Capítulo 26

No cabía duda de que el Grupo Lazlo tenía un problema. Y para resolverlo, tenían que coordinarse con la Familia Real cuanto antes.

No obstante, Elizabeth tenía sus propios problemas.

El restaurante debía de estar a rebosar en aquel momento. Natalie seguramente estaría muy preocupada, ya que Elizabeth nunca faltaba al trabajo sin previo aviso.

Tenía que hacer unas llamadas.

Aidan le pidió a Lucía que imprimiese el artículo entero y después se volvió hacia Elizabeth.

—Tengo que encargarme de esto —le dijo como pidiéndola disculpas.

—Yo también tengo que hacer cosas; Aidan. Por ejemplo lo de Dani…

—Una vez que Corbett nos diga que podemos —le interrumpió Aidan.

—Solamente yo tengo poder de decisión sobre Dani —contestó Elizabeth rabiosa.

Había dado un paso al frente y su nariz estaba rozando la barbilla de Aidan.

— Lizzy.

—Sólo yo, Aidan.

—Te entiendo. Haré lo que pueda. Pero mientras tanto…

—Mientras tanto, voy a llamar a Nat, que probablemente estará histérica.

—Por el momento, hasta que sepamos algo sobre el asesino de Dani, vas a tener que quedarte con nosotros. De momento la información no puede salir de aquí, incluida la muerte de Dani.

Elizabeth se dirigió al teléfono y marcó el número del restaurante.

—¡Abeja Lizzy! ¡Gracias a Dios! Estábamos tan preocupadas por ti.

—Yo estoy bien, Nat. Pero Dani… ha sido herida. Está bastante mal y tengo que quedarme con ella hasta que mejore. Así que, por favor, cierra el restaurante por unos días —le pidió.

Aidan no dejaba de mirarla para que no se le olvidara que no podía dar más información de la necesaria.

—¿Se pondrá bien? —preguntó Nat.

Los ojos de Elizabeth se llenaron de lágrimas.

—No estoy segura, Nat. Te mantendré informada.

—Lizzy, si necesitas algo, cualquier cosa…

—Lo sé, Nat. Por favor, díselo a Kate y a Samantha. Ya te iré informando, ¿vale?

—colgó porque no podía contener por más tiempo el sollozo.

Aidan corrió a abrazarla.

—Tienes que descansar un poco, Lizzy —le dijo.

—No sé si voy a poder —murmuró contra su pecho.

Él la abrazó más fuerte.

—Chicos, vuelvo en un rato —dijo Aidan a sus compañeros.

—Aidan —protestó Elizabeth, pero él la hizo callar poniendo un dedo suavemente sobre sus labios.

—No me lleves la contraria en esto, Lizzy. Los próximos días van a ser difíciles.

Tienes que estar preparada para enfrentarte a lo que venga.

Aidan la guió hasta su habitación. Una vez allí, la metió en la cama y la arropó.

Elizabeth pudo oler su esencia en la almohada.

—¿Es tu habitación? —preguntó ella.

Él asintió y se encogió de hombros.

—¿Algún problema?

—No. Gracias —respondió Elizabeth. Era todo tan extraño. La noche anterior justo habían hecho el amor—. ¿Ha hay algo de verdad? ¿El ejército? ¿Constantes viajes?

—Es todo verdad, Lizzy —contestó él acariciándole el pelo.

Elizabeth retiró la mirada. No se atrevía a preguntar si lo que había ocurrido entre ellos también había sido de verdad. No se atrevía a preguntarle por sus sentimientos.

—Lizzy, lo que ocurrió… también fue de verdad. Nunca he querido hacerte daño. Por favor, créeme —confesó Aidan.

Si Elizabeth había albergado alguna duda, se desvaneció en aquel momento.

Aquellas palabras eran sinceras.

—Te creo, Aidan. Pero eso no cambia nada las cosas, ¿verdad?

—No. No las cambia —contestó él poniéndose en tensión—. Bueno, me marcho y te dejo descansar.

Aidan se levantó y Elizabeth no alzó la mirada hasta que no escuchó la puerta cerrarse.

Sólo en aquel momento se permitió abandonarse a las lágrimas que había estado conteniendo todo el día.

Lágrimas por su hermana. Lágrimas por el hombre al que amaba. Y lágrimas por ella misma.

Aidan pudo oír los sollozos al otro lado de la pared. Sintió la necesidad de volver al lado de Elizabeth para reconfortarla. Sin embrago, se contuvo.

Lizzy era una mujer fuerte. Tenía que enfrentarse a lo que los siguientes días le depararían. Sin él.

Se forzó en concentrarse en la misión que todavía estaba inacabada. Lucía y Walker estaban sentados alrededor de la mesa de café revisando unos informes.

Cuando Aidan se acercó a ellos, Lucía le entregó un dossier y él se sentó en el sofá.

El artículo de periódico defendía que el príncipe Reginald no era el hijo biológico del rey Weston y de la reina. Aparte de hacer referencia a unos exámenes de ADN que confirmaban la noticia, el artículo insistía en los hábitos viciosos del Príncipe y en sus posibles asesinos.

Aidan dejó los papeles a un lado. Lo único que le había resultado interesante había sido el comentario acerca de las dudas sobre la paternidad del Príncipe. Dani también lo había mencionado.

—Gorrión me dijo que el hombre que la había contratado, le había explicado que con la muerte del Príncipe el verdadero heredero subiría al trono —comentó Aidan a sus colegas.

—¿Quién la contrató? —preguntó Lucía.

—Me dijo que un hombre que se llamaba Donovan —explicó obteniendo la atención de ambos—. Sí, yo también me sorprendí. Nikolas Donovan, de la Unión por la Democracia está causando problemas y su nombre coincide con el del empleador de Gorrión.

—También podría ser alguien que quisiera causarle problemas a Donovan —

comentó Walker.

—Podría ser. Si Donovan queda desacreditado, la actual dinastía tendría vía libre para poner en el trono a quien quisiera —sugirió Lucía.

—La actual dinastía encabezada por lord Southgate. Y eso es lo que viene a decir el artículo de periódico —añadió Aidan.

—De momento tienen mas información que nosotros —dijo Walker en un tono irritado—. Por no mencionar que, después de estar semanas dándole vueltas, sólo…

—Sólo hemos conseguido una huella dactilar y un pelo —concluyó Aidan—.

¿Está Xander todavía examinándolo?

—Cree que obtendrá algún resultado por la mañana —repuso Lucía.

—Pues esta noche podíamos seguir por dónde lo dejamos esta mañana —dijo.

Aidan se sentía cansado y frustrado. Walker se puso en pie y se estiró.

—Creo que será mejor que todos descansemos bien. Mañana nos espera una dura jornada y necesitaremos toda nuestra energía.

Aidan se despidió de sus colegas y se dirigió al dormitorio. Cuando llegó a la puerta, pegó el oído. Silencio.

Entró sigilosamente para no despertarla. Al verla dormida no pudo evitar recordar la noche que habían pasado juntos. Se imaginó durmiendo de nuevo con ella. Haciendo el amor con ella.

Elizabeth se revolvió, abrió los ojos y lo sorprendió mirándola.

—¿Ha llamado el señor Lazlo con una respuesta sobre lo de Dani? —preguntó mientras se incorporaba.

—Todavía no —contestó él sentándose al borde de la cama.

Elizabeth miró hacia abajo y se cruzó de brazos.

—Puedo sentir que está aún viva. Ya sé que decís que está muerta, pero… yo siento que todavía está aquí conmigo.

—Eso es porque Dani siempre estará contigo. Aquí —añadió él señalando al corazón.

Lizzy lo miró y se preguntó quién llenaría aquel corazón que ella quería acariciar.

—¿Está Mitch ahí contigo?

—Algunas veces —contestó él sin pensárselo.

—Eso está bien —comentó ella.

—¿Por qué? —preguntó Aidan frunciendo el ceño cómo si no la comprendiera.

—Porque no me gusta la idea de que te sientas solo —confesó Elizabeth.

Aidan cerró los ojos, negó con la cabeza y después soltó un suspiro. Cuando volvió a abrir los ojos, su mirada era intensa y estaba cargada de deseo. No había duda de lo que quería, que precisamente coincidía con lo que Elizabeth estaba ansiando.

—Si esta noche hacemos…

—Será un error, ¿no es verdad? —dijo ella terminando la frase que Aidan había iniciado.

—Creo que será mejor que me vaya, Lizzy —añadió él poniéndose en pie, pero Elizabeth le agarró de la mano.

—No quiero estar sola esta noche, Aidan. Quiero sólo que… quiero sólo que me abraces.

Aidan no pudo resistirse a aquella petición. Se quitó las zapatillas y se metió en la cama. Una vez allí, la abrazó. Elizabeth se acurrucó a su lado y colocó la mano sobre el corazón de Aidan, quien la acarició tratando de hacerla entrar en calor.

Desde que Walker le había dicho que Dani había muerto, Elizabeth no había podido evitar sentirse congelada.

—Tengo frío. Por dentro. Estoy entumecida.

—Ya verás cómo se te pasa —contestó él frotándola un poco más enérgicamente.

—¿Cuándo? —preguntó Elizabeth acercándose más al cuerpo cálido de Aidan.

Él suspiró.

—Cuando Mitch murió… el frío tardó un tiempo en irse.

Elizabeth asintió y alzó la mirada para ver la expresión de su rostro. Aidan tenía la mirada perdida y la mandíbula en tensión. Sus ojos parecían dos cubitos de hielo. El dolor había congelado su mirada y el frío nunca se acababa de marchar.

—No me creeré que se ha muerto hasta que la vea, Aidan. Hasta que no pueda agarrar su mano por última vez. Hasta que le pueda dar un beso de despedida para que sepa que alguien la quería.

Aidan soltó una palabrota y después la agarró de los brazos con fuerza.

—Ella sabía que la querías, Lizzy. Estabas con ella cuando… Ella lo sabe, maldita sea.

Elizabeth sabía que aquella rabia se debía a más cosas. Le acarició la mejilla y después lo besó.

—Mitch también lo sabía, Aidan —dijo.

Él soltó otra palabrota y tomó aire.

—Cierra los ojos, Lizzy. Intenta descansar un rato.

Ella obedeció no sin antes besarlo de nuevo. Se relajó y cerró los ojos. Aidan le acarició la espalda y le levantó la camiseta. Era como si necesitara sentir su piel.

Ella le agradeció aquel gesto y le contestó con otra caricia. Tenía la necesidad de sentir algo distinto al entumecimiento dentro de ella.

—¿Aidan? —preguntó mirándolo.

—¿Qué pasa, Lizzy? —contestó él acariciándole la mejilla.

—No me importa que sea un error.