome. Os quiero.
A Alejandro. Por enseñarme más de lo que tú hubieras creído. Y por cuidar de nosotros, sobre todo del pequeño Leo. Nadie mejor que tú para hacerlo.
A Chus, mi agente. Por darlo todo y luchar tanto por mí. Estoy en las mejores manos y es una suerte tenerte.
A las editoriales que han apostado por mí. Que tengan nombres como Anaya o Ediciones B sólo hacen que este sueño sea mucho más grande. Gracias.
Al Grupo Filantria y a sus componentes, Silvi y Gonzalo. Ambos siempre estáis ahí, a ti, Gonzalo, te ha salido una cubierta para este libro que pa qué. Silvi, qué decirte.
A mi Ostra Azul. Os quiero, mamones. Gabri, Bruno, Benito, Rober, Juan y César: mariconas.
A Luis Endera, por creer tanto en mí y ser un amigo como pocos. A Chevi, por lo que vino y lo que vendrá.
A Leandro Pérez y Arturo Pérez-Reverte. Por apostar por mí sin tener la necesidad de hacerlo. Me habéis hecho volar.
A todos mis betas. Habéis crecido en número y nombraros a todos es complicado, pero sabéis quiénes sois y lo que os quiero (y debo). ¡Gracias!
A todos mis seguidores, lectores y amigos. De Facebook, Twitter, Instagram... A todos los que perdéis vuestro tiempo mandándome un correo y hacéis que me sienta un escritor de verdad. Si esto es una locura es gracias a vosotros. Aquí es donde sois tantos que es imposible, entendedme que no os nombre uno a uno.
Gracias por haberme dado la oportunidad de haber llegado a ti. Espero que me cuentes qué te ha parecido esta novela en cualquiera de mis redes sociales (en todas, busca Blas Ruiz Grau).
7 dí­as de marzo
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