Capítulo 23
Caleb se despertó. Le dolía la cabeza, pero no era nada comparado con el dolor dentro de su pecho. Se impulsó de nuevo sobre sus talones y elevó una mano hacia su cabeza. Volvió ensangrentada. Se quedó mirando fijamente la sangre en su mano. Había habido mucha sangre en las manos de Caleb a lo largo de los años.
Lloró.
—Te abandonó allí, Caleb. Tú fuiste su venganza. Todo el mundo lo sabía. La guerra llegó y te dejó allí para que te pudrieras. Nadie interfirió con Rafiq después de eso, no una vez que supieron de lo que era capaz. Incluso los criminales aman a sus familias, a sus hijos.
Quería decirse a sí mismo que no había nada de verdad en lo que Felipe le había contado, pero tenía que admitir… era posible. Rafiq le había mentido acerca de cómo conoció a Vladek. Con todo lo que Rafiq y él habían compartido, Caleb no podía pensar en una razón por la que Rafiq ocultara una cosa así de él. A menos que tuviera una muy buena razón.
Vladek es mi padre.
Caleb negó con la cabeza. No podía pensar en eso.
Miró alrededor de la habitación y vio que estaba vacía; Felipe se había ido. Caleb había ido hacia él con su cuchillo, intentando matarle, pero su ira le había hecho descuidado y Felipe le había golpeado con el arma. El hecho de que no disparara a Caleb sólo le daba más credibilidad.
Caleb deseaba que hubiera apretado el gatillo, pero sabía por qué Felipe le había dejado vivo. Quería que Caleb encontrara a Rafiq.
¡No! ¡No puedo!
Se encorvó hacia delante, el dolor era demasiado para soportarlo. No había forma en que pudiera sobrevivir a esta traición. Su vida entera había sido una mentira. No había sido abandonado. No había sido rescatado. Había sido apartado de una madre que lo amaba y había intentado protegerlo huyendo de Vladek. Había sido secuestrado por el único verdadero padre que había conocido jamás.
Rafiq.
Rafiq se había preocupado por él. Le había enseñado a leer, a hablar cinco idiomas. Rafiq se había quedado despierto hasta tarde y hablado con Caleb porque sabía las pesadillas que solía tener Caleb cuando se iba a la cama solo. Le había enseñado a defenderse. Y todo el tiempo…
Sabía lo que me estaba haciendo. Me escuchaba volver a contar la forma en que Narweh solía violarme. Me había abrazado cuando lloraba.
Caleb gritó hacia el suelo.
¡Te mataré! Te mataré por lo que has hecho.
—¿Cómo pudiste? —dijo en voz alta.
Debe de reírse de mí.
Una imagen de Rafiq y de Jair saltó en su mente. Toda su relación había sido sospechosa hasta ese momento. Si Rafiq estaba preocupado de que Caleb descubriera la verdad, tenía sentido que tuviera a alguien alrededor para vigilarle. Se preguntaba si Jair sabía la verdad y la bilis subió hasta su garganta.
Mátalos a ambos.
Despacio, Caleb se puso de pie desde su posición de ovillo en el suelo. Miró a su alrededor y recogió su cuchillo. Mientras lo sostenía en su mano, temblaba con ira. Las cosas terminarían esta noche.
Subió las escaleras con dificultad, sus pies descalzos golpeando contra los escalones de madera. Su corazón se sentía a la vez rápido y superficial. Había estado hambriento de venganza durante tantos años, sin saber nunca la fuente de todo su sufrimiento y dirigiéndose hacia su propio padre.
Vladek no estaba falto de culpa. Había sabido lo que Rafiq le había hecho y aun así no había ido a por él. Había sacrificado su propia carne y su propia sangre ¿en beneficio de qué? ¿Dinero? ¿Poder? ¿Cobardía?
Caleb había sido un peón desde que era un niño. Nada de lo que sabía podía ser creído, incluso sus recuerdos lo manipulaban. No había nada que fuese verdad. La verdad dependía mucho de la percepción y la de Caleb estaba jodida desde el principio.
La puerta estaba abierta en lo alto de las escaleras. Caleb no oía ningún sonido dentro de la casa. Sospechaba que Felipe y Celia se habían ido hacía tiempo. Se preguntaba si se habían llevado a Livvie.
Livvie…
Caleb cerró fuerte los ojos y la forzó a salir de sus pensamientos. No podía pensar en ella. Si subía las escaleras y descubría que no estaba, podría perder toda la compostura que le quedaba. Si la encontraba esperando por él con Felipe y Celia, se arriesgaba a mostrar una parte de sí mismo que no quería que ella viera. Y si la encontraba herida… o peor… simplemente volvería el cuchillo contra sí mismo y Rafiq viviría. Era mejor que no lo supiera. Aún no.
La casa de Felipe era enorme, llena de tantas habitaciones y de espacios ocultos. Camino despacio, probando cada puerta tan silenciosamente como le era posible. Mientras caminaba, sus recuerdos causaron devastación en su alma.
—¿Por qué yo, Rafiq? Yo no soy nadie. Ni siquiera sé quién es Vladek, —dijo Caleb. Se sentó en el suelo con las piernas arriba hacia su pecho. Era casi la hora de dormir, pero no quería ir. No quería arriesgarse a tener otra pesadilla.
Últimamente había estado soñando con la noche en que asesinó a Narweh. Caleb le había disparado y su rostro estaba medio destrozado, pero Narweh no moría. Se sentaba y saltaba encima de Caleb, con su cara abierta goteando sangre sobre la de Caleb.
Nunca podría volver a dormir después de eso.
Rafiq estaba sentado en su escritorio, escribiendo.
—Hombres como Vladek no tienen razones para su crueldad, Caleb. Ven algo, o alguien, que quieren y lo toman. A’noud era hermosa. —Rafiq se detuvo y sonrió—. Era dulce. Solía envolverme con sus brazos y se negaba a soltarme a menos que la hiciera girar a mí alrededor. Mi madre solía quejarse de que nunca encontraría un marido porque no quería estar lejos de mí. —La mirada de Rafiq era distante, como si estuviera reviviendo un recuerdo afectuoso.
Caleb miró hacia el punto imaginario que contenía el recuerdo de la hermana de Rafiq y deseó haber tenido una propia.
—¿La echas de menos? —preguntó Caleb en un suspiro.
La expresión de Rafiq se volvió una sonrisa y volvió a sus documentos.
—La mayor parte del tiempo. Mi esperanza es que una vez que Vladek esté muerto, podré darles a mi hermana y a mi madre algo de paz.
Caleb asintió.
—¿Crees que…? No importa. —Caleb tiró de la alfombra con sus uñas, por el fracaso de lo que iba a decir.
—Pregunta, Caleb. No hay lugar para los secretos entre tú y yo. Estamos juntos en esto, —dijo Rafiq. Sonrió a Caleb con calidez.
—No te ocultaría secretos a ti. Lo prometo. Tú me salvaste la vida y te lo debo todo. Es solo que… tú crees que… ¿yo tengo una familia? Quiero decir, debí haber tenido una… antes. —La cara de Caleb se sentía arder.
Rafiq suspiró.
—No lo sé, Caleb. Lo siento.
Caleb se encogió de hombros y tiró de la alfombra un poco más.
—No importa. Tú eres el único que vino a por mí. Si tengo una familia, no se deben de preocupar mucho.
Rafiq se levantó de su escritorio y se bajó en una rodilla en frente de Caleb y le levantó la barbilla.
—Somos huérfanos, Caleb. Nosotros hacemos nuestras propias familias.
El pecho de Caleb creció con las emociones que no podía comprender. Apretó los labios y asintió. Se sintió aliviado cuando Rafiq le soltó y alborotó su pelo. Caleb no quería llorar delante de Rafiq. Quería hacer que estuviese orgulloso.
—Vamos a ver qué dulces hay en la cocina, Caleb.
Caleb sonrió resplandeciente y se levantó del suelo de un salto, siguiendo a Rafiq.
Su primer impulso fue abrir la puerta y empezar a apuñalar todo lo que estuviese al alcance de su mano, pero había cometido demasiados errores para toda una vida. Estaba decidido a hacerlo bien esta vez.
—Mantén el arma estable, Caleb. Es muy poderosa, —dijo Rafiq. Sonreía y levantaba los brazos de Caleb paralelos al suelo.
—¡Puedo hacerlo! —gimoteó Caleb. Intentó desembarazarse de Rafiq.
—Estoy intentando enseñarte, Caleb. Escucha.
—Llevas hablando una eternidad. Sólo quiero disparar.
—Paciencia, —dijo Rafiq—. Ensancha tu postura e intenta moderar tu respiración.
Caleb frunció el ceño. Estaba cansado de hablar. Señaló con el arma hacia la lata en la distancia y apretó el gatillo. La fuerza del arma inclinó sus codos y el arma le golpeó en la frente y lo tiró al suelo.
—¡Ahhh! ¡Maldita sea! —Caleb rodó por el suelo mientras se sujetaba la cabeza. Pateaba con los pies mientras intentaba mitigar el dolor. Podía oír a Rafiq riéndose a carcajadas.
—¡Te lo dije! ¡Niño tonto! —Rafiq zapateaba con los pies mientras se reía.
Caleb cerró los ojos otra vez e intentó respirar a través del dolor. Daría cualquier cosa por volver al momento en que Felipe le había ofrecido la verdad y rechazar que quería oírla.
Sabías que llevaría a esto, Caleb. Solo que ahora no tienes que sentir culpa. Es un regalo.
Caleb negó con la cabeza, pero agarró el cuchillo más fuerte. No podía mentirse a sí mismo. Había sabido que podría llevar a esto. Había esperado sacrificar su propia vida, pero en el fondo de su mente, sabía que el superviviente que había en él lucharía hasta el amargo final. Rafiq tenía que morir.
Respiró hondo, estabilizando la respiración y llamó a la puerta.
El latido de su corazón meció su cuerpo en el esencial de los grados, aumentando su adrenalina y su ansiedad.
Caleb oyó maldecir, seguido de unos pasos rápidos hacia la puerta. Se mentalizó y un temblor recorrió su espina dorsal.
La puerta se abrió y Jair estaba de pie en la entrada desnudo. Su pecho moreno estaba cubierto de sudor.
—¿Qué quieres? —dijo Jair con desprecio.
Caleb intentaba mantener la calma, pero todo lo que oía en su cabeza era: Matar.
—¿Dónde está Rafiq? —dijo Caleb exigente.
Jair registró el comportamiento de Caleb, su mirada concentrada en la sangre en la frente de Caleb.
—¿Qué ha pasado?
Caleb tragó saliva.
—Felipe me atacó. Le tengo atado abajo, en la habitación de las duchas.
—¿Te odia todo el mundo? —Jair volvió a entrar en la habitación con un gesto de desprecio en dirección a Caleb.
Caleb habló en árabe.
—Está planeando matar a Rafiq. Quería que yo le ayudara.
Jair giró la cabeza hacia Caleb mientras se ponía un par de pantalones y contestaba en el mismo idioma.
—¿Por qué pediría tu ayuda?
—Pensó que tenía algo que ofrecerme. Obviamente, no sabe lo profunda que es mi lealtad. ¿Dónde está Rafiq? —preguntó Caleb, otra vez. Estaba pasando unos momentos difíciles restringiéndose a sí mismo. Nancy estaba atada boca abajo en la cama. Podía verla agitándose y no tenía ni idea de cómo se sentía acerca de sus apuros.
—Parece que todo el mundo se cuestiona tu lealtad, Caleb. Quizás hay algo que cuestionarse. —Jair metió los brazos en una camisa.
—Que te jodan, cerdo. ¿Dónde está Rafiq? No lo preguntaré otra vez.
—Que te jodan a ti, Caleb. A ti y a tu putita. —Jair se volvió para recuperar sus zapatos y Caleb ya no pudo contenerse a sí mismo.
Tan pronto como la espalda de Jair estuvo girada, Caleb le golpeó en la parte trasera de la rodilla y lanzó todo su peso contra la espalda de Jair. Clavó su cuchillo entre las costillas de Jair y en uno de sus pulmones.
Jair se sacudió sin control, la sorpresa y la adrenalina haciéndole tan fuerte como un buey. Caleb envolvió la garganta de Jair con su brazo izquierdo y mantuvo el cuchillo en el costado de Jair mientras se abalanzaba de izquierda a derecha con una fuerza increíble. Caleb no se atrevió a hacer nada excepto usar su fuerza para mantenerse encima de Jair. Podía oír a Nancy lloriquear, pero ella aún no gritaba.
Jair gateó, tambaleándose a través de la habitación sobre sus manos y rodillas mientras su sangre empapaba su camisa y la mano de Caleb.
—¡No! —balbuceó Jair—. ¡No! —Su mano se estiró hacia atrás buscando a Caleb, intentando quitárselo de encima.
Caleb movió el cuchillo en el costado de Jair, su cuerpo deslizándose contra el sudor y la sangre de Jair. Cerró los ojos y escuchó los estertores mortales de Jair hasta que cayó hacia delante en el suelo.
Caleb se quedó quieto un minuto… esperando. No había nada. Aflojó su brazo alrededor de la garganta de Jair y un último susurro de aliento salió de él. Jair estaba muerto.
Caleb se movió, sentándose a horcajadas sobre el cuerpo flácido de Jair y sacando su cuchillo. Podía oír a Nancy llorar en la cama e intentando calmar su pánico.
—No estoy aquí por ti —susurró Caleb. Nancy lloró más fuerte. Caleb levantó el cuchillo y miró hacia abajo al cuerpo sin vida de Jair. Le apuñaló dos veces más para asegurarse.
Lentamente se puso en pie y se aproximó a Nancy. Ella se encogió, su pecho subiendo y bajando al ritmo de su pánico.
—¡Por favor! —lloró—. Lo siento. Siento mucho lo que hice. Por favor, no me hagas daño. No más. Por favor, Dios, no más. —Lloraba y negaba con la cabeza.
Caleb se sentó en el borde de la cama.
—¿Estás segura de que quieres vivir? —Su voz era rígida e indiferente. Sentía muchas cosas, pero estaban muy distantes. Esto no era sed de sangre. No había satisfacción en lo que había hecho, o en lo que estaba a punto de hacer.
—No lo olvidarás —continuó él—. Cada vez que cierres los ojos… estará ahí esperando. Cada vez que un hombre te toque, lucharás por no llorar. ¿Estás segura de que eso es lo que quieres?
Nancy no dejaba de llorar.
—Puedo hacerlo rápido. Sin dolor. Lo prometo.
—Por favor —suplicó ella—, déjame ir.
—¿Sabes dónde está Rafiq? —preguntó él, su tono frío y lejano.
—La… la última vez, nosotros… —Nancy lloró, pero continuó—, estábamos en su casa de invitados, fuera, en la piscina. Él… ¡él no quería que nadie me oyese GRITAR! —Nancy gimió contra el colchón y tiró de las cuerdas que la mantenían hacia abajo.
Caleb no podía soportar escuchar sus miserias. Se sentía responsable por ello. La había traído a este mundo. No importaba lo que ella hubiera hecho, no se merecía el precio que había pagado. Se inclinó sobre su cuerpo, haciendo una mueca de dolor ante la forma en que ella gritaba de terror. La soltó. Nancy no se movió, simplemente siguió gritando y llorando en la cama.
—Buena suerte —susurró. Se puso en pie y buscó las cosas de Jair y encontró su cuchillo y su arma. Recogió ambas y caminó saliendo de la habitación.
Hacía calor fuera, incluso en plena noche. Caleb caminó hacia la casa de invitados con un alto nivel de agitación, pero incluso con una determinación más grande.
Parte de él quería simplemente entrar y matar a Rafiq mientras dormía. Se terminaría rápidamente. Caleb nunca tendría que enfrentarse a la traición de Rafiq. Nunca tendría que encarar al hombre del que había pensado como un padre, hermano y amigo, y preguntarle qué había sido real entre ellos y que había sido una estratagema. Nunca tendría que ver los ojos de Rafiq perder esa chispa que significaba que estaba vivo.
Aun así, Caleb sabía que había ido demasiado lejos como para no saber toda la verdad. Necesitaba saberlo con certeza. Necesitaba oírlo de los labios de Rafiq y verlo en sus ojos. Una parte de Caleb se moría por comprobar si todo había sido una mentira de Felipe.
Estaba sorprendido de ver a Rafiq nadando en la piscina cuando se aproximó con el arma levantada. Su corazón martilleaba salvajemente en su pecho y se sentía un poco mareado.
No puedo.
Puedo.
Puedo.
Puedo.
Rafiq emergió del agua y se secó la cara. Le llevó un momento ver a Caleb de pie cerca del borde de la piscina. Sonrió durante una fracción de segundo hasta que se dio cuenta del arma en la mano de Caleb.
Rafiq miró con furia y negó con la cabeza.
—Desearía poder decir que estoy sorprendido, Khoya.
Caleb cerró los ojos un momento. Cuando los abrió, volvió a la furia de Rafiq.
—Yo no soy tu hermano, Rafiq. Dudo que tú alguna vez me hayas visto como tal.
—Estás sangrando —dijo. Su tono era casual y sin miedo.
Caleb se limpió la frente.
—Tuve una charla con Felipe. No terminó bien.
Rafiq sonrió.
—¿Eso es todo? No me importa si le has matado, Caleb. Baja el arma —ordenó. Siempre estaba dando órdenes. Siempre había creído que tenía ese derecho, especialmente cuando se trataba de Caleb.
—No le he matado. Maté a Jair —dijo Caleb a través de una sonrisa.
La ira apareció en los rasgos de Rafiq.
—¡¿Y ahora estás aquí para matarme a mí?! Pequeño puto ingrato. ¡Debí dejarte morir en Teherán!
Caleb sintió el calor bajando rápidamente por su columna y se enderezó.
—Sal fuera del agua, Rafiq. Despacio, o te dispararé donde estás.
—¡Hazlo! No te temo, Caleb. —A pesar de sus palabras, Rafiq caminó hacia atrás hacia los escalones de la piscina. Caleb lo siguió alrededor del borde de la piscina hasta que Rafiq estuvo de pie fuera del agua.
Sin dudar, Caleb disparó a Rafiq en su rodilla derecha. Rafiq gritó en la noche, su cuerpo mojado hizo un ruido sordo contra el cemento.
Las manos de Rafiq temblaban mientras se sujetaba la rodilla, fragmentos de hueso se extendían a su alrededor con copiosas cantidades de sangre.
—¡Te mataré! —gritó.
La adrenalina recorrió las venas de Caleb.
—¡¿Cómo conociste a Vladek?! — chilló Caleb por encima de las maldiciones y gemidos de Rafiq.
—¡Que te jodan! ¡Dame una toalla, joder, antes de que me desangre hasta morir!
Caleb alcanzó la toalla de Rafiq en una de las tumbonas y la lanzó en dirección a Rafiq. Rafiq tembló mientras se aplicaba presión en su destrozada rodilla. Estaba luchando contra el colapso.
Caleb sintió su estómago revolverse. Cuando fue capaz de mantener a raya su nausea y habló, su voz estaba rota.
—¿Me convertiste en un puto, Rafiq? ¿Me robaste de mi madre? —Dolía decir las palabras. Dolía mirar a Rafiq e instantáneamente saber la respuesta.
Fue en la forma en la que la furia desapareció del rostro de Rafiq. Había un atisbo de vergüenza, pero solo eso: un atisbo. Cuando pasó, Rafiq estaba otra vez lleno con la ira de un mojigato.
—¡Cómo te atreves! ¡Cómo te atreves a hacerme una pregunta tan estúpida, Caleb! Después de todo por lo que hemos pasado y todo lo que he hecho por ti. ¿Así… —señaló a su pierna ensangrentada—, es como me lo pagas? Me pones enfermo. —Escupió en el suelo.
Caleb se quebró.
Cayó de rodillas en el cemento y dejó colgar su cabeza. Sus sollozos agitaban su pecho y le robaban el aliento. Su mente corría con imágenes de su tormento. Revivió las violaciones y las palizas. Sintió la pérdida de su amigo después de descubrir que había sido quemado vivo. Pero lo peor… eran los recuerdos de Rafiq y la vida que habían vivido juntos, los buenos y los malos.
—No es demasiado tarde, Khoya, —dijo suavemente Rafiq. Su voz temblaba—. Ayúdame a entrar.
Las palabras de Rafiq hicieron que Caleb enfocará el mundo otra vez. Miró fijamente a su regazo, vio el arma descansando sin fuerzas en su mano, y tomó una decisión. Entró en la casa de invitados y encontró lo que necesitaba antes de volver al exterior junto a Rafiq.
Rafiq no lo estaba llevando bien. Temblaba mucho y el color se había ido de su rostro.
—¿Qué estás haciendo, Caleb? —preguntó. Por primera vez, había miedo en sus ojos.
Caleb ignoró la pregunta. Estiró la longitud de la cuerda que había traído afuera y señaló hacia las manos de Rafiq.
—Dámelas.
Rafiq negó con la cabeza.
—No. No eres tú mismo, Caleb. ¡No hagas esto!
Caleb sostuvo la cuerda tensa en sus manos y la estiró alrededor de la cabeza de Rafiq. Tiró hacia atrás con ambas manos, arrastrando a Rafiq hacia el interior de la casa por el cuello. Un rastro de sangre les siguió.
Rafiq no forcejeó de la forma en que Jair lo había hecho. Estaba demasiado bien entrenado como soldado como para cometer tal error. Colocó sus manos alrededor de la cuerda, quitando la tensión de su garganta.
Una vez dentro, Rafiq se estiró las manos hacia atrás buscando los brazos de Caleb, reforzando el peso de su cuerpo y rodando hacia Caleb. Fue suficiente para hacer perder el equilibrio a Caleb y tirarlo. Rafiq se arrastró encima de Caleb y le dio un puñetazo en el mismo lugar que Felipe le había golpeado con el arma.
La cabeza de Caleb fue hacia atrás de golpe y su visión se emborronó. Sintió las manos de Rafiq agarrar su garganta, sus pulgares presionando su tráquea. Caleb levantó su pierna y pateó la rodilla lesionada de Rafiq. Fue suficiente para recobrar la ventaja. Mientras Rafiq retrocedió instintivamente y fue a por su rodilla, Caleb rodó para ponerse encima de él. Siguió dando puñetazos a Rafiq en la cara hasta que quedó inconsciente.
* * * *
Cuando Rafiq abrió los ojos, Caleb pudo ver al instante que estaba asustado. Caleb le había atado en una de las tumbonas que había junto a la piscina.
Caleb se sentía muerto por dentro, pero su sed de venganza no había disminuido. Había esperado toda su vida por este momento y no podía ser rechazado.
Se sentó en el suelo junto a Rafiq. Su cuchillo apoyado delicadamente en su rodilla y todavía ensangrentado con la sangre de Jair.
—Vas a morir esta noche, hermano. Quiero que lo sepas, —susurró Caleb—. Puedo matarte rápidamente si me cuentas la verdad, —hizo una pausa—, o puedo usar mi cuchillo y practicar todas las cosas que me has enseñado sobre torturar.
—Caleb… —la voz de Rafiq tembló.
—Ese no es mi nombre, Rafiq. No recuerdo mi nombre. Me fue arrebatado —dijo Caleb lentamente—. ¿Sabes por qué? —Caleb levantó la vista hacia Rafiq con expresión dura.
—Tú no quieres hacer esto, Caleb —dijo Rafiq.
—No —replicó Caleb y negó con la cabeza—, no quiero hacer esto. —Levantó el cuchillo y lo clavó en la rodilla de Rafiq.
—¡PARA! —gritó Rafiq—. ¡Para!
Caleb volvió el cuchillo hacia su rodilla.
—Nunca quise hacerte daño, Rafiq. ¡Nunca! Pero tienes que sufrir por lo que has hecho.
El cuerpo de Rafiq tembló violentamente. El sudor cubría su cuerpo.
—¿Y qué es lo que crees que he hecho?
—Yo haré las preguntas. Empezaré con la más importante: ¿Me entregaste tú a Narweh?
Rafiq lo miró fijamente durante un largo rato.
Caleb sintió resbalar una lágrima por su mejilla y se la limpió rápidamente con el dorso de la mano. No sabía que estaba llorando. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que había llorado y de repente parecía incapaz de parar. Se aclaró la garganta.
—Tu silencio te delata, Rafiq. Había esperado que lo hubieras negado. Casi mato a Felipe por sugerirlo siquiera.
—No es verdad, Caleb. Felipe es un mentiroso —susurró Rafiq.
Caleb cerró los ojos y se limpió la cara otra vez. Inesperadamente se rió a carcajadas.
—Llegas tarde. Y eres muy poco convincente. Pero gracias por intentarlo.
—Yo te crié —imploró Rafiq.
—Lo hiciste —asintió Caleb—. Creo que eso es lo que hace tu traición mucho peor. Yo te veneraba cuando era un niño. Tú eras mi salvador.
—Te traté bien, Caleb. Te di todo lo que tu corazón deseaba. —Había sinceridad en las palabras de Rafiq.
—Siempre me pregunté por qué viniste a por mí. Al principio, pensé que tenías lástima por lo que Narweh había hecho. Pensé que me rescataste porque habías llegado tarde a rescatar a tu hermana. Felipe me dijo que tú la mataste… y a tu madre. ¿Es eso verdad?
Rafiq giró la cara.
—No sabes lo que estás diciendo —rechinó.
—Explícamelo entonces. Vas a morir. Aligera tu alma —dijo Caleb aturdido.
Rafiq respiró hondo y soltó el aire despacio.
—¿Y mi mujer y mis hijos? ¿Qué será de ellos?
Caleb no sintió nada.
—¿Vendrán tus hijos a por mí?
—Son demasiado jóvenes para eso, Caleb.
—Yo tenía su edad la primera vez que mate. Incluso más joven cuando… —no pudo continuar.
—Ellos no son como nosotros. Júrame que los dejarás en paz y te contaré lo que quieres saber. —Rafiq giró la cabeza y miró a Caleb.
Él asintió.
—Lo juro.
Rafiq también asintió. Las lágrimas nadaban en sus ojos.
—Gracias, Caleb. —Rafiq volvió su mirada hacia el techo—.Sé que no me creerás, pero siempre me he arrepentido de lo que te ocurrió. Yo sentía dolor y yo… intenté compensarte.
Caleb sintió una avalancha de lágrimas calientes, pero se las arregló para tragárselas.
—¡Como si algo pudiera compensarme por lo que me habías hecho! ¡Lo sabes! ¡Sabes lo que me hicieron pasar! El niño guapo americano al que todos llamaban Perro. —Caleb levantó el cuchillo y lo clavó en el muslo de Rafiq y giró la hoja.
—¡Caleb! —gritó Rafiq—. ¡Por favor!
—¡Sí! ¡Por favor! Así es como yo también suplicaba. Lo decía tanto, que Narweh solía burlarse de mí con esa palabra.
—¡Te di venganza!
—¡La venganza nunca deshará lo que fue hecho! Tu traición es peor que todo lo que Narweh me hizo jamás. Él nunca me traicionó. Violó mi cuerpo, pero tú… Tú... yo te quería.
Rafiq estaba delirando por el dolor y la pérdida de sangre.
—Khoya —graznó—. Lo siento.
—Es demasiado tarde, Rafiq. Muy, muy, muy tarde.
Rafiq negó con la cabeza.
—Vladek es un monstruo. Arruinó a mi adorada A’noud. La volvió contra mí. ¡Mi padre había muerto y mi hermana llevaba dentro al bastardo de Vladek! Estaba enfermo de dolor. Peleamos y mi madre se metió en medio. Nunca pretendí hacerles daño. ¡Eran mi vida! ¡Vladek me las arrebató!
—¡Tú las mataste! ¡Tú eres el responsable! —Caleb sacó el cuchillo del muslo de Rafiq y le oyó llorar. Caleb nunca había visto llorar a Rafiq y eso le hizo cosas que no esperaba. Quería no sentir nada excepto odio, pero no podía.
Caleb había hecho cosas también. Había matado y torturado. Había vendido mujeres a la misma vida por la que él condenaba a Rafiq por empujarle a ella. Caleb no era mejor que Rafiq. Él no merecía nada mejor. Caleb le había contado a Livvie que lo sentía por lo que había hecho. Lo había dicho convencido, pero su disculpa no podía borrar más sus acciones de lo que Rafiq podía borrar el pasado.
Si Livvie podía mostrar perdón, Caleb podía intentarlo.
Caleb se puso de rodillas y puso las manos sobre el rostro de Rafiq y volvió la cabeza hacia él. Rafiq se encontró con su mirada y Caleb vio pena y quizás, arrepentimiento. Caleb se incline y besó a Rafiq en ambas mejillas antes de mirarle fijamente a los ojos.
—Te perdono —susurró.
Rafiq sonrió débilmente y cerró los ojos.
Caleb estiró lentamente el brazo hacia atrás buscando su arma y disparó a Rafiq en el corazón.
Después, lavó el cuerpo de Rafiq. Quitó la sangre errante y cubrió sus heridas con tiras de sábanas de algodón. Lloró mientras envolvía fuertemente el cuerpo.
Con gran dificultad, cargo con él hacia uno de los jardines de Felipe y enterró a la única familia que había tenido jamás.