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Las papillas, un asunto delicado |
Las peleas entre madre e hijo en torno al pecho o al biberón pueden ser terribles; pero, por fortuna, son poco frecuentes. El comienzo de las papillas es una nueva ocasión de peligro, y hay que andarse con pies de plomo.
Por cierto, al hablar de «papillas» no nos referimos únicamente a los triturados que se dan con cuchara. Como explicamos más arriba (véanse «Las recomendaciones de la ESPGHAN»), lo usamos en un sentido genérico, para referirnos a cualquier cosa que no sea el pecho o la leche del biberón, aunque sea tan líquido como una manzanilla o tan sólido como una galleta.
Muchas madres se ven bombardeadas por tal cantidad de normas, normitas y normazas sobre la alimentación de sus hijos que al final se les pone la cabeza como un bombo. A los consejos del pediatra y la enfermera, a veces mucho más detallados que las austeras recomendaciones de los expertos, se unen los de familiares y amigas y las más peregrinas creencias populares o impopulares, desde los alimentos «demasiado fuertes» hasta los que son «incompatibles».
Incapaz de seguir todas las reglas a la vez, la madre, con frecuencia, opta por pasar de todo y hacer lo que le venga en gana... con el peligro de que, por una de aquellas casualidades, se salte precisamente una de las normas importantes. Para evitar este problema, voy a distinguir bien claramente, por un lado, los pocos puntos sobre cuya importancia existe un acuerdo más o menos general (basado en una combinación de las normas internacionales comentadas en «Calendario de alimentación»), y por otro, algunos consejos que a mí, personalmente, me parecen útiles (pero cada cual tendrá su opinión).
Al revisar el libro para la tercera edición (2009) me doy cuenta de que puse demasiadas normas. Algunas de las que califiqué como importantes no lo son tanto. Se basaban en opiniones de expertos, no en estudios científicos, y parece que últimamente los expertos están cambiando de opinión.
Algunos detalles importantes
Es importante tener en cuenta los siguientes detalles, aunque no deben tomarse como un dogma:
1. No obligar nunca a comer a un niño.
2. Hasta los seis meses darle solo pecho (ni papillas, ni zumos, ni agua, ni hierbas ni nada).
3. A partir de los seis meses empezar a ofrecerle (sin forzar) otros alimentos, siempre después del pecho. A los que no toman pecho, ofrecerles al menos medio litro de leche artificial al día.
4. Al principio, no darles muchos alimentos nuevos juntos, y empezar con pequeñas cantidades.
5. Dar el gluten (cualquier alimento que lleve trigo, avena, centeno o cebada) con precaución.
6. Escurrir los alimentos, no llenarle la barriga con el agua de cocción.
7. No corre prisa introducir los alimentos que suelen causar alergia (sobre todo, leche de vaca y derivados, huevos, pescado, soja, cacahuetes, y cualquier otro que produzca alergia a algún miembro de la familia), especialmente en los niños con antecedentes familiares de alergia.
8. No añadir azúcar ni sal a los alimentos.
9. Seguir dando el pecho hasta los dos años o más.
En algunos casos, se puede dar algo antes de los seis meses (pero no antes de los cuatro): cuando la madre ha de trabajar, por ejemplo. O cuando el niño claramente pide comida e intenta cogerla y llevársela a la boca.
«Ofrecer» significa que si quiere se lo come y si no quiere no. Muchos niños no quieren nada más que el pecho hasta los ocho o diez meses, incluso más.
Los alimentos se ofrecen después del pecho, no antes, ni mucho menos en lugar del pecho. Solo así se garantiza que su hijo tomará leche suficiente. Se recomienda, entre los seis y los doce meses, ofrecer al menos medio litro de leche al día (naturalmente, es una cifra redonda, y muchos niños pueden tener bastante con menos). Un niño que toma biberón puede solucionar la papeleta con dos biberones de 250 ml al día; pero a algunos no les gusta tomar tanta cantidad de golpe: no concluya que su hijo no quiere más leche hasta habérsela ofrecido de forma que realmente se la pueda tomar: repartida en cuatro o cinco tomas, y antes de llenarle la barriga con papillas. Pero no es razonable esperar que un niño mame 250 ml cada 12 horas; los pechos se llenarían enormemente y sería muy molesto para la madre. Es más lógico que mame 100 ml cinco veces al día, o 70 ml siete veces al día. Por supuesto, usted no sabe (ni sabía antes de comenzar con las papillas) cuánta leche materna toma su hijo; pero si mama antes de las comidas puede estar tranquila.
Poco a poco. En ediciones anteriores recogíamos como importante la recomendación de la AAP en 1980 de introducir los nuevos alimentos de uno en uno, con intervalo mínimo de una semana, para poder detectar si alguno le sentaba mal al bebé. La pura verdad es que jamás ha habido ningún estudio científico que pruebe que eso es necesario, conveniente o útil. Simplemente, parecía lógico y razonable. Pero es una norma que fácilmente degenera en obsesión, y que nos limita mucho a la hora de permitir que nuestros hijos experimenten («esta mañana le introduje el plátano, y esta tarde quiere agarrar un trozo de pan, ¿qué hago? ¡No le toca hasta dentro de una semana!»). Supongo que sigue siendo buena idea no darles de golpe, a los seis meses y un día, un montón de alimentos juntos; pero tampoco me preocuparía si prueban dos o tres novedades en un mismo día.
El gluten. En la primera edición de este libro recomendaba ofrecer el gluten a los ocho meses, pero ya advertía que era lo más discutible. En efecto, ha sido discutido. El motivo por el que nos preocupa el asunto del gluten es que, en personas con predisposición genética, el gluten desencadena una enfermedad grave, la celiaquía. Recientes estudios en Escandinavia177, 178 confirman que la lactancia materna disminuye el riesgo de celiaquía, pero que el factor principal no es, como se pensaba antes, introducir el gluten lo más tarde posible, sino hacerlo muy poco a poco, y hacerlo cuando el niño todavía está mamando.
En la práctica, conviene que el niño siga tomando pecho durante, al menos, un mes (y si son más, mejor) después de empezar a tomar gluten, y que durante el primer mes o dos tome muy poca cantidad de gluten. Si usted tiene pensado destetar a su hijo a los siete u ocho meses, es mejor que la primera papilla, a los seis meses, ya sea con gluten. Y si va a dar el pecho más tiempo, ¿conviene introducir el gluten más tarde? No está del todo claro, pero en algún estudio la introducción del gluten después de los siete meses se asocia con un riesgo ligeramente mayor de celiaquía, por lo que la ESPGHAN en 2008179 recomienda empezar con el gluten antes de los siete meses.
¿Cómo darle pequeñas cantidades de gluten? En algunos países tienen papillas comerciales de centeno, sin trigo, que llevan mucho menos gluten. Pero en España todas las papillas con gluten llevan trigo. Si le da a su hijo papillas comerciales, podría preparar una papilla de cereales sin gluten, y añadirle media cucharadita de cereales con gluten. Siga preparando la papilla con solo media o una cucharadita con gluten durante uno o dos meses, después de los cuales puede empezar a aumentar la proporción de cereales con gluten. Si le da a su hijo cereales hechos en casa, puede darle el «plato principal» sin gluten (es decir, arroz hervido), pero dejar que cada día coma un trocito pequeño de pan, o un par de macarrones, no más. Al cabo de uno o dos meses ya puede aumentar las cantidades de pan o pasta.
Por cierto, las galletas sí que llevan gluten, pues están hechas con harina de trigo. Recuerdo, en mis años de pediatra joven, cuando recomendábamos el gluten a los 9 meses, cómo nos enfadábamos con las abuelas que añadían una galleta a la papilla de frutas «para que alimente». «De qué sirve —nos quejábamos— decirle a la madre que le dé cereales sin gluten, si luego va la abuela y le mete una galleta.» Pues resulta que probablemente la abuela lo hacía bien, y que eran esas pequeñas cantidades de gluten desde los seis meses las que prevenían algunos casos de celiaquía. Una nueva lección de humildad.
Alimentos alergénicos. En 1982 la ESPGHAN recomendaba no dar los alimentos más alergénicos hasta los seis meses en general, y hasta los doce meses en los niños con antecedentes familiares de alergia. En el año 2000, la Academia Americana de Pediatría180 era todavía más entusiasta: no dar, a los niños con antecedentes familiares de alergia, leche de vaca y derivados hasta el año, huevos hasta los dos años, pescado y frutos secos hasta los tres años.
Pero la tendencia está cambiando. Aquellas recomendaciones se basaban en la opinión de los expertos, y en algunos estudios poco concluyentes. Posteriormente se hicieron algunos otros estudios, y siguen siendo poco concluyentes. Tanto la ESPGHAN181 como la Academia Americana de Pediatría182 consideran ahora, en base a los datos disponibles, que el retrasar la introducción de determinados alimentos influye poco sobre el riesgo de alergia.
A los bebés que toman lactancia artificial, conviene no darles hasta el año más leche que la leche adaptada especial para bebés: ni yogures, ni natillas, ni leche de vaca normal. Ojo, no es lo mismo «leche adaptada» que «un producto hecho con leche adaptada». Con leche adaptada se puede hacer, si alguien se toma la molestia, flan, helado, café con leche... o yogur. Pero antes del año hay que darles leche adaptada de verdad, no un producto distinto en cuya composición entre la leche adaptada. Y después del año pueden tomar leche de vaca normal.
A los bebés que toman el pecho, conviene no darles hasta el año más leche que la materna. No necesitan (ni les conviene en absoluto) tomar otra leche en la papilla. Los niños de pecho no toman los cereales mezclados con la leche, sino que toman primero el pecho y luego los cereales solos (es decir, cereales no lacteados preparados con agua), y se les mezcla todo en el estómago (no hace falta agitar al niño, por cierto).
Ahora bien, una cosa es darle una toma de leche no adaptada, o un yogur o una natilla entera, y otra cosa es que pruebe pequeñas cantidades de alimentos en cuya composición haya leche (por ejemplo, un trozo de croqueta, o el relleno de un canalón...). Cuando un bebé toma el biberón y le sienta bien, ya sabemos que no tiene alergia a la leche de vaca, y por tanto no importa que pruebe pequeñas cantidades de leche de vaca como ingredientes de otros alimentos.
Cuando un bebé toma pecho, probablemente tampoco es un problema que consuma antes del año pequeñas cantidades de alimentos que contengan leche de vaca como ingrediente. Pero en familias con antecedentes de alergia, y a pesar de que no hay estudios que lo demuestren, creo que sigue siendo prudente esperar hasta el año, pues la leche de vaca (incluyendo la del biberón) es la causa más frecuente de alergia en los niños.
Hace años era costumbre empezar por la yema del huevo y unos meses después, dar la clara. Esto se hacía por dos motivos: porque lo que puede producir alergia es la clara, y porque la yema es muy rica en hierro y parecía conveniente darla antes. Pero nuevos datos científicos han desmontado los dos argumentos. Aunque la yema no produce alergia, es imposible separarla de la clara, ni siquiera en un huevo duro. La yema siempre contiene restos de clara, y puede producir una reacción grave en una persona alérgica al huevo. Por otra parte, aunque la yema tiene mucho hierro, también contiene factores que inhiben la absorción de hierro,183 por lo que no resulta tan buena fuente de hierro como se pensaba. Conclusión, no vale la pena esforzarse en separar la yema de la clara.
Sal y azúcar. ¿Nada de azúcar y nada de sal? Pues no, no añada sal ni azúcar a la comida del bebé. La ingesta de sal y de azúcar en los niños mayores y adultos ya es demasiado alta en estos tiempos; y cuanto más tarde comiencen a acostumbrarse, mejor. La miel tampoco es conveniente; puede llevar esporas del botulismo y en Estados Unidos se recomienda no dar miel a niños menores de un año. El azúcar moreno, la melaza o el azúcar de arroz siguen siendo azúcar.
Además, el añadir azúcar o sal a los alimentos suele ser un truco más para forzar a comer al niño: azúcar en la fruta o en el yogur, abundante sal en la verdura, y así se lo come todo. Ya hemos comentado que los niños muestran una inclinación natural hacia el sabor dulce y hacia el salado. Pero en la naturaleza no se encuentra sal ni azúcar en estado puro; la posibilidad de añadirlas a los alimentos permite manipular los mecanismos de control del apetito, y hacer comer a nuestros hijos más cantidad de la que les conviene. Por eso, aunque no dé caries, tampoco es buena idea añadir sacarina o edulcorantes a las papillas del bebé. Recuerde, el problema no son las pocas cucharadas de azúcar que va a comer ahora, sino todo lo que va a comer en su vida si se acostumbra a comerlo todo con azúcar. Y si se acostumbra a comer con sacarina, el problema es el mismo; dentro de unos años cambiará la sacarina por azúcar.
No añada sal y azúcar en la comida del bebé, pero eso no significa que no pueda probarlos. El bebé morderá pan (que lleva sal) y galletas (que llevan azúcar), y comerá muchas veces de nuestra comida. No pasa nada.
Consejos útiles, pero no tan importantes
Lo que sigue son opiniones basadas en mi experiencia como padre y en mis preferencias personales. No son recomendaciones basadas en datos científicos, y cada cual decidirá si está de acuerdo o no:
¿Por qué alimentos empezar?
No importa. Como se ha explicado en otro capítulo, no hay bases científicas para recomendar uno u otro. Si le da a su hijo primero la fruta, luego los cereales y más tarde el pollo, estará siguiendo plenamente las normas de la ESPGHAN. Pero si le da primero el pollo, luego la verdura y más tarde los cereales, también habrá seguido las normas al pie de la letra.
Pongamos que decide empezar por el arroz. Hace arroz hervido, más bien un poco pasado, sin sal. Puede poner un chorrito de aceite de oliva (estará más sabroso y tendrá más calorías). Después de mamar, le ofrece a su hija una cucharadita o dos. El primer día no conviene darle mucho más, ni aunque se lo tome a gusto. Si no quiere ni la primera cucharada, no insista, pero vuelva a ofrecerle cada día o dos. Si sí que quiere, puede darle cada día un poco más. Al cabo de unos días puede probar con otro alimento, como un poco de plátano machacado. Más adelante puede probar la patata hervida, el pollo... Este orden es solo un ejemplo, puede empezar justo al revés. Por supuesto, si alguno de los alimentos le produce diarrea o alguna otra molestia, o lo rechaza con especial repugnancia, mejor no vuelva a probar en un par de semanas. Si aparece alguna reacción más grave, como urticaria, consulte con su pediatra.
Tampoco es obligatorio introducir un alimento nuevo cada semana. Durante años nos han hecho creer que la variedad es una gran ventaja (siete cereales y medio, trece cereales con chocolate, quince cereales con café...); no es más que una estrategia publicitaria. Variedad significa algo de cereal, algo de legumbre, algo de verdura, algo de fruta..., pero no es preciso que tome muchas cosas de cada grupo; la manzana no lleva ninguna vitamina que no tenga la pera, y la mayoría de los adultos nos las arreglamos muy bien comiendo solo dos cereales, arroz y trigo, y dejando los demás para el ganado. Si su hijo ya come pollo, no le añade nada dándole ternera. Antes del año, añadir muchos alimentos distintos solo significa comprar más números para el sorteo de alguna alergia.
El principal motivo para darles otros alimentos a los seis meses (y no más tarde) es que a algunos niños les podría faltar hierro. Por tanto, parece lógico que los alimentos más ricos en hierro estén entre los primeros. Por un lado, las carnes, que contienen hierro orgánico, que se absorbe muy bien. Por otro lado, verduras, legumbres y cereales contienen hierro inorgánico, que se absorbe mal a no ser que vaya acompañado de vitamina C. Por eso es buena idea comer como comemos los adultos, primero la ensalada (verdura cruda, rica en vitamina C), luego los cereales y legumbres, y la fruta de postre. Y, en cambio, no es tan buena idea lo que hacemos con los niños, darles en una comida solo cereales, en otra solo verdura, en otra solo fruta... Cuando su hijo ya coma varios alimentos, sería buena idea combinarlos (que no triturarlos juntos) en la misma comida, en vez de hacerle menús monográficos («la hora del cereal»).
¿Y si no quiere la comida?
No se preocupe; es totalmente normal, y tarde o temprano comerá otras cosas. No intente obligarle.
Tal vez le digan que le dé la comida antes del pecho para que así tenga hambre y se la tome bien. Eso no tiene sentido, porque la leche materna alimenta mucho más que cualquier otra cosa. Por algo a las papillas se les llama «alimentación complementaria», no hacen más que complementar al pecho. Si su hijo toma el pecho y luego no quiere la fruta, no pasa nada; pero si toma la fruta y luego no le entra el pecho, se está perdiendo algo. Más fruta y menos leche es una receta para adelgazar.
Lo mismo vale para la leche artificial: recuerde que, si no le da el pecho, debe ofrecer a su hijo medio litro de leche cada día hasta el año. No es bueno quitarles la leche para que coman más papilla.
¿Le faltará algún nutriente si no come nada más que pecho?
A partir de los seis meses, a algunos bebés se les acaban las reservas de hierro que tenían al nacer, y necesitan tomar hierro de otras fuentes. Es uno de los motivos por los que se inicia la alimentación complementaria. Otros bebés no necesitan hierro hasta los doce meses o más.
Muchos bebés no quieren tomar nada, pero nada más que pecho, hasta los ocho o diez meses o más. No quieren ni probar, y todos lo que les entra en la boca lo vuelven a escupir. ¿Les faltará hierro? Personalmente supongo que no, que el que no quiere comer es porque no lo necesita. Pero no hay ningún estudio científico que sustente esta confianza. También sería posible el caso opuesto: la falta de hierro produce una disminución del apetito, y por eso no come. En varias ocasiones he visto bebés de ocho o diez meses que no querían tomar más que el pecho y que no engordaban o incluso perdían peso; se detectó una anemia y, al darles hierro, empezaron a comer y a engordar.
Es conveniente que, entre los primeros alimentos que se ofrezcan al bebé, estén el pollo o la carne, ricos en hierro (no necesita mucha cantidad). Y que no tomen la fruta separada de otros alimentos, sino como nosotros, de postre; así la vitamina C de la fruta ayuda a que se absorba el hierro de las verduras, legumbres y cereales. Si un bebé se niega a probar la comida y no engorda, conviene hacerle una analítica para comprobar que no le falta hierro, o que no tenga alguna otra enfermedad
¿Y si engorda normalmente, a pesar de no comer nada sólido? Pues será porque sí que tiene apetito y está tomando muchísimo pecho, y por lo tanto supongo que no le falta hierro. Pero si pasan los meses y sigue sin tomar más que pecho y el pediatra o la familia están preocupados, no cuesta nada hacerle pruebas.
No hace falta triturar los alimentos
Muchas madres consultan al pediatra porque su hijo de dos o tres años solo quiere triturados:
Tengo un niño de cinco años y medio que no toma nada sólido y siempre se ha negado a masticar... Todo lo que come se lo tengo que dar yo, que él tampoco quiere comer solo.
No es un problema grave; en realidad, aunque no haga absolutamente nada, su hijo acabará comiendo normalmente. ¿O acaso piensa que a los quince años tomará triturados? Pero es un engorro y «queda feo». Su hijo no se acostumbrará a los triturados si no los prueba jamás. Los alimentos más blandos, como la patata o zanahoria hervida, el plátano o el arroz hervido, se pueden machacar con el tenedor. La manzana y la pera pueden rallarse con un rallador. Los alimentos más duros, como el pollo, se pueden cortar en trozos minúsculos con el cuchillo; o bien puede pedir en la tienda que le piquen la carne de pollo (advierta que no le añadan sal o pimienta), y luego pasarla por la sartén con unas gotas de aceite, quedarán unas bonitas bolitas de pollo.
Y es que en esta época cruel que nos ha tocado vivir, muchos niños tienen que sufrir tres destetes en vez de uno. Todos los psicólogos coinciden en que el destete es una época delicada y potencialmente traumática; y muchos niños se destetan primero del pecho al biberón, antes de los dos meses; luego, del biberón a las papillas, hacia los seis meses, y, por fin, de las papillas y triturados a la comida normal, hacia los dos o tres años. A juzgar por los llantos y las peleas, cada destete es peor que el anterior:
Mi hijo Juan, de veinte meses, siempre ha sido un niño problemático con los cambios, cuesta mucho iniciarle en algo nuevo. El paso del biberón a la cuchara fue terrible, del dulce al salado igual, y así sucesivamente.
Al año intentamos introducir trocitos en el puré, pero solo conseguía que lo escupiera. Así que le dejamos que siguiera con sus purés triturados y sus papillas sin un grumo, y hoy es el día en el que seguimos igual. Acaba de romper las cuatro muelas, y aunque ahora es capaz de comerse algún macarrón, galletas, patatas, cereales, chorizo, salchichón, lo hace como un juego entre comidas; si le sentamos a la mesa con un plato con trocitos de comida, los tira sin más.
¿Por qué no destetarlos una sola vez? Directamente del pecho a la comida normal, en un proceso gradual que empieza a los seis meses y puede acabar al cabo de varios años.
Por cierto, esta madre ha dado, inadvertidamente, con la solución: su hijo sí que come trocitos si es «como un juego, entre comidas». Es decir, cuando no le obligan. Una vez su hijo se ha acostumbrado a los triturados, intentar obligarlo a comer otras cosas o ridiculizarlo, probablemente, no hará más que empeorar la situación. No le obligue a comer, ni triturado ni sin triturar, y poco a poco irá probando otras cosas.
No hace falta preparar una comida especial
Con un poco de vista, podrá cocinar casi cada día la misma comida para el bebé y para los adultos. Cocine sin picantes y sin sal, añada los condimentos, salsas y especias después de apartar la porción de su hijo. Algunos ejemplos:
Antes de ponerle el tomate, el arroz es una excelente papilla de cereales sin gluten. Y más adelante podrá introducir también el tomate, que es tan verdura como cualquier otra (el ketchup no parece muy adecuado para un bebé, pero el tomate frito en casa solo lleva tomate y aceite).
De cereales con gluten hay mucha más variación: pan, fideos, sémola, sopa de letras, macarrones, espaguetis... Al principio, solos, cocidos con agua; más adelante, se pueden cocer con caldo o aliñar con salsa de tomate. Recuerde, eso sí, que el estómago del bebé es pequeño y no conviene darle sopa; la pasta de sopa se le da escurrida, como si fueran macarrones en miniatura. Vigile las etiquetas; los macarrones baratos son «cien por cien sémola de trigo duro», mientras que los caros llevan huevo, y puede que sea mejor evitarlos en bebés con antecedentes de alergia. Del mismo modo, el pan normal se supone que solo lleva trigo, mientras que el pan de molde o las galletas llevan también, y según las marcas, azúcar, leche, huevos... Para los menores de un año siempre son preferibles los alimentos simples a los elaborados.
Si busca en Internet «baby-led weaning», verá a docenas de bebés comiendo comida decente desde el principio: espaguetis y arroz con tomate y brécol y lentejas. Comiendo lo mismo que sus padres, con sus propias manitas, desde los seis meses. Libérese de los triturados.
Cuando mamá trabaja fuera de casa
Estoy preocupada porque mi hijo de tres meses no coge el biberón con ninguna clase de tetina y leche; el pediatra me ha dicho que deje de darle el pecho para que así se acostumbre al biberón, pero se ha estado tres días sin comer por no quererlo coger. He vuelto a darle el pecho pero ya no es suficiente porque se queda con hambre. ¿Qué puedo hacer para que coja el biberón? Pues yo dentro de poco empiezo a trabajar, y he de dejar de darle el pecho.
Esta madre es víctima de dos errores frecuentes en relación con la vuelta al trabajo.
El primer error es pensar que hay que destetar antes de ir a trabajar. No es necesario. En el peor de los casos, podría pasarse a la lactancia mixta: dar el pecho antes y después del trabajo, y quien cuide a su hijo puede darle otra leche cuando la madre esté ausente. Todos los niños (y todas las madres) lo pasan mal cuando se han de separar por la vuelta al trabajo, y la lactancia puede ser una excelente manera de compensar la separación y recuperar el tiempo perdido. Muchas madres encuentran soluciones bastante más satisfactorias que introducir la leche artificial: llevarse al niño al trabajo, partir la jornada, hacer que alguien lleve al niño a un parque cercano al trabajo a la hora del bocadillo, sacarse leche y dejarla en la nevera... o, más fácil todavía, si su hijo tiene ya edad suficiente para tomar papillas, que le den papilla mientras usted no está (esta es una excepción a la regla general de dar el pecho antes de cada papilla).
Cuando usted se va a trabajar (o a comprar el pan), su hijo no sabe dónde está ni cuánto tardará en volver. Se asustará tanto, y llorará tanto, como si usted se hubiera ido para siempre. Faltan muchos años para que su hijo comprenda que «mamá volverá enseguida» y, por tanto, acepte las separaciones sin llorar. Cuando usted vuelve, le abraza, le da el pecho, su hijo piensa: «¡Uf, menos mal, otra falsa alarma!». Pero si se hace coincidir el comienzo del trabajo con un destete brusco, si al volver a casa su hijo pide pecho pero usted se lo niega, ¿qué pensará? «Claro, me abandona porque ya no me quiere.» Es un pésimo momento para destetar.
El segundo error es creer que, si le van a dar biberón (o papilla, para el caso) a su hijo cuando usted empieza a trabajar, tiene que acostumbrarlo primero. Si consigue que se acostumbre, lo único que ha logrado es avanzar el problema: podría haber conseguido cuatro meses de lactancia materna exclusiva, y se ha quedado en tres meses. Pero lo relevante es que, normalmente, como en el caso que nos ocupa, la criatura no se acostumbra. Incluso cuando las madres se sacan leche y les intentan dar un biberón de leche materna, muchos bebés se niegan.
Y es que los niños no son tontos. Si mamá no está y viene la abuela con un biberón (o mejor con un vaso, para evitar problemas con la succión), pueden pasar dos cosas. Una, si no tiene mucha hambre, que no tome nada y lo compense mamando más cuando vuelva mamá. Muchos bebés pasan casi todo el rato durmiendo mientras su madre no está, y luego se pasan la noche mamando. Es bastante soportable cuando madre e hijo duermen en la misma cama, y muchas madres lo consideran una forma muy satisfactoria de mantener el contacto con sus hijos a pesar del trabajo fuera de casa. La otra posibilidad, si el bebé tiene más hambre (y sobre todo, si la leche es materna), es que se la tome y ya está. En su interior, debe de pensar: «Vaya, mamá no está, habrá que conformarse con esto».
Pero cuando mamá está y el bebé puede ver y oler el pecho, ¿cómo va a aceptar un vaso de leche o un biberón? Debe de pensar: «¡Mamá se ha vuelto loca, tiene la teta a mano y me da esta porquería!». «¡Si no hay teta, nos vamos!» (¡Qué pundonor el de este niño!)
Algunos mitos en torno a las papillas
Mito: Las papillas alimentan más que la leche
Esto es un mito tan absolutamente extendido que, aunque ya lo hemos comentado, no está de más insistir un poco. A muchas madres les dicen que «su leche ya no alimenta» o que «su leche es agua». Semejantes frases no están mal como insulto castizo, del tipo «tienes sangre de horchata» o «tu pelo es un estropajo». Lo gordo es que hay gente que se lo cree. ¡Seamos serios, por favor! No hay mujeres que tengan agua en vez de leche, del mismo modo que no hay elefantes voladores.
Veamos un caso real como la vida misma:
Tengo una hija de seis meses [...] Durante este tiempo le he dado el pecho y aún sigo dándoselo, pero desde los cuatro meses empecé a introducirle la papilla de frutas y a los cinco meses los cereales como me lo indicó mi pediatra. [...]
La niña hasta los cuatro meses ha ido evolucionando muy bien, tenía un peso de 6300 g y una talla de 63 cm, pero en la última visita al pediatra mi hija pesaba 6980 g y 66 cm, entonces la pediatra me ha dicho que le quite el pecho y que siga la siguiente dieta: 9 h papilla cereales - 13 h verdura - 17:30 h fruta - 21:30 cereales.
¿Qué tiene este caso de peculiar? No el peso, desde luego; el peso es normal a los cuatro meses, y sigue siendo normal a los seis, y el aumento en ese periodo es también normal. Lo raro (bueno, ¡debería ser raro!) es el diagnóstico de su pediatra, y más raro aún el tratamiento.
Porque si tuviera razón su pediatra, si el aumento de peso fuera insuficiente, y si la causa fuera la mala alimentación, entonces el razonamiento lógico sería: ¿con qué dieta engordaba bien? Con pecho solo. ¿Con qué dieta engordaba mal? Con pecho y papillas. Conclusión: quitarle rápidamente las papillas. En vez de eso, opta por una extraña huida hacia adelante, le quita el pecho y ni siquiera le da biberón a cambio, solo papillas. A los seis meses, solo cuatro comidas al día, de ellas, una solo con fruta y otra solo con verdura. Aunque sabemos que los bebés no necesitan tantas calorías como se creía antes, me temo que esta dieta no llega ni al mínimo. Por suerte, la madre cambió de pediatra, y el segundo le dio una dieta que, si no es la ideal para recuperar la lactancia materna, al menos permite la supervivencia de la niña (un biberón en vez de la verdura y el pecho después de cada comida).
Siendo como soy un acérrimo defensor de la lactancia materna (¿se me nota?), tentado estoy de decir que esta niña engorda menos que antes por culpa de las papillas. Pero sería mentira. No engorda menos que antes por lo que coma o deje de comer, sino por la edad. Aunque hubiera seguido solo con pecho, habría engordado lo mismo. Aunque le hubieran dado fabada asturiana y pasteles de chocolate, habría engordado lo mismo (o menos, porque le habría sentado mal).
Todos los niños engordan más en el primer trimestre, solo con pecho (o solo con biberón), que en el segundo. En el tercer trimestre, con un poco de papilla, engordan aún menos; y en el cuarto trimestre, con mucha más papilla, no engordan casi nada. Todos los pediatras lo han visto cientos, miles de veces. Y, sin embargo, muchos parecen todavía convencidos de que las papillas engordan más que la leche. Me pregunto cuál es el origen de esta sorprendente creencia.
Ya hemos comentado que las papillas de carne y verduras suelen tener menos calorías que la leche; no digamos las de verduras solas o las de fruta. Claro que otras papillas, como los cereales, sí que tienen muchas calorías..., pero ¿y las proteínas, y la calidad de las proteínas, y las vitaminas, minerales, ácidos grasos esenciales y otros nutrientes? ¿Diría usted que la harina «alimenta» más que la leche?
Nuestra dieta debe satisfacer toda una serie de necesidades. El único alimento capaz de satisfacer, por sí solo, todas las necesidades de un ser humano, al menos durante una parte de su vida, es la leche materna. Un recién nacido está perfectamente alimentado durante seis meses o más solo con leche materna; pero nadie estaría perfectamente alimentado, ni en su infancia ni en ninguna época, si pasase seis meses comiendo solo carne, o solo pan, o solo naranjas. Lo que no significa que el pan, la carne o las naranjas «no alimenten», sino solo que se han de complementar con otras cosas. Complementar, no substituir.
Desde luego, no podemos tomar solo leche materna durante toda nuestra vida, y a partir de cierta edad necesitamos complementarla con otros alimentos. Pero no nos engañemos, el principal motivo por el que no tomamos el pecho toda la vida es porque nadie nos lo daría. Aunque tal vez no sea perfecto, la leche materna está más cerca de ser el alimento perfecto, a cualquier edad, que cualquier otro alimento conocido. Un náufrago en una isla desierta podría sobrevivir mucho más tiempo si solo tuviese leche materna que si solo tuviese pan, o solo manzanas, o solo garbanzos, o solo carne...
Si algún ignorante le vuelve a decir: «Quítale el pecho, porque tu leche no tiene suficientes proteínas», contéstele: «Ah, bueno, entonces le quitaré también la fruta y la verdura, que tienen menos proteínas todavía». Y si le dicen que su leche es agua, puede responder: «Claro, por eso se la doy, porque es agua pura, no como la del grifo, que lleva mucho cloro». Bueno, o mejor no conteste nada, porque algunos ignorantes tienen muy poco sentido del humor.
Mito: Con una buena papilla antes de cenar, dormirá toda la noche
Pues no. Muchos niños de dos o tres años se despiertan casi cada noche, aunque hayan cenado tortilla de patatas o alubias con chorizo.
Está demostrado experimentalmente184 que los niños no duermen más por haber tomado papilla. Durante los primeros años, los niños suelen despertarse por la noche, no solo porque necesitan comer, sino porque nos necesitan a nosotros. Por suerte, el pecho permite satisfacer las dos necesidades a la vez, y el niño vuelve a dormir rápidamente; algunos padres le llaman «la anestesia».
Mito: A partir de los seis meses han de tomar leche de continuación
La leche de continuación es un invento comercial sin apenas utilidad práctica. En Estados Unidos, la Academia Americana de Pediatría recomienda dar, a los bebés que no toman el pecho, la misma leche durante todo el primer año. La OMS también opina que las leches de continuación son innecesarias.
¿Para qué se inventaron, entonces? Muy sencillo. La ley prohíbe, en muchos países (incluido España), hacer publicidad de la leche de inicio. Pero la mayoría, por desgracia, no prohíben la publicidad de la leche de continuación. Así que para los fabricantes es ideal disponer de dos leches con el mismo nombre, que solo se diferencien por el numerito. ¿Hay alguien tan inocente para creer que la publicidad de Badmilk 2 no hace aumentar las ventas de Badmilk 1?
La principal utilidad de las leches de continuación, según la ESPGHAN, es que son más baratas. Como la leche artificial es cara, las madres con menos recursos que dan el biberón pueden sentirse tentadas a introducir antes del año la leche entera de vaca, lo que no sería muy conveniente. Una leche que, sin ser tan adaptada a las necesidades del niño como la de inicio, saliese más barata podría resultar útil.
¿Sin ser tan adaptada? En efecto. La leche de vaca tiene un exceso de proteínas, más del triple que la leche materna. Este es uno de sus mayores peligros; un bebé no puede metabolizar una cantidad tan grande de proteínas, y puede enfermar gravemente. La fabricación de la leche artificial consta de varios pasos, uno de los cuales es quitar la mayor parte de las proteínas. No es fácil quitarle las proteínas a la leche. Si no hay que quitarle tantas, resulta más fácil de fabricar y, por tanto, más barata. La ESPGHAN parece creer que la diferencia de precio será substancial; pero, al menos, en España la diferencia para el consumidor es muy pequeña.
No es que la leche de continuación sea mejor para los bebés mayores. Es peor que la leche de inicio, porque está menos adaptada. Pero los bebés mayores tienen capacidad suficiente para metabolizarla y la pueden tolerar. Naturalmente, la publicidad de la industria láctea intenta darle la vuelta a la tortilla y vender la leche de continuación como «enriquecida en proteínas para cubrir las necesidades en aumento de su hijo».
¡Menuda tontería! Las necesidades de proteínas de los niños disminuyen a medida que crecen,185 desde más de 2 g por kilo de peso y día al nacer hasta 0,89 entre los seis y nueve meses, y 0,82 entre los nueve y los doce. Un niño de 8 kg necesita 7,12 g de proteínas al día, que puede obtener con 790 ml de leche materna (una ingesta totalmente razonable), o con 550 ml de leche de inicio (en la leche de inicio siempre dejan un poco más de proteínas de las que tiene la leche materna para intentar compensar su peor calidad). El mismo niño, tomando 500 ml de leche de continuación, recibiría 11 g de proteínas, mucho más de lo que necesita... y eso sin contar las proteínas de los cereales o del pollo que pueda comer.
No se deje engañar por la publicidad; el exceso de proteínas en la leche de continuación no es ninguna ventaja para su hijo, sino solo un desecho industrial.
Los niños que toman el pecho siguen con el pecho. La Academia Americana de Pediatría recomienda dar el pecho, como mínimo, un año, y luego «hasta que la madre y su hijo quieran». La OMS y el UNICEF recomiendan dar el pecho «dos años o más», igual que la Asociación Española de Pediatría.186
Naturalmente, si por cualquier motivo usted quiere destetar a su hijo antes del año, tendrá que darle otra leche, ya sea de inicio o de continuación. Es su decisión. Pero no permita que otros decidan por usted. A ninguna madre que da el biberón le dicen jamás: «Esa leche ya no le alimenta, a partir de ahora has de darle leche materna, o has de prepararle las papillas con leche materna». Se da por sentado que, cuando una madre decide dar el biberón, lo hará durante años. La madre que da el pecho tiene derecho al mismo respeto.
Mito: Si no come carne no tendrá suficientes proteínas
Ya lo acabamos de explicar: incluso si solo tomase leche, su hijo ya tendría suficientes proteínas. Y los cereales y legumbres aportan más proteínas todavía. A pesar de ello, a algunas madres intentan asustarlas con extraños argumentos:
Yo soy vegetariana digamos en un 80 por ciento, ya que de vez en cuando como algo de pescado, y quisiera criar a mi hija de la misma manera. Los que disienten conmigo dicen que la carne es necesaria, que es para fortificar los tejidos, etcétera.
El otro día, en el zoo, vi un rinoceronte que, según me aseguraron, no prueba la carne. Parecía tener los tejidos bastante fortificados. Claro que no me acerqué, igual lo tocas y resulta que está blando.