EL APRENDIZ
El aprendiz era la última unidad del orden operativo. El aprendiz era por derecho propio la unidad que canalizaba las enseñanzas de don Juan, pues él debía aceptar la totalidad del consenso especial dado sobre los elementos componentes de todos los estados de realidad no ordinaria y de todos los estados especiales de realidad ordinaria, antes de que el consenso especial pudiese cobrar significado como concepto. Pero el consenso especial, a fuerza de ocuparse con las acciones y elementos percibidos en la realidad no ordinaria, involucraba un orden peculiar de conceptualización, un orden que colocaba tales acciones y elementos percibidos en concordancia con la corroboración de la regla. Por tanto, la aceptación de consenso especial significaba para mí, como aprendiz, la adopción de cierto punto de vista validado por la totalidad de las enseñanzas de don Juan; esto es, significaba mi entrada en un nivel conceptual, el cual abarcaba un orden de conceptualización que haría comprensibles en sus propios términos las enseñanzas. Lo he llamado el «orden conceptual» porque era el orden que daba significado a los fenómenos inusitados que formaban el conocimiento de don Juan; era la matriz de significado en la que se hallaban enclavados todos los conceptos individuales expresados en sus enseñanzas.
Tomando en cuenta, pues, que la meta del aprendiz consistía en adoptar ese orden de conceptualización, el individuo tenía dos alternativas: podía fallar en sus esfuerzos, o bien podía tener éxito.
La primera alternativa, el no adoptar el orden conceptual, significaba asimismo que el aprendiz no había logrado alcanzar la meta operatoria de las enseñanzas. La idea del fracaso se explicaba en el tema de los cuatro enemigos simbólicos de un hombre de conocimiento; estaba implícito que el fracaso no era meramente el acto de discontinuar la búsqueda de la meta, sino el acto de abandonar por entero la empresa bajo la presión creada por cualquiera de los cuatro enemigos simbólicos. El mismo tema aclaraba también que los primeros dos enemigos —el miedo y la claridad— causaban la derrota de un hombre en el nivel de aprendiz; que la derrota en ese nivel significaba no haber aprendido a mandar a un aliado, y que en consecuencia de tal fracaso el aprendiz había adoptado el orden conceptual de manera superficial y falaz. Esto es, su adopción del orden conceptual era falaz por ser una afiliación fraudulenta al significado propuesto por las enseñanzas, o un compromiso fraudulento con él. La idea era que, al ser derrotado, un aprendiz, además de su incapacidad para mandar un aliado, se quedaría sólo con el conocimiento de ciertas técnicas manipulatorias, más el recuerdo de los elementos componentes percibidos de la realidad no ordinaria, pero no se identificaría con el razonamiento que habría podido darles significado en sus propios términos. En tales circunstancias, cualquiera podía verse forzado a desarrollar sus propias explicaciones con respecto a áreas idiosincrásicamente elegidas de los fenómenos que había experimentado, y ese proceso involucraría la adopción falaz del punto de vista propuesto por las enseñanzas de don Juan. Sin embargo, la adopción falaz del orden conceptual no parecía exclusiva del aprendiz. En el tema de los enemigos de un hombre de conocimiento, se hallaba también implícito que un hombre, tras haber alcanzado la meta de aprender a mandar a un aliado, aún podía sucumbir a los embates de sus otros dos enemigos: el poder y la vejez. En el esquema de categorización de don Juan, tal derrota significaba que un hombre había caído en una adopción superficial o falaz del orden conceptual, lo mismo que el aprendiz derrotado.
El éxito en la adopción del orden conceptual significaba, en cambio, que el aprendiz había alcanzado la meta operatoria: una adopción de buena fe del punto de vista propuesto en las enseñanzas. Es decir, su adopción del orden conceptual era de buena fe por ser una afiliación completa al significado en tal orden de conceptualización y un compromiso completo con él.
Don Juan nunca clarificó el punto exacto, ni la forma exacta, en que un aprendiz dejaba de ser aprendiz, aunque estaba clara la alusión a que, una vez alcanzada la meta operatoria del sistema —es decir, cuando supiera mandar a un aliado—, ya no se necesitaría la guía del maestro. La idea de que llegaría el tiempo en que las direcciones de un maestro fuesen superfluas implicaba que el aprendiz lograría adoptar el orden conceptual, y al hacerlo adquiriría la capacidad de extraer inferencias significativas sin el auxilio del maestro.
En lo que concernía a las enseñanzas de don Juan, y hasta el momento de interrumpir mi aprendizaje, la aceptación del consenso especial parecía involucrar la adopción de dos unidades del orden conceptual: 1) la idea de una realidad de consenso especial; 2) la idea de que la realidad de consenso ordinario, cotidiano, y la realidad de consenso especial tenían un valor igualmente pragmático.
La realidad de consenso especial. El cuerpo principal de las enseñanzas de don Juan, como él mismo declaraba, se refería al uso de las tres plantas alucinógenas con las que provocaba estados de realidad no ordinaria. El uso de estas tres plantas parece haber sido asunto de intención deliberada por parte suya. Al parecer, las empleaba porque cada una poseía diferentes propiedades alucinógenas, que don Juan interpretaba como las distintas naturalezas inherentes a los poderes contenidos en ellas. Dirigiendo los niveles extrínseco e intrínseco de la realidad no ordinaria, don Juan explotó las diversas propiedades alucinógenas hasta que éstas crearon en mí, como aprendiz, la percepción de que la realidad no ordinaria era una zona perfectamente definida, un terreno aparte de la vida ordinaria, cotidiana, cuyas propiedades esenciales iban revelándose conforme yo avanzaba.
Sin embargo, también era posible que las propiedades supuestamente distintas fuesen tan sólo el producto del proceso, ejecutado por don Juan, de dirigir el orden intrínseco de la realidad no ordinaria, aunque en sus enseñanzas él explotaba la idea de que el poder contenido en cada planta producía estados de realidad no ordinaria que diferían entre sí. De ser cierto esto último, las diferencias, según las unidades de este análisis, parecen haber estado en la gama de evaluación perceptible en los estados provocados por cada una de las plantas. Por peculiaridades de su gama de evaluación, las tres contribuían a producir la percepción de una zona o terreno perfectamente definido, que consistía en dos compartimientos: la gama independiente, llamada el terreno de las lagartijas, o de las lecciones de Mescalito, y la gama dependiente, aludida como la zona donde uno podía desplazarse por sus propios medios.
Como ya se ha anotado, uso el término «realidad no ordinaria» en el sentido de realidad extraordinaria, fuera de lo común. Para un aprendiz principiante, tal realidad era por todos conceptos inusitada, pero el aprendizaje del conocimiento de don Juan exigía mi participación obligatoria y mi compromiso con la práctica pragmática y experimental de lo que yo hubiera aprendido. Eso significaba que yo, como aprendiz, debía experimentar cierto número de estados de realidad no ordinaria, y que el conocimiento obtenido personalmente haría que, tarde o temprano, las clasificaciones «ordinaria» y «no ordinaria» perdiesen sentido para mí. La adopción de buena fe de la primera unidad del orden conceptual habría involucrado, pues, la idea de que había otro reino de la realidad, separado pero ya no inusitado: la «realidad de consenso especial».
El aceptar como premisa mayor que la realidad de consenso especial fuera un reino aparte habría explicado significativamente la idea de que los encuentros con los aliados o con Mescalito eran en un terreno que no era ilusorio.
La realidad de consenso especial tenía valor pragmático. El mismo proceso de dirigir los niveles extrínseco e intrínseco de la realidad no ordinaria, que al parecer creó el reconocimiento de la realidad de consenso especial como reino separado, también parecía responsable de mi percepción de que la realidad de consenso especial era práctica y utilizable. La aceptación de consenso especial sobre todos los estados de realidad no ordinaria, y sobre todos los estados especiales de realidad ordinaria, estaba planeada para consolidar la conciencia de su igualdad con respecto a la realidad de consenso ordinario, cotidiano. Esta igualdad se basaba en la impresión de que la realidad de consenso especial no era un reino que pudiera equipararse con los sueños. Al contrario, poseía estables elementos componentes que se hallaban sujetos a acuerdo especial. Era, de hecho, un reino donde uno podía percibir los alrededores de una manera deliberada. Sus elementos componentes no eran idiosincrásicos ni caprichosos, sino detalles o hechos concisos cuya existencia era atestiguada por todo el cuerpo de las enseñanzas.
La implicación de la igualdad estaba clara en el tratamiento que don Juan otorgaba a la realidad de consenso especial, un tratamiento utilitario y familiar; en ningún momento se refirió a ella en forma que no fuese utilitaria y familiar, ni requirió que yo lo hiciera. Sin embargo, el hecho de que las dos zonas se consideraran iguales no quería decir que en cualquier momento uno hubiese podido tener exactamente la misma conducta en cualquiera de las zonas. Al contrario, la conducta de un brujo tenía que ser distinta, pues cada zona de realidad poseía cualidades que la hacían utilizable a su propio modo. El factor de definición, de acuerdo con su significado, parece haber sido la idea de que tal igualdad podía medirse en relación con la utilidad práctica.
Así, un brujo debía creer que era posible trasladarse una y otra vez a una y otra zona, que ambas eran esencialmente utilizables, y que la única diferencia entre las dos era su diferente capacidad de ser usadas, es decir, los distintos propósitos a los que servían.
Empero, su separación parecía ser sólo un ordenamiento adecuado que era característico de mi nivel particular de aprendizaje, y que don Juan la usaba para hacerme tomar conciencia de que podía existir otro reino de realidad. Pero sus actos, más que sus afirmaciones, me llevaron a creer que para un brujo no había sino un solo continuo de realidad que tenía dos partes —o quizá más—, de las cuales él sacaba inferencias de valor pragmático. La adopción de buena fe de la idea de que la realidad de consenso especial tenía valor pragmático habría dado una perspectiva significativa al movimiento.
De haber yo aceptado la idea de que la realidad de consenso especial era utilizable por tener propiedades esencialmente utilizables que eran tan pragmáticas como aquéllas de la realidad de consenso cotidiano, entonces habría sido lógico que yo comprendiera por qué explotaba tan largamente don Juan la noción de movimiento en la realidad de consenso especial. Tras aceptar la existencia pragmática de otra realidad, lo único que un brujo tendría que hacer sería aprender el aspecto mecánico del movimiento. Naturalmente, el movimiento en tal caso debía ser especializado, porque atañía a las propiedades pragmáticas inherentes a la realidad del consenso especial.