Capítulo 17
Elizabeth se sentía inquieta y no podía conciliar el sueño. Los nervios se debían a todo lo que había sucedido en aquellos días.
En primer lugar, el conductor loco que los había atacado días atrás.
En segundo lugar, Aidan había estado a punto de matarse en el gimnasio aquella mañana.
Y por último, aunque quizás fuera lo que más nerviosa le pusiera, los sentimientos que Aidan despertaba en ella, a pesar de casi no conocerlo.
Además, no terminaba de comprender a aquel hombre tan cambiante. El día del pic—nic le había parecido que habían conectado, sin embargo, aquella misma tarde antes de irse, se había mostrado… enfadado. Y muy a la defensiva. Quizás hubiera sido por el golpe en la cabeza. Por la noche se había comportado de forma totalmente diferente. Distante y taciturno.
Elizabeth había querido acercarse a él, pero le había resultado imposible debido a la cantidad de trabajo que habían tenido, a pesar de ser un martes. Aidan se había marchado en cuanto había terminado de trabajar y ella se había quedado con las ganas de charlar un rato con él.
Quizás hubiera malinterpretado el acercamiento que habían tenido días atrás.
Desde luego, su radar no estaba funcionando bien, cosa que no era extraña, ya que llevaba mucho tiempo sin practicar los juegos del amor. Algo en su interior le decía que ésa era una razón más para no intentar nada con Aidan. Sin embargo, otra parte de sí misma le recordó que quien no arriesgaba, nada tenía que ganar.
Aquellas emociones contradictorias eran las que no le permitían conciliar el sueño. Y había sido aquel hombre inesperado quien las había despertado. Un hombre que se marcharía pronto de la ciudad. Se lo había avisado claramente desde el primer día.
Elizabeth sabía que no se había equivocado al contratarlo. Había resultado ser un camarero eficiente. Y sus besos eran espectaculares.
Sin embargo, haber dado rienda suelta a sus emociones, quizás no hubiera sido lo más sensato. Elizabeth tenía que volver a tomar el control de la situación. Ella siempre se había encargado de todo. Primero cuando sus padres habían muerto. Y
después, cuando Dani se había marchado.
Y estaba dispuesta a seguir haciéndolo.
Se levantó y se quitó el pijama. Se puso unos vaqueros negros y la primera camiseta que encontró, que casualmente también era negra. No se molestó en ponerse un sujetador. No habría nadie en la playa a aquellas horas.
Se puso en el pelo un pañuelo rosa y bajó hasta el salón descalza. Contuvo el aliento unos instantes porque de repente le pareció oír algo. Era como si alguien la estuviese vigilando.
Era sólo el susurro del mar. El océano la estaba llamando.
Aidan observó en la pantalla de la agenda electrónica, que estaba conectada con los monitores, que Elizabeth se había puesto en marcha de nuevo. Llevaba más de una hora observándola. La mayor parte del tiempo había estado asomada a la ventana contemplando pensativamente el mar.
Era obvio que Lizzy estaba preocupada.
Aidan aquella noche se había mostrado distante, y había notado como ella lo había observado. Seguramente, Elizabeth se hubiera acercado a él, de no haber sido por la cantidad de clientes que habían acudido al restaurante. Aidan se había marchado en cuanto había terminado su turno, porque si la hubiera esperado habría levantado sospechas.
En cuanto había llegado a su habitación, Aidan había estado observando a través de la pantalla de la agenda electrónica el dormitorio de Elizabeth.
A pesar de lo tarde que había regresado a casa, Lizzy no había parecido tener sueño. Se había asomado a la ventana hasta que de repente se había puesto en acción, vistiéndose con ropa negra y bajando al salón.
Se había detenido junto a la puerta y había observado la sala cautelosamente.
Aidan se puso en pie y agarró su chaqueta. ¿Acaso habría notado que la estaban vigilando? ¿Estaba su radar de asesina tan desarrollado?
Al verla salir de la casa, Aidan salió de su habitación y estuvo a punto de chocar con Lucía.
—Iba a avisarte —le dijo ella.
Aidan le mostró la agenda.
—La he estado observando.
Lucía lo miró con desaprobación, convencida de que el interés de Aidan no había sido precisamente profesional.
—No es lo que tú piensas —aclaró él.
Los dos se acercaron a la ventana con los prismáticos.
—Se dirige de nuevo hacia la playa.
—Voy a su encuentro —dijo Aidan, pero cuando estaba a punto de darse la vuelta, vio un movimiento en otra de las pantallas.
Regresó a la mesa. Le había parecido ver que algo se movía en la bodega del restaurante. Miró atentamente pero no vio nada. Debía de haber sido su imaginación.
—¿No te ibas? —le preguntó Lucía.
—Me ha parecido ver algo en la bodega.
—Eso no es posible. Los dos sabemos que Gorrión está en la playa.
—Tienes razón —contestó Aidan, aunque su instinto le decía otra cosa—. No obstante, no le quites ojo a este monitor.
—Como tú digas, Barman.
Fue entonces cuando Aidan salió al encuentro de la escurridiza Gorrión.
El mar, por la noche, inspiraba muchos sentimientos distintos en Elizabeth.
Algunas noches cuando se sentaba a contemplarlo, le parecía que era inmenso.
Ella se sentía insignificante, pero conectada con él y con toda la vida que contenía. En otras ocasiones, le daba la paz que le faltaba, como aquella noche.
Las noches en las que el océano se iluminaba por una tormenta, Elizabeth se sentía con energía para enfrentarse a todo lo que le deparara el destino.
Caminó por la arena bajo la luz de la luna. El mar estaba tranquilo, aunque la ligera brisa anunciaba una tormenta. Exactamente como ella, aparentemente tranquila, pero con los nervios a flor de piel.
De repente vio una figura que se acercaba a la playa por una de las rampas.
Estaba oscuro y no podía ver el rostro de la persona. No obstante, supo quién era.
Aidan.
Era curioso cómo se estaba acostumbrando a su presencia, ya podía reconocerlo de lejos sin problema. Al llegar a la orilla, Aidan se detuvo y estuvo observando el océano con las manos en los bolsillos. Después caminó hacia una pequeña duna y se sentó.
Elizabeth tenía dos opciones: Darse la vuelta o seguir caminando.
La decisión estaba tomada.