CAPÍTULO VII
Tanteó la puerta y vio que estaba abierta. Después de pasar al otro lado, dio unos golpecitos en la madera.
—Ginny, soy yo —dijo a media voz.
«Ahora sólo falta que aparezca el padre, con una escopeta en las manos», pensó Rasselar.
Pero el señor Fallón estaba de viaje. La voz de Ginny sonó muy pronto en el piso superior.
—Sube. F. X.
Rasselar vio luz a pocos pasos de distancia. Avanzó y se encontró con el arranque de una escalera que conducía al primer piso.
Ginny le dirigió una cálida sonrisa. Vestía bata y camisón y tenía el pelo suelto.
—Tardaste más de lo esperado —dijo.
—He tenido que buscar la ocasión propicia —contestó él.
—Sí, ya me lo imagino. Entra, por favor.
Rasselar cruzó el umbral. Ginny cerró la puerta y se dirigió hacia una mesa sobre la que había un cubo con hielo y una botella de champaña. Destapó ésta y llenó dos copas.
—Pensaba en whisky…
—¡Tonto! —rió la chica—. Una ocasión como ésta merece algo mejor. —Le entregó una copa—. Dicen que el champaña es la bebida del amor… ¿Qué opinas tú?
—Para contemplar a una mujer hermosa, cualquier bebida es buena —respondió Rasselar.
—¿Me encuentras guapa?
—Terriblemente atractiva. Y no me digas «Eso se lo dirás a todas», porque no todas me invitan a tomar champaña en su casa a las once de la noche.
Ginny se echó a reír.
—También tú eres muy guapo —dijo—. ¿Soltero?
—Sí.
—¿No has sentido la tentación de casarte algún día?
—No pude.
—¿Por qué?
—Era, y sigo siéndolo, pobre.
—Y ella es rica y tu orgullo…
—No. También era pobre. Llegamos a la conclusión de que más valía ser medio felices por separado, que desgraciados juntos.
—Una historia conmovedora. ¿La recuerdas todavía? Rasselar apuró su copa.
—Se casó con un hombre rico. Ya tiene lo que deseaba.
—Y tú, ¿lo tienes?
El joven se acercó a Ginny y le soltó el cinturón de la bata, que quitó a continuación. Ginny quedó solamente con el camisón, muy corto y totalmente transparente.
—No hay más ropa debajo —observó. Ella soltó una risita.
—No hace falta, me parece —repuso.
—Eso mismo pienso yo —convino Rasselar, mientras se desabrochaba la camisa.
* * *
Ginny lanzó un hondo suspiro y apoyó la cabeza en el desnudo pecho masculino.
—¿Piensas seguir mucho tiempo en el parador? —preguntó.
—Un año, por lo menos. Necesito ahorrar.
—¿Para qué, si no es indiscreción?
—Tengo un negocio en perspectiva… Ese dinero me vendrá muy bien. Mis gastos son muy pocos, prácticamente nulos, de modo que puedo ahorrar el salario casi íntegramente.
—Entonces, te marcharás de Bathermane.
—Sí. Deseo que llegues al año en el parador. Pero lo dudo mucho.
—¿Por qué?
—¿Crees que un parador puede sostenerse con un cliente odos al mes, como máximo?
—No lo sé. Eso, supongo, debe quedar para Wooley.
—Viene gente muy rara al parador. Están un día, dos, como máximo, y luego se marchan tan discretamente como llegaron. Francamente, no entiendo cómo pueden ganar dinero con una clientela tan escasa.
—Quizá esperan que la noticia se divulgue y el parador consiga fama, lo que acarrearía una clientela más numerosa.
—Es posible, pero ha pasado ya casi un año y no hay señales de aumento de clientes, F. X.
—¿Cómo lo sabes, Ginny?
—Bueno, en donde estoy se ven y se oyen muchas cosas… Sinceramente, si yo tuviera que pasar una temporada en Bathermane, no me hospedaría en el parador.
—¿No te gusta?
—Hay algo extraño… misterioso… Quizá me tomes por una chica con demasiadas ideas en la cabeza… pero, insisto, el parador no me gusta en absoluto. Vienen tipos muy raros, aunque parezcan tener mucho dinero, ¿comprendes? Algunos rumorean que se trata de operaciones de contrabando.
—¿Contrabando? —repitió él, asombrado.
—Sí. La costa está a menos de diez millas. Un parador, situado en la costa, podría inspirar sospechas a la policía. De este modo, si lo del contrabando es cierto, ¿quién va a pensar en ellos?
Rasselar hizo un gesto con la cabeza.
—¿Qué clase de contrabando? ¿Lo sabes? —inquirió.
—No, en absoluto. La gente del parador es terriblemente discreta y no despega los labios para nada. Además, vienen muy poco por el pueblo… En realidad, no se les ve nunca.
—¿Incluyes en tu comentario a la dueña? Ginny frunció el ceño.
—No sé qué pensar de esa chica —respondió—. Parece muy desgraciada…
—Ha estado enferma.
—Sí, eso dicen. Pero, de todas formas, consiente lo que sucede en su casa.
—¿Es suya, realmente?
—De sus padres, aunque hacía ya muchos años que no la habitaban. Sus abuelos sí vivieron durante casi toda su vida. Cuando murieron, el padre de Gwendolyne se fue a Londres y cerró la casa. Casi no se les ha visto desde entonces… es decir, hasta que ella vino con Wooley.
—¿Y las si mentas?
—Llegaron poco después. F. X., los contrabandistas, me imagino, no deben de pasarlo tan mal, mientras se alojan en el parador.
—Son muy guapas, en efecto.
—Oye, dime, ¿no has intentado tú…?
—Wooley me lo prohibió el primer día. No pienso quebrantar esa prohibición. Ya conoces los motivos.
—Mientras puedas resistir la tentación… —rió ella.
—Tú me ayudarías, en caso necesario, ¿verdad?
Rasselar buscó la boca de Ginny. Ella correspondió apasionadamente y, durante unos minutos, se olvidaron de todo.
Más tarde. Rasselar saltó de la cama y empezó a vestirse.
—Te marchas ya —dijo Ginny melancólicamente.
—No quiero que me sorprendan fuera de mi alojamiento. A Wooley podría no gustarle, compréndelo.
—Sí, pero vuelve cuando puedas…
—Descuida.
—Todavía tenemos dos semanas largas por delante.
—¿Y después?
Ginny se echó a reír.
—El verano se acerca. Conozco una cabaña deshabitada. Ya te indicaré el camino.
—De acuerdo.
Rasselar terminó de vestirse. Se puso la cazadora de lona azul y sacó una carta, que puso en manos de la chica, quien continuaba todavía en la cama.
—Necesito que eches esta carta al correo —dijo.
—Muy bien, lo haré, no te preocupes.
—Voy a ser sincero contigo. La carta va dirigida a un amigo que tengo en Londres, pero dentro hay otra que es para el abogado de Gwen. Le escribió una y la señora Quegg se la envió a Wooley.
—Vaya —resopló la chica—. ¿Por qué?
—Parece que no les gusta que Gwen se comunique con otras personas. No sé por qué, ya lo averiguaré, pero, mientras tanto, es importante que el abogado reciba la carta.
—Si se la entrego a Nora y ve que la envías tú, puede repetir la operación —objetó Ginny—. Pero ya sé cómo solucionarlo. Esperaré el paso del autobús que transporta el correo y se la entregaré al conductor. Es buen amigo mío. Y suele tomarse una jarra de cerveza cuando para en el pueblo.
Rasselar sonrió, satisfecho.
—Una excelente idea —aprobó.
Se inclinó sobre Ginny y la besó suavemente en los labios.
—Eres una chica estupenda y no lo digo sólo por tus encantos —se despidió.
* * *
Cuando llegaba a las inmediaciones de la casa, oyó voces distantes.
Pensaba dar un pequeño rodeo, a fin de alcanzar el cobertizo sin ser visto, caso de que hubiera alguien despierto en el parador. Al oír las voces, se agazapó detrás de unos arbustos y aguardó en completo silencio.
Al cabo de unos momentos, divisó tres siluetas. Un hombre y dos mujeres.
La distancia, aunque no era excesiva, sí impedía entender lo que decían al hablar. No obstante, consiguió captar algunas palabras sueltas: «buen botín» y «suculentos fajos de billetes», entre otras cosas.
De pronto, vio que una de las figuras se detenía.
—¿Por qué te paras? —preguntó Wooley.
—Voy a ver una cosa —dijo Nita.
—Lo mejor será que te vueltas a la cama…
—A la cama, sí, pero no sola —contestó la morena maliciosamente.
—Es inútil —dijo Rebecca—. Yo lo intenté, enseñándole todo, y pareció que estaba mirando a un poste del telégrafo.
—El factor sorpresa puede dar buenos resultados —rió Nita.
Ahora estaban mucho más cerca y Rasselar había podido escuchar el resto de la conversación con toda claridad. Inmediatamente, se sintió lleno de pánico.
Si Nita entraba y veía la cama, no solamente vacía, sino sin deshacer…
Decidió que tenía que actuar rápidamente y de un modo que no infundiera sospechas a Wooley y sus sirvientas. Inmediatamente, se despojó de la cazadora, que escondió bajo un arbusto, se quitó también la camisa y, con el torso desnudo, corrió hacia su alojamiento.
De pronto, tropezó con algo y estuvo a punto de caer. Al mirar hacia abajo, vio una gruesa rama, desprendida de un árbol cercano. Inclinándose, agarró la rama y echó a correr hacia la parte posterior del cobertizo.
Luego, con paso natural, dio la vuelta y llegó al mismo tiempo que Nita. Al verle, ella emitió un chillido de susto.
—No tema —dijo Rasselar sonriendo Soy yo. F. X. Nita se puso una mano en el pecho.
—Vaya susto… Pero ¿qué diablos haces a estas horas, fuera de la cama?
—OI algunos ruidos y me pareció que podría tratarse de un ladrón o un merodeador. Por tanto, salí a ver qué sucedía, pero el tipo debió de escucharme a mí también y salió de estampía. No pude darle alcance; sin duda, se trata de un tipo que conoce bien la comarca. Yo no puedo decir lo mismo, claro.
—Aquí no vimos nunca ladrones, F. X.
—Siempre hay una primera vez —sonrió él—. ¿Puedo serle útil en algo?
Nita vaciló. Realmente, ya no podía intentar lo que había indicado a los otros dos.
—No, gracias —contestó—. Sólo deseo darle las gracias por su celo. F. X. Se lo diré así al señor Wooley.
—Gracias —contestó Rasselar—. Me contrataron para trabajar aquí y pienso que también debo vigilar, cuando es necesario.
—Sí, es cierto. Buenas noches. F. X.
—Buenas noches, señorita.
—Me llamo Nita —le indicó ella.
—Un nombre precioso, digno de la persona que lo ostenta.
—Eres muy amable. Adiós.
Rasselar quedó solo ante la puerta del cobertizo. Se preguntó si los otros sospecharían de él. Había salido, aparentemente, en persecución de un ladrón, pero quizá pensarían que los había seguido a ellos…
Por cierto, ¿de dónde venían a hora tan avanzada de la noche?
Consultó su reloj. Eran casi las cuatro de la mañana. ¿Adónde habían ido?
Meneó la cabeza. No podía adivinarlo. Tendría que saber lo por otros métodos. No podía dar, por el momento, con el apropiado, pero era optimista por naturaleza.
—Ya lo encontraré —murmuró, mientras se metía en el cobertizo.
Procuró despertarse muy pronto y fue en busca de la camisa y la cazadora. Luego se dirigió a la cocina para desayunar.
—Tienes ojeras —dijo Rebecca, al disponerse a servirle el desayuno.
—El tipo ese me desveló —contestó él con fingido mal humor.
—¿El ladrón?
—Sí. Bueno, yo no sé si lo era o no… Acaso se trataba de un cazador furtivo… o de un mirón.
—¡Un mirón! —resopló la pelirroja. Rasselar le guiñó un ojo.
—No me digas que no hay aquí cosas muy interesantes para mirar a escondidas —exclamó.
Rebecca soltó un bufido.
—Para lo que te sirven los ojos… —contestó, desdeñosa.
—Le pediré permiso al jefe —dijo Rasselar con ironía—. Rebecca, yo lo siento más que tú, pero no quiero jugarme el empleo.
—Otros se arriesgarían…
—No han pasado hambre ni han dormido al raso, como yo. No quiero que se repita —concluyó el joven la conversación, de forma tajante.
«Para que lo entiendas», añadió mentalmente.