18. LA PROCLAMACIÓN

Del metro ideal al patrón prototipo

La operación sobre el terreno ha acabado, las distintas medidas geodésicas y astronómicas han sido verificadas y sus resultados avalados por la Comisión Internacional, se conoce ya la longitud del metro. Solo falta que se materialice.

«Una línea matemática que tendría esta longitud: 443 líneas 296/1000, sería el metro, un metro matemático ideal al abrigo de cualquier variación. Pero se trata de un patrón de medida, es decir, de un metro, si puedo expresarme así, material, físico, que representa al metro ideal.»[62]

La ley del 18 de Germinal del año III había establecido el nombre de este metro material: el patrón prototipo. Habrá pues un patrón prototipo del metro y otro del kilogramo. Piezas originales únicas que deben ser «tan exactas, duraderas e inalterables como el poder humano sea capaz de hacerlas, y se deberá emplear el material que sea más duradero y menos alterable por el tiempo». ¿Cuál es la materia que ofrece todas esas cualidades?

¡El platino!

Porque es «el metal menos dilatable por el calor, el menos acortable por el frío, en resumen, el menos susceptible de alterarse en cualquier sentido».

Es uno de los metales más preciosos y raros de la época que ha sido descubierto hace poco[63]. Aunque bastante más costoso que el oro, la Convención ha decidido «que por un pequeño ahorro, no debe arriesgarse que el pueblo francés pierda una parte de las grandes ventajas que se pueden esperar de la distribución igual de los patrones de medida en todos los distritos de la República, y asegurarse para siempre el disfrute de ese beneficio de la Revolución».

La búsqueda del platino para fabricar los patrones prototipo había comenzado en 1792. «El señor Lavoisier creyó que no debía dejar escapar ninguna oportunidad de comprar todo el platino que se pudiera procurar», indica la Comisión de Pesos y Medidas el 11 de septiembre de 1793. En los últimos años de su vida compró una gran cantidad; especialmente cambiándolo por oro a los aristócratas que emigraban.

Pero como les pasa a los otros metales, la «longitud» del platino varía con la temperatura; «de tal modo que un metro hecho de platino no tiene en todos los momentos la longitud del metro ideal. […] Esas diferencias residen en la naturaleza misma de las cosas, y quedan fuera del alcance del hombre». Estas observaciones, idénticas a las que habían hecho a propósito del agua para determinar el kilogramo, llevan a la Comisión a las mismas conclusiones: «siguiendo el espíritu del sistema métrico propuesto por la Academia y adoptado por la ley», elige una vez más la temperatura del hielo en fusión.

El patrón prototipo se presentará en forma de una regla plana sobre la que se trazará el metro; se depositará cerca del Cuerpo Legislativo, acompañado de la documentación de las operaciones que han servido para precisarlo. La expresión «una regla sobre la que será trazado el metro» significa que se trata de un escantillón (los dos extremos de la regla distan entre sí un metro) y no de una regla calibrada[64].

La purificación del platino, técnica delicada, la realiza Janetti, químico-orfebre que trabaja en Marsella, donde dirige un renombrado taller de depuración del metal de las campanas de iglesia. Le corresponde a Étienne Lenoir, de nuevo él, la tarea de ajustar el patrón prototipo. Patrón que será conservado «con el mismo respeto religioso con que se ha conservado la pile de Carlomagno durante cinco siglos, al cabo de los cuales ese precioso tesoro no ha sufrido ningún cambio» y que no debe servir más que en ocasiones, extremadamente raras, de verificación y nunca para los contrastes corrientes.

Lo mismo se aplica a la unidad de masa, el kilogramo patrón prototipo de platino, construido por Nicolás Fortín.

París, 4 de Mesidor del año VII [65] Están reunidos en la sala del Consejo los diputados de las dos Asambleas, los de los Quinientos y los de los Ancianos. El señor Van Swinden, ciudadano bátavo, presidente de la Comisión Internacional en la tribuna de oradores: «El Instituto Nacional, obedeciendo con reconocimiento la ley que así lo obliga, viene a rendiros cuentas de una operación útil al mundo, singularmente honorable para Francia, que ha terminado felizmente».

El silencio es absoluto. Delambre y Méchain, y todos los que han participado en la empresa, están allí. Aunque también hay grandes ausentes: Condorcet, Lavoisier, Vandermonde, Meusnier… y Borda. Borda, que no ha tenido fuerzas para llegar a este momento en que la misión, a la que tanto esfuerzo había dedicado, hubiese culminado, por fin, su tarea, y ha fallecido algunos meses antes.

La Asamblea, después de escuchar cómo le recuerdan que la unidad de medida, que ese día se proclama, está extraída del más grande e invariable de los cuerpos que pueda medir el hombre, oye estas palabras de Van Swinden: «Un padre de familia experimenta cierto placer cuando se dice: “El campo que permite que mis hijos subsistan es una porción del Globo. En esa proporción soy copropietario del Mundo”». Un escalofrío de placer recorre las filas de los asistentes.

El discurso es preciso y documentado; el orador entra en detalles sin perderse; cuenta la historia humana y científica de la operación e informa del trabajo de la Comisión Internacional. Es un discurso ejemplar, auténtico tratado de «vulgarización», pronunciado ante una asamblea política que, sin bajar el nivel ni empobrecer su contenido, reconstruye, en una lengua perfecta, las múltiples dimensiones, apuestas y triunfos de esta operación. Se le escucha atentamente.

Tras los sabios, los políticos.

El señor Génissieux, presidente del Consejo de los Quinientos, toma la palabra, y a continuación L. Baudin, presidente del Consejo de Ancianos.

El metro, que es prenda de estima y relación entre Francia y los otros pueblos, y también lazo de unión entre la generación presente y la posteridad a quien legan este bien. El metro de dos caras, como el dios Jano, para los filósofos y para los propietarios.

«En este momento tenemos el metro de la naturaleza para las medidas lineales y el kilogramo verdadero que resulta del primero. Tras haberlos presentado, el Instituto depositará los prototipos en los Archivos Nacionales, donde serán conservados con un cuidado religioso.»

En la antigüedad, los patrones de pesos y medidas se conservaban en la Acrópolis de Atenas, y en el Capitolio de Roma. En la Francia de los últimos días del siglo XVIII se decide conservarlos en los Archivos, una institución muy joven. Tabla rasa y conservación, siempre aparece la dualidad de la Revolución Francesa.

«En el año Siete de la República Francesa, una e indivisible, el día 4 de mesidor, a las tres de la tarde […].

»Tras haber presentado a uno y otro Consejo el patrón del metro y el del kilogramo, ambos en platino, los ciudadanos [sigue la lista de los presentes] se han trasladado a los Archivos de la República para hacer el depósito de los dos patrones, conservados en sendas cajas cerradas con llave, en ejecución de la ley del 18 de Germinal del año III.

»El Ciudadano Armand Gastón Camus, miembro del Instituto Nacional, guardián de los Archivos de la República, ha recibido los dos patrones, uno y otro en perfecto estado, e inmediatamente los ha depositado en un doble armario de hierro que ha cerrado con cuatro llaves.»

Siguen 21 firmas.

Estos dos patrones se conocen como el metro y el kilogramo de los Archivos. La ley del 18 de Germinal del año III precisaba que el patrón estaría acompañado por los textos de las operaciones que habían servido para determinarlo, con el fin de que en cualquier tiempo futuro pudieran verificarse.

El tiempo. Para que los patrones puedan resistir sus embates es por lo que se han fundido en platino. Deben poder conservarse intactos para que sirvan de testimonio en los siglos venideros.

Todos los participantes tienen en la mente las palabras pronunciadas por Van Swinden ante los Consejos: «Jamás la ignorancia y la ferocidad de los pueblos bárbaros podrán arrebatárselos a la valentía, al patriotismo, a las virtudes de una nación ilustrada en sus intereses, en su honor, en sus derechos. Pero si un terremoto los engullese, si fuese posible que un temible rayo fundiera el metal conservador de esta medida, sería imposible, ciudadanos, que el fruto de tanto trabajo, que el modelo general de estas medidas se perdiese para la gloria nacional, ni para la utilidad pública».

Sí, ¡los patrones prototipo siempre podrían reconstruirse con parecida exactitud!

Conservados con cuidado religioso, estos patrones son ciertamente muy valiosos, pero no irreemplazables. «Para saber en los siglos futuros lo que deben ser, no es necesario que sean conservados los patrones que hemos hecho hacer, con cuidado proporcionado a la importancia del motivo; si se llegaran a perder, destruir o aniquilar, si solo quedara su nombre y el recuerdo de que uno de ellos era la diezmillonésima parte del cuadrante de un meridiano terrestre, y el otro la cantidad de agua destilada contenida en un cubo de un decímetro, sería fácil rehacerlos, porque el metro, al ser una parte conocida de la circunferencia de la Tierra, es tan invariable como ella, y que el agua, que sirve de base al kilogramo es inalterable». Sí, siguiendo el deseo de Huygens, no serán corrompidos por el paso del tiempo.

Para celebrar el momento se acuña una medalla. En una cara la República sostiene el metro y el kilo con la leyenda grabada en el metal: «Unidad de medida: diezmillonésima parte del cuarto de meridiano». En la otra cara, una alegoría, el globo terráqueo, enmarcado por un compás abierto entre el ecuador y el polo, está coronado por la Osa Menor. El conjunto explicado por las palabras de Condorcet: PARA TODOS LOS TIEMPOS, PARA TODOS LOS HOMBRES.

Estas medidas han sido creadas por los hombres y no dependen ni de ellos ni de los tiempos: «Una vez fijadas, una vez establecidas, no dependen para nada de la voluntad del hombre, están al margen de su poder y de las devastaciones que pudiera hacer».

La medalla no vio la luz. Se acuñará en… 1840.

¡Nueva tarifa para el franqueo de cartas!

Artículo l.°: «El franqueo de las cartas se fijará en razón de las distancias calculadas por la vía más corta.

Para las cartas sencillas:

• hasta cien kilómetros inclusive: 0 francos 2 décimos;

• de cien a doscientos kilómetros: 0 francos 3 décimos;

• por encima de mil kilómetros: 2 francos».

Artículo 5.°: «A partir del 1 del próximo Germinal. Las cartas serán tasadas en francos y en décimas, y para la tasa de las cartas se emplearán en todas las oficinas de correos los pesos republicanos».

Precioso ejercicio de aplicación, una carta enviada pone en juego todo el sistema métrico decimal: distancias, pesos y monedas.

Artículo l.° del decreto: «A partir del 1 de Vendimiario del año VIII (23 de septiembre de 1799), los granos, simientes, granallas, frutas y legumbres, así como el carbón vegetal, la hulla y el carbón de piedra, cal y todas las materias secas que se venden con medidas de capacidad, no se podrán medir más que con las nuevas».

Artículo 4.°: «A contar desde la mencionada fecha de Vendimiario del año VIII, las antiguas medidas que servían para la medida de granos y otras materias secas, serán consideradas medidas falsas e ilegales, aun en el caso de que hubieran sido verificadas y contrastadas previamente. También se declararán falsas e ilegales las medidas nuevas, o presentadas como tales, que no hayan sido contrastadas».

23 de octubre, elección de Lucien Bonaparte para la presidencia del Consejo de los Quinientos. 18 de Brumario (9 de noviembre de 1799), el general Napoleón Bonaparte, con ayuda de su hermano Lucien, toma el poder por la fuerza. El 12 de noviembre Laplace es nombrado ministro del Interior. El 22 de noviembre Talleyrand reanuda su trabajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores. El 15 de diciembre la República ha muerto, comienza el Consulado.

«Ojalá este momento afortunado pueda adelantar una paz tan gloriosa como ardientemente deseada, y conceder a Europa entera un estado estable, feliz y tranquilo…»[66]