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NO TE HAS ENTERADO DE NADA

Elso la encontró precisamente dónde le habían dicho que iba a estar, sentada en el bordillo de una acera frente a un almacén en un polígono industrial a las afueras de Badalona. Estaba sentada al sol porque no había sombra y miraba al suelo con la cabeza apoyada en sus manos, con los codos sobre las rodillas. Llevaba un pantalón corto, blanco y sucio, una camiseta gris que le venía demasiado grande y zapatillas de deporte sin cordones. Cuando Elso salió del coche, ella ya tenía la mano en la puerta.

—No digas nada —dijo—. Vámonos de aquí.

Subieron al coche y Elso lo puso en marcha.

—Dame un cigarrillo, ¿quieres?

—¿Qué te han hecho? —preguntó Elso mientras le pasaba el paquete y el mechero.

—Nada. Me miraban. Eso es todo. Y es suficiente.

—¿Rusos?

—Algo así.

Elso giró un momento la cabeza para mirarla.

—Lo siento.

—Sí, ya.

Siguieron en silencio durante un buen rato. Entonces ella se rió. Era una risa seca, sin alegría.

—No te has enterado de nada, ¿verdad?

—¿Qué quieres decir?

Elso se paró en el semáforo. Pasó un camión de remolque, luego otro.

—Me pagaron para follarte.

Elso arrancó cuando cambió la luz, sin decir nada. Paró en un vado en la siguiente manzana, delante de un almacén que parecía cerrado.

—¿Qué es lo que me estás diciendo? —preguntó girando para mirarla de frente.

—Ya me has entendido.

—¿Y eso qué significa? ¿Que todo esto... el secuestro...?

—Eso no formaba parte del trato —contestó con una sonrisa amarga—. Mira, el tipo que me llevó a la fiesta, te señaló. Me dijo: te haces amiga de este y te puedes ganar una pasta. Y yo...

—¿Quién era?

—Me caíste bien —siguió ella, como si no lo hubiera oído—. Eres listo, divertido. Hasta en la cama eres divertido. Por eso lo dejé.

—¿Quién fue?

—Nadie. Un tío que conozco. Un hijo de puta. Conozco a muchos hijos de puta.

—¿Para quién trabajaba?

—No lo sé. ¿Qué más da? No es nadie.

—Necesito saberlo.

—Ya te lo he dicho. No es nadie.

—Pero él puede decirme para quién lo hizo.

—No me interesa, Elso, ¿no lo ves?

—Pues a mí, sí.

—¿Y qué? No quiero más líos. ¿Qué? ¿Me vas a pegar?

—No te voy a pegar, ¡joder!

—Mejor que me baje aquí.

—No —dijo Elso, poniendo el coche en marcha—, te llevo.

Ella se limitó a indicarle el camino mientras él conducía y, cuando llegaron, solamente dijo «Es aquí» y abrió la puerta en cuanto se detuvo.

Era el típico edificio moderno de pisos, sin nada de particular, en una calle sin árboles, con coches aparcados a ambos lados. Había una panadería y una tintorería, un sucursal de «la Caixa» y un colmado paquistaní. —¿Tienes llaves? —preguntó él.

—Habrá alguien —dijo. Cerró la puerta sin mediar palabra y se apresuró hacia el interfono. Elso oyó un claxon y levantó la vista. Cuando volvió a mirar el portal, ella ya no estaba.

Elso volvió al hotel y dejó el coche en el garaje. Tomó un baño y luego salió a cenar, una ensalada y un filete, sabiendo que necesitaba comer algo decente. Más tarde volvió a la habitación del hotel y se sentó frente al televisor. Paulatinamente fue consumiendo lo que había en el minibar. Empezó con el vino blanco, luego el tinto. Cuando se hubo tomado la mitad del botellín de Cardhu cogió el teléfono y marcó el número de la casa de Sandy.

—¿Elso, dónde cojones has estado? —dijo ella—. Te estoy llamando desde hace tres días, ¡joder!

—No podía hablar —dijo Elso.

—¿Qué quieres decir?

—Eso. Que no podía hablar.

—Vale. Como quieras —Sandy se detuvo, como si estuviera recobrando el aliento—. Escucha, Óscar se ha marchado. —¿Se ha marchado?

—Me dijo que... quería que me despidiera de ti de su parte, dijo que lo sentía, pero no es verdad.

—Ya.

—Y tu novia, Louise, ha pasado por el restaurante.

—¡Joder!

—Se comportó de una manera bastante civilizada. Dijo lo que se podría esperar que dijera. Sobre todo se quedó sentada allí con cara de infeliz.

—Ya.

—Este tipo de cosas no entran en el sueldo, ¿sabes, Elso?

—No, supongo que no.

—¿Estás borracho?

—Creo que sí.

—Bueno, pues, deberías ir pensando en volver pronto a casa —le aconsejó Sandy— o este restaurante... no te va a quedar nada cuando vuelvas.

—Hay un par de cosas que tengo que hacer.

—¿Estás bien, Elso?

—Lo siento, Sandy. De verdad.