CANTO XXXII
CIELO X: ÁNGELES Y BIENAVENTURADOS
Eva, Raquel, Beatriz, Rebeca, Judit, Sara, Ruth, San Juan Bautista, San Francisco de Asís, San Benito, San Agustín, Gabriel, Adán, San Pedro, San Juan Evangelista, Moisés, Santa Ana, Santa Lucía. Salvación de los niños inocentes.
Aquel contemplativo, jubilando,
oficio de doctor, libre, asumía,
3estas palabras santas pronunciando:
«La llaga que cerró y ungió María,
la hermosa que a sus pies está sentada
6es quien la abriera y la punzara un día.[469]
En los escaños de la tercia grada
toma asiento Raquel, debajo de ella,
9con Beatriz, como advierte tu mirada.
Ve a Rebeca, Judit, Sara y aquella
que abuela fue del que, con gran congoja
12de pecar, Miserere mei[470] resuella:
de grada en grada ves dónde se aloja
cada una, pues su nombre voy diciendo
15al bajar por la rosa de hoja en hoja.
Y del séptimo grado descendiendo,
y hasta él, las hebreas ves sentadas
18de la flor las guedejas dirimiendo;[471]
porque, según fijaron sus miradas
en Cristo y en su fe, forman el muro
21que separando está las santas gradas.
En la parte de acá, donde maduro
cada pétalo ves, están sentados
24los que creyeron en Cristo venturo;[472]
y allá, donde por huecos son cortados
los semicercos, tienen su aposento
27los por Cristo venido iluminados.[473]
Y lo mismo que aquí el glorioso asiento
de la dama del cielo, y los escaños
30a sus pies, se distancian del convento,
así, en frente el de Juan, que sufrió daños
que desierto y martirio le infligieron,
33y en el Infierno fue santo dos años,[474]
Agustín y Benito abajo fueron,
y Francisco, apartados igualmente,
36y otros que en cada giro se cernieron,
Así el juicio divino es providente,
que una y otra actitud de la fe nuestra
39llenará este jardín completamente.
Y debajo del giro en que se muestra
el trazo que divide ambas secciones,
42nadie está porque mérito demuestra,
mas por otros, con ciertas condiciones,
pues todos ésos fueron redimidos
45antes de que tuvieran más opciones.

Sus rostros lo dirán a tus sentidos,
lo mismo que sus voces pueriles,
48si bien los miras y les das oídos.[475]
Mas no quiero que dudes y vaciles;
que yo he de desatar el nudo fuerte
51que atan tus pensamientos tan sutiles.
La amplitud de este reino es de tal suerte
que en él nada casual yo te concedo,
54sino como tristeza o sed o muerte;
y que es eterna luz decirte puedo
cuanto aquí ves, y encaja justamente
57como el anillo corresponde al dedo.
Y por esta razón, la precoz gente
no es sin causa, en la vida jubilosa,
60entre sí más o menos excelente.
El rey por quien el reino este reposa
en tanto amor y en tan subido afecto,
63que más placeres desear no osa,
las mentes todas en su ledo aspecto
creando, a su placer de gracia dota
66diversamente; y baste aquí el efecto.
Y esto lo expresa claro y bien lo anota
la Escritura, al pintar la ira de aquellos
69gemelos, que en la madre se alborota.[476]
Mas, según el color de los cabellos
de gracia tal, conviene que la lumbre
72de las alturas se encabelle en ellos.
Así, sin la merced de su costumbre,
se colocan en grados diferentes,
75sólo por causa del primer vislumbre.[477]
Para lograr salud, en los recientes
siglos[478], se requirió, con la inocencia,
78que los padres, no más, fueran creyentes.
Más tarde, se aumentaba la potencia
del plumaje inocente masculino
81de la circuncisión con la asistencia.
Mas cuando el tiempo de la gracia vino,
sin el bautismo ritual de Cristo,
84a la inocencia el Limbo le convino.
Contempla ahora la faz que más a Cristo
se asemeja, pues sólo su luz pura
87puede predisponerte a ver a Cristo».
Sobre ella vi llover tanta ventura,
llevada por las mentes exultantes
90hechas para volar a tanta altura,
que todo lo que había visto antes
no tanta admiración me despertaba,
93ni vi cosas a Dios tan semejantes;
y el amor que primero a ella bajaba
cantando Ave María, gratia plena,
96ante ella sus dos alas desplegaba.
Repuso a la divina cantilena
la corte celestial de lado a lado,
99y toda vista se hizo más serena.
«Oh santo padre, que por mí has dejado
el dulce escaño, y has bajado luego,
102en que por suerte eterna estás sentado,
¿qué ángel es ese que con tanto juego
de la reina la faz mira divina,
105enamorado hasta fingirse fuego?»
Así acudí de nuevo a la doctrina
del que se embellecía de María
108como del sol la estrella matutina.
Y él: «Cuanta intrepidez y gallardía
puede haber en un ángel y en un alma,
111tiene; y de ello esta corte se gloría,
porque a María le bajó la palma
cuando el Hijo del Todopoderoso
114se quiso aparejar con nuestra jalma.[479]
Pon los ojos ahora en lo que gloso
y ve a la aristocracia jubilosa
117de este imperio justísimo y piadoso.
De aquellos dos la vida es más dichosa
por hallarse muy cerca de la Augusta,
120y son casi raíces de esta rosa:
aquel que a mano izquierda se le ajusta
el padre es por cuyo ardido gusto
123la especie humana tanto amargor gusta,[480]
mira a la derecha a aquel padre vetusto
de la Iglesia, a quien Cristo las dos llaves
126recomendó de este rosal venusto.[481]
Y aquel que vio todos los tiempos graves,
vivo aún, de la esposa que ganada
129fue con clavos y lanza, como sabes,
está a su lado[482]; y síguele en la grada
el que le dio el maná a la caravana
132de gente ingrata, móvil y obstinada.[483]
Sentada frente a Pedro, encuéntrase Ana,
que, tan contenta de mirar a su hija,
135no mueve un ojo mientras canta hosanna;
junto al padre mayor se regocija
Lucía, que a tu dama ha recurrido
138cuando en el suelo vio tu vista fija.[484]
Mas huye el tiempo en el que estás dormido[485]
y, haciendo punto, al sastre imitar quiero
141que según tiene paño hace el vestido;
alza los ojos al amor primero
y en él penetra, su fulgor mirando,
144cuanto a la mente humana es hacedero.
«Puede ser que, tus alas meneando,
te retrases, creyendo adelantarte;
147por eso has de pedir la gracia orando:
gracia de aquella que podrá ayudarte;
y has de seguirme con ternura tanta
150que tu alma de mi voz nunca se aparte».
Y luego comenzó esta oración santa: